Por: Carolina Robino y Ana Pais.
«De momento, a este país el virus lo ha afectado de forma menos agresiva que a otros. Las medidas de confinamiento son selectivas: se mantiene una parte de la actividad económica, como es el sector de la construcción, a la par que se instruye encarecidamente que no debe haber ralentización en toda empresa que no precise la presencia de los trabajadores. La limitación de movimientos sí es obligatoria por las noches».
El que habla es el destacado físico español José Ignacio Latorre, a quien la crisis global del coronavirus lo pilló recién instalado en Abu Dhabi, la capital de los Emiratos Árabes Unidos, a donde se trasladó desde Barcelona para dirigir un nuevo centro de investigación cuántica.
Latorre, uno de los científicos más reconocidos en su campo, es autor también de dos interesantes libros sobre el mundo en que vivimos.
En el primero, «Cuántica», explora las claves para entender esa fascinante parte de la ciencia y las transformaciones que derivan de ella y, en el segundo, «Ética para máquinas», hace un llamado urgente a reflexionar sobre cómo programaremos la inteligencia artificial para convivir con ella.
En este texto ahonda además en lo que somos como humanidad y hacia dónde queremos avanzar, dos temas que el coronavirus ha vuelto especialmente relevantes al enfrentarnos no solo a un enorme desafío médico, sino a grandes dilemas éticos.
Pareciera que estamos atravesando por una crisis sin precedentes en el mundo moderno. ¿En qué se diferencia esta de otras que hemos vivido en el pasado?
La humanidad ha sufrido y superado crisis muy graves, terribles.
Las pandemias y las guerras han asolado la tierra numerosas veces, sin piedad.
Yo no quisiera estar viviendo la peste bubónica, las trincheras de la Primera Guerra Mundial, la viruela o bajo el sanguinario Pol Pot de Camboya.
La gran diferencia es que esta crisis nos afecta en primera persona, aquí y ahora; no se limita a una lectura en un libro de texto.
Una segunda gran diferencia es que vivimos un tiempo donde la tecnología hace posible que la mayoría de las personas (no todas) se quede en casa.
Y una tercera diferencia es que vemos que las sociedades más avanzadas han logrado mantener la cadena de suministros intacta, tanto comida, como electricidad o internet.
Hay muchísimas otras, porque nuestra sociedad ha evolucionado enormemente en tiempos recientes. Los referentes anteriores nos parecen irrelevantes, si no inútiles.
¿Cuáles crees que son los principales dilemas éticos que nos plantea?
Sigo defendiendo, como siempre repito, que el siglo XXI no va de guerras entre izquierdas y derechas, sino entre generaciones de jóvenes y viejos, y de la relación humano-máquina.
Esta crisis lo hace evidente.
Creo que ciertos países no van a ser solidarios con sus mayores. El bienestar de una mayoría se impondrá a la vida de una costosa minoría.
No deberíamos escandalizarnos, porque la humanidad ya ha tomado este mismo tipo de decisiones en otros contextos.
Compramos bienes a países donde no se respetan los derechos humanos, sencillamente porque son más baratos.
La expectativa de vida de un minero en Sudamérica, o la de una trabajadora en una fábrica de una ciudad china supercontaminada no es de 80 años, como la de otros trabajadores privilegiados.
El coronavirus nos enfrenta a la tesitura de decidir cuánto vale la vida de un conciudadano».
Conllevamos la doble moral sobre el valor de una vida humana sin problemas, en tanto que esas vidas estén lejos de nosotros.
No tenemos problemas morales al fabricar armamento que no sirve para defender a nuestro país, sino para alimentar guerras en África o en cualquier otro lugar.
Sin embargo, el coronavirus nos enfrenta a la tesitura de decidir cuánto vale la vida de un conciudadano.
Estados Unidos tiene una tradición individualista, lejos del contrato social europeo. Es posible que allí se tomen las primeras decisiones de profundo calado ético y que dividirán a la humanidad.
¿Cómo deberíamos enfrentarlos?
