Page 4 of 5
1 2 3 4 5

Subimperialismo I: revisión de un concepto

Claudio Katz

Las características del subimperialismo fueron estudiadas por Marini en su exposición de la teoría de la dependencia. Ese concepto suscitó controversias en la década del 70 y ha sido reconsiderado en los últimos años. ¿Tiene relevancia y utilidad?

FUNDAMENTOS Y OBJECIONES

Marini asignó al subimperialismo una dimensión económica, otra geopolítico-militar y aplicó ambos significados al caso brasileño.

En el primer terreno observó que las inversiones extranjeras habían aumentado la capacidad de producción, generando excedentes invendibles en el mercado interno. Destacó que las empresas multinacionales promovían la colocación de esos sobrantes en los países vecinos y utilizó el nuevo término para describir esa acción compensatoria (Marini, 2008: 151-164).

El subimperialismo retrataba la conversión de una economía latinoamericana dependiente en exportadora de mercancías y capitales. Las firmas contrarrestaban la estrechez del mercado local con ventas en el radio circundante. Esa incursión externa desbordaba la esfera industrial e incluía a las finanzas (Marini, 2007: 54-73).

Marini reformuló una tesis expuesta por Luxemburg a principios del siglo XX. Ese enfoque ilustraba cómo las principales economías europeas afrontaban la adversidad de sus estrechos mercados internos. Señalaba que las potencias contrarrestaban esa limitación con políticas imperialistas de expansión hacia las colonias (Luxemburg, 1968: 158-190).

El teórico de la dependencia retomó esa idea de una salida externa para los desequilibrios de sub-consumo. Pero ubicó el fenómeno en economías de menor porte y le atribuyó una escala más acotada (Marini, 1973: 99-100).

Marini vinculó el segundo sentido del subimperialismo al protagonismo geopolítico de Brasil. Señaló que el principal país de Sudamérica actuaba fuera de sus fronteras con métodos prusianos, para cumplir con un doble papel de gendarme anticomunista y potencia regional autónoma.

Presentó ese rol como un rasgo complementario y funcional de la expansión económica. Destacó que los gobiernos brasileños actuaban en sintonía con el Pentágono siguiendo las reglas de la guerra fría.

El subimperialismo implicaba un perfil represivo pero no meramente subordinado a los dictados del Norte. Las clases dominantes buscaban su propia preeminencia, para garantizar los intereses de las corporaciones instaladas en el país (Marini, 2007: 54-73).

Marini subrayó esta combinación de dependencia, coordinación y autonomía de Brasil, en el período de convulsiones abierto por la revolución cubana. Presentó al subimperialismo como un instrumento de los opresores para sofocar la amenaza revolucionaria. Señaló que operaba en una época signada por disyuntivas entre dos modelos antagónicos: el socialismo y el fascismo.

Otra exponente de la misma teoría ratificó esa caracterización, destacando que el principal propósito de la acción subimperial era impedir la gestación de un escenario pos-capitalista a escala regional (Bambirra, 1986: 177-179).

Pero el concepto fue objetado dentro del campo marxista. Los pensadores próximos a la ortodoxia comunista cuestionaron la revisión de las tesis leninistas y el desconocimiento del rol dominante de las finanzas.

Rechazaron la existencia de un poder subimperial en Brasil, destacando su incompatibilidad con el sometimiento del país a las potencias del Primer Mundo (Fernández; Ocampo, 1974). Los críticos percibieron que Marini tomaba distancia de los viejos diagnósticos sobre el imperialismo y descalificaron esa reconsideración sin evaluar sus fundamentos.

También Cardoso impugnó el nuevo concepto. Cuestionó la consistencia del subimperialismo y señaló que Marini sobrevaloraba las crisis de realización (Martins, 2011: 233-236).

Otro tipo de observaciones planteó un importante teórico marxista que convergió con el dependentismo. No invalidó el subimperialismo, pero sí su aplicación a Brasil. Estimó que, por su elevada subordinación a Estados Unidos, el país sudamericano no alcanzaba ese estatus (Cueva, 2012: 200).

También el principal colega de Marini mantuvo reservas frente a la nueva categoría. Señaló que planteaba un desarrollo posible, pero dudó de su concreción. Observó que un estatus subimperial generaría conflictos indeseados de las clases dominantes con el poder norteamericano (Dos Santos, 1978: 446-447).

EVALUACIÓN DE UN CONCEPTO

Marini replanteó la teoría clásica del imperialismo asimilando distintas actualizaciones. Una reevaluación remarcaba la nueva hegemonía militar de Estados Unidos (Sweezy-Magdoff) y otra subrayaba la atenuación de las confrontaciones bélicas junto al agravamiento de las disputas económicas (Mandel).

El teórico brasileño absorbió esas ideas, junto a la caracterización de un imperialismo colectivo apadrinado por el Pentágono, para gestionar el creciente entrelazamiento internacional del capital (Amin) (Katz, 2011: 33-49).

No sólo fusionó varios elementos de esas miradas (Munck, 1981). También retomó las tesis de otro pensador que subrayaba el nuevo accionar conjunto de las potencias, en desmedro de las viejas contradicciones inter-imperialistas (Thalheimer, 1946).

Bajo esas influencias Marini habló de una novedosa «cooperación hegemónica» entre los centros. Añadió a ese esquema el papel de los países intermedios. Describió la conexión de las potencias subimperiales con los dominadores del planeta.

Su enfoque resaltó el rol de los nuevos centros intermedios de acumulación en la pirámide imperial de posguerra. El análisis de esos países fue su principal objeto de estudio.

Denominó subimperialismo a las semiperiferias estudiadas por la Teoría del Sistema Mundial (Dos Santos, 2009). Indagó la legalidad específica de esas formaciones en la dinámica global (Marini, 2013: 24-26).

El pensador brasileño optó por el término subimperialismo en polémica con otra denominación (satélite privilegiado), que sobrevaloraba la incidencia geopolítica del fenómeno, en desmedro de su impacto económico. La misma objeción formuló contra otra calificación (potencia mediana), que omitía el papel de las empresas multinacionales (Marini, 1991: 31-32).

Con mayor énfasis rechazó la presentación de Brasil como una potencia imperialista. Descartó, además, clasificar al país en el casillero de los imperialismos menores de posguerra (Suiza, Bélgica u Holanda).

Marini situó en el status subimperial a las economías dependientes intermedias, que mantenían relaciones singulares con el imperialismo central. Frente a la errónea identificación del prefijo «sub» con la subordinación a mandatos ajenos, precisó que esa conexión implicaba una combinación del sometimiento con asociación y autonomía.

Señaló que el subimperialismo involucraba a economías en proceso de industrialización, sujetas a los turbulentos efectos del ciclo dependiente. Este modelo fue posteriormente teorizado como un patrón de reproducción de ciertos países subdesarrollados (Osorio, 2012).

En el terreno geopolítico estimó que la acción subimperial implicaba cursos expansionistas, amoldados a la hegemonía mundial de Estados Unidos. Subrayó el papel de los liderazgos regionales asociados a la supremacía del imperialismo norteamericano.

Marini vinculó también la vigencia del subimperialismo al tipo de predominio prevaleciente en la cúspide de las clases dominantes. Destacó la preeminencia alcanzada en Brasil por las empresas industriales y sus socios financieros. Resaltó que ese sector comandaba la expansión al vecindario próximo (Bueno, 2010).

Con esa observación sugirió importantes márgenes de variabilidad del subimperialismo, en función del sector capitalista predominante. Señaló la vigencia de fases cambiantes de ese estatus y planteó que esa modalidad carecía de la estabilidad imperante en las potencias imperiales.

Marini también puntualizó el acceso selectivo a la condición subimperial. Estimó que sólo algunas economías intermedias reunían los requisitos exigidos para alcanzar ese estamento. Ubicó a Brasil pero no a la Argentina en ese lugar.

Para el teórico dependentista un posicionamiento subimperial suponía gran cohesión política de la burguesía en torno a su estado. Entendía que la ausencia de esa homogeneidad, impedía tanto a la Argentina como a México, emular el lugar alcanzado por Brasil. En el primer caso atribuía esa limitación a la prolongada crisis del sistema político y en el segundo a la gran dependencia hacia Estados Unidos (Luce, 2015: 31-32, 37).

Marini precisó que en contextos económicos semejantes el tipo de estado era determinante de la acción subimperial. Con este razonamiento redujo a pocos casos los países con ese tipo de aptitudes. Situó en ese campo a Brasil, Israel, Irán y África del Sur (Luce, 2011).

La teoría de Marini tuvo ciertos precedentes en caracterizaciones de los imperios subsidiarios (España) o relegados (Rusia). Pero fue concebida como un rasgo exclusivo del capitalismo de posguerra. No retrotraía la vigencia del subimperialismo brasileño al siglo XIX. Su concepto contribuyó a superar anacronismos e incentivó un fructífero programa de investigación.

OTRO ESCENARIO

Un análisis actual del subimperialismo debería registrar la diferencia radical que separa al capitalismo del siglo XXI con el vigente en la época de Marini.

Desde los años 80 el modelo keynesiano de posguerra quedó sustituido por un esquema neoliberal de agresión permanente contra trabajadores. La precarización deteriora el salario y el desplazamiento de la industria a Oriente abarata la fuerza de trabajo. El desempleo intensifica la marginalidad urbana y los capitalistas utilizan la informatización para aumentar la rentabilidad, destruyendo empleos y potenciando las desigualdades.

Este contexto difiere del estudiado por Marini. Las economías intermedias que focalizaron su atención continúan cumpliendo un rol clave, pero operan en un nuevo marco de empresas transnacionales, tratados de libre-comercio y finanzas mundializadas.

En comparación a los años 70, los mercados internos de los países intermedios han perdido relevancia frente a la actividad exportadora. La cadena global de producción incrementa, además, las variedades de esas formaciones (Domingues, 2012: 47-55).

En la actualidad se verifican tres modalidades de economías equivalentes a las indagadas por Marini. Algunas semiperiferias con mayor desarrollo precedente mantienen su vieja especialización en exportaciones básicas y una reducida incidencia global (Argentina). Otras se insertaron en procesos mundiales de fabricación sin expandir su influencia regional (Corea del Sur). Un tercer tipo exhibe enorme peso en su zona aledaña con bajo porcentual de PBI per cápita (India).

