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Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de ‘Kill Bill’ y podría conducir a la reinvención del comunismo

Por: Slavoj Zizek

La propagación continua de la epidemia de coronavirus también ha desencadenado grandes epidemias de virus ideológicos que estaban latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías de conspiración paranoicas, explosiones de racismo.

La necesidad médica fundamentada de cuarentenas encontró un eco en la presión ideológica para establecer fronteras claras y poner en cuarentena a los enemigos que representan una amenaza para nuestra identidad.

Pero quizás otro virus ideológico, y mucho más beneficioso, se propagará y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global.

A menudo se escucha especulación de que el coronavirus puede conducir a la caída del gobierno comunista en China, de la misma manera que (como el mismo Gorbachov admitió) la catástrofe de Chernobyl fue el evento que desencadenó el fin del comunismo soviético. Pero aquí hay una paradoja: el coronavirus también nos obligará a reinventar el comunismo basado en la confianza en las personas y en la ciencia.

En la escena final de ‘Kill Bill 2’ de Quentin Tarantino, Beatrix deshabilita al malvado Bill y lo golpea con la «Técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos» , el golpe más mortal en todas las artes marciales. El movimiento consiste en una combinación de cinco golpes con la punta de los dedos a cinco puntos de presión diferentes en el cuerpo del objetivo. Después de que el objetivo se aleja y ha dado cinco pasos, su corazón explota en su cuerpo y caen al suelo.

Este ataque es parte de la mitología de las artes marciales y no es posible en un combate cuerpo a cuerpo real. Pero, volviendo a la película, después de que Beatrix lo hace, Bill tranquilamente hace las paces con ella, da cinco pasos y muere …

Lo que hace que este ataque sea tan fascinante es el tiempo entre ser golpeado y el momento de la muerte: puedo tener una conversación agradable siempre que me siente tranquilo, pero soy consciente de todo este tiempo que en el momento en que empiezo a caminar, mi corazón explotará y caeré muerto.

¿La idea de quienes especulan sobre cómo la epidemia de coronavirus podría conducir a la caída del gobierno comunista en China no es similar? Al igual que una especie de «Técnica del Corazón Explotante de la Palma de Cinco Puntos» en el régimen comunista del país, las autoridades pueden sentarse, observar y pasar por los movimientos de cuarentena, pero cualquier cambio real en el orden social (como confiar en la gente) resultará en su caída.

Mi modesta opinión es mucho más radical: la epidemia de coronavirus es una especie de ataque de la «Técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos» contra el sistema capitalista global, una señal de que no podemos seguir el camino hasta ahora, que un cambio radical es necesario.

Triste hecho, necesitamos una catástrofe

Hace años, Fredric Jameson llamó la atención sobre el potencial utópico en las películas sobre una catástrofe cósmica (un asteroide que amenaza la vida en la Tierra o un virus que mata a la humanidad). Tal amenaza global da lugar a la solidaridad global, nuestras pequeñas diferencias se vuelven insignificantes, todos trabajamos juntos para encontrar una solución, y aquí estamos hoy, en la vida real. El punto no es disfrutar sádicamente el sufrimiento generalizado en la medida en que ayuda a nuestra causa; por el contrario, el punto es reflexionar sobre un hecho triste de que necesitamos una catástrofe para que podamos repensar las características básicas de la sociedad en la que nos encontramos. En Vivo.

El primer modelo vago de una coordinación global de este tipo es la Organización Mundial de la Salud, de la cual no obtenemos el galimatías burocrático habitual sino advertencias precisas proclamadas sin pánico. Dichas organizaciones deberían tener más poder ejecutivo.

Los escépticos se burlan de Bernie Sanders por su defensa de la atención médica universal en los EE. UU. ¿Es la lección de la epidemia de coronavirus que no se necesita aún más, que debemos comenzar a crear algún tipo de red GLOBAL de atención médica?

En esto, tenía razón: todos estamos en el mismo bote. Es difícil pasar por alto la suprema ironía del hecho de que lo que nos unió a todos y nos empujó a la solidaridad global se expresa a nivel de la vida cotidiana en órdenes estrictas para evitar contactos cercanos con los demás, incluso para aislarse.Un día después de que el Viceministro de Salud de Irán, Iraj Harirchi, apareciera en una conferencia de prensa para minimizar la propagación del coronavirus y afirmar que las cuarentenas masivas no son necesarias, hizo una breve declaración admitiendo que ha contraído el coronavirus y se aisló (ya durante su primera aparición en televisión, había mostrado signos de fiebre y debilidad). Harirchi agregó : «Este virus es democrático y no distingue entre pobres y ricos o entre estadista y ciudadano común».

Y no estamos lidiando solo con amenazas virales: otras catástrofes se avecinan en el horizonte o ya están ocurriendo: sequías, olas de calor, tormentas masivas, etc. En todos estos casos, la respuesta no es pánico, sino un trabajo duro y urgente para establecer algún tipo de eficiente coordinación global.

Fuente e imagen: https://www.rt.com/op-ed/481831-coronavirus-kill-bill-capitalism-communism/

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El coronacapitalismo

Por: Carlos Fernández Liria. 

Hace ya varios siglos que la humanidad contrajo un virus fatal, una especie de pandemia económica a la que, hoy en día, podríamos llamar coronacapitalismo

El sentido común ha sido tan derrotado en las últimas décadas que vivimos acostumbrados al delirio como lo más normal. Aceptamos como inevitables cosas bien raras. Por ejemplo, que el mayor peligro con el que nos amenaza el coronavirus no es que infecte a las personas, sino que infecta a la economía. Resulta que nuestra frágil existencia humana no resulta tan vulnerable como nuestro vulnerable sistema económico, que se resfría a la menor ocasión. Naomi Klein dijo una vez que los mercados tienen el carácter de un niño de dos años y que en cualquier momento pueden cogerse una rabieta o volverse medio locos. Ahora pueden contraer el coronavirus y desatar quién sabe si una guerra comercial global. Los economistas no cesan de buscar una vacuna que pueda inyectar fondos a la economía para inmunizar su precaria etiología neurótica. Se encontrará una vacuna para la gente, pero lo de la vacuna contra la histeria financiera resulta más difícil.

Para nosotros es ya una evidencia cotidiana: la economía tiene muchos más problemas que los seres humanos, su salud es más endeble que la de los niños y, por eso, el mundo entero se ha convertido en un Hospital encargado de vigilar para que no se constipe. Somos los enfermeros y asistentes de nuestro sistema económico. El caso es que hace cincuenta años aún se recordaba que este sistema no era el único posible, pero hoy en día ya nadie quiere pensar en eso. Por otra parte, los que intentaron cambiarlo en el pasado fueron tan derrotados y escarmentados que todo hace pensar que en efecto la cosa ya no tiene marcha atrás y que cualquier día que los mercados decidan acabar con el planeta por algún infantil capricho o alguna infección agresiva llegará el fin del mundo y santas pascuas. “El mundo comenzó sin el hombre y terminará sin el hombre”, decía Claude Lévi-Strauss. Estaremos aquí mientras así sea la voluntad de la Economía. Lo mismo se pensaba antes de la voluntad de los dioses. La diferencia es que éstos, normalmente, no tenían el carácter de un niño de tres años, ni se contagiaban del virus de la gripe.

Sorprende leer algunos textos de hace un siglo, cuando todavía no habíamos ingresado en este manicomio global. Por ejemplo, es muy impactante releer una conferencia que John Maynard Keynes impartió en Madrid en 1930 y que llevaba el significativo título “Las posibilidades económicas de nuestros nietos”. Hace de ello casi cien años. Y eso era lo que se planteaba Keynes, qué sería del mundo económico cien años después. La cosa tiene incluso gracia. El gran genio de la economía del siglo XX pronostica, nada más y nada menos, que en cosa de cien años (allá por el año 2020, vaya) “la humanidad habrá resuelto ya su problema económico”, es decir, que nos habremos librado de la “economía”, del problema de cómo “administrar recursos escasos”, sencillamente porque ya no serán escasos. La cosa le parece evidente a la luz de lo que él considera una “enfermedad” que ha contraído la economía de su tiempo: el paro y la sobreproducción. Esta “enfermedad”, al contrario que el “coronavirus”, anunciaba un futuro muy prometedor y, en realidad, demostraba (¡increíble afirmación!) “que el problema económico no es el problema permanente del género humano” (el subrayado es de Keynes). O sea, acuerdo total con Aristóteles y desacuerdo con la filosofía subyacente a la ciencia económica: no somos un homo economicus, sino un ser social que tiene un problemilla económico que se puede remediar (en Aristóteles, teniendo esclavos; en la actualidad, con el progreso técnico y la organización de la producción). Hasta el momento, la economía ha sido una enfermedad congénita para la humanidad (o quizás, más bien, un virus que contrajo con la separación de las clases sociales, porque en las sociedades neolíticas, según atestigua la antropología, siempre se trabajó mucho menos que ahora). En todo caso, con la revolución industrial se habría descubierto la vacuna. En resumen, a Keynes le parece obvio que, allá por el año 2020, los seres humanos podrían trabajar “quince horas a la semana, en turnos de tres horas al día” y, aún así, seguiría sobrando riqueza: “tres horas al día es suficiente para satisfacer al viejo Adán que hay dentro de nosotros”.

Así es que el bueno de Keynes se plantea un grave problema existencial: ¿qué hará la humanidad con tanto tiempo libre?, ¿no le provocará ansiedad?, ¿nos pasará a todos como “a las esposas de las clases adineradas, mujeres desafortunadas que ya no saben qué hacer con su vida desocupada y aburrida”? El ocio puede ser un arma de dos filos, pues el aburrimiento puede ser letal desde un punto de vista psíquico. Otro peligro es que no seamos capaces de reprimir nuestros instintos agresivos, impidiendo las guerras, que todo lo destruyen. Es una cuestión de educación, habrá que acostumbrar a la población a divertirse y a ser buena gente. Por lo demás, si dejamos que los especialistas en economía resuelvan los cada vez menores problemas económicos, del mismo modo “que hacen los odontólogos, como personas honestas y competentes”, todo irá bien.

En fin, sorprende que un genio económico como Keynes ni por un momento repare en que bajo condiciones capitalistas es imposible repartir el trabajo y reducir la jornada laboral, algo que Marx ya demostró en 1867. Y que, por tanto, el problema no será el aburrimiento o la agresividad, sino el capitalismo. El capitalismo no genera ocio, sino paro, que no es lo mismo. Paro y trabajo excesivo; pero de repartir nada, porque económicamente es imposible, porque la economía se pondría enferma con ese reparto, un auténtico virus letal desde el punto de vista de los negocios. En cuanto a las guerras, bajo el capitalismo tienen poco que ver con la agresividad humana. Como muy bien dijo en los años ochenta el filósofo Günther Anders, “el capitalismo no produce armas para las guerras, sino guerras para las armas”. Las guerras son, ante todo, mercados solventes para la producción armamentística. Así son los caprichos de eso que llamamos “la economía”.

Keynes no menciona eso del “capitalismo”, lo mismo que tampoco suele mencionarse hoy. El capitalismo es sencillamente la vida económica de la humanidad, como se piensa en Intereconomía y, en general, en nuestro actual modelo ideológico. Pero Keynes no era un vulgar tertuliano y pensaba, como todo bien nacido, que ese “problema económico” se podía dejar atrás. Hasta el momento, como dijo Raoul Vaneigem en 1967, “supervivir nos ha impedido vivir”; pero ha llegado el momento de librarnos de la asfixiante lucha por la supervivencia y comenzar a vivir un poco según lo que Marx llamaba “el reino de la libertad” (en palabras de Aristóteles, no hay que conformarse con vivir, sino con una vida buena). Así es que, como Keynes era una buena persona, sólo le queda el recurso a la ingenuidad: la humanidad no será tan estúpida de seguir sin repartir el trabajo y aprovecharse de la sobreproducción (que la sociedad de consumo demuestra a diario de manera tan extravagante). Él no podía sospechar que los “especialistas odontólogos” que iban a acabar  por gestionar la “economía” iban a ser Milton Friedman y sus Chicago boys, y que, en el año 2020, lejos de “habernos librado del problema económico”, íbamos a vivir en una cárcel económica asfixiante, temerosos de la que la economía contraiga algún virus o estalle en alguna imprevisible rabieta. Actualmente, lo primordial ya no es construir un Estado del Bienestar para la población, sino estar pendientes del Bienestar de la Economía, que tiene sus propios problemas y sus propias soluciones, que poco tienen que ver con las de los seres humanos.