Yo no soy virólogo. Ellos son quienes deben responder a cómo se detiene físicamente la acción de un virus, pero el resto también hemos de contribuir, primero intentando entender y luego considerando las acciones correctas y su justa medida.
Me aplico la consigna e intento comprender mejor esta crisis.
Estados Unidos tiene una tradición individualista (…) Es posible que allí se tomen las primeras decisiones de profundo calado ético y que dividirán a la humanidad».
Entiendo que un coronavirus es un ente de unos 100-200 nanómetros de diámetro capaz de introducir su código a través de la membrana de las células. No hay medicamento que lo detenga, pero la evolución nos ha dado la capacidad de generar una respuesta inmune.
Ciertas personas la desarrollan rápidamente y casi no sufren las consecuencias del virus. Otras no lo logran y pueden fallecer.
El patógeno afecta de manera muy distinta a los jóvenes y los mayores.
También me parece entender que la tasa de mortalidad es todavía incierta, dado que las estadísticas (que sí entran plenamente en mi campo de trabajo) de diferentes países son dispares e inconsistentes. Los humanos ni siquiera hemos aprendido a contar bien cuando las emociones se involucran a este nivel.
Entiendo además que los humanos no guardamos información en nuestros genes de cómo luchar contra un virus específico para las siguientes generaciones. Cada humano debe luchar por su cuenta o debemos desarrollar vacunas. Y una vacuna eficaz puede llevar un año de investigación.
¿Cómo actuar?
La fase crítica para un humano que tiene dificultades para enfrentarse al virus pasa por episodios de insuficiencia respiratoria. Es terrible. La asistencia sanitaria profesional es esencial.
Para poder tratar a los pacientes difíciles se requiere un sistema sanitario potente y solidaridad entre afectados leves y críticos. Si el virus se expande siguiendo una exponencial, ningún sistema sanitario podrá atender a los infectados.
El confinamiento alivia el ritmo de contagio, pero no impedirá que gran parte de la población deba enfrentarse al virus en algún momento futuro. Pero sus consecuencias económicas pueden ser devastadoras para un gran número de personas.
Todo el mundo quiere una solución contundente y limpia, pero eso es imposible».
Sin sueldo, la comida que llega a un hogar es insuficiente y mala. Eso también mata de forma diferida.
En cambio, el aislamiento y la reducción del desquiciado ritmo de nuestra sociedad puede tener algún elemento beneficioso.
Muchos padres y madres van a conocer de verdad a sus hijos e hijas, y viceversa. Quizás el fútbol no era tan importante. O sí, porque para algunos es simboliza la felicidad y libertad que hemos perdido.
Ahora tenemos el covid-19. Vendrán otros virus.
La misma selección natural que ha dado lugar a los seres humanos, no deja de hacer pruebas de variantes de virus hasta que una de ellas logra explotar una debilidad en nuestro cuerpo. La búsqueda ciega de combinaciones topa tarde o temprano con un ente de consecuencias devastadoras.
Si de mí dependiera, aplicaría el bisturí fino a la hora de imponer confinamiento. Son muchos los motivos.
El primero es que el aislamiento atenta contra una libertad fundamental. No acepto que en aras del beneficio común se utilice la geolocalización de los humanos. No dejemos que Orwell tenga razón.
En segundo lugar, muchos trabajos sí pueden realizarse presencialmente siguiendo las medidas de higiene correctas.
De hecho así ya sucede.
Nadie debe olvidar que funcionan supermercados, farmacias, el sistema eléctrico, todas las comunicaciones, las redes de suministro y un largo etcétera.
No es cierto que todo el mundo esté confinado. Prueba de que existen matices importantes en el control de una pandemia es la diferente forma de proceder de varios países.
En «Ética para máquinas« decías que «ya hay máquinas programadas para decidir sobre la vida y la muerte de los humanos». Ahora la falta de recursos y preparación para una pandemia con esta, nos tiene enfrentados a una interrogante similar ¿no?
Sí, pero es importante aclarar que la decisión algorítmica sigue siendo programada por un humano. No es correcto pensar que una máquina basada en la inteligencia artificial actual decide entre vida y muerte. Esa responsabilidad todavía recae sobre humanos.
