La ciencia también se entretiene: Entrevista a Luis Javier Plata Rosas

México / 29 de abril de 2018 / Autor: Ariel Ruiz Mondragón / Fuente: Etcétera

La industria del entretenimiento se ha convertido en una de las más pródigas del mundo, de la que ha derivado una gran cantidad de productos que algunos llaman “cultura pop” y otros simplemente mainstream.

Por supuesto que ese fenómeno ha dado motivo a diversos estudios, por lo cual resulta natural que varias de sus manifestaciones atrajeran la atención de diferentes ramas de la ciencia, con las cuales ha mantenido una interacción continua y muy interesante.

A las conexiones, no siempre felices, que se han establecido entre el ámbito del entretenimiento y la ciencia, Luis Javier Plata Rosas (Ciudad de México, 1973) dedicó una columna en la revista Quo que ahora ha sido reunida en su libro Ciencia pop. De música, cine, videojuegos y series a través de la ciencia (Ediciones B, 2016).

Sobre los temas allí desarrollados charlamos con Plata Rosas, quien es doctor en Oceanografía Costera por la Universidad Autónoma de Baja California y profesor-investigador de la Universidad de Guadalajara. Ha colaborado en Nexos, Algarabía, ¿Cómo ves?, La Jornada y El Informador. Autor de al menos una decena de libros, obtuvo el Premio Estatal de Ciencia de Jalisco, en la categoría de Divulgación, y en 2012 recibió una mención especial en el primer Concurso Internacional de Divulgación Científica Ciencia que Ladra-La Nación, en Buenos Aires, Argentina.

¿Por qué publicar estos textos de nuevo? Por dos razones: la primera, en caso de que alguien jamás comprara Quo, que la adquiriera y no leyera esa sección, o que nunca supiera nada ni de la una ni de la otra, ahora tiene la oportunidad de leer estos textos. La segunda es que, aunque ya conozcan algunos o todos estos textos, en realidad esta es la primera vez que se publican íntegramente, tal y como los escribí.

A diferencia de mis otros libros, que planeé como tales desde el inicio, Ciencia pop es una selección mía de textos que escribí y publiqué a lo largo de diez años en la revista Quo, cuando Iván Carrillo era su editor. En ese entonces, él me invitó a colaborar y le envié un texto sobre los sesenta perros de Pávlov (famoso por el experimento, referencia obligada en psicología conductual, de la salivación de dichos perros al escuchar la campanilla que antecedía a que les sirvieran su comida, hubiese o no esta última). Iván decidió incluir ese texto en una sección a la que le puso “Ciencia pop”. Desde entonces, cada mes enfrenté el reto de escribir algo que tuviese que ver con un tema de la cultura popular desde la perspectiva de la ciencia: artículos que hablaran de, por ejemplo, personajes como Tarzán, de películas como “La guerra de las galaxias”, de series de televisión como “Esposas desesperadas” o de festividades como la Navidad.

Siempre me impresionó encontrar, por lo menos, algún investigador que, aunque fuese tangencialmente, se inspirara en estos temas. Pero tal vez no debería impresionarnos, dado que, científicos o no, todos crecimos —o crecemos, en el caso de los futuros científicos— inmersos en esta cultura popular cada vez más globalizada.

La gran mayoría de las veces, por el límite de espacio que tenía en la sección, mis textos de “Ciencia pop” se editaban, lo que significa que los editores de Quo, Marisol Robles o Carlos Gutiérrez Bracho, reducían su extensión para que cupieran en las dos páginas de la revista al lado de las ilustraciones que los acompañaban. A veces tenían que simplificar un poco el lenguaje porque, aunque me insistían, en muchas ocasiones usaba palabras que no necesariamente eran tecnicismos, sino algo aparentemente tan inocuo como “omnisciente”, y que en estos casos era mejor escribir simplemente “que todo lo sabe”, dado que la revista estaba dirigida a lectores muy diversos en todo el país.

Quo, por lo menos en la era de Iván Carrillo, era una revista de divulgación científica que, a la vez que cuidaba su contenido para no caer en la seudociencia, estaba pensada para lectores curiosos, no necesariamente interesados en principio en la ciencia; por ejemplo, para aquellos que querían hojear o leer algo mientras esperaban su turno en la peluquería, su cita en el consultorio médico o al viajar en autobús de una ciudad a otra.

Nunca fui censurado pero a veces hacía chistes que tenían medio oculta —según yo— alguna referencia política o religiosa, y cuando lo detectaban los editores lo quitaban. Referencias, por ejemplo a Elba Esther Gordillo o al Peje que, en este libro, quedaron tal cual. Como, además, desaparecieron las restricciones de espacio, por primera vez los lectores pueden disfrutar de los textos completos.

La primera parte del libro está dedicada a los juegos de mesa, que van desde el jenga hasta la ouija (aunque no está “el deporte ciencia”: el ajedrez). ¿Por qué la ciencia se ha ocupado de ellos?

Porque tenemos ejemplos como el del cubo de Rubik, inventado por un matemático, y porque me pareció interesante cómo un matemático o un economista no dejan de serlo a la hora de jugar Serpientes y escaleras o Monopoly, y entonces comienzan a preguntarse cosas como cuál es el número mínimo de tiros de dado que uno necesita para llegar a la meta, o cómo podría diseñarse un juego de Sociopoly en el que la desigualdad social se refleje, así como la Ignorancia tiene una ficha en el Maratón.

El ajedrez no lo incluí porque no es la primera opción (ni siquiera la segunda) en una fiesta, o en reuniones familiares o entre amigos, a la hora de buscar un juego de mesa para divertirse entre varios.

Fuente de la Entrevista:

http://www2-etcetera.com/articulo/La+ciencia+tambi%C3%A9n+se+entretiene/48975

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