Sorprende tanta ingenuidad en un hombre de la talla de Keynes. Qué diferencia con el diagnóstico que hacían las izquierdas. Yo ya no creo mucho en eso de la célebre “superioridad moral de la izquierda”, pero sí creo que su superioridad intelectual fue indiscutible. Aún recuerdo una entrevista en la televisión que hicieron durante la Transición a Federica Montseny, cuando regresó a España tan anciana. “Sigo pensando lo mismo de siempre. Hay que superar el capitalismo, porque el capitalismo es incapaz de repartir el trabajo”. Lo mismo que había diagnosticado Paul Lafargue, el yerno de Marx, en su magistral ensayo El derecho a la pereza (1880), en el que definía el comunismo como el medio para lograr que los avances de la técnica se tradujeran en ocio y en descanso, en lugar de en paro y en sobreproducción. Si las lanzaderas tejieran solas, había dicho Aristóteles, no harían falta esclavos. Pues, bien, afirma Lafargue, las lanzaderas ya tejen solas. Cada descubrimiento técnico que doble la productividad, debería ir seguido de una decisión parlamentaria: ¿preferimos tener el doble y seguir trabajando lo mismo o trabajar la mitad y tener lo mismo que antes? Puro sentido común. Lo mismo que dice Keynes. Lo que pasa es que Lafargue sabe que bajo el capitalismo eso es imposible. Por eso era comunista, sólo que en un sentido enteramente opuesto al estajanovismo  y a la cultura proletaria que se instauró en la URSS y la China maoísta (algo que seguramente tuvo poco que ver con el comunismo y bastante con el hecho de estar continuamente en guerra o amenazados por ella).

Pero pensemos en otro eminente genio del siglo XX: Bertrand Russell. En 1932 escribió Elogio de la ociosidad, un texto en todo semejante al de Paul Lafargue, donde podemos leer: “El tiempo libre es esencial para la civilización, y, en épocas pasadas, sólo el trabajo de los más hacía posible el tiempo libre de los menos. Pero el trabajo era valioso, no porque el trabajo en sí mismo fuera bueno, sino porque el ocio es bueno. Y con la técnica moderna sería posible distribuir justamente el ocio, sin menoscabo para la civilización”. Con la técnica moderna, sin duda que sí. Con el capitalismo no, como bien se ha demostrado cien años después. Otro ingenuo. Aunque no tanto: Russell tiene muy claro que, durante la guerra, la “organización científica de la producción” (lo que en el lado comunista se llamaba “planificación económica”) había permitido fabricar armas y municiones suficientes para la victoria. “Si la organización científica”, nos dice, “se hubiera mantenido al finalizar la guerra, la jornada laboral habría podido reducirse a cuatro horas y todo habría ido bien”. Pero, por el contrario, “se restauró el antiguo caos: aquellos cuyo trabajo se necesitaba  se vieron obligados a trabajar excesivamente y al resto se le dejó morir de hambre por falta de empleo”. En los años 30, Bertrand Russell protesta indignado con impaciencia: “¡Los hombres aún trabajan ocho horas!”. Ello lleva a la sobreproducción en todos los sectores, las empresas quiebran, los trabajadores son despedidos y arrojados al paro. “El inevitable tiempo libre produce miseria por todas partes, en lugar de ser una fuente de felicidad universal. ¿Puede imaginarse algo más insensato?”. Russell no ve otra solución que reducir la jornada laboral cuatro horas diarias. Eso acabaría con el paro y con la sobreproducción que hace quebrar a las empresas. Vemos que coincide punto por punto con el diagnóstico de Keynes. En cambio, si hoy en día se te ocurre decir la cuarta parte de esto, te consideran un demagogo populista. Keynes y Russell están superados, debe de ser que ya tenemos gente más lista por ahí, en las tertulias de la radio (o quizás en las Facultades de Economía).

“Cuando propongo que las horas de trabajo sean reducidas a cuatro, no intento decir que todo el tiempo restante deba necesariamente malgastarse en puras frivolidades”, continúa diciendo Bertrand Russell. No, porque él tiene confianza en las virtudes civilizatorias del ocio, del tiempo libre. De hecho, está convencido de que “sin la clase ociosa, la humanidad nunca hubiese salido de la barbarie”. Lo que ocurre es que, como bien sabía Aristóteles y bien recordaba Paul Lafargue, para que haya existido una clase ociosa siempre han hecho falta esclavos o proletarios. Pero ya no es así, los progresos técnicos de la humanidad nos auguran “un mundo en el que nadie esté obligado a trabajar más de cuatro horas al día”, de modo que ahora es posible “democratizar el tiempo libre” y que “toda persona con curiosidad científica pueda satisfacerla, y todo pintor pueda pintar sin morirse de hambre, no importa lo maravillosos que puedan ser sus cuadros”. El tiempo libre se invertirá en las artes y las ciencias, en la política y el progreso moral de la humanidad. “Puesto que los hombres no estarán cansados en su tiempo libre, no querrán sólo distracciones pasivas e insípidas” y muchos dedicarán sus esfuerzos a “tareas de interés público”. La conclusión de Bertrand Russell es impactante por ser muy de sentido común: “Los métodos de producción modernos nos han dado la posibilidad de la paz y la seguridad para todos; en vez de esto, hemos elegido el exceso de trabajo para unos y la inanición para otros. Hasta aquí, hemos sido tan activos como lo éramos antes de que hubiese máquinas; en esto, hemos sido unos necios, pero no hay razón para seguir necios para siempre”.

¿No? Que se lo pregunten a nuestros actuales tertulianos y a nuestras autoridades económicas también. Sí hay una razón y se llama capitalismo. Porque Russell, como Keynes, piensan que es una cuestión de necedad o de humana insensatez. Russell piensa que es porque nos han comido el tarro con una ética del trabajo delirante. Estamos empeñados en que “el trabajo es un deber”. Empeñados en que “el pobre no sabría cómo emplear tanto tiempo libre”. De ahí su angustiosa pregunta: “¿Qué sucederá cuando se alcance el punto en que todo el mundo pueda vivir cómodamente sin trabajar muchas horas?”. Pero Russell (como Keynes) se preocupaba inútilmente. Los tiempos iban a demostrar que, mientras siguiera existiendo el capitalismo, eso no sucedería jamás, sino todo lo contrario. Gozamos ahora de desarrollos técnicos inimaginables para él (y para Keynes). Y no ha aumentado el tiempo libre, sino el paro y la precariedad. Y el trabajo excesivo. Y sería demasiado sarcástico eso de intentar convencer a los precarios y los parados de que si se empeñan en trabajar es porque hay una “ética del trabajo” que les tiene comido el coco. No es una cuestión ética. Es una cuestión económica, que tiene que ver con un sistema que Lafargue, Montseny y Marx hacían muy bien en llamar “capitalista”.

De hecho, ha ocurrido todo lo contrario de lo que pensaban Keynes o Russell. En realidad, actualmente no es que trabajemos “todavía” ocho horas. La gente trabaja mucho más. En un cierto sentido, incluso (como ha contado Santiago Alba Rico en sus últimos libros), actualmente trabajamos 24 horas diarias, pues el capitalismo ya no sólo explota el trabajo, sino también el ocio. La tecnología, bajo el capitalismo, no ha liberado ocio alguno: ha borrado las fronteras entre el ocio y el trabajo. Así que hasta los parados generan activamente beneficio y no sólo, como antes, en la medida en que el paro era una función de la producción misma, sino porque están conectados a la red y consumiendo no sólo mercancías baratas sino imágenes asociadas a grandes empresas de la comunicación. El situacionista y anticapitalista Vaneigem, en 1967, sí que era bien consciente de que esto empezaba ya a ocurrir: “Ahora, los tecnócratas, en un hermoso aliento humanitario, incitan a desarrollar mucho más los medios técnicos que permitirían combatir eficazmente la muerte, el sufrimiento, la fatiga de  vivir. Pero el milagro sería mucho mayor si en lugar de suprimir la muerte se suprimiera el suicidio y el deseo de morir. Existen formas de abolir la pena de muerte que hacen que se la eche de menos”.

En todo caso, la ingenuidad de Keynes, la sensatez de Russell, la genialidad de Lafargue, nos retrotraen a épocas en las que aún no se había perdido el sentido común, cuando aún se tenía el derecho a no estar loco. No porque el mundo no estuviera igual de loco, como atestiguan dos guerras mundiales y no pocas crisis económicas devastadoras, sino porque el sentido común no había sido todavía tan pisoteado. Aún no habíamos perdido tantas batallas, como demuestra el espíritu del 45 que Ken Loach inmortalizó en su magnífica película: “si el socialismo nos ha permitido gestionar la guerra, tiene que  servirnos para gestionar la paz”, se decía por aquél entonces. La segunda guerra mundial la habían ganado los comunistas. Pero es que también las grandes potencias aliadas, durante la guerra, habían sido socialistas a la hora de organizar su producción. ¿No podía hacerse lo mismo para organizar la paz? Sin duda, así lo demostró la Europa del Bienestar durante dos décadas. Pero había otra guerra en curso, la de la lucha de clases. Y un duro camino que recorrer hasta que el magnate Warren Buffett dijera su célebre frase: “naturalmente que hay lucha de clases, pero es la mía la que va ganando”.

La derrota estaba servida. El “socialismo del bienestar”, que existió en Alemania y los países nórdicos durante los años sesenta y setenta, como una especie de lujo que los ricos se podían permitir, ha sido derrotado. Y los intentos de hacer lo mismo que tuvieron los países más pobres, ensayando un socialismo compatible con el orden constitucional y la democracia, fueron machacados uno tras otro mediante un rosario de golpes de Estado, invasiones y bloqueos económicos. Ahora bien, por lo menos, no perdamos del todo la memoria y el sentido común. Recordemos qué es lo que ha pasado y no nos creamos más juiciosos que Keynes o Russell. Lejos de habernos librado del “problema económico” vivimos sometidos a una economía cada vez más chiflada, cada vez más vulnerable y cada vez más tiránica. Pero el que la economía se haya vuelta loca no implica que nosotros nos volvamos locos también,  olvidando  dónde está el problema. En esa época, ni las izquierdas ni las derechas habían perdido el juicio como ocurre actualmente (como empezó a ocurrir a partir de los años ochenta, cuando se inició la hegemonía neoliberal). Fue un autor católico bien de derechas, como era G.K. Chesterton, quien mejor describió el problema psiquiátrico al que nos veíamos abocados y lo hizo en 1935, poco más o menos en los años en la que han hablado Keynes y Russell. Conviene releer ahora su magnífico artículo Reflexiones sobre una manzana podrida. Dependiendo de nuestras convicciones religiosas -nos dice- podemos o no creer en los milagros. Y en los cuentos de hadas. Podemos creer que una planta de alubias puede subir hasta el cielo, pues al fin y al cabo que existan las alubias ya es un misterio bastante increíble. Pero lo que no puede ser es que cincuenta y siete alubias sean lo mismo que cinco. O que multiplicar panes y paces dé como resultado menos panes y menos peces. Una cosa es la fe o la credulidad y otra muy distinta la locura y el absurdo. “La historia de los panes y los peces no convence al escéptico, pero tiene sentido. Pero ningún Papa o sacerdote pidió jamás que se creyera que miles de personas murieron de hambre en el desierto porque fueron abundantemente alimentados con panes y con peces. Ningún credo o dogma declaró jamás que había muy poca comida porque había demasiados peces”.

Y sin embargo, nos dice Chesterton, “esa es la precisa, práctica y prosaica definición de la situación presente en la moderna ciencia económica. El hombre de la Edad del Sinsentido debe agachar la cabeza y repetir su credo, el lema de su tiempo: Credo qua impossibile”. La situación es tan absurda que “nos enteramos de que hay hambre porque no hay escasez, y de que hay tan buena cosecha de patatas que no hay patatas. Esta es la moderna paradoja económica llamada superproducción o exceso de mercado”.

El problema fundamental estaba ya previsto desde hace mucho tiempo por Aristóteles, que descubrió la “economía” al tiempo que nos advirtió de sus peligros. El mayor enemigo de la ciudad, de la polis, nos dijo, es la hybris, la desmesura, el infinito, la falta de límites. Y la economía corre demasiado el riesgo de devenir infinita. Un médico, por ejemplo, en tanto que médico persigue la salud del paciente. Su actividad tiene un fin que se completa y concluye con la sanación del enfermo. Por eso es muy importante que el médico no cobre dinero (o como ocurre hoy día en la sanidad pública, que cobre un sueldo fijo del Estado). Porque si el médico comienza a cobrar por sus curaciones, se habrá iniciado un proceso que no tiene por qué tener fin, pues el fin ya no es la salud, sino la ganancia y el ansia de ganancia no tiene por qué detenerse nunca, de modo que la salud o la enfermedad se convierten más bien en medios para seguir haciendo girar la rueda de los negocios. A este tipo de economía, Aristóteles le llamó “crematística” y la consideró con razón el mayor enemigo de la ciudad. Y su temor tenía mucho de profético, porque apuntaba ya a una situación en la que la sociedad entera estuviera sustentada por el infinito y la desmesura. Un monstruo tiránico para lo que todo serían medios de enriquecimiento. Ni en la peor de sus pesadillas, Aristóteles habría podido concebir el mundo actual, en el que la economía ha cobrado vida propia y tiene ya su propio metabolismo que en absoluto coincide con el de la sociedad y los seres humanos que la habitan.