Estas economías continúan distanciadas de los países nítidamente periféricos (Mozambique, Angola, Bolivia) y de las potencias centrales (Estados Unidos, Alemania, Japón). Se ubican en el lugar investigado por Marini. Pero, a diferencia de la etapa precedente, ha irrumpido una nítida diferenciación al interior de ese segmento, en función de la conexión que cada país ha establecido con la mundialización neoliberal.

También se ha profundizado la brecha entre estructuras económicas semiperiféricas y roles subimperiales. Lo que determina el pasaje del primer estatus al segundo no es la incidencia en la cadena de valor. Países más enlazados a la internacionalización productiva (Corea) o poco integrados a esa red (Argentina) no han modificado sus carencias subimperiales. El potencial divorcio entre ambas situaciones que sugirió Marini ha cobrado nuevas formas.

INTERPRETACIONES ECONÓMICAS

La distinción entre economías intermedias y potencias subimperiales es un dato clave del escenario actual. Esta diferencia fue omitida en las caracterizaciones que extendieron a México o Argentina el papel asignado por Marini a Brasil. Se supuso que la performance subimperial correspondía a naciones latinoamericanas con cierto desarrollo industrial y consiguiente distanciamiento de los países puramente agro-mineros (Bambirra, 1986: 177-179).

Un gran estudioso de la teoría de la dependencia mantiene ese criterio, resaltando la envergadura alcanzada por las empresas multilatinas (Techint, Slim, Cemex) (Osorio, 2009: 219-221). Estima que los bloques regionales y las uniones aduaneras han potenciado la vocación subimperial de todos los estados que albergan ese tipo de compañías (Osorio, 2007). Pero el peso de esas firmas no ubica necesariamente en el mismo casillero subimperial a países con perfiles geopolíticos, militares y estatales muy distintos.

En los últimos años este problema desbordó el ámbito latinoamericano. La aparición del bloque integrado por los BRICS abrió el debate sobre la validez de la categoría subimperial para ese conglomerado.

Autores que valorizan el enfoque de Marini retomaron sus objeciones a la simple caracterización de los integrantes de ese grupo como potencias medianas. Recuerdan las insuficiencias de un mote divulgado por la ciencia política convencional (Bond, 2015: 243-247).

Pero una clasificación de los BRICS en el universo subimperial omitiría la heterogeneidad de ese bloque. Uno de los participantes de esa sociedad -China- ya traspasó el estatus intermedio e ingresó en el núcleo de las economías centrales. Este dato impide situar a todo el alineamiento en el estamento estudiado por Marini.

Esa aplicación afronta además otro inconveniente: los BRICS han establecido una alianza económica sin clara proyección geopolítica. Sus miembros mantienen relaciones muy diferentes con las potencias centrales.

Basta comparar la ligazón de India con Estados Unidos con la establecida por China o Rusia para notar ese abismo. Cada componente del conglomerado actúa en función de sus prioridades regionales y la búsqueda de esa preeminencia mantiene abiertos los potenciales conflictos entre China, India y Rusia.

A diferencia del imperialismo colectivo de la tríada, los BRICS no surgieron en escenarios pos-bélicos para garantizar objetivos estratégicos comunes. Ese grupo emergió para conformar un espacio de negociación dentro de la globalización neoliberal. Es una alianza al interior de esa estructura.

Por esta razón todas las cumbres de los BRICS han girado en torno a iniciativas económicas (bancos, inversiones, uso de monedas) y recrean debates empresariales afines al foro de Davos (García, 2015: 243-247). Este curso ha confirmado que el concepto de subimperio no se extiende a un bloque. Es sólo pertinente para potencias regionales que disputan influencia zonal.

REPLANTEO DE UN ESTATUS

Las formas subimperiales han cambiado en un escenario geopolítico signado por la extinción de la guerra fría. Desapareció el propósito anticomunista primordial que condicionaba todas las relaciones de Estados Unidos con sus socios. Los conflictos entre las clases dominantes se procesan ahora en un marco de negocios globalizados y rediseños de fronteras, que contrastan con el congelado mapa de posguerra.

El viejo contexto de bipolaridad aún vigente en el debut del neoliberalismo (1985-89) fue sucedido por una fase de supremacía unipolar (1989-2008) y otra de multipolaridad (2008-2017).

Pero en períodos tan cambiantes ha persistido un dato ordenador del planteo de Marini: la preponderancia militar estadounidense. La primera potencia mantiene el liderazgo de la gestión imperial concertada, que a mitad del siglo XX sustituyó a las viejas confrontaciones inter-imperialistas.

Esa preeminencia persiste junto a la pérdida de primacía económica norteamericana. El garante del orden capitalista mantiene su función protectora de las clases dominantes del planeta. Ya no tiene capacidad de acción unilateral, pero preserva un gran poder de intervención.

Estados Unidos fija por ejemplo las pautas del club nuclear, que penaliza a quienes intentan acceder en forma autónoma a esos recursos. También dirige las coaliciones de Occidente que perpetran ocupaciones o desplazan gobiernos contestatarios. Las agresiones que Bush consumaba con pretextos banales fueron continuadas con modalidades encubiertas por Obama.

La lógica del subimperialismo se adecúa a ese padrinazgo del Pentágono. Pero adopta un contenido amoldado a los crecientes conflictos por la primacía regional dentro de la mundialización neoliberal.

Esas tensiones no tienen la envergadura mundial que caracterizó a la primera mitad del siglo XX (Panitch, 2015: 62). Presentan una escala acotada que no repite lo ocurrido en el pasado. Tampoco prepara la tercera guerra mundial que erróneamente anticipan algunos autores (Sousa, 2014). Los subimperios actúan para reforzar su primacía, sin involucrar a las grandes potencias en conflagraciones generales.

Otro dato del periodo es la ausencia de proporcionalidad entre la supremacía económica y la hegemonía político-militar. Japón y Alemania se han consolidado como dominantes en el primer terreno y huérfanos en el segundo, mientras que Francia e Inglaterra han protagonizado un curso inverso.

Como en la época de Marini los subimperios actuales son potencias regionales en el plano económico y político-militar y estatal. Deben reunir estas dos condiciones y no sólo una de ellas.

No basta con la presencia de empresas transnacionales (Corea, México, Chile), acciones belicistas sistemáticas (Colombia) o esporádicas incursiones guerreras (Argentina durante Malvinas). Sólo quiénes concentran todos los componentes del perfil subimperial asumen ese rol.

Tal como señaló Marini la denominación corriente de esos países -potencias intermedias- no alcanza para caracterizarlos. Pero son naciones que ubicadas en ese estrato. Ninguna es un típico país del Tercer Mundo.

En la actualidad el aspecto geopolítico-militar es determinante del estatus subimperial. Esa condición exige un grado de autonomía suficiente para remover tableros a favor de las principales clases dominantes de cada zona.

Pero la condición subimperial también requiere mantener la sintonía con la primera potencia. Estos dos rasgos subrayados por Marini (asociación con Estados Unidos y poder propio) han persistido.

La propia denominación de subimperio indica una elevada gravitación de la acción militar. Economías poderosas con reducidos ejércitos quedan excluidas de ese estamento. Por eso los subimperios corresponden, en general, a países que ya desenvolvieron en el pasado un rol militar significativo fuera de sus fronteras.

El ejercicio efectivo de ese poder es incierto por el vulnerable lugar de esos países en la jerarquía global. Los gendarmes regionales están corroídos por agudos desequilibrios, que contrastan con la estabilidad alcanzada por los imperios centrales. Esa fragilidad determina la transitoriedad de los subimperios. Pocos candidatos del espectro posible logran corporizar efectivamente esa condición (Moyo, 2015: 189-192).

CONTROVERTIDAS EXTENSIONES

En nuestra reformulación sólo algunos países -como Turquía o India-cumplen actualmente los requisitos del subimperio. Son economías semiperiféricas con gran desenvolvimiento intermedio, que mantienen una estrecha relación con Estados Unidos y buscan aumentar su predominio regional. El componente geopolítico-militar define un estatus que se ajusta a varios enunciados de la teoría marxista de la dependencia.

Otra interpretación propone una mirada ampliada del subimperialismo, como nuevo determinante de conflictos de gran porte. Este enfoque rechaza el sentido que asignó Marini al concepto. Considera que el crecimiento de posguerra redujo la brecha centro-periferia y facilitó un gran desarrollo de los capitalismos nativos. Estima que esa expansión genera confrontaciones subimperiales, que recrean los clásicos choques inter-imperialistas del pasado (Callinicos, 2001).

Con este abordaje se postuló en la década pasada un listado más extendido de subimperios. En Medio Oriente, Irak, Egipto y Siria fueron añadidos a Turquía e Irán. En Asia, la India fue acompañada de Pakistán y Vietnam y en el continente negro Nigeria se sumó a Sudáfrica. En América Latina, Brasil quedó complementado con Argentina.

En esta interpretación todo país con proyección regional y procesos de acumulación significativos participa del universo subimperial. Esta ampliación del concepto pondera el impacto local del fenómeno. Resalta su gravitación zonal y relativiza las conexiones con la estructura global del imperialismo.

Marini propuso un número inferior de subimperios por la doble impronta que asignaba al fenómeno. Definió esa condición por relaciones de asociación y autonomía con las potencias centrales y por acciones de gendarme regional. Por eso su listado excluía a Irak, Egipto, Siria, Vietnam, Nigeria o Argentina. Su enfoque no magnificaba la presencia de los subimperios y evitaba divorciarlos del orden mundial.

En esa mirada había una implícita distinción entre subimperios potenciales y efectivos. Pakistán y Argentina podían contener pretensiones de ese estatus, pero no lograban consumarlo. Bajo gobiernos dictatoriales ambos países mantenían su estrecha subordinación al Pentágono sin desenvolver estrategias autónomas.

Marini evitaba, además, confundir aspiraciones subimperiales con acciones antiimperialistas. Aunque Vietnam afrontaba serios conflictos con sus vecinos, estuvo involucrado en la principal guerra contra Estados Unidos del continente asiático. Por su parte, Egipto y Siria confrontaban primordialmente con Israel, que era el principal exponente de los intereses norteamericanos en Medio Oriente.

La mirada extendida del subimperio omite estas caracterizaciones indispensables, para ubicar adecuadamente la categoría en cada circunstancia. Además, concibe guerras entre esas formaciones como un rasgo de la época actual. Atribuye ese alcance a los conflictos armados que enfrentaron a Grecia con Turquía, a India con Paquistán y a Irak con Irán. Supone que esas sangrías reemplazan a las conflagraciones entre potencias centrales de la era del imperialismo clásico.

