¿Alguna vez has pensado que una de cada cinco niñas que conoces podría ser víctima de violencia sexual? Estábamos en casa de un amigo este fin de semana y empezamos una acalorada discusión sobre un tema que ha aparecido mucho en laprensa: violaciones y asalto sexual en los campus universitarios de los EE.UU. Uno de los hallazgos sorprendentes que sale del informe de la Casa Blanca es que casi 22 millones de niñas y otros 1,6 millones de niños habrían sido violados durante su vida. De repente, nos miramos unos a otros, nos contamos y nos dimos cuenta de que, estadísticamente, había una gran posibilidad de que esto le sucediera a uno de nuestros bebés. Imagínate: una de cada cinco niñas. Y la otra cuestión: el 98% de los perpetradores son hombres.
Soy madre de dos niños de cuatro y de una niña de dos años de edad. Los veo tan dulces y tiernos. Más allá de las personalidades, realmente no puedo ver las diferencias emocionales entre ellos tres. Y la imagen de mis hijos abusando de una niña, o mi chica siendo abusada por un chico me aterra. De la misma manera en que creo que las niñas no tienen predisposición genética a quedarse en casa, o ser peor que los niños en matemáticas y ciencias, creo que los niños no son más propensos que las niñas a tener un gen distorsionado en su ADN que les impulsa a este tipo de violencia y abusos sexuales de niñas de cualquier edad.
Soy la mayor de tres niñas y supongo que mi conciencia de los estereotipos y limitaciones que nos imponemos entre géneros comenzó en algún lugar de mi adolescencia. He puesto siempre mi atención en la forma en que la sociedad tiende a aplicar los sesgos de género y colocar unos a otros en cajas que limitan nuestra libertad. He visto cómo tratamos de justificar esas construcciones sociales con predeterminación biológica a ciertas preferencias y opciones. ¡Es increíble cómo somos capaces de creer nuestras propias mentiras!
Como sociedad y como familia, hay algo muy equivocado en la manera en que educamos a nuestros niños y nuestras niñas, si lo que estamos obteniendo como resultados son chicos necesitando infringir violencia a seres humanos físicamente más débiles para sentirse empoderados. O niñas que no contribuyen a la sociedad en su máximo potencial porque las relegamos de determinadas actividades y las traumatizamos si son partícipes de ellas.
Me gustaría que todos los adultos, cada padre y cada madre, los que no tienen hijos por elección o porque no podían, cada profesor de la escuela y de la universidad nos detengamos a pensar en lo que podemos hacer para poner fin a la imposición de restricciones, estigmas y estereotipos que limitan nuestras elecciones. Quiero que pensemos en todas esas ocasiones en que nos hubiera gustado hacer algo diferente a lo que se esperaba y que no pudimos porque la presión social era demasiado fuerte.
Cada vez que le digas a una niña o un niño lo que ella o él debiera hacer o en lo que debiera convertirse, por favor piénsalo dos veces. Por favor, piensa en las repercusiones y la frustración que genera. Estamos muy mal si lo que estamos produciendo, como sociedad, es una de cada cinco niñas y uno de cada 33 niños víctimas de abusos sexuales durante los años universitarios, esa etapa en la que deberían estar recibiendo la mejor formación para la vida. Estamos muy mal si una de cada tres niñas sufre algún tipo de violencia física y/o sexual durante su vida. Estamos muy mal cuando más del 90% de los abusadores son hombres. Esto no es acerca de ser un niño o una niña. Esto se trata de lo que las sociedades transmiten, aceptan, toleran e imponen a nuestras generaciones más jóvenes.