Chesterton pone el mismo ejemplo: un hombre que vendía navajas de afeitar y luego explicaba a los clientes indignados que él nunca había afirmado que sus navajas afeitaran, pues no habían sido hechas para afeitar, sino para ser vendidas. Lo mismo que ahora los tomates, que ya no tienen porque saber a tomate con tal de que se vendan. Y así con todo lo demás. Durante los años 80, las vacas gallegas se alimentaron de mantequilla. Puede parecer absurdo desde un punto de vista humano, pues la elaboración de mantequilla lleva mucho trabajo y la mantequilla sale de las vacas. Pero desde un punto de vista económico resultaba de lo más sensato. Todas las empresas que fabrican mantequilla intentan agotar el mercado, de modo que acaba sobrando mucha mantequilla. La única salida a la crisis del sector es intentar imponerse a la competencia, procurando ser el último en quebrar, lo cual requiere fabricar masivamente más mantequilla al mejor precio. Y entonces se descubrió que las vacas alimentadas con mantequilla producían mucha más mantequilla. Al fin y al cabo, la mantequilla no se producía para engordar, sino para la venta. Ya lo había previsto Chesterton en 1935, porque en esos tiempos aún quedaba algo de sentido común: “Si un hombre en lugar de fabricar tantas manzanas como quiere, produce tantas manzanas como se imagina que el mundo entero necesita, con la esperanza de copar el comercio mundial de manzanas, entonces puede tener éxito o fracasar en el intento de competir con su vecino, que también desea todo el mercado mundial para sí”. La sed de ganancia introduce el infinito en la ciudad, la hybris hace reventar a todas las instituciones destinadas a administrar la modesta vida finita de los seres humanos. De hecho, en la actualidad, el infinito económico ya no cabe en este mundo, ha rebasado los límites de un planeta finito y redondo, y amenaza con hacerlo reventar. No podemos seguir creciendo un tres por ciento anual en un planeta como este, que más bien decrece por agotamiento de sus recursos.

Pero el diagnóstico de Chesterton, siendo genial como es, también tiene algo de ingenuo, aunque menos que el de Keynes o Russell. “El comercio”, nos dice, “es muy bueno en cierto sentido, pero hemos colocado al comercio en el lugar de la Verdad. El comercio, que en su naturaleza es una actividad secundaria, ha sido tratado como una cuestión prioritaria, como un valor absoluto”. Es como si el Dios del Génesis, en lugar de contemplar su creación y ver que las cosas eran “buenas”, hubiera exclamado que eran “bienes” destinados a ser comprados y vendidos de forma generalizada. En esto tiene toda la razón, por supuesto. Pero Chesterton se olvida de explicar por qué el mercado se ha convertido en un amo, en lugar de seguir siendo, como le correspondía, un buen esclavo. Marx, en cambio, sí se empeñó en intentar explicarlo  y concluyó que se debía a una estructura de la producción, impuesta a sangre y fuego en los anales de la historia, a la que había que llamar “capitalismo”. Si llamamos “comunistas”, ante todo, a los que se empeñaron en luchar contra  esa estructura capitalista, no cabe duda de que, en ese sentido, los comunistas tenían (teníamos) toda la razón. Pero no vivimos en un mundo de fantasías, sino enfrentados a la cruda realidad. Hace ya tiempo que perdimos la batalla de los hechos. Pero, por lo menos, que no nos hagan también perder el juicio. El capitalismo existe. No es la economía natural del ser humano. Es un sistema particular, que tiene su propio metabolismo, cada vez más neurótico, cada vez más vulnerable a todo tipo de virus y bacterias, pero que sigue siendo infinitamente poderoso, por lo que, probablemente no acabará más que llevándose todo por delante.  No parece probable que  el capitalismo, en su demente evolución, nos vaya a traer el comunismo, como creyeron las filosofías de la historia marxistas del siglo XX. Es más probable que nos traiga el Apocalipsis, si no es que ya vivimos en él.

Hace ya varios siglos que la humanidad contrajo un virus fatal, una especie de pandemia económica a la que, hoy en día, podríamos llamar “coronacapitalismo”. Ese virus respira con más fuerza que todos nosotros juntos. Como una metástasis cancerosa tiene sus propios objetivos y no se preocupa demasiado del cuerpo de la humanidad, al que acabará por exterminar.

Fuente del artículo: https://rebelion.org/el-coronacapitalismo/

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El futuro de la atención plena

Por: Ronald Purser

Necesitamos una nueva praxis de liberación espiritual y política que no sea silenciada por el bálsamo débil de la superación personal.

La verdadera paz no es simplemente la ausencia de tensión: es la presencia de la justicia». Martin Luther King.

En un episodio de la serie de televisión Black Mirror , Chris, un conductor de viajes compartidos, hace clic en una aplicación de atención plena en su teléfono inteligente. Una voz suave lo guía mientras cierra los ojos: “Ahora, una vez más, vuelve tu atención a la respiración. Tu mente puede vagar; simplemente míralo ir, con calma y sin juicio”.

Después de conducir una corta distancia, Chris detiene bruscamente el automóvil, toma una pistola y apunta a su pasajero que es un empleado de Smithereen, una importante compañía de redes sociales a quien culpa por la muerte de su prometido, ya que había quitado los ojos del mientras revisaba compulsivamente su plataforma de redes sociales, lo que provocó un accidente fatal.

Esto es ficción, pero los hechos no están muy lejos. Pensemos en el terrorista noruego de extrema derecha Anders Behring Breivik , quien usó la meditación para calmar sus emociones antes de lanzarse a disparar; o el CEO de Twitter, Jack Dorsey , cuyo último proyecto de vanidad fue un retiro de meditación silenciosa de diez días y desintoxicación digital en una isla remota frente a la costa de Myanmar. Por supuesto, tuiteó su logro al mundo, completo con fotos de sus 117 picaduras de mosquitos. Para la élite de Silicon Valley, tales retiros se han convertido en símbolos de estatus del martirio tecnológico, menos cualquier acción real para frenar los efectos adictivos y distractores de las redes sociales que controlan.

Estos ejemplos ilustran cómo la atención plena puede usarse para propósitos nefastos cuando se divorcia de un marco ético más amplio y se despliega como una técnica de autoayuda que refuerza la atomización de los individuos, transmitiendo un mensaje ideológico implícito de que el estrés y las ansiedades que experimentamos se deben a nuestras pobres opciones de estilo de vida y reflexiones mentales, en oposición a las estructuras y entornos en los que vivimos y trabajamos. ¿Cómo se puede evitar esta trampa?

En los últimos meses, Transformation ha publicado una serie de artículos que ayudan a responder esa pregunta, iniciados por mi crítica de » La falsa revolución de la atención plena». Varios temas comunes han surgido de esta serie. El primero es la necesidad de ver, enseñar y experimentar la atención plena dentro de un contexto social más amplio si se quiere realizar su potencial como fuerza de cambio. En » Pasar la atención plena de ‘yo’ a ‘nosotros ‘», llamo a esto un cambio hacia la atención plena «cívica» que permite a las personas ver con mayor claridad cómo sus experiencias cotidianas y sus problemas personales se enredan con los problemas públicos.

Como dijo el sacerdote jesuita y activista social Padre Daniel Berrigan , esta forma de atención busca «desafiar la tiranía implícita en las cosas como son», desarrollando una nueva praxis que pueda construir lazos de solidaridad más fuertes para superar la soledad y el aislamiento. De individuos en sociedades contemporáneas. En este sentido, la atención plena es, en última instancia, un acto de recordación, no solo en términos de memoria, sino también de volver a unir colectivamente nuestras vidas rotas.

Poner en práctica esta visión requiere pedagogías que tengan en cuenta las crudas realidades de las personas que sufren, al tiempo que reorientan las prácticas contemplativas hacia la promoción de la justicia social y la sostenibilidad ecológica. En su contribución a la serie, Luke Wreford y Paula Haddock hacen precisamente esto, describiendo una variedad de programas que los miembros de su red están implementando, mientras que David Forbes proporciona un plan concreto para desarrollar un marco más crítico para la atención plena en las escuelas.

En su ensayo, Forbes muestra cómo la atención plena puede facilitar la evolución de formas de educación más democráticas al contextualizar los pensamientos, sentimientos, creencias y comportamientos de los estudiantes en relación con los problemas que los rodean. Esta forma de atención plena involucraría a los estudiantes en el diálogo, ayudándoles a investigar, desafiar y resistir «estructuras sociales injustas, políticas, inequidades de poder y otras barreras en las escuelas y la sociedad que son las fuentes de estrés, ira, tristeza y desafección». Estos ejemplos pragmáticos ilustran cómo las pedagogías críticas y opresivas pueden integrarse en programas de mindfulness más comprometidos socialmente.

El segundo tema común se refiere a la relación entre la atención individual y la acción colectiva. Mark Leonard, en » Mindfulness social como una fuerza para el cambio «, explica por qué el entrenamiento convencional de mindfulness le resulta difícil unir estas dos cosas porque se ve a sí mismo como una entidad psicológica separada. Al colocar al yo, en lugar de al todo, en el centro, la atención plena puede funcionar como una octava terapéutica superior del neoliberalismo, reverberando y transmitiendo los supuestos culturales dominantes sobre la responsabilidad individual del estrés y la ansiedad. El yo atomizado se posiciona como el punto de apoyo de su propio éxito y fracaso, mientras que las causas del sufrimiento están localizadas, contenidas en nuestras propias mentes, independientemente del contexto más amplio, que solo la acción colectiva puede transformar.

El trabajo de Rachel Lilley con Mark Whitehead es una rara excepción a esta tendencia. En su ensayo, “ ¿La atención plena en política hace alguna diferencia? Lilley describe cómo desarrolló y aplicó un nuevo programa llamado «Perspectivas de comportamiento basadas en la atención plena» en el gobierno galés. Este programa, a diferencia de los enfoques convencionales basados ​​en la atención plena, se basa en una teoría de la mente que es inherentemente «social, relacional, cultural e histórica». El objetivo no es simplemente hacer que los responsables políticos del gobierno sean más tranquilos y menos reactivos, sino lograr cambios profundos en la cultura política en la que se toman las decisiones políticas. El programa ayuda a los responsables políticos a descubrir sus propios sesgos cognitivos y suposiciones profundamente arraigadas que limitan la calidad de su toma de decisiones.

Sin embargo, algunos cuestionan si la atención plena es la ‘herramienta’ adecuada para el cambio social y político, y si incluso debería involucrarse en tales asuntos. Por ejemplo, Jamie Bristow (que se desempeña como Director Ejecutivo de la iniciativa Mindful Nation del Reino Unido) cree que los programas de mindfulness deben mantener la neutralidad del valor, y que aquellos que adoptan un enfoque más « estridente » abren el campo a las críticas perjudiciales. En su contribución, » Hora de pensar de nuevo sobre la atención plena y el cambio social «, Bristow pregunta: «Después de todo, ¿cómo se sentiría si su gobierno lanzara un nuevo programa psicológico que empujara explícitamente a los participantes hacia una postura opuesta a la suya en algunos casos? ¿tema delicado?»

El gobierno del Reino Unido está haciendo exactamente eso al abogar por la difusión generalizada de la terapia cognitiva basada en la atención plena (MBCT, por sus siglas en inglés), una intervención supuestamente neutral, similar al patrocinio del mismo gobierno de la economía de la felicidad y la psicología positiva. Pero no es neutral en absoluto, porque plantea soluciones individualizadas a los problemas sociales. Tanto en los medios de comunicación como en las sesiones informativas oficiales del gobierno, se enfatiza el aumento de la depresión, la ansiedad y la enfermedad mental para posicionar las intervenciones de atención plena como una cura de política pública.

Como concluye la reportera de Guardian , Madeline Bunting (quien también se desempeña como asesora de la iniciativa de la nación consciente del Reino Unido), «la atención plena tiene una aplicabilidad ilimitada a casi todos los problemas de salud que enfrentamos ahora, y es barata». En medio de las medidas de austeridad y los recortes al NHS y otros servicios públicos, la atención plena es políticamente atractiva y el receptor de una importante inversión pública.

Sin embargo, la suposición de que las causas del sufrimiento están dentro de nuestras cabezas está profundamente cargada de valores. ¿Qué pasa con los hombres blancos descontentos que han recurrido a una política de odio en muchas partes de Europa y los EE. UU. Porque sus medios de vida han sido diezmados por la desindustrialización: su miedo e inseguridad son causados ​​exclusivamente internamente? ¿Te imaginas un movimiento de derechos civiles generado al decirles a los afroamericanos que pueden encontrar la paz y la felicidad dentro de un sistema opresivo al practicar la atención plena como terapia?

Esa pregunta resume la tercera conclusión común de la serie de Transformation hasta la fecha: que es posible reimaginar y reconfigurar la atención plena como una fuerza para el cambio social, pero solo abandonando la idea de que es una parte no ideológica de nuestra humanidad común, y, por lo tanto, un bien neto positivo ‘natural’: en otras palabras, la creencia de que la atención plena es evidentemente beneficiosa, por lo que debemos dejar que haga su magia y todo irá bien.

El problema con tal pensamiento mágico es precisamente eso: es «mágico», en lugar de estar basado en la realidad. Es parte de la tendencia cultural hacia volverse hacia adentro para hacer frente a la avalancha de incertidumbre y precariedad que genera el capitalismo sin restricciones en las sociedades posteriores al choque, no es parte de un movimiento para enfrentar estos problemas directamente utilizando las habilidades y capacidades que la atención plena. Ayuda a crear.