Pero esa comparación es inadecuada no sólo por la diferente magnitud de ambos conflictos. Omite la relación que presentan los choques regionales con el papel rector de Washington. Aunque Irak inició la guerra contra Irán con objetivos propios, esa aventura fue propiciada por Estados Unidos para doblegar al régimen de los Ayatollah.

Los subimperios no repiten las viejas rivalidades inter-imperialistas. Se desenvuelven en un período de extinción de esas conflagraciones. Estados Unidos ya no guerrea con Japón por el control del Pacífico, ni con Alemania por la supremacía en Europa. Coordinan una gestión imperial conjunta y a veces enlazada con la acción de subimperios regionales.

La tesis extendida exagera el poder de las configuraciones intermedias. Olvida que esos países actúan por referencia a un imperialismo colectivo liderado por Estados Unidos. No registra que los conflictos bélicos entre subimperios tienden a quedar acotados por los umbrales que fijan las potencias globales.

Una caracterización sobredimensionada de los subimperios conduce, además, a evaluaciones políticas erróneas. Por asignarle a la Argentina un status subimperial se interpretó la guerra de las Malvinas como una confrontación inter-imperial entre potencias de distinta envergadura (Callinicos, 2001).

Esa mirada omitió que el trasfondo de ese conflicto era la usurpación colonial de una porción del territorio argentino. En Malvinas, no colisionó un imperio maduro con otro en gestación. El colonialismo británico reafirmó su atropello de la soberanía del país sudamericano. La legitimidad de una demanda nacional de Argentina queda diluida en la caracterización subimperial de ese país.

INCOMPRESIÓN DE UNA CATEOGRÍA

Un autor crítico del subimperialismo objeta la sustitución del análisis clasista de la explotación por interpretaciones centradas en la sujeción de países. Cuestiona especialmente la existencia de una regla tripartita de opresión nacional, considerando que es falso imaginar una explotación en cadena de Bolivia por Brasil y de Brasil por Estados Unidos. Afirma que para analizar la tensión entre burguesías por el reparto de plusvalía, no hay ninguna necesidad de recurrir a las categorías del imperialismo (Astarita, 2010: 62-64).

Pero esta mirada atribuye a Marini una tesis que nunca postuló. Jamás supuso que el subimperialismo implicaba mecanismos de explotación entre países. Siempre especificó que las empresas multinacionales lucraban con la extracción de plusvalía a los trabajadores de naciones vecinas a Brasil.

Explicó de qué forma ese proceso obedecía a contradicciones del capitalismo. Señaló que el curso de la acumulación chocaba con límites a la realización del valor, que inducían a los capitalistas a compensar desequilibrios desbordando las fronteras.

Marini tampoco reformuló el esquema tripartito de metrópolis-satélites postulado por Gunder Frank. Desenvolvió una tesis marxista singular, que ha sido malinterpretada por las lecturas antidependentistas (Katz, 2017).

Pero el principal problema de esa crítica al subimperialismo es el desconocimiento del sentido geopolítico-militar del concepto. No capta su relevante papel en la jerarquía global imperante bajo el capitalismo contemporáneo.

El objetor supone que basta con señalar la dinámica agresivo-competitiva de este sistema para comprender su funcionamiento. Pero ignora que esa caracterización es tan sólo el punto de partida del problema. El capitalismo opera a escala mundial y depende de un orden coercitivo que requiere dispositivos imperiales.

Por omitir este dato desconoce cómo el análisis del subimperialismo contribuye a esclarecer las múltiples formas actuales de opresión mundial. Esos dispositivos son indispensables para la reproducción del capitalismo.

El subimperialismo es una categoría de ese orden mundial y su validez proviene de la existencia de guerras y conflictos regionales. Al olvidar esa estructura (o suponer que al economista no le corresponde evaluar ese tema), el crítico empobrece el análisis inaugurado por Marini.

Más que analizar cadenas de exacción del excedente entre economías grandes, medianas y pequeñas, el subimperialismo alude al papel geopolítico de las potencias regionales. Es un concepto esclarecedor de la estructura piramidal de dominadores, socios y vasallos que sostiene al capitalismo

CONTRAPOSICIÓN CON SEMICOLONIA

Algunos autores consideran que el subimperialismo contradice la tradicional contraposición entre el centro y la periferia. Resaltan especialmente el atraso de Brasil y recuerdan su distancia con las potencias centrales. Estiman que el país continúa sometido a una condición semicolonial compartida con Argentina y México (Matos, 2009). Esa visión subraya, de hecho, la persistencia del escenario descripto por los marxistas clásicos a principio del siglo XX.

Pero este abordaje desconoce la obsolescencia del viejo retrato de un puñado de potencias sofocando a indistintas periferias. Ese tipo de dominación imperial fue reemplazada hace mucho tiempo por otras sujeciones. Las tres formas típicas de subordinación de la centuria precedente (colonias, semicolonias y capitalismos dependientes) dieron lugar a variedades más complejas de estratificación, que fueron analizadas por un teórico marxista en los años 70 (Mandel, 1986).

El retraso productivo, el rentismo agrario o la estrechez de los mercados no definen actualmente el estatus semicolonial de un país. Sólo indican brechas de desarrollos o modalidades de inserción internacional. Esa categoría no esclarece si un país es agro-minero o industrial mediano. Tampoco clarifica si alcanzó cierto desenvolvimiento del mercado interno o depende de las exportaciones.

La noción semicolonia retrata un estatus político. Ilustra el grado de autonomía con las principales potencias. En las colonias las autoridades son designadas por las metrópolis y en las semicolonias son digitadas en forma encubierta por los centros.

Las colonias son actualmente marginales y las semicolonias persisten sólo en aquellos países que padecen la subordinación total al Departamento de Estado. Honduras es un ejemplo de ese tipo. Lo mismo ocurre con Haití. Pero ese estatus no rige para Brasil que es ocupante de esa isla. No es lógico colocarlos en el mismo plano, olvidando que el principal país sudamericano es miembro del G 20.

Por el margen de autonomía que tienen sus estados, Brasil, México o Argentina están situados fuera del casillero semicolonial. Esa condición se extinguió en el siglo pasado y no reapareció con la preeminencia de gobiernos afines a Washington. El estado es manejado por clases dominantes locales y no por emisarios de la embajada estadounidense.

Es cierto que la economía brasileña depende de recursos naturales y padece un alto grado de apropiación externa. Pero esos rasgos no definen por sí mismos el posicionamiento del país en el orden global. Hay potencias imperialistas con grandes reservas naturales (Estados Unidos) y otras con significativa extranjerización de su economía (Holanda).

Tampoco las crisis económicas recurrentes determinan la ubicación internacional de cada país. Muchas naciones de la periferia inferior languidecen sin grandes turbulencias periódicas y otras del centro afrontan un alto grado de inestabilidad económica.

Quienes sitúan a Brasil en el universo semicolonial resaltan la brecha de productividad o PBI per cápita, que separa al país de las economías avanzadas. Pero una fractura semejante se verifica con las empobrecidas naciones de la periferia inferior. La distancia con Nicaragua o Mozambique es tan significativa como la existente con Francia o Japón.

Marini justamente indagó el universo del subimperialismo para superar la simplificada ubicación de Brasil en la periferia del planeta. En una conceptualización actualizada de distintas ubicaciones geopolíticas correspondería distinguir a las potencias dominantes de los países que cargan con grados muy diferenciados de dependencia. La subordinación de Honduras contrasta con la autonomía de Brasil.

INCONSISTENCIAS DOGMÁTICAS

La reivindicación del concepto semicolonia en contraposición a la noción de subimperialismo, presupone la total actualidad del diagnóstico expuesto por Lenin sobre el imperialismo. Esa mirada se asemeja a la adoptada por la ortodoxia comunista frente a Marini en los años 70. Ambas desestiman los cambios registrados en la dinámica imperial desde la mitad del siglo XX.

En nuestro libro sobre el imperialismo (Katz, 2011) hemos expuesto una actualización con abordajes semejantes a Marini. Registramos los mismos cambios que el pensador brasileño intuyó en la posguerra en tres planos: la existencia de una mayor integración mundial de los capitales, la ausencia de guerras inter-imperialistas y el rol dominante de Estados Unidos. Resaltamos la gravitación del mismo proceso de «cooperación hegemónica» entre las potencias imperiales. Nuestra revalorización del subimperialismo se apoya en esta coincidente mirada.

Algunos críticos objetan nuestro enfoque con los mismos argumentos que cuestionan la tesis subimperial. Aceptan la vigencia de fuertes tendencias a la convergencia entre capitales de distinto origen nacional, pero subrayan la dinámica contradictoria de ese proceso. Destacan que no se han creado clases dominantes transnacionales despegadas de los viejos estados. Consideran que este marco genera tendencias explosivas que habríamos ignorado. No aclaran, sin embargo, cuál ha sido nuestra omisión (Cri; Marcos, 2014).

Desde el momento que la burguesía no forjó clases y estados mundializados esos desequilibrios saltan a la vista. Los objetores se limitan a exponer las mismas tensiones que registramos nosotros y que a su vez recogemos de otros autores.

Pero su retrato de ese curso es llamativo. Por un lado aceptan la preeminencia de empresas multinacionales y por otra parte postulan su irrelevancia. Resaltan la asociación internacional de capitales y al mismo tiempo subrayan la continuidad de la rivalidad. Con esa dualidad no especifican cuál es la tendencia predominante.

Los objetores entienden que ambos procesos coexisten con la misma fuerza del pasado. Pero en ese caso prevalecería una continuidad del escenario leninista, que ha sido alterado por la mayor integración de los capitales. Ejemplifican la persistencia de las viejas rivalidades, en las disputas que actualmente oponen a Alemania con Estados Unidos por el manejo de las crisis monetarias. Afirman que omitimos esas contradicciones.

Pero nuestro enfoque no desconoce esos choques. Simplemente los contextualiza en un escenario de ausencia de guerras entre potencias. Postulamos que las conflagraciones que inspiraron las tesis de Lenin no se verifican en la actualidad. Por eso nadie vislumbra la repetición de conflictos armados entre Estados Unidos, Francia, Alemania, Japón o Inglaterra.

No queda claro si los críticos opinan lo contrario y pronostican la reaparición de confrontaciones entre los ejércitos que integran la OTAN. En lugar de precisar ese diagnóstico retratan las divergencias suscitadas por las cotizaciones del euro y el dólar. Pero es evidente que esas discrepancias financieras no se equiparan con los choques, que desembocaron en la Primera o Segunda Guerra Mundial.

