Page 10 of 18
1 8 9 10 11 12 18

Tragedia Siria

Por: El PAIS

Cuando están a punto de cumplirse nueve años de guerra civil en Siria, el conflicto sigue sumando cifras de devastación cada vez peores en las que, de lejos, la parte más perjudicada es la población civil. La última alerta lanzada por la ONU sobre la existencia del mayor éxodo de refugiados desde 2011 es un buen ejemplo de la preocupante degradación de una confrontación que más allá de sus implicaciones políticas y estratégicas está teniendo un intolerable coste en vidas humanas.

En medio del invierno y con temperaturas que han llegado a alcanzar los 10 grados bajo cero, unos 900.000 sirios de la provincia de Idlib, en la frontera con Turquía, han tenido que abandonar el lugar donde se encontraban prácticamente con lo puesto. De ellos unos 290.000 son niños y el 80% de los adultos son mujeres viudas. En numerosos casos se trata de refugiados que no han abandonado sus hogares, sino campos de acogida en los que se habían instalado huyendo de la guerra de otras zonas de Siria. En esos campos, las condiciones de vida han sido calificadas de “horribles” por las agencias de ayuda internacional, pero al menos allí estaban a salvo de la guerra. Ya no. Emprender la huida se ha convertido en una desesperada rutina para cientos de miles de personas.

Es urgente que, tal y como demanda Naciones Unidas, se establezcan corredores humanitarios que sean respetados por todos los grupos combatientes: el Ejército sirio apoyado por la fuerza aérea rusa, el Ejército turco, las milicias kurdas, los grupos rebeldes que combaten al presidente Bachar el Asad y las milicias yihadistas. También es preciso que se respeten mínimamente las reglas de la guerra y el derecho internacional para que hospitales, instalaciones médicas y colegios civiles dejen de ser bombardeados sistemáticamente como reflejan las denuncias de la ONU, que atribuyen la mayor parte de los ataques (y muertes) a la aviación rusa y a las fuerzas leales a El Asad.

Incluso en un escenario de enfrentamiento directo entre dos países de Oriente Próximo como Siria y Turquía, que tendrá importantes consecuencias regionales y en el que ya se han vivido episodios de choques directos entre los Ejércitos de ambos países, deberían respetarse unas mínimas reglas. La diplomacia debe servir en primer lugar para que la situación humanitaria no empeore y después para que la situación en su conjunto no se siga degradando.

Lamentablemente la guerra en Siria se ha sumergido en una espiral de destrucción que hace poco probable una solución a corto plazo, pero lo que no pueden esperar más son medidas concretas y factibles para evitar una nueva sangría de vidas civiles.

Fuente e Imagen: https://elpais.com/elpais/2020/02/21/opinion/1582304963_497794.html

Comparte este contenido:

En la guerra en Siria, un padre enseña a su hija a reírse de los bombardeos

Redacción: News Week Español

En la provincia siria de Idlib es imposible escapar a la guerra, entonces la única manera que Abdulá Al Mohamed encontró para consolar a su hija, de tres años, es vivir los bombardeos diarios como un juego. Un vídeo que mostraba a Salwa riéndose cuando escuchaba el ruido de las explosiones se volvió viral en las redes sociales, lo que atestigua la rutina diaria surrealista y amarga que viven los habitantes de la región de Idlib, objetivo de una ofensiva del régimen en el noroeste. “¿Es un avión o un proyectil?”, pregunta el padre, mientras que un zumbido cada vez más fuerte se hace oír. “Un proyectil”, responde sonriendo a la niña. “Cuando llega, nos reiremos”, prosigue. Lee más: Los civiles en Idlib, Siria, se están quedando sin opciones para escapar de la violencia En otro vídeo, Salwa está de pie en el regazo de su padre en el salón. Su risa sincera es provocada por el estruendo siniestro de una bomba lanzada por un avión. “Dime Salwa, ¿qué hizo el avión?”, pregunta el padre. “El avión vino y me reí mucho. El avión nos hizo reír, nos dijo: ríanse de mí, ríanse de mí”, contesta. Foto: Abdulaziz KETAZ / AFP Huir de los ataques  Un corresponsal de la AFP se reunió con el padre, de 32 años, en Sarmada, una localidad de la provincia de Idlib, el último gran bastión yihadista y rebelde que se enfrenta a una ofensiva del poder sirio y de su aliado ruso. Abdalá Al Mohamed se refugió allí después de haber huido con su familia de Saraqeb, otra ciudad de Idlib reconquistada por las fuerzas del régimen. Sin embargo, los ataques continúan diariamente en Sarmada y en otras partes de la provincia. Mohamed explica que, cuando tenía un año, Salwa lloraba al oír el estruendo de los fuegos artificiales. Le explicó que eran sólo niños celebrando el Id al Fitr, la fiesta musulmana que marca el fin del Ramadán. “Después de eso, cada vez que había aviones en el aire le decía: “Ven riamos juntos, son niños que juegan y es Id al Fitr”, cuenta el padre. “Intento hacerle creer que lo que está pasando es algo divertido”, prosigue Mohamed. Foto: Abdulaziz KETAZ / AFP) Una vida decente “Más tarde se dará cuenta de qué es la muerte. Pero cuando llegue ese día, también habrá comprendido quiénes somos y cuál es nuestra historia”, confía Mohamed. La provincia de Idlib, dominada por yihadistas, también acoge a rebeldes que se alzaron en armas contra el gobierno de Damasco tras la represión de las manifestaciones que exigían reformas en 2011. La mitad de los 3 millones de habitantes de la provincia son desplazados internos. Entérate: Mueren al menos siete niños por las condiciones en los campamentos de desplazados del noroeste de Siria Según el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH), más de 400 civiles han muerto desde mediados de diciembre, entre ellos varios niños, en los bombardeos que también afectaron hospitales y escuelas. Según  Naciones Unidas, cerca de 900,000 personas fueron desplazadas por la violencia. Después de nueve años de una guerra en la que murieron más de 380,000 personas, el padre de Salwa no tiene esperanzas. “Estamos cansados de enviar llamadas (de ayuda), no tenemos ninguna aspiración. Sólo queremos una vida decente para nuestros hijos”, asegura.