Esta inclinación desequilibrada hacia el desarrollo interno no solo refuerza una visión neoliberal del mundo, sino que también le quita poder. Como Edgar Cabanas y Eva Illouz afirman en su libro Manufacturing Happy Citizens , «tiene importantes consecuencias sociales: no solo conlleva el peligro de vaciar al yo de su contenido comunitario y político al reemplazar este contenido con preocupación narcisista, sino en la medida en que Como convence a la gente de que la salida de sus problemas es principalmente una cuestión de esfuerzo personal y resistencia, las posibilidades de una construcción colectiva de cambio sociopolítico seguirán siendo limitadas ”.

Frente a múltiples e interrelacionadas crisis de injusticia, desigualdad y degradación ambiental, esto simplemente no es lo suficientemente bueno. Ya no podemos permitirnos escondernos detrás del manto de la neutralidad del valor. El mundo está literal y simbólicamente en llamas, y en ese contexto, la insularidad y la quietud que muchos programas de mindfulness apolíticos promueven ya no nos sirven. Necesitamos un nuevo lenguaje y una praxis de liberación espiritual y política que no sea silenciada por el bálsamo débil de la superación personal. Eso, espero, será el futuro de la atención plena.

Fuente e imagen: https://www.opendemocracy.net/en/transformation/future-mindfulness/

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Libro(PDF): «Los conflictos por la constitución de un nuevo orden»

Reseña: CLACSO

Los nuevos y variados procesos de revalorización democrática que vive América Latina han sido simultáneos, pero asimétricamente inducidos por élites políticas o por prácticas y luchas, más o menos equívocas, de democratización por parte de las sociedades. No sabemos el resultado de estas nuevas experiencias societales; los procesos son tan difíciles de aprender con los recursos de conocimiento que poseemos que muy a menudo tendemos a recurrir a variadas explicaciones teleológicas, muchas veces mirándonos en espejos ajenos y distantes, otras tratando de describir lo obvio, y la mayoría de las veces desconcertados y, por qué no decirlo, también maravillados con los hechos cotidianos e inesperados qeu protagonizan nuestras sociedades y sus políticos. Ignoramos, por ejemplo, si estos procesos de revalorización culminan en reestructuraciones de la democracia liberal o gestarán nuevos procesos democráticos más sustanciales; sin dejar de pensar en la reedición de nuevas pesadillas autoritarias. En este contexto, los movimientos sociales y su relación con el sistema político, y más específicamente con los marcos institucionales, constituyen un problema de singular importancia. Por esto, en el presente libro, resultado de una serie de múltiples estudios de caso, hemos tratado de responder a las siguientes preguntas: ¿en qué medida y bajo qué formas las orientaciones de los actores sociales implicarían demandas de cambio institucional que modifiquen el sistema político?, y a la vez ¿qué tipos de iniciativas o reacciones se pueden visualizar desde los partidos, el Estado y otras instituciones, que también impliquen cambios en los mecanismos institucionales? Es decir, estamos preocupados por el tipo de escenarios constitucionales que se están construyendo; por las formas de conflicto que ellos suponen y por las consecuencias que empiezan a visualziarse. Quizás responder a estos interrogantes nos permita más adelante preguntarnos no sólo por las nuevas formas democráticas, si no por las posibilidades de autorrealización de nuestras sociedades en el mundo contemporáneo.

Autores (as): Fernando Calderón Gutiérrez. Mario R. dos Santos. Elizabeth Jelin. Edson Nunes. Ilse Scherer-Warren. Carlos H. Filgueira. Roberto Laserna. Luis Verdesoto Custode. Eduardo Ballón E.. Camilo González Posso. Luis Gómez Calcaño. Guillermo Campero. Domingo M. Rivarola. [Autores de Capítulo]

Editorial/Editor: CLACSO

Año de publicación: 1987

País (es): Argentina

Idioma: Español.

ISBN: 950-9231-23-3

Descarga: Los conflictos por la constitución de un nuevo orden

Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?orden=&id_libro=402&pageNum_rs_libros=129&totalRows_rs_libros=1366

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Capitalismo, tecnología y movimientos sociales

Por: Sofia Scasserra

¿Qué pueden hacer la izquierda y los movimientos sociales frente a las fake news, el poder algorítmico y el «big data»? ¿Qué papel pueden jugar frente al nuevo capitalismo tecnológico?

Hablar de nuevas tecnologías está de moda. La palabra cyber se repite una y otra vez. Todo lo que la contiene se nos presenta como algo interesante, novedoso, atractivo e inentendible. En definitiva, se nos muestra como algo mágico. Ciertamente, el espacio web ofrece una herramienta que es cada vez más técnica y, en algunos casos, incomprensible. Sin embargo, las dificultades en la comprensión no deberían ser la excusa para que los movimientos sociales no formen parte del debate tecnológico y, sobre todo, político, respecto de la tecnología.

La tecnología es una herramienta y, como tal, su destino no está escrito de antemano. Es innegable que se ha apoderado de buena parte de nuestras vidas y que ha formateado nuestras relaciones económicas, políticas y sociales. Pero esto no significa que no podamos otorgarle una dirección: definir hacia donde queremos que se conduzca. La posibilidad de utilizar la tecnología para el bien (y que sus beneficios alcancen a todos) es tan real como la posibilidad de que sea utilizada de mala manera y que sus beneficios sean acaparados por unos pocos. En lo que se refiere a la tecnología, lo central es su diseño y su regulación. Esto puede evitar que sea conducida hacia donde quieren quienes hoy detentan su poder.

Propiedad de los datos

El primer gran tema de debate a escala global es el de la propiedad de los datos. De más está decir que el «big data» generado a cada momento desde cualquier dispositivo electrónico (principalmente el teléfono móvil, pero también cualquier otro conectado a la red) es hoy el mayor generador de ganancias a escala global. Se dice que los datos son el nuevo «oro de Potosí», evocando una materia prima altamente valiosa que el mundo más desarrollado extraía explotando a América Latina, sin dejar absolutamente nada en la región. Sin embargo, en el caso del oro, la propiedad se define de forma clásica: le pertenece a quien la posee. En cambio, en el caso de los datos, las cosas son más complicadas. Además de que pueden ser copiados, el acceso a los datos habilita la generación de ganancias, incluso cuando no se tiene su propiedad. El fuerte lobby existente en la Organización Mundial de Comercio (OMC) para conseguir la propiedad de los datos y prohibir el acceso por parte de gobiernos, evidencia esta situación. Se necesita una regulación que los transforme en «oro» para eliminar cualquier posibilidad de repartir las ganancias y esto es lo que las grandes empresas de tecnología están impulsando.

En este contexto, se debate sobre la propiedad de esos datos: ¿son de los usuarios que los generan? ¿Son de la empresa que facilita el software para «producirlos»? Dado que un individuo solo frente a una trasnacional como Google tiene un poder nulo de negociación de derechos, ¿son propiedad del Estado o este tendría una nueva función: ser un mediador sobre permisos y controles frente a estas empresas? Se trata de preguntas hoy sin respuestas.

Entre las posturas más radicales se encuentra aquella que asegura que «los datos son de aquel que los produce». El productor, por tanto, debería ser dueño de la mercancía y el poseedor de los medios de producción. «Si los datos son míos, deben pagarme por tomarlos», es la postura que se deriva de esta afirmación. Si lo que genera ganancias a las empresas es el manejo de datos y el dato existe porque el ciudadano lo genera, este debería tener alguna retribución por la extracción de los mismos. Como es evidente, los empresarios asegurarán algo bien distinto. Argumentarán que el usuario ya tiene una paga y esta es la posibilidad de utilizar una aplicación de manera gratuita. Esto, según ellos, es una forma de retribución. Sin embargo, lo cierto es que, al igual que los canales de televisión, también obtienen ganancias por publicidad, por venta de servicios corporativos y por venta de datos. Efectivamente, los niveles de ganancia que perciben no tiene relación alguna con los beneficios sociales que entregan por el uso de aplicaciones.

A este panorama se le debe sumar la pérdida de beneficios sociales en términos de diseño e implementación de políticas públicas por falta de acceso a la información por parte de los Estados y el avasallamiento de derechos como la privacidad, la desinformación y la obligatoriedad de aceptar términos y condiciones para poder utilizar una plataforma donde muchas veces se ceden derechos. Una visión más moderada llevaría a establecer marcos regulatorios reales para que la propiedad quede en manos de las empresas, pero con un Estado que se reserve la potestad de exigir acceso a los mismos en caso de ser necesario, que gestione permisos a través de mecanismos intermedios de control social (organismos de control autárquicos) y que estipule otros esquemas innovadores de regulación.

El algoritmo

Aunque hasta hace tiempo era desconocida para los ciudadanos de a pie, la palabra «algoritmo» ya está en boca de todos. Los algoritmos pueden ser definidos como un conjunto de instrucciones ordenadas que permiten solucionar un problema concreto. Hoy son claves en el desarrollo de la inteligencia artificial y la industrialización digital.

Numerosos análisis indican que, con la presencia cada vez más marcada de los algoritmos, el capitalismo del conocimiento se encuentra en jaque, dado que una vez que se conoce un código fuente solo hace falta copiarlo para replicar una tecnología. Por este motivo, los códigos fuente que implementan los algoritmos están protegidos por leyes de propiedad intelectual que preservan su secreto. Este punto es tan sustancial e importante que ya fue incluido esto en diversos acuerdos de libre comercio y creó una verdadera caja negra donde se tejen las normas que regulan y ordenan a la sociedad. Los algoritmos regulan todo: el orden de resultados en una búsqueda de Google, la cantidad de veces en la que una máquina de un casino declara un ganador y hasta la asignación de beneficios sociales por parte de un Estado. Estos algoritmos son secretos y generan controversias. Resulta cada más evidente que, en algunos casos, se necesita acceder a ese código para auditarlo y saber que no hay discriminación, verificar que no se incumplan derechos, comprobar que el algoritmo esté hecho de una forma contraria a la ley o simplemente que no tenga fallos que repercutan en la vida humana de manera negativa. Por otro lado, el debate en torno a la propiedad intelectual ha arrojado bastante evidencia de que, cuando no existen secretos, la sociedad se beneficia. Esto se ha hecho patente en áreas como la de la medicina, donde el conocimiento por parte de los usuarios, les permite acceder a medicaciones a mejor costo y sabiendo los componentes de las mismas. Lo mismo ocurre con los algoritmos. Una postura radical implicaría pedir la apertura de códigos. Es decir, que no estén amparados por las leyes de propiedad intelectual y que todos puedan acceder a mejorarlos y auditarlos. En cambio, una postura más conservadora implicaría pedir que el Estado solo tenga algoritmos de código abierto, revisables y auditables. En la esfera privada, podría existir mecanismos legales para poder auditar en caso de sospecha de discriminación y que esa auditoria pueda ser llevada adelante tanto por auditores públicos como privados. Desde el Estado deberían fomentarse y protegerse licencias creative commons, un sistema por el cual cada ciudadano puede patentar nuevas ideas y determinar que su idea puede ser utilizada por todos.

Seguridad informática

Las filtraciones de noticias, los hackeos de cuentas y sitios web y los robos de información están a la orden del día. Son la demostración palpable de que la seguridad informática es un asunto de primer orden. Aunque los casos conocidos son aquellos que por su magnitud han sido más amplificados por los medios de comunicación, el problema afecta a la ciudadanía en su quehacer cotidiano. Sin embargo, son muchos los ciudadanos que ni siquiera son conscientes o perciben el problema.

La encriptación de información es de suma importancia para proteger nuestros datos personales, nuestra privacidad y nuestro dinero. Un mal sistema de seguridad equivale a dejar la puerta de nuestra casa abierta y esperar a que los ladrones (que en este caso pueden provenir de cualquier país del mundo) no ingresen a nuestro domicilio. Pero los sistemas seguros son, en su mayoría, caros. Cuanto más seguros, más caros. No es extraño, entonces, que se estén volviendo propiedad de los ricos y poderosos del mundo. De hecho, en la OMC se están impulsando negociaciones para dejar a criterio de cada empresa el nivel de seguridad informático que tendrá, sin que el Estado tenga la potestad de regular estándares mínimos. Esto conduciría a la creación de empresas de alta gama con elevados estándares de seguridad, pero accesibles solo para los ricos. En contrapartida, habría empresas con estándares más bajos, accesibles para los sectores más vulnerables de la sociedad. Estos estarían más expuestos a robos y hackeos. Lo cierto es que existen soluciones más económicas, pero la falta de conciencia también suma a la irresponsabilidad y al manejo de costos. En el mundo contemporáneo, resulta inadmisible que las empresas decidan sobre la seguridad informática de todos los ciudadanos y que manejen los datos de los usuarios con desconocimiento de la población. Es necesario establecer estándares mínimos para todos. En los casos que sea necesario, se puede incluso subvencionar a las pequeñas y medianas empresas para que puedan acceder a estos niveles de seguridad y no se vean obligadas a cerrar sus negocios por no poder competir. La seguridad informática no debería ser un lujo para pocos.

