Una defensa contundente y argumentada de la instrucción pública

España/02 de Junio de 2018/Por: Salvador López Arnal/Rebelión

Casi no es necesario presentar a los autores. Los tres son profesores de filosofía. Carlos Fernández Liria de la Complutense, Olga García Fernández y Enrique Galindo Ferrández son profesores de secundaria. Militan ambos en las Mareas en defensa de la educación pública.

Además del preámbulo, son diez los capítulos del libro, más el apartado de conclusiones, un apéndice que evalúa el bilingüismo (inglés, castellano) y la bibliografía.

La dedicatoria es muy significativa del compromiso de los autores: a sus alumnos, a compañeros que han leído el manuscrito del libro y “a nuestros compañeros y compañeras de Mareas por la Educación Pública, por su lucha incansable y su valiosa amistad. También a todos los profesores y maestros que, como Daniel Nota, son un ejemplo para la escuela pública”.

Lo es también el título: “Escuela o barbarie”, una disyunción (excluyente) que, por supuesto, recuerda, con neta intención, el socialismo o barbarie de Rosa Luxemburg. El subtítulo tampoco está para adornar: “Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda”. Nada que decir de lo primero, conocemos y sufrimos sus programas, sus avances y sus agresiones; de lo segundo, de la necesidad de matices sobre ese delirio de la izquierda, diré algo más adelante.

La idea central de este libro muy recomendable, escrito con fuerza y convicción, se puede resumir tal vez del modo siguiente: es urgente y necesario defender la educación y la instrucción pública; existe, no es una neura ni una idea conspirativa fantasiosa, un auténtico plan de privatización de la enseñanza pública, de desmantelamiento paulatino de esta gran conquista ciudadana, de poner al servicio de las grandes corporaciones el sistema educativo de los países. En definitiva, de sustituir la instrucción pública por otra cosa muy distinta, basada en competencias, habilidades y demás ítems de la terminología (antipedagógica) al uso. Una ilustración de esto último: ¿Para qué sirve, dicen los partidarios de las TIC, aprenderse los ríos españoles de memoria o las capitales del mundo si no tenemos la habilidad de mirar sus nombres con el buscador de una gran corporación, de San Google por ejemplo?

Las virtudes del ensayo, cito las más relevantes teniendo en cuenta el espacio del que dispongo, son más que evidentes. Algunos ejemplos:

1. Claridad en la exposición. No hay pasajes oscuros. Lo que se piensa se dice a las claras, sin ocultaciones, de frente. Plantando cara cuando es necesario y, como se podrá comprobar, muchas veces es necesario. Cada vez más.

2. El tono no es siempre cortés pero no hay falta el respeto. Hay un pensamiento, ahora heterodoxo, que se quiere vindicar, marcando distancias y criticando posiciones que se piensan (y sienten) como erróneas o como muy serviciales en algunos casos.

3. La defensa de lo público, de la educación pública, es más que evidente y sostenida con una argumentación sólida y con convicciones por supuesto.

4. Se podrá decir que se habla con trazo demasiado grueso sobre la pedagogía, contra la pedagogía si se quiere. Un capítulo, el IX, muestra muchos matices y permite una mejor comprensión de las posiciones defendidas. La discusión que mantuvieron Carlos Fernández Liria y Luis S. Villacañas, incluida en el libro, enseña a todos.

5. Se dirá que los autores, como buenos filósofos que son, teorizan y teorizan, incluso que especulan, pero que apenas plantean programas alcanzables, no utópicos. No parece pertinente la crítica. Un programa con quince puntos no quiméricos, y con coste económico cero aseguran (tengo alguna sobre ello, pero es secundario ahora), se expone, con claridad y distinción cartesianas, esta vez en las páginas 373-375. Dos ejemplos: “10. Plan de rescate ciudadano vertebrado en tres ejes de actuación; ayudas para comedores escolares, becas para material escolar y subvención de transportes públicos”. 12. “Recuperación de los derechos laborales extirpados al profesorado, especialmente a los interinos”.

6. Las críticas al llamado Plan de Bolonia, en su momento no bien recibidas entre algunos sectores del profesorado por demasiado radicales o extremistas, quedan aquí recogidas y, visto lo visto, hay que darles la razón en la mayoría de sus observaciones. No estaban ciegos y mucho menos obnubilados por prejuicios izquierdistas

7. La independencia de juicio, la libertad de pensamiento, se muestra en muchos apartados del libro. Destacaré uno. Los autores, alguno de ellos, o todos ellos tal vez, formados en los escritos y en la filosofía de Louis Althusser, no tienen ningún problema en criticar y dejar muy mal parado el concepto o categoría de “aparato ideológico de Estado” atribuido a la escuela “althusseriana”. En su opinión, un auténtico disparate conceptual, de hondo calado político, refiriéndose a la escuela pública de los Estados democráticos (capítulo II, primeras páginas).

