La perspectiva de género implica una serie de lecturas escalonadas que cruzan a la educación, la política y la sociedad civil. Veamos cuatro aspectos. En primer lugar, la visión de conjunto nos indica un panorama desolador en relación con el ejercicio efectivo de los derechos de la mujer. Entre otras cosas, a nivel mundial las mujeres solamente ocupan un poco más de la quinta parte de las sillas parlamentarias; ganan entre 10% y 30% menos que los hombres en la mayoría de los países; en más de 60 países tienen negado el derecho de adquirir, cambiar o retener su nacionalidad; y una de cada tres mujeres todavía experimenta violencia física y sexual (Unesco 2016).
Sin olvidar otros responsables, la educación tiene una enorme cuota de responsabilidad en bien asumir o no la modificación de valores, actitudes, conocimientos y prácticas que desde muy temprano en la infancia consagran la discriminación y perpetúan la inequidad. Resulta por demás necesario examinar las políticas educativas, así como las propuestas curriculares, pedagógicas y docentes para precisar cuán respetuosas e inclusivas son de los derechos humanos de la mujer.
En segundo lugar, la perspectiva de género muestra un panorama matizado respecto al acceso y al desempeño educativo. Por un lado, tres de cada cuatro países en educación primaria, y uno de cada dos en media, han logrado paridad de género en el acceso a la educación. En los restantes países las mujeres están en clara desventaja. Por otro lado, los resultados de PISA (2012) nos indican que a la edad de 15 años, son varones quienes tienen los desempeños más bajos en matemáticas, lectura y ciencias en el 60% de los países. Las adolescentes logran mejores desempeños en lectura en todos los países evaluados, mientras que en seis de cada diez países los adolescentes varones logran mejores desempeños en matemáticas. También se observa cómo las percepciones y los gustos influyen. Las adolescentes disfrutan más de la lectura y aun cuando logren un alto rendimiento en matemáticas, tienen falta de confianza en sus habilidades matemáticas. Mientras tanto, los adolescentes varones consideran cuatro veces más que sus pares femeninos cursar estudios de ingeniería y computación (OECD 2015).
Estos datos no pueden ser leídos desde una perspectiva biológica de mujer y hombre que no reconozca que la idea misma de género es una construcción cultural y social contextualizada a las realidades locales. Quizás nos debemos interrogar sobre si somos conscientes de que los contenidos educativos y las maneras de enseñarlos pueden estar lesionando oportunidades de educarse y de aprender. Acaso en las mentalidades y en las prácticas familiares y docentes, en los recursos de aprendizaje utilizados incluyendo los libros de texto, en los tipos de actividades planteadas por los docentes para trabajar diversos temas del currículo, y en los modelos de rol de las profesiones idealizados, pueden estar los indicios de una educación discriminatoria. Mientras que por ejemplo las niñas pueden ser abierta o sutilmente desestimuladas de estudiar las ciencias y las matemáticas, los varones pueden ser discriminados por una educación media que no conecta con sus motivaciones y preocupaciones.
En tercer lugar, un currículo y una pedagogía inclusiva de género materializa el derecho de la persona a ser respetada en su identidad y orientación sexual, así como asegura que la diversidad de propuestas de enseñanza y aprendizaje permita a los estudiantes alimentar sus curiosidades y experimentar sus gustos sin ser encasillados en determinados roles, ramas educativas y ocupacionales. El currículo puede, en efecto, incentivar concepciones y prácticas regresivas que propician una sociedad de roles segmentada por hombres/mujeres. O contrariamente puede exponer a los estudiantes a múltiples experiencias de aprendizaje donde puedan visualizar la necesidad de saber sobre diversos roles para poder gerenciar su vida y tomar decisiones autónomas de acuerdo a sus preferencias. Por ejemplo, el manejo de aspectos vinculados a la economía doméstica en la educación media debiera tener igual significación para mujeres y hombres y constituir un tema transversal de formación.
En cuarto lugar, una perspectiva transformacional de género es un asunto de la sociedad en su conjunto que compromete a las comunidades y familias a revisar mentalidades y prácticas. Las familias tienen que ser convocadas y formadas para visualizar en la igualdad de género un activo de una sociedad democrática y de un proceso de socialización saludable de las generaciones jóvenes. También se debe entender que el potencial del talento de una persona y de la sociedad en su conjunto pueden verse severamente limitados si costumbres culturales regresivas direccionan a las personas a formarse según su condición biológica socialmente definida.
En suma, aunque con pesos diferentes, la desigualdad y la discriminación educativa tienen rostros de hombre y mujer. No van en un solo sentido. Se requiere de renovadas lecturas y políticas para apuntalar y auditar al sistema educativo en el logro de una efectiva igualación de oportunidades.
Tomado de: http://www.elobservador.com.uy/pistas-la-educacion-el-mundo-10-n984066