Empresas y censura

Otra cuestión importante es la cantidad de contenido que se publica en la web, sobre todo en las redes sociales. Existe una corriente de pensamiento que está haciendo lobby para que las empresas tomen la función de policía y eliminen los discursos de odio de las redes. Esto suena suena bien en un principio. Censurar los contenidos machistas y de odio en la web para que no esparzan su odio a través de internet y poder controlar la formación de opinión publica hacia discursos más constructivos. Pero lo cierto es que estos discursos no dejarán de existir por censurarlos y siempre encontraran cómo filtrarse. Por otro lado, es cuestionable otorgarles semejante poder a grandes empresas trasnacionales que podrán decidir, bajo sus criterios y estándares, qué censurar y qué no. Muchas personas dirán que hoy ya ejercen ese poder de censura (y es cierto) pero no están avaladas por ley y, cuando lo hacen, se forman importantes campañas en su contra. En muchos casos, de hecho, se ven obligadas a reestablecer las cuentas censuradas y a cambiar sus políticas debido a la mala imagen que les depara la censura. Si se asumiera la decisión de otorgarle a las empresas el poder de policía en las redes sociales: ¿qué garantizaría que no bloqueen comentarios políticos por considerarlos de odio, aun cuando no haya insultos expresos? ¿Y si bloquearan videos de manifestaciones? La amplificación de las manifestaciones en Chile, por poner solo un caso, se produjo en las redes sociales. Lo que se veía allí era sustancialmente distinto a lo que relataba el discurso de los grandes medios. Si las empresas hubiesen tenido el monopolio de la censura en redes, los ciudadanos no podrían haber accedido a la información real de lo que allí sucedía. Darle a las empresas la capacidad de intervenir podría en jaque la libre circulación de información en las redes y fomentaría la información sesgada. No debe haber habilitación para censurar contenido de ningún tipo, incluso incitaciones al odio. Distinto es el caso de actividades ilegales como la pedofilia o el tráfico de fauna silvestre que sí debe ser perseguido por su carácter ilegal.

Cámaras, vigilancia

Buena parte de las ciudades más importantes del mundo se llenaron de cámaras de reconocimiento facial. Están por todos lados, reconocen a la población y, según dicen las autoridades, cooperan con la eliminación del delito. Lo cierto es que ya son evidentes las fallas del sistema. De hecho, ha habido serios inconvenientes con sistemas que reconocen como sospechosa a gente que no está siendo buscada. Ciudadanos y ciudadanas inocentes de delitos se han visto privados de su libertad durante largas horas. El daño causado en términos de humillación y tiempo perdido es irreparable. Pero este no es el único problema. Un Estado que tiene esa capacidad de control sobre su población puede usarlo para mal. Las manifestaciones en contra del gobierno podrían ser controladas simplemente reconociendo a los participantes y tratando de amedrentarlos a posteriori. Una dictadura con estos sistemas podría producir verdaderas masacres. Es por ello que los sectores más radicales consideran que se debe reclamar la eliminación de los sistemas de reconocimiento facial de todo espacio público. De hecho, ya existe una declaración mundial de especialistas sobre el tema. Una postura más moderada sostendría la necesidad de reclamar por una moratoria, pidiendo que no se siga avanzando en esta dirección y que la capacidad ya instalada vaya eliminándose progresivamente.

Huelgas y desconexión laboral

Las nuevas tecnologías impactan en el mercado de trabajo. En este sentido, es necesario comenzar a pedir por nuevos derechos laborales a ser conquistados. Los trabajadores estamos conectados 24 horas al día. Aun cuando no respondamos un mensaje de trabajo, seguimos teniendo nuestros teléfonos celulares y recibiendo mensajes laborales que se acumulan en la bandeja de entrada. El derecho a desconexión laboral es necesario hoy, más que nunca. Pero no es el único derecho a conquistar. También los empleadores manejan enormes cantidades de información laboral y privada de los trabajadores. Se vuelve fundamental la protección de los datos de los trabajadores a fin de que esos datos no sean utilizados en contra del mismo trabajador ni puedan alimentar sistemas algorítmicos de gestión laboral. Por otro lado, los sistemas automáticos están logrando autonomía al punto de que los trabajadores pueden estar de paro, pero el sistema sigue funcionando (como el Home Banking), quitándole visibilidad al reclamo de los y las trabajadores. Así como no se pueden contratar trabajadores para reemplazar a los que están en huelga, no debería poder activarse los sistemas automáticos que reemplazan a los trabajadores. Necesitamos resignificar el derecho a huelga a fin de que no se pierda este importante instrumento de visibilización cuando la negociación falla.

Estos son solo algunos de los nuevos problemas que enfrentan nuestras sociedades en la actualidad. Las organizaciones sociales, en articulación con especialistas, pueden y deben dar estos debates. Ante los cambios que se están produciendo, esa reflexión -con perspectiva humana, solidaria y latinoamericana- resulta cada vez más imprescindible.

Fuente e imagen:  https://nuso.org/articulo/capitalismo-tecnologia-y-movimientos-sociales/

 

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Estamos llamados a hablar por los débiles: un manifiesto para la pedagogía crítica

Por: Henry Giroux

Henry Giroux , uno de los principales exponentes de la pedagogía crítica, escribe incisivamente sobre el daño que está causando la ‘reforma’ escolar en los Estados Unidos, cuyo objetivo es destruir cualquier comprensión viable de la conexión entre la educación y la educación de los ciudadanos críticos. La lucha para desafiar este asalto neoliberal en su sistema educativo también es muy relevante para el contexto británico a medida que los educadores progresistas luchan por nuevas formas de pedagogía crítica, acción colectiva y responsabilidad social.

Zonas muertas y centros de castigo.

Algunos de nosotros que ya hemos comenzado a romper el silencio de la noche hemos descubierto que el llamado a hablar es a menudo una vocación de agonía, pero debemos hablar. Debemos hablar con toda la humildad apropiada para nuestra visión limitada, pero debemos hablar . – Martin Luther King hijo.

Si los multimillonarios de derecha y los apóstoles del poder corporativo se salen con la suya, las escuelas públicas se convertirán en «zonas muertas de la imaginación», reducidas a espacios antipúblicos que asaltan el pensamiento crítico, la alfabetización cívica y la memoria histórica (he tomado el término de David Graeber, «Zonas muertas de la imaginación», HAU: Journal of Ethnographic Theory 2, 2012: 105-128.) Desde la década de 1980, las escuelas se han convertido cada vez más en centros de pruebas que debilitan a los maestros y les quitan el poder a los estudiantes. También han sido reconfigurados como centros de castigo donde los jóvenes de minorías pobres y de bajos ingresos son severamente disciplinados bajo políticas de tolerancia cero de maneras que a menudo resultan en ser arrestados y acusados ​​de crímenes que, en la superficie, son tan triviales como el castigo es duro. . 2 Bajo el impulso del capitalismo de casino para privatizar la educación, Las escuelas públicas se han cerrado en ciudades como Filadelfia, Chicago y Nueva York para dar paso a las escuelas charter. Los sindicatos de docentes han sido atacados, los empleados públicos denigrados y los docentes reducidos a técnicos que trabajan en condiciones deplorables y aturdidoras.

La reforma escolar corporativa no está simplemente obsesionada con las medidas que degradan cualquier comprensión viable de la conexión entre la escolarización y la educación de ciudadanos comprometidos. El movimiento de reforma también está decidido a subfinanciar y desinvertir recursos para la educación pública para que la educación pública pueda estar completamente divorciada de cualquier noción democrática de gobierno, enseñanza y aprendizaje. A los ojos de los reformadores multimillonarios y los titanes de las finanzas, como Bill Gates, Rupert Murdoch, la familia Walton y Michael Bloomberg, las escuelas públicas deberían transformarse, cuando no se privaticen, en complementos de centros comerciales y prisiones.

Al igual que el espacio muerto del centro comercial estadounidense, los sistemas escolares promovidos por los no reformadores ofrecen la seducción ideológica vacía del consumismo como la última forma de ciudadanía y aprendizaje. Y, adoptando la dura mentalidad de almacenamiento de los guardianes de la prisión, los no reformadores respaldan y crean escuelas para estudiantes pobres que castigan en lugar de educar para canalizar a las poblaciones desechables hacia el sistema de justicia penal donde pueden alimentar las ganancias de las corporaciones privadas de prisiones. La militarización de las escuelas públicas que el Secretario Arnie Duncan admiraba y apoyaba tanto mientras era el CEO del Sistema Escolar de Chicago no fue solo una estratagema para inculcar prácticas de disciplina autoritarias contra estudiantes etiquetados despectivamente como rebeldes, si no desechables. También fue un intento de diseñar escuelas que rompieran la capacidad de los estudiantes de pensar críticamente y los convirtieran en reclutas dispuestos y potenciales para servir en guerras sin sentido y mortales libradas por el imperio estadounidense. Y, si tales esfuerzos de reclutamiento fallaron, los estudiantes fueron puestos rápidamente en la cinta transportadora de la tubería de la escuela a la prisión. Para muchos jóvenes de minorías pobres en las escuelas públicas, la prisión se convierte en parte de su destino, al igual que las escuelas públicas refuerzan su condición de ciudadanos de segunda clase. Como señala Michelle Alexander: «En lugar de que las escuelas sean una vía de acceso a la oportunidad, [están] alimentando nuestras cárceles». (Jody Sokolower, «Las escuelas y el nuevo Jim Crow: una entrevista con Michelle Alexander», Truthout (4 de junio de 2013) .) la prisión se convierte en parte de su destino, al igual que las escuelas públicas refuerzan su condición de ciudadanos de segunda clase. Como señala Michelle Alexander: «En lugar de que las escuelas sean una vía de acceso a la oportunidad, [están] alimentando nuestras cárceles». (Jody Sokolower, «Las escuelas y el nuevo Jim Crow: una entrevista con Michelle Alexander», Truthout (4 de junio de 2013) .) la prisión se convierte en parte de su destino, al igual que las escuelas públicas refuerzan su condición de ciudadanos de segunda clase. Como señala Michelle Alexander: «En lugar de que las escuelas sean una vía de acceso a la oportunidad, [están] alimentando nuestras cárceles». (Jody Sokolower, «Las escuelas y el nuevo Jim Crow: una entrevista con Michelle Alexander», Truthout (4 de junio de 2013) .)

Las reformas educativas impulsadas por el mercado, con su obsesión por la estandarización, las pruebas de alto riesgo y las políticas punitivas, también imitan una cultura de crueldad que las políticas neoliberales producen en la sociedad en general. Exhiben desprecio por los maestros y desconfianza de los padres, reprimen la enseñanza creativa, destruyen programas de estudio desafiantes e imaginativos y tratan a los estudiantes como meros insumos en una línea de montaje. La confianza, la imaginación, la creatividad y el respeto por la enseñanza y el aprendizaje críticos se lanzan al viento en la búsqueda de ganancias y la proliferación de esquemas de responsabilidad rígidos y de muerte. Como John Tierney señala en su crítica a las reformas educativas corporativas en The Atlantic, tales enfoques no solo son opresivos, sino que están destinados a fracasar. El escribe:
Las políticas y prácticas que se basan en la desconfianza de los maestros y la falta de respeto hacia ellos fracasarán. ¿Por qué? «El destino de las reformas depende en última instancia de quienes son objeto de desconfianza». En otras palabras, las reformas educativas necesitan la aceptación, confianza y cooperación de los maestros para tener éxito; Las «reformas» que patean a los maestros en los dientes nunca van a tener éxito. Además, las políticas educativas elaboradas sin la participación de los docentes están destinadas a equivocarse.

La situación empeora aún más porque no solo se defunde a las escuelas públicas y se ataca a los maestros de las escuelas públicas como las nuevas reinas del bienestar, sino que los republicanos y otros derechistas están implementando políticas sociales y económicas para garantizar que los estudiantes de bajos ingresos y minorías pobres fracasen. En las escuelas públicas. Por ejemplo, muchos gobernadores elegidos por el Tea Party en estados como Wisconsin, Carolina del Norte y Maine, junto con políticos de derecha en el Congreso, están promulgando políticas crueles y salvajes (como el desembolso del programa de cupones de alimentos) que impactan directamente en La salud y el bienestar de los estudiantes pobres en las escuelas. (Véase, por ejemplo, Kristin Rawls, “Carolina del Norte se convierte en la primera línea de un asalto corporativo brutal contra la educación en Estados Unidos”, AlterNet, 31 de julio de 2013.) Dichas políticas se reducen, si no destruyen,

La apropiación de la cultura por el poder corporativo.