Siguiendo el espíritu del libro, conviene apuntar algunas críticas:

1. Falta, en mi opinión, aunque sé bien que no se puede hablar de todo, una mayor aproximación a los ciclos formativos, a la enseñanza llamada profesional que también es enseñanza. Si existe algún ejemplo de privatización, de colaboración servil con el mundo empresarial, ese ejemplo está relacionado directamente con la formación dual, con la barbaridad de horas de prácticas que tiene que realizar los estudiantes (unas 350 horas, cinco meses o más), con la inexistencia de una formación humanística básica en los ciclos y con la inculcación e intoxicación cultural-ideológica de una asignatura, “Economía e iniciativa emprendedora”, que, cuanto menos en Cataluña, es obligatoria en todos los ciclos. Neoliberalismo indocumentado en estado puro.

2. La crítica a la izquierda es, en algunos casos, demasiado general en mi opinión. De hecho, ellos mismos citan, con acuerdo y mucha admiración, a uno de esos activistas y pensadores de izquierda de los que todos hemos aprendido. Hablo, por supuesto, de Agustín Moreno. Por lo demás, hay otros autores de izquierda en nuestro país que también se han levantado contra la privatización de la enseñanza y contra su destrucción. Un ejemplo entre muchos posibles: Pilar Carrera Santafé y Eduardo Luque Guerrero, Nos quieren más tontos. La escuela según la economía neoliberal, Vilassar de Mar, El Viejo Topo.

3. No estoy seguro que los autores sean totalmente justos cuando se aproximan al debate Bueno-Sacristán de los años sesenta y setenta del siglo pasado en torno al papel de la filosofía en los estudios superiores y sobre las características esenciales de la propia filosofía y del filosofar. El opúsculo de Sacristán es un texto de intervención escrito en determinadas coordenadas políticas, culturales y filosóficas, fechado en 1967 (publicado en catalán al año siguiente), un artículo largo, digámoslo así, donde se plantea un nuevo programa filosófico para la enseñanza secundaria (no se apuesta por anular su enseñanza sino por su renovación) y universitaria que tiene muy en cuenta la realidad filosófica de España en aquellos momentos. De hecho, algunas formulaciones que los autores realizan en varios apartados del libro -una pedagogía real, reflexionada por los propios profesores, no por supuestos expertos en didáctica- recuerdan algunas aristas de la propia reflexión “sacristaniana”.

Prueba práctica de que Sacristán no menospreció la enseñanza de la filosofía en secundaria, una filosofía no cansina a la altura de las circunstancias que supiera a qué atenerse, es que él mismo la practicó, con diversas conferencias, cuando tuvo ocasión.

4. La crítica a Francisco Fernández Buey que los autores realizan en la nota 24 de la página 48 pide, incluso exige, también algún matiz. Cuando el autor de Por una Universidad democrática explica que fracasó la lucha por la democratización de la Universidad en los años setenta del siglo pasado porque se les impuso la “funcionarización” (de los PNN), no debe olvidarse que en aquellos momentos este movimiento universitario había elaborado otra forma de relación laboral entre el profesorado y la Universidad que garantizase su independencia y su estabilidad laboral, puntos sin duda centrales. Que fuera muy diferente de la “funcionarización” que entonces se conocía, que poco tenía que ver con el servicio público correctamente realizado y mucho con él a “mí no me toques ni me digas nada porque soy funcionario y tengo mucho mando en mi plaza”, no le resta valor sino que se lo añade.

5. Los autores usan a veces la expresión “propietarios” (aunque sea de plaza) para referirse a la situación ideal del profesorado. Si no, no queda otra que la dependencia y el servicio acrítico. Me da que otras formulaciones son posibles, incluso necesarias. Enseñantes, trabajadores de la enseñanza, por ejemplo, y con ello la posibilidad de un control público, ciudadano, de las prácticas profesionales, laborales, de algunos profesores titulares, algunos de ellos catedráticos, que viven esa propiedad de plaza como un “nadie me tose, aquí mando yo”.

6. Faltaría un índice nominal en las próximas reediciones y, en mi opinión, no estaría mal un glosario con los quince o veinte concepto básicos que manejan los autores.

Nada sustantivo en este apartado crítico. Lo esencial está en el importante y poblado haber de este libro filosófico, polémico sin duda, los autores son muy conscientes de ello, que argumenta con pasión razonada sobre la necesidad de cuidar con mimo un bien tan preciado como la educación e instrucción de la ciudadanía. Ha sido, sigue siendo, una conquista obrera, popular, ciudadana que no podemos arrojar a la cuneta, como tantos cadáveres de luchadores republicanos antifascistas. Bien mirado, también a ellos se lo debemos en gran parte.

Se me escapan mil temas más. No se puede hablar de todo… y es una lástima en este caso.

El libro lo merece.

No se lo pierdan. Pasen, lean y recomiéndenlo, si les parece.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=242221

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