No alcanza con exponer generalidades sobre las tensiones inter-imperiales. Hay que mensurar su envergadura y potencial desenlace. Por eso señalamos que carecen de corroboración las hipótesis de reiteración de lo ocurrido a comienzo del siglo XX.

La triada ejerce actualmente un chantaje nuclear contra terceros que no extiende a sus miembros. Los conflictos económicos en el seno de esa alianza no se proyectan a la esfera militar. Nadie quiere desarmar el sistema de protección capitalista que controla el Pentágono y una eventual confrontación con Rusia o China, tampoco repetiría los conflictos inter-imperialistas del pasado.

En vez de abordar estos problemas, los objetores se limitan a constatar la existencia de tendencias opuestas. Registran la mayor integración mundial de capitales y al mismo tiempo objetan la disipación de las guerras inter-imperialistas.

Pero con esa exposición de cursos diversos no evalúan las consecuencias de sus propias formulaciones. Si hay mayor entrelazamiento burgués mundial y también idénticas posibilidades de guerras, no se entiende la lógica de la indagación.

Esa inconsistencia deriva de suponer que el capitalismo contemporáneo es un calco del vigente en la centuria pasada. Para conservar la lealtad a la teoría clásica del imperialismo -con datos que modifican ese escenario- crean un nubarrón de oscuridades.

Ese eclecticismo se extiende a la evaluación del rol estadounidense. Los críticos reconocen el abismo de fuerzas militares que separa a la primera potencia de cualquier otro concurrente. Pero no deducen ningún corolario de esa singularidad.

Resaltan el agotamiento del liderazgo norteamericano sin compartir los pronósticos de reemplazo de esa supremacía. Optan por la ambigüedad. Rechazan las teorías del declive y también las tesis de continuidad de la primacía norteamericana.

Con ese posicionamiento repiten lo obvio (Estados Unidos ya no cuenta con la fuerza de posguerra), sin explicar por qué razón el dólar perdura como refugio ante las crisis, las compañías yanquis lideran el desarrollo de la tecnología informática y el Pentágono persiste como pilar de la OTAN.

Para subrayar analogías con el escenario leninista los críticos registran «trazas kaustkianas» en nuestro enfoque, señalando afinidades con el «modelo ultra-imperialista». Estiman que esta visión supone imaginar un «imperio sin desafíos», en la «gestión de un capitalismo estable y fuerte» (Chingo, 2012).

Nuestro texto abunda en datos y evaluaciones de los desequilibrios que genera el imperialismo actual. Una simple lectura de esas caracterizaciones desmiente cualquier impresión de estabilidad del sistema. Pero ordenamos esas contradicciones en la lógica de un sistema económico más internacionalizado y gestionado de manera colectiva bajo el comando estadounidense.

A diferencia de los enfoques dogmáticos, Lenin situaba cada problema en la especificidad de su tiempo. Por eso resaltaba la peculiaridad bélica de los conflictos frente a las expectativas pacifistas de Kautsky. Esta contraposición podría actualizarse contrastando las visiones antiimperialistas, con las ilusiones socialdemócratas en el intervencionismo imperial «humanitario».

En lugar de intentar esa aplicación, los críticos trazan una divisoria entre intérpretes de la crisis (ellos) y teóricos de la estabilidad (nosotros). Esta clasificación carece de sentido.

Para comprender el imperialismo actual hay que asumir riesgos analíticos, reconocer hallazgos y abandonar tesis perimidas. Nuestros objetores soslayan estos compromisos y quedan afectados por el mal que nos achacan: navegar en la ambigüedad. Al reconocer una cosa y lo contrario, no aportan sugerencias sobre la dinámica actual de la opresión imperial y sus complementos subimperiales.

Marini delineó varias ideas para comprender esos procesos. ¿Pero cómo operan en la actualidad? Plantearemos nuestra respuesta en el próximo texto.

16-3-2017.

RESUMEN

Marini asignó al subimperialismo una dimensión económica compensatoria del sub-consumo y otra geopolítico-militar de protagonismo brasileño. Reconsideró la teoría clásica del imperialismo y registró la nueva hegemonía regional de ciertas formaciones intermedias.

La mundialización neoliberal diferencia a esas economías por su lugar en la cadena de valor. El subimperialismo actual no tiene aplicaciones puramente económicas, ni se extiende a bloques de países. Rige para gendarmes asociados y autónomos de Estados Unidos. No se repiten las conflagraciones inter-imperialistas del pasado. Los mecanismos de dominación global se han diversificado y la semicolonia ha perdido relevancia conceptual.

REFERENCIAS

-Astarita, Rolando (2010). Subdesarrollo y dependencia, Universidad de Quilmes.

-Bambirra, Vania (1986). El capitalismo dependiente latinoamericano, Siglo XXI, México.

-Bond, Patrick (2015). BRICS and the sub-imperial location, BRICS An Anti-Capitalist Critique. Haymarket, Chicago.

-Bueno, Fabio; Seabra Raphael (2010). A teoría do subimperialismo brasileño: notas para uma (re) discussao contempoánea, www.buenastareas.com, 26-11.

-Callinicos, Alex (2001). Imperialismo Hoy, Ediciones Mundo Al revés, Montevideo.

-Chingo, Juan (2012). El fin de las «soluciones milagrosas» de 2008/9 y el aumento de las rivalidades en el sistema mundial, 28-9 www.ft i.org/IMG/pdf/EI28_Economia_y_geopolitica.pdf

-Cri, Adrian; Robles Marcos (2014). Los tiempos del imperio, Ideas de Izquierda n 13, septiembre, Buenos Aires.

-Cueva, Agustín (2012). Las interpretaciones de la democracia en América Latina, Algunos problemas, Ensayos Sociológicos y Políticos, Ministerio de Coordinación, Quito, febrero.

-Domingues, José Mauricio (2012). Desarrollo, periferia y semiperiferia en la tercera fase de la modernidad global, CLACSO, Buenos Aires.

-Dos Santos, Theotonio (1978). Imperialismo y dependencia, ERA, México.

-Dos Santos, Theotonio (2009). Rui Mauro Marini: un pensador latino-americano, A América Latina e os desafíos da globalizacao, Boitempo, Rio.

-Fernández, Raúl A; Ocampo, José F (1974). The Latin American Revolution: A theory of imperialism, not dependence, Latin American Perspectives, Vol. 1, No. 1, Spring.

-Garcia, Ana (2015). Building BRICS from below?, BRICS An Anti-Capitalist Critique. Haymarket, Chicago.

-Katz, Claudio (2011). Bajo el imperio del capital, Luxemburg, Buenos Aires.

-Katz, Claudio (2017). Argumentos antidependentistas17/2, www.lahaine.org/katz

Ediciones, Buenos Aires.

-Luce, Mathias Seibel (2011). A economía política do subimperialismo em Ruy Mauro Marini: uma historia conceitual, Anais do XXVI Simposio Nacional do Historia, Sao Paulo, julio.

-Luce, Mathias Seibel (2015). Sub-imperialism, the highest stage of dependent capitalism, BRICS An Anti-Capitalist Critique. Haymarket, Chicago.

-Luxemburg, Rosa (1968). La acumulación del capital. Editoral sin especificación, Buenos Aires.

-Mandel, Ernest (1986), Semicolonial countries and semiindustrialized dependent countries, New International, New York.

-Marini, Ruy Mauro (1973). Dialéctica de la dependencia, ERA, México.

-Marini, Ruy Mauro (1991). Memoria, www.marini-escritos.unam.mx/001

-Marini, Ruy Mauro (2007). La dialéctica del desarrollo capitalista en Brasil. Proceso y tendencias de la globalización capitalista, CLACSO, Buenos Aires.

-Marini, Ruy Mauro (2008). En torno a Dialéctica de la dependencia,

América Latina, dependencia y globalización, CLACSO, Bogotá.

-Marini, Ruy Mauro (2013). En torno a la dialéctica de la dependencia, Post-Sriptum, Revista Argumentos vol.26 no.72 México may-ago.

-Martins, Carlos Eduardo (2011). Globalizacao, Dependencia e Neoliberalismo na América Latina, Boitempo, Sao Paulo.

-Matos, Daniel, (2009). La falacia del nuevo subimperialismo brasileño, Estrategia Internacional, n 25, enero.

-Moyo, Sam; Yeros, Paris (2015). Scramble, resistance and a new non-alignment strategy, BRICS An Anti-Capitalist Critique. Haymarket, Chicago.

-Munck, Ronaldo (1981). Imperialism and dependency: recent debates and old dead ends, Latin American Perspectives, vol 8, n 3-4, Jan.

-Osorio, Jaime (2007). América Latina, entre la explotación y la actualidad de revolución, Herramienta, 35.

-Osorio, Jaime (2009). Explotación redoblada y actualidad de la revolución. ITACA, UAM, México.

-Osorio, Jaime (2012). Padrao de reproducao do capital: una proposta teórica, Padrão de reprodução do capital, Boitempo, Sao Paulo.

-Panitch, Leo (2015). BRICS, the G20 and the American Empire, BRICS An Anti-Capitalist Critique. Haymarket, Chicago.

-Sousa Santos, Boaventura (2014) ¿Una tercera guerra mundial?, Pagina 12, 30-12.

-Thalheimer, August (1946). Linhas e conceitos básicos da política internacional apos a II guerra mundial, www.centrovictormeyer.org.br/

Fuente del Artículo:

https://www.aporrea.org/ideologia/a243740.html

Comparte este contenido:

Unidad, educación y disciplina son la base del milagro japonés

Japón/01 de abril 2017/Autora: Pilar Díaz/Fuente: http://www.eluniversal.com

Japón superó la derrota sufrida en 1945 junto con la muerte de tres millones de ciudadanos, la destrucción de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki tras la explosión de dos bombas atómicas y la pérdida de 44% de su territorio y ahora es una potencia económica en el mundo.

¿Tienes algo que decir?

Inicia la conversación y sé el primero en comentar.

En el año 2011 Japón sufrió un devastador maremoto que dañó la planta de energía atómica ubicada en Fukushima y levantó su economía y se encuentra en proceso de recuperación de la zona afectada.

Estos dos hechos evidencian que el pueblo japonés tiene un espíritu de superación ante cualquier desastre.