Cuando los miembros del club multimillonario, como Bill Gates y los donantes de derecha como Art Pope, no están implementando directamente políticas que desfinan las escuelas, están financiando proyectos de investigación que convierten a los estudiantes en sujetos de prueba para un mundo que incluso George Orwell habría encontrado difícil imaginar. (Para dos ejemplos de la apropiación de la cultura por el poder corporativo y sus donantes y fundaciones, ver Katherine Stewart, «Los donantes de derecha que alimentan las guerras culturales de América», The Guardian, 23 de abril de 2013; y John Nichols y Robert W. McChesney, Dollarocracy: Cómo el complejo electoral de Money and Media está destruyendo Estados Unidos, Nation Books, 2013.) Por ejemplo, la Fundación Bill y Melinda Gates ha proporcionado $ 500, 000 subvenciones a la Universidad de Clemson para realizar un estudio piloto en el que los estudiantes usarían pulseras de piel galvánica con sensores inalámbricos que rastrearían sus respuestas fisiológicas a diversos estímulos en las escuelas. Un portavoz de la fundación argumenta en defensa de esta espeluznante obsesión por medir las respuestas emocionales de los estudiantes al afirmar que los dispositivos biométricos son una ayuda para los maestros que pueden medir el «tiempo real» (retroalimentación reflexiva), algo así como un podómetro «. (Luisa Kroll, «La Fundación Gates responde a la controversia de las pulseras GSR», Forbes, 13 de junio de 2012.)

No es la vaguedad de lo que este tipo de investigación está tratando de lograr lo que es la parte más ridícula y éticamente ofensiva de este estudio: es la noción de que la retroalimentación reflexiva puede reducirse a medir impulsos emocionales en lugar de producirse a través del diálogo y la comunicación comprometidos entre profesores y alumnos reales. ¿Cómo pueden las pulseras medir por qué los estudiantes están actuando si están hambrientos, aburridos, temerosos, enfermos o no duermen porque sus padres podrían no tener hogar? ¿Cómo abordan estos estudios problemas estructurales más grandes, como los 50 millones de personas en los Estados Unidos que pasan hambre todas las noches, un tercio de los cuales son niños? ¿Y cómo logran ignorar su propia conexión con el surgimiento del estado de vigilancia y la destrucción en curso de los derechos civiles de los niños y otros? Las investigaciones de este tipo no pueden hablar del surgimiento de una sociedad de Jim Crow en la que el encarcelamiento masivo de minorías pobres está teniendo un efecto horrible en los niños. Como señala Michelle Alexander, se trata de niños «que tienen un padre o un ser querido, un pariente, que ha pasado tiempo tras las rejas o que ha adquirido antecedentes penales y, por lo tanto, es parte de la casta inferior: el grupo de personas que pueden ser discriminados legalmente por el resto de sus vidas ”. Y el efecto de tal lucha diaria es mortal. Ella escribe: Como señala Michelle Alexander, se trata de niños «que tienen un padre o un ser querido, un pariente, que ha pasado tiempo tras las rejas o que ha adquirido antecedentes penales y, por lo tanto, es parte de la casta inferior: el grupo de personas que pueden ser discriminados legalmente por el resto de sus vidas ”. Y el efecto de tal lucha diaria es mortal. Ella escribe: Como señala Michelle Alexander, se trata de niños «que tienen un padre o un ser querido, un pariente, que ha pasado tiempo tras las rejas o que ha adquirido antecedentes penales y, por lo tanto, es parte de la casta inferior: el grupo de personas que pueden ser discriminados legalmente por el resto de sus vidas ”. Y el efecto de tal lucha diaria es mortal. Ella escribe:

. . . Para estos niños, sus posibilidades de vida disminuyen considerablemente. Es más probable que se críen en la pobreza extrema; es poco probable que sus padres puedan encontrar trabajo o vivienda y, a menudo, no son elegibles incluso para cupones de alimentos. Para los niños, la era del encarcelamiento masivo ha significado una tremenda cantidad de separación familiar, hogares destrozados, pobreza y un nivel de desesperanza mucho, mucho mayor, ya que ven a tantos de sus seres queridos entrando y saliendo de la prisión. Los niños que tienen padres encarcelados tienen muchas más probabilidades de ser encarcelados.

A diferencia de las formas de investigación educativa social y éticamente insensibles respaldadas por los llamados reformadores, un estudio reciente ha relacionado las pruebas de alto riesgo con tasas de graduación más bajas y tasas de encarcelamiento más altas, lo que indica que tales pruebas juegan un papel importante en la expansión de «la maquinaria de la tubería de la escuela a la prisión ”, especialmente para estudiantes de bajos ingresos y estudiantes de color. La mayoría de los críticos del club de los multimillonarios ignoran estos problemas. Pero varios críticos, como la profesora de educación de la Universidad de Nueva York, Diane Ravitch, han planteado preguntas importantes sobre este tipo de investigación. Ravitch argumenta que Gates debería «dedicar más tiempo a mejorar la sustancia de lo que se enseña». . . y renunciar a toda esta manía de medición «. (Stephanie Simon,» Biosensores para controlar la atención de los estudiantes «, Reuters, 12 de junio de 2012. ) Tales críticas son importantes, pero podrían ir más allá. Tales esfuerzos de reforma son más que colapsar la enseñanza y el aprendizaje en un reduccionismo instrumental que se aproxima a la capacitación más que a la educación. Como señala Ken Saltman, los nuevos no reformadores son contrarrevolucionarios políticos y no simplemente educadores equivocados. (Kenneth Saltman, The Gift of Education: Public Education and Venture Philosophy, Palgrave Macmillan, 2012.)

Noam Chomsky tiene razón al argumentar que ahora estamos en un período general de regresión que se extiende mucho más allá de la educación. (Daniel Falcone, «Noam Chomsky sobre Democracia y Educación en el siglo XXI y más allá», Truthout, 1 de junio de 2013.) Este período de regresión está marcado por desigualdades masivas en riqueza, ingresos y poder que están alimentando una pobreza y una crisis ecológica y socavando todas las esferas públicas básicas centrales tanto para la democracia como para la cultura y las estructuras necesarias para que las personas lleven una vida digna y de participación política. La carga de crueldad, represión y corrupción ha roto la espalda de la democracia, por débil que sea, en los Estados Unidos. Estados Unidos ya no es una democracia, ni es simplemente una plutocracia. Se ha convertido en un estado autoritario impregnado de violencia y dirigido por los comandantes financieros,

La soberanía corporativa ha reemplazado a la soberanía política, y el estado se ha convertido en gran medida en un complemento de las instituciones bancarias y las industrias de servicios financieros. Adicta a «la desmovilización política de la ciudadanía», la élite corporativa está librando una reacción política contra todas las instituciones que sirven a la democracia y fomentan una cultura de cuestionamiento, diálogo y disidencia. (Sheldon S. Wolin, Democracy Incorporated: Democracia gestionada y el espectro del totalitarismo invertido, Princeton University Press, 2008.) Los apóstoles del neoliberalismo se preocupan principalmente por entregar las escuelas públicas al capitalismo de los casinos para transformarlas en lugares donde todos menos Los niños privilegiados del 1% pueden ser disciplinados y limpiados de cualquier impulso crítico. En lugar de aprender a convertirse en pensadores independientes, adquieren los hábitos debilitantes de lo que podría llamarse un trastorno de déficit moral y político que los vuelve pasivos y obedientes frente a una sociedad basada en desigualdades masivas en poder, riqueza e ingresos. El poderoso movimiento actual de reforma no basada en las empresas está unido al desarrollo de modos de gobierno, ideologías y pedagogías dedicadas a restringir y retrasar cualquier posibilidad de desarrollar entre los estudiantes esas formas críticas, creativas y colaborativas de pensamiento y acción necesarias para participar en un sustantivo democracia.

El discurso del lucro y el lenguaje del mando.

El núcleo de las nuevas reformas es un compromiso con una pedagogía de la estupidez y la represión orientada a la memorización, la conformidad, la pasividad y las pruebas de alto riesgo. En lugar de crear estudiantes autónomos, críticos y comprometidos cívicamente, los no reformadores matan la imaginación mientras despolitizan todos los vestigios de la enseñanza y el aprendizaje. El único idioma que conocen es el discurso del lucro y el lenguaje disciplinario de mando. John Taylor Gatto señala algunos elementos de esta pedagogía de la represión en su afirmación de que las escuelas enseñan confusión al ignorar los contextos históricos y relacionales. (John Gatto, Dumbing Us Down: The Hidden Curriculum of Obligory Schooling, segunda edición revisada New Society Publishers, 2002.

Una pedagogía de la represión define a los estudiantes en gran medida por sus defectos más que por sus fortalezas, y al hacerlo los convence de que las únicas personas que saben algo son los expertos, cada vez más extraídos de las filas de la élite y los líderes empresariales actuales que encarnan los nuevos modelos. de liderazgo bajo el actual régimen de neoliberalismo. Grandes líderes históricos que exhibieron una conciencia social elevada como Martin Luther King Jr., Rosa Parks, Nelson Mandela, John Dewey, Paulo Freire y Mahatma Ghandi son relegados al basurero de la historia. A los estudiantes se les enseña a preocuparse por sí mismos y a considerar cualquier consideración por los demás como una responsabilidad, sino una patología. Las preocupaciones éticas en estas circunstancias se representan como obstáculos a superar. El narcisismo junto con una noción incontrolada de individualismo es la nueva normalidad.

Bajo una pedagogía de la represión, los estudiantes están condicionados a desaprender cualquier respeto por la democracia, la justicia y lo que podría significar conectar el aprendizaje con el cambio social. Se les dice que no tienen derechos y que los derechos se limitan solo a quienes tienen poder. Esta es una pedagogía que mata el espíritu, promueve la conformidad y es más adecuada para una sociedad autoritaria que una democracia. Lo alarmante de los nuevos no reformadores de la educación no es solo cómo han fracasado sus políticas, sino el grado en que las liberales y conservadores de los partidos demócrata y republicano ahora adoptan dichas políticas a pesar de su evidente fracaso. El estudio de Enfoque más amplio y audaz para la educación proporciona una lista de tales fallas que son instructivas. Los resultados de las medidas de no reforma observadas en el estudio incluyen:

Los puntajes de las pruebas aumentaron menos, y las brechas de rendimiento crecieron más en las ciudades de «reforma» que en otros distritos urbanos. Los éxitos reportados para estudiantes seleccionados se evaporaron al examinarlos más de cerca. La rendición de cuentas basada en pruebas provocó una rotación que redujo las filas de maestros experimentados, pero no necesariamente malos maestros. El cierre de escuelas no envió a los estudiantes a mejores escuelas ni les ahorró dinero a los distritos escolares. Las escuelas charter interrumpieron aún más los distritos al tiempo que proporcionaban beneficios mixtos, particularmente para los estudiantes con mayores necesidades. El énfasis en las reformas orientadas al mercado ampliamente promocionadas atrajo la atención y los recursos de iniciativas con mayor promesa. Las reformas pasaron por alto un factor crítico que impulsa las brechas de logros: la influencia de la pobreza en el rendimiento académico. El cambio real y sostenido requiere estrategias que sean más realistas, pacientes y múltiples. – Elaine Weiss y Don Long, la retórica de las reformas educativas orientadas al mercado triunfa sobre la realidad: los impactos de las revaluaciones docentes basadas en exámenes, el cierre de escuelas y el aumento del acceso a las escuelas charter en los resultados de los estudiantes en Chicago, Nueva York y Washington, DC, en general , Enfoque más audaz para la educación 22 de abril de 2013.

El entusiasmo servil de las animadoras por las políticas educativas impulsadas por el mercado se vuelve particularmente insostenible moral y políticamente a la luz del creciente número de escándalos que han estallado en torno a los puntajes de las pruebas infladas y otras formas de trampas cometidas por los defensores de las pruebas de alto riesgo y las escuelas charter. (Kirp, «Por qué los escándalos de trampa y las rebeliones de los padres están en erupción en las escuelas de Nueva York, Washington, DC y Atlanta.) David Kirp ofrece un comentario importante sobre la seriedad y el alcance de los escándalos y los recientes reveses de la reforma educativa orientada al mercado . El escribe:

En la última elección de la junta escolar de Los Ángeles, un candidato que se atrevió a cuestionar la excesiva dependencia de los resultados de las pruebas en la evaluación de los maestros y la indecorosa prisa por aprobar las escuelas autónomas ganó a pesar de los $ 4 millones acumulados para derrotarlo, incluido $ 1 millón del alcalde de la ciudad de Nueva York, Michael Bloomberg. y $ 250,000 de News Corp. de Rupert Murdoch. La ex superintendente de Atlanta, Beverly Hall, agasajada por aumentar los puntajes de las pruebas de sus estudiantes a toda costa, ha sido acusada de un escándalo de trampa masiva. Michelle Rhee, la ex jefa de escuela de Washington DC que es la favorita de la multitud de la rendición de cuentas, se enfrenta a acusaciones, basadas en un memorando publicado por el veterano corresponsal de PBS John Merrow, que conocía y no hizo nada para detener el engaño generalizado. En un artículo de opinión del Washington Post, Bill Gates, que ha gastado cientos de millones de dólares en la promoción de altas apuestas, evaluación de los maestros basada en pruebas, hizo un cambio radical e instó a un enfoque más amable y gentil que los maestros pudieran adoptar. Y los padres en el estado de Nueva York organizaron una rebelión, diciéndoles a sus hijos que no tomen un examen de rendimiento nuevo y no probado.

