Las emociones en el aprendizaje

México / 11 de noviembre de 2018 / Autor: Gilberto Guevara Niebla / Fuente: La Crónica de Hoy

Cuando se piensa en el aprendizaje generalmente se subraya el lado cognitivo del proceso, pero se desestima el lado afectivo. Hay quienes piensan que las emociones son una distracción para que el alumno aprenda y otros piensan, de plano, que aprendizaje y emociones son cosas opuestas.

La cultura moderna y occidental da poca relevancia a las emociones y valora en exceso el conocimiento y la ciencia. En las últimas tres décadas, sin embargo, nuevos desarrollos en las neurociencias han dado lugar a un cambio en esta apreciación ya que se ha podido comprobar que las emociones dirigen la atención, crean significado y tienen sus propias vías de recuerdo.

Hoy se sabe hoy que el pensamiento es indisociable del sentimiento. Desde luego, todos tenemos presentes elementos emocionales que, sabemos, por simple sentido común, ayudan al aprendizaje: la paz interior, el equilibrio emocional, la motivación, el afecto paterno, un buen clima emocional en el aula, etc. Y, al mismo tiempo, entendemos que cuando el alumno está triste, deprimido, enojado, molesto, simplemente no puede concentrarse en el estudio. En la investigación se suele separar la emoción del sentimiento. Las emociones se producen por vías automatizadas y son el gozo, el placer, el miedo, la sorpresa, el disgusto, la ira y la tristeza; en cambio los sentimientos son respuestas desarrolladas cultural y ambientalmente a las circunstancias, por ejemplo, la preocupación, la frustración, el cinismo, la indiferencia y el optimismo.

Daniel Goleman alcanzó celebridad cuando publicó en 1995 su libro Inteligencia emocional (Bantam Books) que tuvo un éxito de ventas explosivo. Según la revista Harvard Business Review la inteligencia emocional es un concepto revolucionario y una de las ideas más influyentes de la década. En el mundo empresarial, dijo Goldman, se observa que el éxito en el trabajo muchas veces no se obtiene con la sola posesión de un alto IQ, sino que va asociado, en la mayoría de casos, a habilidades como el autocontrol, el entusiasmo, la empatía, la perseverancia y la capacidad para motivarse a uno mismo.

Es verdad que algunas de esas habilidades pueden venir configuradas por la genética o la experiencia durante los primeros años de vida, la evidencia, respaldada por la investigación, demuestra que las habilidades emocionales son susceptibles de aprenderse y perfeccionarse a lo largo de la vida –si se utilizan los métodos adecuados. Goleman introduce la noción de “analfabetismo emocional”. Cuando un docente enfrenta a un alumno que adopta recurrentemente conductas disruptivas y agresivas hacia sus compañeros, probablemente se halla ante un analfabeta emocional.

Este fenómeno, el analfabetismo emocional, está ampliamente difundido en las escuelas de México como lo saben todos los docentes. Una ilustración se halla en los datos que ofreció el estudio internacional de educación cívica y ciudadana de 2016 que publicó el INEE: en secundaria son frecuentes las agresiones físicas, las burlas, las amenazas, los ataques en internet, etc. que revelan fallas en la dimensión formación emocional de los alumnos.

Se ha buscado dar una respuesta a estas deficiencias con la asignatura Habilidades Socio-Emocionales. Entre las habilidades que se busca formar se encuentran: que el alumno se conozca, que se comprenda a sí mismo, que desarrolle sentido de eficacia y de confianza en sus capacidades personales, que entienda y regule sus emociones, que sienta y muestre empatía hacia los demás, que tome decisiones responsables y desarrolle sentido de comunidad.

Fuente del Artículo:

http://www.cronica.com.mx/notas/2018/1091151.html

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Gilberto Guevara Niebla

Profesor titular del Colegio de Pedagogía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y director de la revista Educación 2001. Ha trabajado por más de veinticinco años en el campo de la educación como professor, investigador y funcionario. En 1992 fue nombrado subsecretario de educación básica de la SEP. Ha publicado ensayos, libros y ha sido colaborador de distintos medios impresos, entre ellos las revistas Nexos y Etcétera y los periódicos La Jornada y El Universal. Entre sus obras se encuntran el libro La rosa de los cambios. Breve historia de la UNAM (1990) y el opúsculo Democracia y educación (1998). Su interés académico se ha orientado en los últimos años hacia la formación moral y la educación ciudadana.