El embajador de Japón en Venezuela, Kenji Okada, explicó durante una conferencia en El Universal que «hay tres elementos fundamentales para entender el milagro japonés: alto nivel de educación, unidad del pueblo y la disciplina; en segundo lugar, la renuncia a la guerra, lo que permitió dirigir todo el presupuesto de la nación para el crecimiento económico y social y, como tercer punto, la participación en sistemas económicos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el GATT así como una alta tasa de ahorro».

A pesar de tener un pequeño territorio, de apenas 378 mil kilómetros cuadrados, lo que viene a ser un tercio del territorio venezolano y con 127 millones de habitantes (cuatro veces más que Venezuela), Japón en el 2016 presentó un PIB de 4.812.584,59 millones de dólares, con lo que se ubica en la tercera economía en el ranking de 196 países.

EL MILAGRO ECONÓMICO JAPÓNES

Se ha llamado milagro japonés al crecimiento económico vivido por el país desde los años 1960 hasta los años 1980, siendo las tasas anuales de crecimiento del Producto Nacional Bruto (PNB) entre 1953 y 1973 de 10%, muy por encima de los demás países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

​El embajador Okada resaltó que el fin de la Segunda Guerra Mundial se selló con las dos bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki; tres millones de muertos fue el resultado, además de la pérdida del 44% del territorio. Sufrió ocupación extranjera hasta 1952. Para la segunda mitad de los años 60 del pasado siglo Japón ya era la segunda potencia económica.

«En los años 60 se dispara el consumo de aparatos electrodomésticos y se dan cambios en los hábitos y sistemas de vida debido a la influencia de la televisión, la lectura de periódicos y revistas, el uso generalizado del automóvil», resaltó el embajador de Japón.

DEL AISLAMIENTO AL ESPÍRITU JAPONÉS

El embajador Okada hizo un breve resumen de las etapas históricas más importantes por las que pasó Japón. «El país pasa desde el siglo IV por la Corte Yamato hasta el siglo XII que se instaura los shogunatos por los samurais. En el siglo XIV se introduce el sistema educativo occidental y llega a mejorar su nivel de alfabetización que para el siglo XVIII, Londres tenía 10 % de población alfabetizada, París llegaba al 10 % y Tokio tenía el 70 % de la población alfabetizada.

El siglo XVII Japón desarrolla las políticas de aislamiento hasta el siglo XIX se instala la Restauración  Meiji; el principal objetivo de este gobierno fue la modernización y por ende la occidentalización de Japón. Durante esta etapa se une el «espíritu japonés con el conocimiento occidental».

Okada explica que el espíritu japonés antepone el concepto del colectivo por encima del individualismo y por eso la educación es un punto importante para mejorar la capacidad del individuo pero con el objetivo de influir en las mejoras del colectivo.

«No estudiamos únicamente para nosotros sino para contribuir al colectivo y por eso cuando tenemos que enfrentar situaciones como las que nos tocó vivir en 2011 con el maremoto y el daño que sufrió la planta nuclear de Fukushima, pensamos en ayudar al prójimo y por eso motivo no se ven casos de vandalismo», expuso el embajador de Japón, Kenji Okada.

SISTEMA POLÍTICO JAPÓNES

Okada explicó que el sistema político japonés está dividido en tres poderes: el Legislativo, que es el encargado de formar gobierno; el Ejecutivo y el Judicial, con independencia entre sí. El Emperador es la figura emblemática de unidad japonesa pero no tiene peso político, y el Parlamento está estudiando la posibilidad de abdicación, pues por ley el Emperador no se separa del trono hasta su muerte.

El embajador resaltó que no se está contemplado el cambio de la Constitución para darle paso a una sucesora.

Fuente de la Noticia:

http://www.eluniversal.com/noticias/diplomacia-universal/unidad-educacion-disciplina-son-base-del-milagro-japones_646024

Comparte este contenido:

República Dominicana: Valdez Albizu da a conocer propuesta de educación económica y financiera

República Dominicana/28 de marzo de 2017/Fuente: El Dinero

El gobernador del Banco Central encabeza la inauguración de la IV Semana Económica y Financiera.

El gobernador del Banco Central de la República Dominicana (BCRD), Héctor Valdez Albizu, dio a conocer la Propuesta de Estrategia Nacional de Educación Económica y Financiera (ENEEF), la cual permitirá una mejor coordinación entre todas las instituciones involucradas en estas labores, evitando duplicidades y optimizando los recursos, “de manera que podamos hacer llegar con mayor efectividad los mensajes y las acciones a los grupos vulnerables, mejorando sus condiciones de vida y aportando al desarrollo socioeconómico del país”.

Hablando en el acto de apertura de la IV Semana Económica y Financiera (SEF), Valdez Albizu indicó que esta estrategia, elaborada según las recomendaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), plantea el logro de cuatro objetivos: promover el acceso y uso responsable de productos y servicios financieros; mejorar las capacidades económicas y financieras de la población; incorporar la estrategia al sistema educativo nacional; y establecer un esquema de gobernanza institucional que permita su implementación.

Destacó que esta estrategia está basada en los resultados de la Primera Encuesta Nacional sobre Cultura Económica y Financiera, que se aplicara en el año 2014, lo cual permitirá establecer indicadores de cumplimiento y hacer las evaluaciones correspondientes; y que ambos productos: encuesta y estrategia, han sido elaborados por una Mesa de Trabajo, conformada por 13 instituciones y coordinada por el BCRD, que ha trabajado durante algo más de dos años, con carácter profesional y actitud democrática, para cumplir este propósito.

“Con el documento de la estrategia que hoy damos a conocer, el trabajo apenas comienza; en lo adelante habrá que realizar labores operativas y logísticas para alcanzar los objetivos propuestos, por lo cual, exhortamos a las instituciones integrantes de la Mesa de Trabajo a mantener su apoyo y entusiasmo a esta labor, e invitamos a otras instituciones relacionadas a sumarse a esta noble tarea de educar en economía y finanzas a la población dominicana”, dijo el gobernador.

La Mesa de Trabajo que elaboró la ENEEF fue coordinada por el BCRD y está integrada por los ministerios de la Presidencia; Economía, Planificación y Desarrollo; Hacienda; Industria y Comercio; y Educación; las superintendencias de Banco, Pensiones y Valores; las entidades de intermediación financiera representadas por la Asociación de Bancos Comerciales (ABA) y la Asociación de Bancos de Ahorro y Crédito (ABANCORD); el Banco de Reservas y la entidad de educación financiera Argentarium.

Con este importante paso, República Dominicana se coloca, junto con Chile, México, Colombia, Perú, el Salvador, Brasil, Honduras, Uruguay y Paraguay, entre los países de América Latina que ya están llevando a cabo estrategias nacionales de educación económica y financiera.

Por otra parte, el gobernador Valdez Albizu dio la bienvenida a la cuarta versión de la Semana Económica y Financiera 2017, que el BCRD auspicia como parte de su programa de responsabilidad social institucional “Aula Central para la Educación Económica y Financiera”, en coordinación con la fundación internacional Child & Youth Finance, y la participación de 36 instituciones nacionales, ocho más que en la versión anterior.

Informó que durante cinco días, desde el lunes 27 y hasta el viernes 31 de marzo, el BCRD abre sus puertas para que las instituciones participantes puedan mostrar sus avances en materia de educación económica y financiera, y para que el público asistente pueda disfrutar, de manera gratuita, charlas, talleres, conferencias, dinámicas, juegos, obras de teatro, trivias y visitas guiadas al Museo Numismático y Filatélico de la institución.

Asimismo, al igual que en las tres versiones anteriores, ofrece a los periodistas, relacionistas públicos y directores de comunicación, un taller formativo, que en esta ocasión versará sobre el tema “Impacto reputacional de una crisis financiera”, y que será impartido por el reconocido periodista español Iñigo de Barrón, del periódico El País.

En esta IV versión de la SEF participan Argentarium; Asociación de Bancos Comerciales (ABA); las asociaciones de ahorros y préstamos Cibao, La Nacional, Alaver y APAP; la Asociación de Instituciones Rurales de Ahorro y Crédito (AIRAC); los bancos Banesco, Ademi, Adopem, BDI, BHD-León, Caribe, Popular, Progreso, Banreservas, Santa Cruz y Unión; la Bolsa de Valores de la República Dominicana; el CEI-RD; el Centro de Capacitación en Política y Gestión Fiscal; Ciencia Divertida; Children International; las cooperativas Coopcentral, Empresarial y Coopmedica; Dirección General de Impuestos Internos; los ministerios de Hacienda y de Industria y Comercio; la Oficina Nacional de Estadísticas; Pro-Consumidor; Progresando con Solidaridad; las superintendencias de Bancos, Pensiones y Valores; la Tesorería Nacional; la Vicepresidencia de la República, Visa Internacional, y el anfitrión, Banco Central de la República Dominicana.

La 4ta versión de la SEF también se celebrará en la Oficina Regional del BCRD en Santiago, desde el martes 28 al jueves 30 de marzo.

Fuente de la Noticia:

Valdez Albizu da a conocer propuesta de educación económica y financiera

Comparte este contenido:

Película: Ça commence aujourd’hui

Ça commence aujourd’hui (titulada Hoy empieza todo en España y Todo comienza hoy en Argentina) es una película francesa de drama social estrenada en 1999, dirigida por Bertrand Tavernier y escrita por Dominique Sampiero, Tiffany Tavernier y el propio director. Fue protagonizada por Philippe Torreton, Maria Pitarresi, Nadia Kaci y Nathalie Bécue, con música de Louis Sclavis.

Argumento

Daniel Lefebvre, director de una escuela de párvulos donde la situación social es conflictiva debido a la crisis en el sector minero que ha dejado a las familias sin trabajo, y todos los miembros docentes del centro comienzan una lucha para solucionar los problemas externos a la escuela en los que se encuentran sus pequeños alumnos. Dejan así de lado su labor únicamente educativa para cubrir las necesidades primarias de los niños. Todo esto teniendo en contra numerosos factores: el poder político y la falta de ayuda y asistencia social hasta la llegada de Samia, quien se involucra tanto como ellos en su labor.

Premios

La película consiguió el premio del público en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián celebrado en 1999 y el premio FIPRESCI. Además tuvo una mención especial en el Festival Internacional de Cine de Berlín de ese mismo año.

Para ver trailer película, haga click aquí:

Fuente de la Reseña:

https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%87a_commence_aujourd’hui

Comparte este contenido:

Las razones por las que millones en EEUU no terminan la universidad

EEUU/07 de marzo de 2017/Fuente: http://latino4u.net

Los mismos obstáculos impiden a los estudiantes de obtener títulos y con frecuencia ponen fuera de su alcance los trabajos de clase media con buenos sueldos.