Si bien las pedagogías de la represión se presentan en diferentes formas y se dirigen a diferentes audiencias en diversos contextos, todas comparten el compromiso de definir la pedagogía como un conjunto de estrategias y habilidades para usar con el fin de enseñar el tema prescrito. En este contexto, la pedagogía se convierte en sinónimo de enseñanza como técnica o práctica de una habilidad artesanal. Aquí no se habla de conectar la pedagogía con la tarea social y política de resistencia, empoderamiento o democratización. Tampoco hay ningún intento de mostrar cómo el conocimiento, los valores, el deseo y las relaciones sociales siempre están implicados en el poder. Cualquier noción viable de pedagogía crítica debe rechazar tales definiciones de enseñanza y sus imitaciones proliferativas, incluso cuando se afirman como parte de un discurso o proyecto radical. En oposición a la reducción instrumentalizada de la pedagogía a un mero método que no tiene un lenguaje para relacionarse con la vida pública, la responsabilidad social o las demandas de la ciudadanía, la pedagogía crítica trabaja para iluminar las relaciones entre el conocimiento, la autoridad y el poder. Por ejemplo, plantea preguntas sobre quién tiene control sobre las condiciones para producir conocimiento, como los planes de estudio promovidos por maestros, compañías de libros de texto, intereses corporativos u otras fuerzas.

Desarrollar una pedagogía crítica.

Central para cualquier noción viable de lo que hace que una pedagogía sea crítica es, en parte, el reconocimiento de que la pedagogía es siempre un intento deliberado por parte de los educadores para influir en cómo y qué formas de conocimiento y subjetividades se producen dentro de conjuntos particulares de relaciones sociales. En este caso, la pedagogía crítica llama la atención sobre las formas en que el conocimiento, el poder, el deseo y la experiencia se producen en condiciones específicas de aprendizaje, y al hacerlo rechaza la noción de que la enseñanza es solo un método o se elimina de las cuestiones de valores, normas y poder, o, para el caso, la lucha por la agencia misma y el futuro que sugiere para los jóvenes. En lugar de afirmar su propia influencia para ejercer autoridad sobre temas pasivos, La pedagogía crítica se sitúa dentro de un proyecto que considera que la educación es fundamental para crear estudiantes que sean ciudadanos socialmente responsables y comprometidos cívicamente. Este tipo de pedagogía refuerza la noción de que las escuelas públicas son esferas públicas democráticas, la educación es la base de cualquier democracia que funcione y los maestros son los agentes más responsables para fomentar esa educación.

Este enfoque de la pedagogía crítica no reduce la práctica educativa al dominio de las metodologías. En cambio, enfatiza la importancia de comprender lo que realmente sucede en las aulas y otros entornos educativos al plantear preguntas como: ¿Cuál es la relación entre el aprendizaje y el cambio social? ¿Qué conocimiento es más valioso? ¿Qué significa saber algo? ¿Y en qué dirección se debe desear? Sin embargo, los principios y objetivos de la pedagogía crítica abarcan más. La pedagogía trata simultáneamente sobre el conocimiento y las prácticas que los profesores y los estudiantes pueden participar juntos y los valores, las relaciones sociales y las visiones legitimadas por dichos conocimientos y prácticas. Tal pedagogía escucha a los estudiantes, les da voz y papel en su propio aprendizaje, y reconoce que los maestros no solo educan a los estudiantes sino que también aprenden de ellos.

Además, la pedagogía se concibe como una práctica moral y política que siempre está implicada en las relaciones de poder porque ofrece versiones y visiones particulares de la vida cívica, la comunidad, el futuro y cómo podríamos construir representaciones de nosotros mismos, de otros y de nuestros ambiente social. La pedagogía ofrece un discurso para la agencia, los valores, las relaciones sociales y un sentido del futuro. Legitima formas particulares de conocer, estar en el mundo y relacionarse con los demás. Como observó Roger Simon, también “representa una versión de nuestros propios sueños para nosotros mismos, nuestros hijos y nuestras comunidades. Pero tales sueños nunca son neutrales; siempre son los sueños de alguien y, en la medida en que están implicados en organizar el futuro para otros, siempre tienen una dimensión moral y política «(Roger Simon, Central a mi argumento es la suposición de que la política no es solo sobre el poder, sino que también «tiene que ver con juicios políticos y opciones de valor)» (Cornelius Castoriadis, «Instituciones y autonomía». En Peter Osborne (ed.), A Critical Sense, Routledge, 1996.) indicando que las cuestiones de educación cívica y pedagogía crítica (aprender a convertirse en un ciudadano calificado) son fundamentales para la lucha por la agencia política y la democracia. La pedagogía crítica rechaza la noción de estudiantes como contenedores pasivos que simplemente beben conocimiento muerto. En cambio, abarca formas de enseñanza que ofrecen a los estudiantes el desafío de transformar el conocimiento en lugar de simplemente «procesar los conocimientos recibidos» (Chandra Mohanty, «Sobre la raza y la voz: desafíos para la educación liberal en la década de 1990», Cultural Critique, Winter 1989-1990 .) Bajo tales circunstancias, La pedagogía crítica se convierte en directiva e interviene del lado de producir una sociedad democrática sustantiva. Esto es lo que hace que la pedagogía crítica sea diferente del entrenamiento. Y es precisamente el fracaso en conectar el aprendizaje con sus funciones y objetivos democráticos lo que proporciona fundamentos para los enfoques pedagógicos que despojan lo que significa ser educado de sus posibilidades críticas y democráticas.

La pedagogía crítica se vuelve peligrosa en el momento histórico actual porque enfatiza la reflexión crítica, cierra la brecha entre el aprendizaje y la vida cotidiana, comprende la conexión entre el poder y el conocimiento difícil, y extiende los derechos e identidades democráticas mediante el uso de los recursos de la historia. En lugar de ver la enseñanza como una práctica técnica, la pedagogía en el sentido crítico más amplio se basa en la suposición de que el aprendizaje no se trata de memorizar los conocimientos y habilidades muertos asociados con el aprendizaje para el examen, sino de participar en una lucha más expansiva por los derechos individuales y la justicia social. El desafío fundamental que enfrentan los educadores en la era actual del neoliberalismo, el militarismo, y el fundamentalismo religioso es proporcionar las condiciones para que los estudiantes aborden cómo se relaciona el conocimiento con el poder de la autodefinición y la agencia social. En parte, esto sugiere proporcionar a los estudiantes las habilidades, ideas, valores y autoridad necesarios para alimentar una democracia sustantiva, reconocer formas de poder antidemocráticas y luchar contra las injusticias profundamente arraigadas en una sociedad y un mundo basados ​​en desigualdades económicas, raciales y de género sistémicas.

Cualquier noción viable de pedagogía crítica debe entenderse como central para la política en sí misma y, en lugar de desconectar la educación pública de cuestiones sociales, económicas y políticas más amplias, debe conectarlas con tales fuerzas como parte de una crisis más amplia tanto de educación como de democracia. Como mínimo, la educación debe verse como parte de un proyecto emancipatorio que rechaza la privatización y la corporatización de las escuelas públicas y las fuerzas fiscales y financieras que apoyan los sistemas escolares inicuos. Para que la pedagogía sea importante, debe apoyar una cultura y las relaciones de poder que brinden a los maestros un sentido de autonomía y control sobre las condiciones de su trabajo. Los docentes deben ser vistos como intelectuales públicos y un valioso recurso social, y las condiciones de su trabajo y autonomía deben ser protegidas. En este caso, la pedagogía crítica debe rechazar la enseñanza subordinada a los dictados de la estandarización, la manía de medición y las pruebas de alto riesgo. Estos últimos son parte de una pedagogía de represión y conformidad y no tienen nada que ver con una educación para el empoderamiento. Un aspecto central del llamado a una pedagogía crítica y a la cultura formativa e institucional que lo hace posible es la necesidad de reconfigurar el gasto gubernamental y pedir menos gasto en muerte y guerra y más en financiamiento para la educación y los programas sociales que lo hacen posible. Una base para una sociedad democrática. Las escuelas son algo más que una utilidad medible, la lógica de la instrumentalidad, las pruebas abyectas y la capacitación para adormecer la mente. De hecho, como proyecto moral y político, la pedagogía es crucial para crear los agentes necesarios para vivir, gobernar y luchar por una democracia radical. Además, es importante reconocer cómo la educación y la pedagogía están conectadas e implicadas en la producción no solo de agentes específicos, una visión particular del presente y el futuro, sino también cómo el conocimiento, los valores y los deseos, y las relaciones sociales siempre están implicados en poder. El poder y la ideología impregnan todos los aspectos de la educación y se convierten en un recurso valioso cuando se involucran críticamente en torno a cuestiones que problematizan la relación entre autoridad y libertad, ética y conocimiento, lenguaje y experiencia, leyendo textos de manera diferente y explorando la dinámica del poder cultural.

La educación como proyecto democrático es utópica en su objetivo de expandir y profundizar las condiciones ideológicas y materiales que hacen posible una democracia. Los maestros deben poder trabajar juntos, colaborar, trabajar con la comunidad y participar en investigaciones que informen su enseñanza. En este caso, la pedagogía crítica rechaza la estructura atomizadora de la enseñanza que informa las nociones tradicionales y orientadas al mercado de la pedagogía. Además, la pedagogía crítica debe proporcionar a los estudiantes el conocimiento, los modos de alfabetización, las habilidades, la crítica, la responsabilidad social y el coraje cívico necesarios para que puedan participar ciudadanos críticos dispuestos a luchar por una sociedad sostenible y justa.

Estamos llamados a hablar por los débiles.

La pedagogía crítica es un antídoto crucial para el ataque neoliberal contra la educación pública, pero debe estar acompañada e informada por movimientos políticos y sociales radicales dispuestos a hacer que la reforma educativa sea central para el cambio democrático. La lucha por la educación pública está indisolublemente conectada a una lucha contra la pobreza, el racismo, la violencia, la guerra, los presupuestos de defensa hinchados, un estado de guerra permanente, asesinatos sancionados por el estado, tortura, desigualdad y una serie de otras injusticias que revelan una visión impactante de lo que Estados Unidos se ha convertido y por qué ya no puede reconocerse a sí mismo a través de las visiones morales y políticas y las promesas de una democracia sustantiva. Y esa lucha exige tanto un cambio de conciencia como la construcción de movimientos sociales que tengan una base amplia y alcance global.

La lucha por reclamar la educación pública como una esfera pública democrática necesita desafiar las pedagogías regresivas, las comunidades cerradas y las zonas de guerra culturales y políticas que ahora caracterizan a gran parte de la América contemporánea. Estos sitios de exclusión terminal exigen más que hacer visible e interrogar críticamente el espectáculo de crueldad y violencia utilizado para dinamizar los aparatos culturales decadente del capitalismo de casino. Exigen un encuentro con nuevas formas de pedagogía, modos de testimonio moral y acción colectiva, y exigen nuevos modos de responsabilidad social. Como Martin Luther King, Jr. insistió:

Estamos llamados a hablar por los débiles, por los que no tienen voz, por las víctimas de nuestra nación y por aquellos a quienes llama enemigos, ya que ningún documento de manos humanas puede hacer que estos humanos sean menos nuestros hermanos.  Martin Luther King, Jr., «Más allá Vietnam: un momento para romper el silencio. ”Centro de información. Discurso pronunciado el 4 de abril de 1967 en una reunión de clérigos y laicos preocupados en la Iglesia Riverside en la ciudad de Nueva York. http://www.informationclearinghouse.info/article2564.htm.

Podemos actualizar el discurso de King para abarcar a los débiles, sin voz y víctimas de nuestra nación que ahora están representados por los jóvenes de bajos ingresos y minorías pobres que habitan en las escuelas públicas y cada vez más en las cárceles. Estos son los jóvenes desechables de una América autoritaria; son el exceso que recuerda dolorosamente a la élite la necesidad de disposiciones sociales, la viabilidad del bien público y los principios de la vida económica que necesitan un replanteamiento sustancial.

Bajo el neoliberalismo, se ha vuelto más difícil responder a las demandas del contrato social, el bien público y el estado social, que han sido empujados a los márgenes de la sociedad, vistos como un obstáculo y una patología. Y, sin embargo, tal dificultad debe superarse en el impulso de reformar la educación pública. La lucha por la educación pública es la lucha más importante del siglo XXI porque es una de las pocas esferas públicas que quedan donde se pueden hacer preguntas, desarrollar pedagogías, construir modos de agencia y movilizar deseos, en los que se puedan desarrollar culturas formativas que nutran pensamiento crítico, disidencia, alfabetización cívica y movimientos sociales capaces de luchar contra esas fuerzas antidemocráticas que están marcando el comienzo de tiempos oscuros, salvajes y terribles.

Este artículo fue publicado originalmente en Truth Out, en www.truth-out.org.

Fuente e Imagen: https://www.culturematters.org.uk/index.php/culture/education/item/2492-we-are-called-to-speak-for-the-weak-a-critical-pedagogy-manifesto
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El Capitalismo, sus médicos y sus medicamentos. Filosofía de la Salud

Por: Fernando Buen Abad

Una sociedad enferma lucra, incluso, con las enfermedades

Mientras la salud (o las enfermedades) de los pueblos sean un negociado de mercachifles en el que estén prendidos como vampiros muchos laboratorios, universidades, instituciones gubernamentales, hospitales y médicos… mientras existan personas y pueblos enteros sin seguridad médica… mientras reinen los hábitos y las manías patológicas que inoculan las mafias publicitarias en contra de la salud pública… viviremos una injusticia monstruosa que se ha naturalizado como parte del decorado miserable de las sociedades divididas en clases. Todos los días, durante las madrugadas, las filas de personas a las puertas de los hospitales, en espera de una consulta, padecen listas enromes de violaciones a los derechos humanos mientras, por ejemplo, la industria farmacéutica (13 de los 20 más voraces) instalada en Puerto Rico, recibe beneficios fiscales caimánicos y mueve saludables fortunas en el orden de 60 000 millones de dólares.