El siguiente paso es hilar fino, como decía antes. Hay temor a pensar en detalle.
Todo el mundo quiere una solución contundente y limpia, pero eso es imposible. La complejidad de nuestra sociedad requiere de acciones con niveles de reflexión sofisticados.
Puedo imaginar un sinfín de situaciones en las que la solución más ética no coincide con el dictado de una norma única y generalizada.
Cuidar a desvalidos, a gente mayor tremendamente solitaria, debería prevalecer sobre cualquier ley de confinamiento.
Atención, existirán casos extremos de enfermedades más terribles que exigirían un aislamiento absoluto, que provocaría situaciones de una tristeza infinita.
Pero creo que el coronavirus no está en ese nivel. Es un virus que nos permite todavía atender a nuestros más necesitados como se merecen.
El gran ejemplo lo dan los profesionales del sistema sanitario, que sí trabajan, sí se exponen, sí asumen su responsabilidad de forma admirable.
El altruismo es evidente, pero el egoísmo también campa a sus anchas».
¿Estamos cada individuo ante una nueva versión del histórico dilema del tranvía?
El dilema del tranvía (dejar morir a muchos sin intervenir -el tranvía arrolla muchos-; o asumir la responsabilidad de escoger a dedo la muerte de unos pocos: descarrilamos el tranvía y matamos a unos pocos) se da todos los días, sin que nos percatemos.
Antes hablaba de mineros cuyas vidas nos importan menos. Pero todo es más prosaico.
¿Cuándo se repara una vía de tren defectuosa que tarde o temprano provocará un accidente con personas fallecidas?
La respuesta depende del presupuesto, no del problema ético de saber que alguien morirá.
Una vez conocí a un asesor del gobierno británico sobre acciones políticas que implicasen pérdida de vidas humanas.
Me confesó, sin ningún pudor, que su gobierno actuaba cuando el coste para salvar una vida era inferior a unos 10.000 euros. Lo recuerdo bien.
Eso sí, la aparición de noticias y alarma social podía cambiar esa cifra. A una parte de los humanos, el mundo anglosajón nos parece a veces descarnado.
En el libro también planteas que la bondad debería ser ley para la inteligencia artificial. ¿Qué papel crees que juegan la bondad y la empatía en esta crisis?
Siento decir que creo que esta crisis nos enseña tanto lo buenas que pueden ser muchas personas, como lo pérfidas que pueden ser otras.
El altruismo es evidente, pero el egoísmo también campa a sus anchas: los delatores, los insolidarios, los scams económicos, las fake news, los que hackean el sistema en beneficio propio, y los variopintos políticos de terrible catadura moral.
En esta crisis deben escucharse especialmente las voces de virólogos, de agentes del sistema sanitario, pero también las advertencias de los empresarios».
Una idea que me ronda la cabeza sin cesar es que el coronavirus está acelerando la transformación de nuestra sociedad.
Siempre dije que la segunda mitad del siglo XXI será para la ética, para la reflexión profunda sobre el sentido humano.
Antes hemos de pasar el sarampión que nos ha traído la tecnología avanzada.
Tal vez el coronavirus ha acelerado ese sarampión y la necesidad de ética se hará perentoria antes de lo que imaginaba.
Tú eres un gran defensor de la idea de que los científicos tengan un rol más protagónico en el manejo de las sociedades y los Estados. ¿Crees que en esta crisis lo han tenido? ¿Han estado los gobiernos a la altura?
Quisiera matizar que no creo que los científicos deban ser protagonistas. Creo que nadie debería.
Lo que siempre he defendido es que la voz de los científicos debería ser parte de los mecanismos de decisión, como la de los economistas, los artistas, los abogados o los trabajadores de cualquier empresa.
No creo que la endogamia de los círculos de decisión que hoy en día se da sea buena. La sociedad es diversa, su representación debe también serla.
También he defendido que los mecanismos de representación deben tener diferentes niveles de profundidad. Ciertas decisiones de sentido común son potestad del conjunto de la sociedad. Otras, más técnicas, requieren experiencia contrastada y voces calmadas.