¿Cómo es que millones de estadounidenses están sin trabajos o atrapados en empleos que pagan poco mientras que los empleadores dejan millones de puestos vacantes cada año? Una gran razón de esto es la crisis del alto nivel de abandono universitario en el país, algo que recién está recibiendo la atención nacional que merece. De hecho, menos de la mitad de los estudiantes universitarios de EEUU se gradúan. Y los niveles son peores en las universidades comunitarias(conocidos en inglés como ‘community colleges’), las cuales son los proveedores principales de educación y capacitación para los 29 millones de empleos de habilidades medianas que pagan sueldos de clase media.

Esto no es solamente un problema para las personas que no se gradúan. Es un problema para todos nosotros. Sin trabajos decentes con sueldos decentes, la gente se queda atrapada en la pobreza, persiste la desigualdad de ingresos y la promesa estadounidense de oportunidad para todos no se pude cumplir. Los trabajos que pagan bien que requieren sólo un diploma de secundaria mayormente han desaparecido a medida que la automatización y la globalización han seguido transformando la economía. Ya para 2020 un 65% de los empleos requerirán por lo menos algo de educación postsecundaria. Las universidades comunitarias imparten clases a casi la mitad de todos los estudiantes estadounidenses e inscriben a unos 10 millones de estudiantes cada año, pero sólo un poco menos de un 20% de ellos obtiene un diploma dentro de tres años.

Por muy deprimentes que son estas cifras, no reflejan la extensión completa del problema, aunque las estadísticas excluyen a estudiantes matriculados a tiempo parcial y también a los que toman un receso de sus estudios para trabajar o cuidar a familiares para luego regresar a la universidad. Existen pruebas anecdóticas que indican que los índices de terminación de estudios para estos estudiantes podrían ser aún más bajos. Esto significa que una buena parte de los trabajadores potenciales de EEUU no están recibiendo la educación y la capacitación que necesitan para mantenerse a sí mismos y a sus familias y luego ascender a la clase media.

Hay dos razones principales por las que los estudiantes no terminan sus estudios universitarios, las que normalmente operan en conjunto: una preparación inadecuada y dificultades para navegar por la universidad.

Los graduados de secundarias de áreas de alta pobreza generalmente no están bien preparados para el nivel de estudios de la universidad, por lo que son asignados cursos correctivos en Matemáticas e Inglés. Los trabajadores adultos que se matriculan en las universidades comunitarias en su esfuerzo por avanzar sus carreras enfrentan obstáculos parecidos, ya que sus habilidades académicas normalmente están oxidadas.

Se les puede requerir a los estudiantes que tomen de uno a tres cursos correctivos, los cuales se tienen que tomar en orden y no confieren créditos universitarios. El atraso les cuesta dinero y tiempo a los estudiantes —los cursos de desarrollo gastan la ayuda financiera, la cual tiene una duración limitada, y no cuentan como parte de los cursos necesarios para recibir un título universitario— y también produce frustración y desaliento. Un 70% de los estudiantes asignados a cursos correctivos nunca terminan sus estudios universitarios.

La segunda razón por las que los estudiantes no obtienen sus títulos universitarios es por la dificultad de combinar los estudios universitarios con otros compromisos o navegar el sistema de educación superior. Cerca de dos tercios de los estudiantes en universidades comunitarias trabajan para mantenerse a sí mismos y a sus familias mientras que estén estudiando y quizás estén enfrentando hambre y estar sin techo. Muchos son padres solteros y más de un tercio son los primeros en sus familias en asistir a la universidad. Ambos son factores que pueden presentar obstáculos para la graduación.

Dado que muchos estudiantes en universidades comunitarias han tenido poca exposición previa a los estudios superiores, con frecuencia tienen dificultades con todos los aspectos necesarios para completar los estudios universitarios con éxito, como escoger cursos que llevan a un título, solicitar la ayuda financiera, obtener tutoría u otro tipo de apoyo académico y equilibrar el trabajo con los estudios universitarios.

Esto no es un problema nuevo: ha estado en el radar de los educadores y los legisladores durante décadas. Nuestra organización se llama Jobs for the Future (Empleos para el Futuro o JFF por sus siglas en ingles). Nosotros y nuestros socios hemos desarrollado algunas soluciones para mejorar los índices de graduación de universidad en todo el país:

1. Rediseñar la educación correctiva

La meta de nuevos enfoques es acortar el tiempo que un estudiante pasa con los estudios correctivos y hacer que tales estudios sean relevantes para las metas de carrera del estudiante. Siempre que sea posible, los cursos de educación correctiva dan créditos para títulos universitarios para acelerar el progreso del estudiante en cuanto a recibir un título.

Las universidades también están buscando maneras más efectivas de medir la preparación académica. En lugar de depender de puntajes estandarizados de exámenes para determinar cuáles estudiantes necesitan clases correctivas, las universidades están usando múltiples medidas, entre ellas los expedientes académicos de la preparatoria, evaluaciones de maestros y conversaciones entre estudiantes y consejeros.

JFF ha colaborado con Florida, Virginia Occidental, Ohio y otros estados para encabezar un movimiento nacional para reformar la educación de desarrollo.

2. Caminos guiados a través de la universidad

El catálogo de cursos universitarios no es tan diferente a un bufet libre: presenta a los estudiantes una gama vertiginosa de opciones atractivas, pero ofrece poca orientación sobre escoger los cursos adecuados en la orden correcta. Con sólo una cantidad mínima de asesoramiento disponible, con frecuencia los estudiantes universitarios hacen malas elecciones y terminan con un conjunto desarticulado de créditos en lugar de un título o se quedan sin los créditos adecuados para trasladarse a una universidad de cuatro años (en EEUU las universidades comunitarias normalmente ofrecen dos años de estudios, las que pueden llevar luego a pasar a un programa de cuatro años en otra institución).

La solución a este problema se llama ‘caminos guiados’ y es como un menú de precio fijo. Se limita el universo de elecciones y se organizan tales opciones en secuencias que le ayudan al estudiante a ponerse —y mantenerse— en un camino hacia completar un programa de certificación o bien de licenciatura. Los caminos guiados también incluyen asesoramiento extenso y otros tipos de apoyo para ayudar a los estudiantes a navegar todos los aspectos de la vida universitaria. JFF provee la pericia a las instituciones y a los legisladores para promover políticas y programas que apoyen caminos guiados.

3. La secundaria preuniversitaria

Llamadas early college high school en inglés, estas son secundarias especiales que preparan académicamente a los estudiantes de bajos ingresos y les dan el conocimiento y confianza que necesitan para navegar la universidad. Los estudiantes en estos programas toman cursos universitarios —recibiendo créditos— mientras que estén en la preparatoria. De tal modo llegan a la universidad con la preparación académica adecuada en lugar de necesitar cursos correctivos. Apoyo extenso de maestros y asesores —junto con mucha exposición a los campos universitarios, la cultura universitaria y las expectativas— les da a incluso los estudiantes más vulnerables la oportunidad de completar sus estudios universitarios.
La mayoría de los estudiantes (un 94%) en estos programas se gradúan de la preparatoria con algunos créditos universitarios y un tercio obtienen un diplomado ( associate’s degree) para el tiempo en que se gradúan de la preparatoria. Esto los permite matricularse inmediatamente en una universidad de cuatro años. JFF y nuestros socios hemos ayudado a iniciar o a rediseñar más de 280 escuelas de early college que actualmente atienden a más de 80,000 estudiantes en todo el país.

Desarrollar estas soluciones requiere mucho esfuerzo meditado y colaborativo. Cada una ha tomado años —con frecuencia décadas— para desarrollarse, y todas son trabajos en elaboración que requieren inversiones significativas para mantenerse. Mejorar los índices de la graduación de la universidad es lento y caro, pero es mucho más alto el costo de dejar atrás a grandes partes de la población.

Fuente de la Noticia:

http://latino4u.net/las-razones-por-las-que-millones-en-eeuu-no-terminan-la-universidad/

Comparte este contenido:

Libro: Desterrados: tierra, poder y desigualdad en América Latina

Desterrados: tierra, poder y desigualdad en América Latina

OXFAM [vv.aa.]
…………………………………………………………………………

ISBN: 978-0-85598-836-4
OXFAM
Inglaterra – Oxford
Noviembre de 2016

Nuevos datos explican por qué América Latina es la región del mundo más desigual en el reparto de la tierra. La alta dependencia del modelo extractivista, basado en explotar a gran escala los recursos naturales, es un motor de desigualdad que ha llevado a mayor concentración de la tierra, la riqueza y el poder económico y político. Además, ha incrementado la violencia contra quienes defienden la tierra, el agua, los bosques y los derechos de las mujeres, los pueblos indígenas y las comunidades campesinas.
Es necesario detener las prácticas que fomentan la desigualdad y promover una nueva redistribución de la tierra, eliminando los privilegios de las élites y fortaleciendo los derechos de las personas y las comunidades.
Para descargar, haga click aquí:
Descargar .pdf
Fuente de la Reseña del Libro:
http://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana-cm/libro_detalle.php?orden=&id_libro=1485&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1428
Comparte este contenido:

El malestar como energía de transformación social

Por: Amador Fernández- Savater 

Entramos en un «período oscuro» en el cual el malestar social es canalizado por la derecha populista (Trump, Brexit, etc.). ¿Podemos reconvertir el malestar en una energía de transformación social?

Hay historias que parecen resumir épocas o momentos históricos. Willy Pelletier cuenta una de ellas en el último número de Le Monde Diplomatique que lleva por título: «Mi vecino vota al Frente Nacional».

Pelletier es un militante de largo recorrido en organizaciones antirracistas de extrema izquierda y narra en el artículo distintas acciones desarrolladas contra el Frente Nacional. Pero todo su relato está punteado por la duda y la autocrítica: al fin y al cabo, esas movilizaciones no han logrado frenar el ascenso del FN. Entre líneas nos ofrece una explicación: sucede que ninguna de esas acciones tocaba jamás a un simpatizante del FN, porque se desarrollaban siempre en circuitos muy cerrados (entre militantes políticos que habitan determinados barrios, hablan de determinada forma, tienen determinados valores, etc.).