El capitalismo entrena a los médicos, a las enfermeras y a los trabajadores de la salud como se entrena a un ejército de mercenarios vendedores de análisis cínicos, estudios diagnósticos, cirugías, medicamentos y terapias. Las materias y reflexiones humanísticas, la conciencia social, brillan fulgurosamente por su ausencia y precariedad. Les uniforman las cabezas con aspiraciones y sueños burgueses (estereotipados hasta las náuseas) para que exhiban impúdicamente su lealtad convenenciera a los negocios de dueños de los laboratorios que ya antes entrenaron a sus jefes. “Pfizer es actualmente la mayor compañía farmacéutica, y se reporta 45 mil millones de dólares de rentabilidad. Las empresas multinacionales entre ellas Glaxo Smith Kline, Merck & CO., Bristol-Myers Squibb, AstraZeneca, Aventis, Johnson & Johnson, Novartis, Wyeth y Eli Lilly, acapararon el 58,4% del mercado alrededor de 322 mil millones de dólares en ganancias”.1

Hay que ver los desplantes de prepotencia y petulancia que pasean muchos jefes de sección, de guardia, de departamento… en cada clínica, hospital o laboratorio frente a las enfermeras, los estudiantes y los trabajadores que deben aprender primordialmente a convertir su humillación en buenas calificaciones, diplomas, nombramientos especiales o premios… como la asistencia a congresos, la publicación de “papers” y los regalitos de los laboratorios. No nos asustan, ni silencian, los medicuchos que se envuelven con enjambres terminológicos y estadísticos par inmolarse en el reino de la erudición archi-especializada y donde no sólo no se aceptan las denuncias más obvias sino que éstas son vistas como desplantes de “mal gusto”. De esos bonzos demagogos, tecnócratas y burócratas, están repletas las academias y asociaciones de especialistas… y muchos hospitales. No todos, claro… claro. Pero. Muchos estudiantes son adiestrados con excelencia “técnica” para sustentar la servidumbre de clase que justifica el negocito y justifica también algunas dádivas de la filantropía médica que, con su ética mesiánica, beneficia a algunos pobres en hospitales para pobres y con burocracia para pobres.

 

¿Es esto muy exagerado?

Los médicos, las enfermeras y los trabajadores de la salud suelen ser amaestrados para que adopten, como suyas y originales, ideas reaccionarias y conductas mediocres. Su heroicidades se reduce a ser serviles y mansos con el negocio y llevar al reino de su individualismo las glorias de las cuentas bancarias y los bienes terrenales. Su heroicidad tiene por alma mater una vanidad inmisericorde entrenada diariamente en el campo de concentración a que someten a sus “pacientes” y a los familiares de ellos. Muchos “doctorcitos” se hacen pagar su magnanimidad con agradecimientos eternos, y halagos, gracias a extorsionar a todo mundo con el viejo truco de regatear información, hablar con tono didáctico y condescendiente, jugar a que el tiempo nunca les alcanza y sacarse de la manga soluciones milagrosas. Muchas bajo el método de la escopeta… algún perdigón le pegará a la perdiz. Cuantos más medicamentos ensayen… mejores regalitos mandarán los laboratorios. Existe un ranquin internacional de premios en hoteles, líneas aéreas y merchandising variopinto. Lo aprenden los médicos, las enfermeras y los trabajadores de la salud desde las primeras lecciones.

Sueñan con infectarnos la vida con saliva de burócratas serviles a la carnicería neoliberal son “doctores” de inoculados de epidemia usurera entre los mercados farmacéuticos caldo infecto de la demagogia neoliberal el peso de la miseria y el crimen, el hambre, el desempleo, la injusticia galopante. Nosotros lo pagamos. Ellos se autonombran “doctores” para esconder su prepotencia y suficiencia de ignorantes funcionales indolentes a la miseria, desnutrición, hospitales destruidos, escuelas desvencijadas, podredumbre y hediondez a diestra y siniestra. Depresión, mal humor, desesperanza, hartazgo, tristeza, melancolía rabia… furia… odio. Cansancio y soledad, trabajadores humillados. Ancianos victimados con indolencia… enfermos carcomidos por la burocracia. Los niños miran atónitos el futuro que les heredamos. Es una Monstruosidad. Vivimos infestados de negligencia. Los más pobres están más desprotegidos, no están bien alimentados, no pueden ir al doctor, imposible pagar medicamentos y en general no tienen posibilidad de atender su salud. No es poca cosa.

Nosotros sabemos que la guerra contra la medicina corrupta debe ser una guerra contra el capitalismo, también. El negocio de los laboratorios farmacológicos ha sacado una tajada monstruosa. Y no hemos visto lo peor. Sabemos que las corporaciones fabricantes de medicamentos son dueñas de la seguridad de miles o millones de personas. Reina el cinismo. Sabemos que la crisis sanitaria expresa la irracionalidad capitalista. Los monopolios imponen sus negocios como si fuesen políticas de salud e imponen condiciones de mercado para especular con medicamentos y precios. Son dueños de la salud de millones de seres humanos.

 

¿Y el pensamiento ético en materia de salud?

Está claro que la pachanga obscena de comerciar con las enfermedades, al alcanzar sumas millonarias en cualquier moneda, requiere gerentes gubernamentales encargados de legalizar la tranza e idear mecanismos creativos para sacarle más jugo a las víctimas. Por eso construyen hospitales cuyo sello de clase garantiza un modelo de consumo perfecto para el nivel de corrupción alcanzado por los “doctorcitos” y sus compinches. Por ejemplo construyen hospitales para consumir los mil y un productos que, encarecidos a precio de gobierno, mejor convengan a las empresas proveedoras; por ejemplo gastarán a manos llenas los impuestos de los pueblos para congraciarse con empresas fabricantes de aparatologías y artículos de toda índole, para, recurrentemente, tapizar la ruta de las entregas con diezmos a granel para los intermediarios; por ejemplo pondrán salas de espera, quirófanos, habitaciones, pasillos, oficinas y salas de urgencias… al servicio de la lógica “fordista” aplicada a la atención médica. Todo esto tributario de desentenderse rápido de los “pacientes” para que no engorden los gastos que pudieran amenazar la pachanga de las corruptelas. Hoy, en la obscenidad extrema del sistema de corrupción médica, los pacientes son obligados a llevar a los hospitales sus sábanas, tenedores, agua, vendas y bacinicas… no hay muchos médicos protestando por eso.

Muchos médicos, y sus compinches, gustan de celebrar cifras de eficiencia y atención a los pacientes. Se embriagan en estadísticas exitosas que desbordan gráficas powerpoint, libros, tratados y enciclopedias. Si cada página editada con guarismos triunfalistas implicara a una persona atendida con eficiencia… no habría crisis sanitaria en el mundo. Y la medicina habría dejado de ser una industria burguesa para ser un derecho socialista inalienable.

En la cúspide del alma mater en los médicos medicamentalizados (es decir con la mente puesta en ayudar a vender medicamentos muchos de ellos innecesarios) están los laboratorios farmacéuticos anudados todos en una red multinacional de inversionistas que, cómo en todo comercio, rigen sus tareas por las leyes capitalistas de la oferta y la demanda. ¿Nos sorprendería saber cuántas veces han inventado epidemias, pandemias y contagios para hacer circular millones de vacunas, jeringas, pastillas, cremas o ungüentos? La base material capitalista de esta industria mundial sustenta una cúspide ideológica -metodológica- vestida de “ciencia” en la que se han protocolizado operaciones técnicas con operaciones financieras donde los que ganan son los dueños del negociado. ¿Se ofenderán mucho con este retrato?

¿Es poco filosófico?

No son pocos los médicos que viven de mentir y de mentirse. Fabrican fantasías y explicaciones desopilantes para ganar la “confianza” de sus pacientes-clientes. Si hubiese una colección mundial sobre las fantasías inventadas por muchos médicos sobre el comportamiento del organismo humano, y su relación con los químicos prescritos, tendíamos una enciclopedia del horror monumental. La “filosofía” burguesa de la “industria de salud” ha producido durante su historia un monstruo insaciable enredado con las más deplorables anécdotas de corrupción e impunidad. Lo que menos les importa es la erradicación de las enfermedades porque tal cosa disminuye los ingresos farmacéuticos. No importa que muchos de los productos “médicos” (de quirófanos, farmacias, hotelería hospitalaria y toda la parafernalia) no tengan eficacia probada… lo importante es cubrir las metas mensuales en materia de ventas y cobros. Es esa su “filosofía” y punto.

Su “filosofía” no se compromete con una lucha efectiva contra las enfermedades que agobian a los trabajadores, lo que importa son las regalías y el secuestro de las patentes para gozar de exclusividad en el usufructo de una enfermedad y más si se vuelve epidemia. Sin importar (hay casos de infamias insondables) cuán tóxicas sean para las personas las medicinas, las operaciones o los tratamientos, ni sus consecuencias colaterales, las enfermedades asociadas ni la muerte (que el capitalismo también ha convertido en negocio)

Su “filosofía” también consiste en invertir millonadas, para esconder bajo el tapete, los planes de negocios relativos a la investigación que ellos llaman “científica”. No es el bien social lo que determina inversiones ni lo que determina las políticas sanitarias… es descarnadamente, la búsqueda de beneficios financieros privados para un puñado de monopolios alcahueteados por los gobiernos serviles. Si para eso hay que manipular y falsificar datos, si para eso hay que publicar revistas, organizar congresos y entregar “premios nobel”… no se detendrá una industria tan pesada. No tendrá pruritos metodológicos o morales, una industria deshonesta que se disfraza con la palabra Ciencia para esconder su “filosofía” de los negocios.

La lista de ligerezas y errores con que se maneja la fabricación industrial de medicamentos es enorme. Hay denuncias y debates que generalmente se esconden porque afean el panorama. La industria farmacéutica tiene controles sobre la inmensa mayoría de publicaciones especializadas y las revistas de divulgación científica. La industria farmacéutica gasta fortunas en publicidad y en regalos para sus médicos favoritos. Se trata de una dictadura del negocio farmacéutico.

Los médicos son la tercera causa de muerte en los EE.UU.: causan 250.000 muertes por año.2 No todos, claro, no todos.

¿Está todo tan mal?

Contamos con Cuba, por ejemplo. Algunas tareas indispensables para superar las patologías generadas por la industria médico-farmacéutica del capitalismo deberían pasar a estas horas por la expropiación, sin pago, y bajo control obrero, de todo el negociado obsceno que hoy deambula impunemente por el mundo. No hay alternativas. El capitalismo es un delito3 y una maquinaria infernal de producir crisis ecológica, enfermedad y muerte. A estas horas es preciso reformular todas nuestras concepciones teórico-metodológicas en materia de salud y de políticas socialistas de salud. Aprovechar los mejores logros, los que son realmente útiles y liberarlos de las garras del capitalismo. Reformular nuestras ideas y preconcepciones sobre el organismo humano sus interdependencias con la naturaleza toda, su desarrollo y su situación actual.

Reformular la investigación científica y los principios mismos de la actividad médica adaptados a la realidad concreta y las urgencias de esta etapa. Transformar los modelos de enseñanza y la educación médica en todos sus niveles. A estas horas es inexcusable garantizar la salud y los servicios en condiciones que permitan soberanía política en políticas concretas, democracia médica revolucionaria, erradicación del rezago médico y de las enfermedades de la pobreza. Prevención socialista y planificación, educación y la cultura de la salud, empleo digno para los trabajadores de la seguridad social… afincar una Filosofía socialista de la salud que privilegie la vida digna como un derecho concreto e inalienable. Vincular el problema de la salud con la preservación de los ecosistemas. Garantizar condiciones materiales de existencia, justas y democráticas. Los más avanzados descubrimientos de la medicina no pueden ser propiedad privada de un puñado de capitalistas. El movimiento obrero debe exigir su nacionalización inmediata al lado de la nacionalización de los grandes bancos, los latifundios y los monopolios que someten nuestras vidas a la dictadura del Capital. Sólo una economía socialista planificada racionalmente podrá desarrollar la riqueza de los conocimientos en materia de salud para ponerlos realmente al servicio de la humanidad y su desarrollo. Eso será realmente curativo.

1    http://www.militante.org/medicinas-laboratorios-monopolios-y-nuestra-salud

2    http://www.bibliotecapleyades.net/ciencia/ciencia_industryweapons02.htm

3    Antonio Salamanca http://www.aporrea.org/ideologia/a97634.html

Fuente: https://kaosenlared.net/el-capitalismo-sus-medicos-y-sus-medicamentos-filosofia-de-la-salud/

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