España/25 mayo 2016/Autores:Sara García de Blas – Valeria Méndez de Vigo/Fuente: El País
“En Alepo estaban cerradas todas las escuelas. Estaba feliz y emocionada por salir del país”, cuenta Israa Cheikh Karrouch, de 15 años, estudiante en uno de los programas educativos que gestionamos en Líbano. Israa es una de los 44 millones de niños y niñas en países asolados por conflictos armados que no están escolarizados. Una de cada cuatro personas solicitantes de asilo en Europa tiene menos de 18 años. Hay niños y niñas que no pisan el colegio desde que comenzó el conflicto armado en Siria, hace ya cinco años.
La Unión Europea firmó el 18 de marzo un acuerdo con Turquía en el que se acordó, entre otras medidas, devolver a este país a las personas inmigrantes y refugiadas que lleguen a Grecia. Pero Turquía está sobrecargada –acoge a casi tres millones de personas sirias que han huido de la barbarie- y no tiene capacidad para garantizar el derecho a la educación de todos los niños y niñas refugiados. De hecho, en el curso actual, unos 400.000 mil niños y niñas sirios se han quedado sin educación en Turquía. Algunos padres no saben si sus hijos pueden matricularse en la escuela o no saben cómo hacerlo. Los niños y niñas afrontan múltiples dificultades al no hablar la lengua y muchos se ven obligados a trabajar para poder subsistir.
En muchos otros lugares del mundo, los conflictos suponen un enorme obstáculo para la educación. De media, la tasa de finalización de la educación primaria en países no afectados por conflictos es del 75%, mientras que en países en conflicto es del 58%. Además, en estos últimos, las jóvenes tienen casi un 90% más de posibilidades de no estar matriculadas en educación secundaria.
La educación es un derecho y promueve la dignidad humana, pero es que, además, como señala el JRS en su informe, es “una intervención que salva vidas”. Protege a los niños y niñas frente a la explotación y el reclutamiento por parte de grupos armados, les ayuda a hacer frente al daño psicosocial y a la separación familiar y les aporta estabilidad. Por encima de todo, la educación restaura su esperanza y les ayuda a construir un futuro digno. “Me gusta aprender porque aprendiendo avanzamos y nos ayuda a cumplir nuestros sueños”, dice Sahed Habbab, de 10 años, que participa en un programa educativo del JRS y Entreculturas en Líbano. Ali Mostafa tiene 14 años y, junto a su familia, dejó Siria hace tres años para refugiarse en Líbano, donde también estudia en un colegio del JRS, “Me gusta mucho ir al colegio y no quiero dejarlo porque mi única esperanza en el futuro es saber leer y escribir”.
Además, se ha demostrado la influencia directa que tiene la educación sobre los conflictos armados, porque cuanto mayor es el nivel educativo en un país, menores son las posibilidades de que se den conflictos armados. De hecho, tal y como señala la UNESCO, un aumento en la tasa de escolarización en la educación primaria del 67% al 100% habría reducido un 35% la probabilidad de guerra civil entre los años 1980 y 1999 a nivel mundial. Asimismo, incrementar el gasto en educación del 2,2% al 6,3% del PIB puede suponer un descenso del 54% en la probabilidad de que estalle una guerra civil. Naturalmente, una buena educación, inclusiva y equitativa, puede jugar un papel fundamental en promover una cultura de paz y de resolución pacífica de conflictos.
Para promover la educación en situación de conflicto es imprescindible tomar medidas para que las escuelas sean lugares accesibles, libres de violencia y espacios de aprendizaje con calidad y equidad, que enseñen tolerancia y convivencia. También es fundamental aumentar la financiación en educación en emergencias y conflictos. Los conflictos, los ataques contra escuelas o el enorme aumento de niños y niñas refugiados en el mundo en estos últimos años hacen que sea más relevante que nunca. Y sin embargo, la educación en situación de conflictos y emergencias tiene todavía un papel secundario en la agenda de los donantes, está en una especie de limbo entre el desarrollo y la ayuda humanitaria, sin que ni en una u otra opción se tome un partido decidido por ella. De hecho, sólo un irrisorio 2% de la ayuda humanitaria se destina a educación.
La Cumbre Mundial Humanitaria que se celebra los días 23 y 24 de mayo persigue que los líderes de los gobiernos, organizaciones no gubernamentales, sector privado, academia y comunidades se comprometan a trabajar juntos para tomar medidas que prevengan y reduzcan las consecuencias de futuras crisis. De cara a la Cumbre, Ban Ki-Moon ha elaborado la Agencia para la Humanidad, que recoge cinco responsabilidades para lograr este objetivo. Una de estas responsabilidades es no dejar a nadie atrás y, para conseguirlo, es imprescindible garantizar el acceso seguro a una educación primaria y secundaria de calidad e inclusiva para todos los niños y niñas durante y después de un conflicto o emergencia y en situación de desplazamiento.
En esta primera Cumbre se lanzará un fondo específico para educación en situaciones de emergencia, llamado La educación no puede esperar, que dará prioridad a la educación de los niños y niñas desplazados internos y refugiados. Los Estados deben comprometerse a invertir en educación, para que ésta se convierta en la herramienta más poderosa para luchar contra los conflictos. Tal y como señala Pau Vidal, SJ, director del Servicio Jesuita a Refugiados en Mabán, Sudán del Sur, “La educación es la construcción de un futuro mejor y un futuro en paz”. Protegiendo el derecho a la educación luchamos por la construcción de la paz. La educación aporta opciones de futuro a aquellos que se enfrentan a una situación adversa en la que parece que no queda espacio para la esperanza.
Fuente:
http://blogs.elpais.com/3500-millones/2016/05/mas-educacion-menos-conflictos.html