Pelletier conoce (¿por primera vez?) a un simpatizante del FN cuando, medio «jubilado» del activismo, se va a vivir con su pareja al campo en la zona de Aisne (Picardía). Se trata de Éric, un obrero especializado en embalaje industrial. Se hacen muy amigos y un día, algo borrachos, Éric le confiesa que vota por Marine Le Pen: «Se me eriza el vello cuando la escucho, la manera en que habla de los franceses te hace sentir orgulloso. Además, en esta zona el FN ha ayudado a mucha gente».

¿Qué tipo de zona es Aisne? Un escenario típico de la crisis, según lo pinta Pelletier. Muy degradado, apenas sin equipamientos (salud o transportes), ni lugares de encuentro (los bares, las parroquias y las asociaciones deportivas cierran). No hay trabajo, todo el mundo está endeudado, los jóvenes se marchan, la violencia contra las mujeres aumenta y también la «sensación» general de inseguridad (aunque los robos no sean frecuentes). Por contra, hay guetos de ricos por todo el territorio: son ejecutivos o profesionales liberales que vienen de París y compran buenas casas de piedra o granjas abandonadas a precio de saldo.

Tras el encuentro con Éric, Pelletier se hace nuevas preguntas. La superioridad moral con la que antes juzgaba a los votantes del FN (abstractos, desconocidos) ya no le parece de recibo. Ahora tiene a uno enfrente suyo de carne y hueso, con su historia y sus razones. Y es su amigo. Pelletier concluye el artículo así: «En el trabajo, Éric considera que ‘los jóvenes’ no le escuchan ni le respetan… Al vivir allí, inmovilizado en un espacio en decadencia, impotente frente al derrumbe de un mundo que ya no resiste, viendo que su territorio se llena de ‘parisinos’, ¿cómo podría Éric sentirse ‘orgulloso’?».

Crisis de la presencia

Abandono y falta de recursos, paro y endeudamiento, ruptura del hilo generacional y destrucción de los lugares de encuentro… La crisis no es sólo «crisis económica», sino también de referencias y fidelidades, de creencias y valores. Una crisis cultural, en el sentido antropológico de «formas de vida», muy profunda.

El colectivo Tiqqun nos propone pensarla como «crisis de la presencia». ¿Qué significa esto? Que nuestra presencia, es decir nuestro estar en el mundo, ya no es firme, no está asegurado, ni garantizado. Golpeados en el plano de lo económico (el paro), de lo social (los contextos degradados) o de los valores (la ausencia de comunidad o hilo generacional), lo que entra en crisis «por debajo» es precisamente nuestra misma facultad de mantenernos «erguidos» ante el mundo. Lo que parecía sólido comienza a desintegrarse: el sentido de la vida y de la realidad, la consistencia subjetiva y la fijeza misma de las cosas.

Pero la crisis de la presencia no es sólo pérdida o peligro, sino también ocasión y oportunidad. ¿En qué sentido? La presencia que se tambalea es la «presencia soberana»: un tipo de relación con el mundo en términos verticales de dominio y control. Una experiencia de vida basada en la distinción nítida entre un sujeto (que gobierna) y un objeto (el mundo a gobernar). Una concepción de la libertad como «dominio» (sobre la naturaleza, sobre los demás, sobre el tiempo, sobre la realidad). Como autosuficiencia e independencia.

Crisis de la presencia significa que una zozobra muy íntima nos atraviesa (tanto más fuerte cuanto más hemos sido educados en el molde de la presencia soberana: como hombres blancos, adultos y propietarios, trabajadores en un mundo sin trabajo, etc.). Lo que nace de esa zozobra, de ese tambaleo, es la inquietud, el malestar. La sensación de no encajar, de que ya nada lo hace. El malestar es la manifestación sensible de la crisis de la presencia.

Por tanto, con la crisis de la presencia se abre la posibilidad de una bifurcación, de un desplazamiento, de la invención de otras formas de estar y relacionarnos con el mundo, tanto personales como colectivas. El malestar social puede ser el motor y el centro de energía de una transformación profunda, a un tiempo política, económica, cultural, existencial, etc.

Un período oscuro

¿Estamos entrando en un «período oscuro»? Vamos a llamar «período oscuro» a aquel en el cual el malestar –esa inquietud, ese no encajar, esa energía potencial de cambio– es canalizado por derecha.

Una derecha que no es simplemente establishment, sino una suerte de paradoja andante: establishment anti-establishment, élite anti-elitista, neoliberalismo antiliberal, etc. Es el Frente Nacional, es Trump, es el Brexit y las demás variantes de derecha populista apoyadas por todos los Éric del mundo. Proscritas por la «cultura consensual» que ha definido el marco de lo posible durante las últimas décadas y que hoy se cae en pedazos (aquí la Cultura de la Transición). Rechazadas porque no guardan las formas de lo «políticamente correcto» (lo liberal-democrático): polarizan, exageran y mienten sin ningún pudor, son agresivas y fomentan el odio machista, xenófobo, etc.

La derecha populista parece satisfacer a su modo las dos pulsiones que Freud hallaba en nuestro inconsciente: el eros y la pulsión de muerte, es decir, la pulsión de orden y la pulsión de desorden.

— Orden: me refiero a la promesa de restauración de la subjetividad en crisis. La fuerza cautivadora de la promesa de un trabajo, de un lugar en el mundo, de una continuidad con la tradición, de la pertenencia a una comunidad, etc.

«Make America great again«, exclama Trump. «Let’s take back control«, proponen los partidarios del Brexit. Recuperemos el control que una vez tuvimos. Y con él la normalidad, la grandeza incluso. ¿Y cómo? A través de la exclusión, mediante altos muros y todo tipo de barreras, de aquello que nos amenaza. De lo que ha traído la decadencia a nuestro mundo y a nuestras coordenadas de sentido. El chivo expiatorio pueden ser los «parisinos» de Éric, o los «refugiados», o los «mexicanos», o la «igualdad de género» (preguntado por su voto, un taxista de procedencia africana le dijo a un amigo en la ciudad estadounidense de Baltimore: «No puedo votar, pero si pudiera lo haría por Trump. Porque si gana Hillary las mujeres tendrán mucho poder en este país. Los hombres ya no importan aquí. Se necesita un hombre fuerte»).

En cualquiera de los casos, el malestar se concibe como un «daño» que nos inflige un «otro» al que debemos dejar «fuera» del «nosotros» para recuperar la normalidad. Y de ese modo, cerraremos la herida, calmaremos tanta inquietud, detendremos la zozobra y recuperaremos el equilibrio, revirtiendo nuestra «decadencia».

Deseo de orden y normalidad, deseo de protección y soberanía. Eso por un lado, pero no sólo. También deseo de que todo salte por los aires.

Desorden: me refiero al gozo de «dar una patada al consenso» que, con buenos modales y bonitos discursos, nos ha traído la ruina. A una izquierda que extiende por todas partes la desigualdad, la guerra y la deportación de personas, pero «guardando las formas». A la élite progresista del Partido Demócrata que vive ajena e insensible a las preocupaciones de las clases populares y se burla además de sus modos de vida, sus gustos y sus referentes. A los «parisinos» que votan socialista, compran a precio de saldo las casas y las granjas que los habitantes de Aisne ya no pueden sostener y despotrican contra los pobres que votan a la derecha. Etc.

En un mundo en el que todo parece atado y bien atado, en el que ningún gesto (por arriba o por abajo) parece capaz de cortocircuitar el estado de cosas y abrir lo posible, Trump, el Brexit, el FN canalizan las ganas de que «pase algo», de ver ocurrir «lo imposible», eso justamente que todas las voces políticamente correctas consideran «que no puede ni debe pasar», lo demoníaco… ¿Quién da más? ¡Y sólo con un voto! Es decir, sin perder en ningún momento la posición del espectador en la película de catátrofes.

Debates en el campo progresista

Más allá de la «superioridad moral», que renuncia a preguntarse por lo que no entiende, etiquetándolo simplemente como el resurgir de la ignorancia y la brutalidad, hay otras dos lecturas de la situación actual en el campo «progresista» que merecen atención y discusión: la «marxista» y la «populista».

La lectura «marxista» encuentra el origen-causa de lo que pasa en la desconfiguración de la izquierda (y, en general, del paradigma de la lucha de clases). Es decir: el malestar social, que antes tenía estructuras organizativas y cognitivas para enfocarse por izquierda, hoy ha quedado huérfano.

Y es la derecha populista la que adopta al huérfano, elevando el tono de voz e interpelando al descontento, ofreciendo al malestar (el miedo, la rabia, la incertidumbre) esquemas explicativos, vías para canalizarlo y enemigos contra los que dirigirse. A través de las «guerras culturales» (en torno al aborto, las creencias religiosas, los estilos de vida, etc.), la derecha populista capta el «resentimiento de clase» redirigiéndolo contra «los enemigos de los valores tradicionales». Es decir, traduce los conflictos político-económicos como conflictos morales e identitarios. «La guerra cultural es una guerra de clases, pero deformada», dice Zizek.

¿De qué se trata entonces? De re-crear las estructuras cognitivas y organizativas de la lucha de clases, politizando la economía, hablando de intereses materiales, reconstruyendo la izquierda. Pero, ¿podemos reducir el malestar contemporáneo a una cuestión económica-de clase? En la propia historia de Éric hemos visto que convergen muchas situaciones, procesos y factores; cómo se mezcla lo económico, lo social, lo cultural, lo existencial, etc. ¿Podemos pensar las cuestiones culturales como meros «engaños», «distracciones» o «cortinas de humo» que nos impiden ver lo «esencial»? ¿Podemos suponer que el racismo o el machismo de los votantes de Trump son «fenómenos ideológicos» (secundarios) que se esfumarán una vez que el malestar se enfoque en las cuestiones económicas y de clase?

Me parece que la derecha populista tiene éxito, no porque hable de cuestiones culturales disimulando lo económico-de clase, sino porque tiene algo que decir al respecto. Porque sitúa la pelea política en el terreno ético, antropológico y de las formas de vida. Es decir, de las maneras de verse uno mismo, de relacionarse con los demás, de hacer las cosas y de estar en el mundo. ¿Qué tiene la izquierda que proponer sobre ello? Me temo que muy poco: apenas el «ideal militante», con tan poco alcance y tan poco atractivo como ya sabemos.

La lectura «populista» (hablo ahora del populismo progresista) vendría a decir que no se trata tanto de encontrar las «verdaderas causas» del malestar como de «construir su sentido» e imprimirle una dirección. La política es, por tanto, una pelea por «definir los acontecimientos». Por ejemplo, ¿cuál es el significado que vamos a dar a la crisis? ¿Es responsabilidad de «la gente que ha vivido por encima de sus posibilidades» o más bien de «la casta» oligárquica que ha saqueado el país? Lo decidirá una «batalla cultural» entre discursos y relatos cuyo desenlace no depende de la verdad de la que son portadores, sino de la eficacia comunicativa de las metáforas en juego.