Lejos del estrépito de los medios, la voz de científicos tiene un valor obvio.
Esta vez, dado que la crisis viene provocada por un virus, es obvio que deben escucharse especialmente las voces de virólogos, de agentes del sistema sanitario, y deben también ser atendidas las advertencias de los empresarios.
Mantener la ecuanimidad no es baladí, ni popular.
¿Qué puede aportar la metodología y el modo de pensar científicos a la gente que no se dedica a la ciencia en estos tiempos de miedo e incertidumbre?
Calma, razonamiento, respeto por el pensamiento ajeno, disciplina, avance tecnológico.
La ciencia es nuestro tesoro. Nos da saber, y nos da los instrumentos para generarlo y gestionarlo. Es cultura en esencia pura, es humanismo. Somos herederos tanto de Sófocles, como de Pitágoras.
La ciencia es humilde porque busca, yerra, corrige, vuelve a buscar en un camino lleno de pistas falsas.
Convivir con la incertidumbre no es tan malo, es la esencia de la vida. Convivir con el miedo, sí es terrible. La ciencia nos libera del miedo».
Mucha gente asocia ciencia a fotografías bellísimas de objetos desconocidos. Es el primer paso: el asombro.
Si ahonda, encontrará su intrínseca esencia: la duda y la búsqueda de la verdad.
El miedo es fruto de la falta de conocimiento y comprensión. La ciencia equipa a los individuos para enfrentarse a lo desconocido, pero no eliminará la incertidumbre.
Convivir con la incertidumbre no es tan malo, es la esencia de la vida. Convivir con el miedo, sí es terrible. La ciencia nos libera del miedo.
En esta crisis se ha escuchado poco sobre el papel que puede tener la inteligencia artificial para detener o ralentizar el contagio. ¿Qué está pasando en esa área?
El notable avance de cómputo en todo tipo de técnicas numéricas está siendo utilizado para comprender mejor las variantes del virus en superordenadores.
Sin embargo, estamos todavía lejos de tener un instrumento capaz de medirse con el colosal reto de computar la bioquímica con precisión. Espero que mis ojos vean avances inusitados en este área.
En primera persona lucho por construir los primeros pasos de un ordenador cuántico. Pero los tiempos de la ciencia son lentos. La completitud que requiere la ciencia es proporcional a sus consecuciones.
Es importante comprender que la inteligencia artificial tiene capacidades enormes, pero no omniscientes. Los grandes secretos del universo siguen lejos de nuestro alcance.
El camino que queda por recorrer en inteligencia artificial sigue siendo infinito.
¿Crees que un virus diminuto paralizando a la humanidad entera es un golpe de humildad?
La arrogancia humana es un vestigio de la evolución y debería desaparecer con los siglos. Ya no litigamos a base de garrotazos, ni el más fuerte siempre tiene razón.
Una sociedad formada, bien educada, debe conocer los elementos básicos de la naturaleza y, en consecuencia, ser consciente de su propia fragilidad.
La humildad, no el sometimiento, es un signo de inteligencia.
Cualquier biólogo que haya lidiado con el fascinante funcionamiento del ADN, cualquier astrofísico que contempla una galaxia lejana, cualquier matemático que se enfrente a la conjetura de Golbach (demostrar que todo número par es suma de dos números primos), cualquier persona enfrentada a los hechos absolutos se devuelve a la humildad.
Muchos padres y madres van a conocer de verdad a sus hijos e hijas, y viceversa».
Cualquier persona que se haya medido contra un problema sofisticado conoce su limitaciones. No hay espacio para la arrogancia en la verdadera lucha intelectual.
¿De qué depende de que salga algo bueno o malo de toda esta crisis global?
En su conjunto la humanidad siempre aprende. Nos queda un saber distribuido que no se pierde.
A veces parece que repetimos nuestros errores, pero nuestra sabiduría colectiva aumenta sin cesar.
Siempre que lo digo, nadie me cree. Pero no lo duden, seremos más sabios.
Fuente de la entrevista: https://www.bbc.com/mundo/noticias-52091600