La construcción de sentido, desde estos planteamientos, obedece una lógica formal. Es decir, no se trata del sentido que deriva de la «experiencia misma», sino del sentido que recibe de un discurso (en sentido amplio) que la articula en cierto código. A estas alturas en España, con la presencia constante de los líderes de Podemos en los medios de comunicación, todos hemos aprendido ya cuál es el «código» populista: la articulación, a través de «significantes vacíos» y del antagonismo con un Otro, de las demandas insatisfechas de la sociedad en un nuevo bloque histórico (identidades nacional-populares capaces de representar al todo, no sólo a una parte).

Sin lugar a dudas Íñigo Errejón es el maestro del código, el Señor de los signos. Me recuerda a veces a aquel niño prodigio que en clase era siempre capaz de resolver el maldito cubo de Rubik a increíble velocidad. A partir de lo que sea que pase, a partir de cualquier colección de datos que ofrezca la realidad, Errejón es capaz de armar una y otra vez el rompecabezas: lo cuadra todo en el código de las demandas, los significantes vacíos, la frontera antagónica y las identidades nacional-populares. De ahí también la sensación recurrente de que siempre dice lo mismo, aunque los contenidos sean distintos. Porque el código está siempre ahí, antes de cada situación, antes de cada proceso, antes de cada palabra y antes de cada gesto, lo que requiere es una inteligencia combinatoria capaz de hacer encajar las piezas y los colores de la realidad.

El problema aquí es todo lo que perdemos pensando el mundo (y la política) como el juego de Rubik, con sus ejes y sus modos de girar pre-establecidos. Se pierde la materialidad de lo real (porque lo que se interpretan son signos-mensajes, el resto no interesa y se abstrae). Se pierde la singularidad irreductible de los acontecimientos y sus relaciones (que nos requiere una inteligencia sensible más que combinatoria). Se pierde la autonomía de los procesos (que pueden ser pensados-dirigidos-codificados desde el exterior, sin mantener ninguna relación de interioridad o intimidad con ellos). Y se pierde, finalmente, la posibilidad de creación de nuevos sentidos para la vida social (porque una y otra vez se reintroduce lo «otro», lo nuevo o desconocido, en una lógica de lo mismo).

El malestar como energía de transformación

Volvamos un momento a Éric, «inmovilizado en un espacio en decadencia, impotente frente al derrumbe de un mundo que ya no resiste». Esa inmovilización, esa impotencia hacen de él una víctima. El malestar se asume como daño, pérdida. La culpa de todo la tienen «otros». Y lo que se desea es «devolver el golpe» (ver rodar la cabeza de los culpables) para reequilibrar de nuevo las cosas y el mundo (la presencia), regresar a la normalidad.

¿Cuánto tiempo más podremos sostener esta condición de víctimas? ¿No nos cansamos de ella? No cambiamos mucho sustituyendo un enemigo por otro: «los inmigrantes» por «la casta». Mantenemos intacta la subjetividad victimista que critica pero no emprende ningún cambio, que piensa que el mal viene de otro (tal grupo o persona) y que si lo eliminamos todo estará bien, que delega siempre en el salvador de turno la tarea de «restaurar el equilibrio» (muchas veces nostalgia de algo que nunca existió).

No necesitamos crítica victimista y resentida, sino fuerza afirmativa y de transformación. Otra relación, pues, con nuestro malestar. Es lo más difícil porque apenas nada en nuestra cultura occidental nos educa para ello. El ideal normativo de la «presencia soberana» (el control, el dominio, la autosuficiencia) nos hace ver las crisis como algo «que no debería pasar» o, en todo caso, como algo de lo que tenemos que salir enseguida, algo que debemos «reparar» cuanto antes para volver a la normalidad. Otra relación con el malestar supone no verlo sólo como daño o pérdida, sino también como ocasión y oportunidad, motor de cambio.

¿Podemos salir de la inmovilización e impotencia usando el malestar mismo como palanca? Es un planteamiento «energético» del malestar: las energías que se desatan en él son «conmutables», es decir, transformables en otras cosas (en acciones, en palabras, en «obras», en otros modos de vida, en nuevas sensibilidades y referencias, etc.). Las lágrimas que no se tragan, sino que comparten y se elaboran pueden metamorfosearse en acciones colectivas, en procesos de ayuda mutua, en la creatividad de nuevas imágenes y palabras, en gestos de rechazo y desafío. La sanación no pasa entonces por la reparación, sino por la (auto)transformación.

Un ejemplo. Suele decirse que en España la derecha populista no tiene apenas vigor (aún) porque el 15M nos hizo «entender» que el enemigo es el 1% (políticos y banqueros) y no el 99% (los inmigrantes, los refugiados, los pobres). Pero así permanecemos en el planteamiento «semiótico» y de lucha de interpretaciones. Sería mejor ver las plazas del 15M como lugares de un proceso casi «alquímico» por el cual un tipo de energía (el malestar vivido en soledad e impotencia) se convirtió en otra (la alegría de la potencia colectiva). A través del estar-juntos, de la presencia compartida, del acompañamiento mutuo, de la «complicidad afectuosa entre los cuerpos», como dice Franco Berardi (Bifo).

Al tipo de fuerza que se genera en esta presencia compartida la llamaremos «fuerza vulnerable». Es decir: una fuerza que nace –paradójicamente– de la debilidad. Del hecho de haber sido tocados, afectados, «golpeados» por el mundo. No es la fuerza de voluntad de la presencia soberana, que se pone a distancia del mundo para empujarlo en la «buena dirección», sino una fuerza afectada por el mundo y que precisamente por eso puede afectarlo a su vez. Es la fuerza de los afectados: los del atentado del 11M de 2004, los de la PAH o de cualquiera capaz de convertir el sufrimiento en energía de transformación

El malestar, como energía (no como objeto a movilizar ni como signo a interpretar), es entonces la materia prima del cambio social. Pero su «politización» hace estallar sin embargo las formas tradicionales de lo político.

Supone mantener un vínculo vivo entre lo existencial y lo político tan ajeno al grupo militante (donde no caben los problemas personales) como al grupo de autoayuda (donde no entran los problemas del mundo). Nos requiere un «saber hacer con el no saber», porque no pueden conocerse de antemano las elaboraciones de sentido a las que puede dar lugar el contacto con el malestar (no hay código-maestro que tenga de antemano las respuestas). Necesita espacios capaces de acoger el malestar sin juzgarlo (¿qué espacio «anticapitalista» sería capaz de acoger a Éric, por ejemplo?). Nos exige formas de acompañamiento horizontal: no se trata de «organizar» o «interpretar» lo que les pasa a otros, sino de hacer un viaje juntos. Y mucho más.

Abrir una bifurcación

En el «derrumbe de un mundo que ya no resiste», la derecha populista nos promete la vuelta al orden y la normalidad. Una salida falsa. Canaliza el malestar señalando chivos expiatorios, pero no da ninguna respuesta a los problemas de fondo (crisis de representación, crisis económica, crisis ecológica, etc.). Todo lo contrario: ocultando y reproduciendo sus condiciones, convirtiéndonos en víctimas y bloqueando toda posibilidad de transformación, prepara los nuevos desastres.

El populismo progresista también nos promete volver al orden y la normalidad (del Estado del bienestar, la soberanía nacional, etc.), desalojando a «la casta» del poder y planteando «un horizonte alternativo de certezas y seguridades». Los contenidos son diferentes (qué tipo de orden, qué tipo de enemigo), pero se trata de un mismo planteamiento que interpela principalmente a la subjetividad victimista necesitada de compensar la sensación de pérdida y reforzar las referencias en crisis (un poco de «orgullo»). Esta opción puede ofrecernos un «mínimo de protección» si llega al poder. Nada que despreciar, pero muy insuficiente si pretendemos un cambio en profundidad.

Entre la «vuelta atrás» (imposible) o la «fuga hacia adelante» (suicida), ¿hay una tercera opción? Más difícil todavía: no pensar en «salir de la crisis», sino abrir en ella una bifurcación. Convertir la «crisis civilizatoria» en «mutación civilizatoria». No agarrarse desesperadamente a algo, sino emprender un viaje. No contener el derrumbe, ni soñar con revertirlo para volver donde estábamos, sino abrir y sostener otros mundos aquí y ahora: otros modos de relación con el trabajo, el cuerpo, el lenguaje, la tierra, la ciudad, el nosotros, etc. Aprovechar la crisis, hacer palanca en la fuerza vulnerable.

Históricamente, las mujeres han sido muy capaces de convertir situaciones y lugares de dependencia en focos de potencia: desplegar fuerza vulnerable. En ese sentido, la mejor noticia sobre la victoria de Trump han sido las masivas marchas de mujeres que tuvieron lugar en Estados Unidos el día de la proclamación. Convocadas anónimamente por tres mujeres «cualquiera» apoyadas en la capacidad de contagio de las redes sociales (así se propagan los movimientos por afectación, a través del anonimato y la horizontalidad), permiten imaginar una oposición a Trump que va más allá de la mera reacción anti-Trump. Una oposición que no es sólo ideológica o partidista, que no es sólo defensiva o resistencialista (aunque por supuesto haya muchísimas cosas que defender), sino sobre todo afirmativa y de paradigma, con planteamientos (teóricos y prácticos) de mutación civilizatoria en torno al trabajo, los cuidados, la familia, las relaciones, etc.

«Un mundo sólo se para con otro mundo». No se trata sólo de oponernos a Trump, sino al mundo del que Trump es la figura insignia. El mundo de la presencia soberana hoy tocada, que sólo sabe revolverse ante ello con violencia y que amenaza con hundirnos a todos y a todas consigo.

** Este texto es una versión de la ponencia presentada en el encuentro «Politizaciones del malestar» al que fui invitado por Laia Manonelles, Daniel Gasol y Nora Ancarola.

** Más sobre Tiqqun, la «crisis de la presencia» y la «fuerza vulnerable».

** El planteamiento «energético» sobre el malestar está ampliamente inspirado en Economía libidinal, el libro de Jean-François Lyotard.

Fuente: http://www.eldiario.es/interferencias/malestar-energia-transformacion_social_6_606199392.html

Comparte este contenido:
Page 4 of 5
1 2 3 4 5