Fuente: https://newsweekespanol.com/2020/02/siria-padre-ensena-hija-reirse-bombardeos/

Comparte este contenido:

La literatura colombiana tras medio siglo de guerrilla

Redacción: El País

Los escritores colombianos siempre han dado cuenta del conflicto armado del país. Pero el acuerdo de paz representa nuevos retos para su narrativa.

“Al caer el sol, las tropas guerrilleras bailan: siempre chico y chica juntos, muy jóvenes, apretados, él con una mano en la cadera de ella, los pies moviéndose con destreza, entrelazándose sin llegar a pisarse. Cada canción les aleja un poquito más de la única vida que han conocido: la guerra. En su mirada, un combate: el de un horizonte sin armas contra un pasado en el que la violencia se llegó a normalizar”.

Si la literatura responde al espíritu del momento en una sociedad, el relato de X: el francotirador rebelde, del periodista José Fajardo, refleja el que vive Colombia: un periodo de transición después de una guerra de medio siglo tras la firma de un acuerdo de paz, el reacomodo, la incertidumbre o, como los personajes de este libro, un combate por dejar el pasado violento atrás. «Colombia ha sido el país de los nadie, del que mata y no quiere que su nombre se sepa, del que muere y nadie se acuerda’, dice Fajardo en el libro en el que se ocupa de un excombatiente al que la guerra le borró la identidad.

La literatura sobre posconflicto o, si se quiere de paz, una palabra aún polémica porque es esquiva en amplias regiones del territorio nacional, no es nueva en Colombia. Más bien, como ha dicho el escritor Sergio Álvarez (La Lectora35 muertos) el conflicto hace parte del ADN de la narrativa del país. No hay escritor que haya escapado a esta realidad. Se encuentra en Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez; en Los Ejércitos, de Evelio Rosero; o en Delirio, de Laura Restrepo, por mencionar unos pocos. Álvarez, por ejemplo, ha contado la historia de los campesinos desplazados, pero también ha navegado en el mundo de delincuentes, narcotraficantes y guerrilleros. Sin embargo, como dijo en el Festival Internacional de Literatura de Berlín en 2017, espera que el proceso de paz fructifique y que “podamos empezar a contar lo que viene después, la construcción de un país distinto y la secuela de todos esos enfrentamientos violentos, pero vistos de una forma más constructiva”.

La literatura sobre paz en Colombia se entiende también como memoria. La novela- dice el escritor Santiago Gamboa (Será larga la noche)- es un espejo. “Nosotros hemos tenido tres grandes catarsis como sociedad en los últimos 15 años, ¿y de donde han provenido? Del arte. La primera, El olvido que seremos, libro de Héctor Abad Faciolince, que refleja la muerte del padre, la orfandad. Es el padre de Héctor Abad, pero lo leemos como un espejo, entonces lloramos con ese libro y nos conmueve profundamente. Es el más leído en Colombia después de García Márquez porque produjo una gran catarsis nacional”, dice Gamboa, cuyo último libro da voz a un excombatiente. “La segunda, la obra de Doris Salcedo: la paz, la reconciliación, la dureza de las armas, las víctimas. Y la tercera, las fotos de Jesús Abad Colorado. Es el arte el que nos permite comprender la realidad y conmovernos con ella. Eso produce mejores ciudadanos”, agrega.

Pero encarar esta nueva etapa de Colombia no es un desafío sencillo para los escritores y cada uno se acerca desde distintos ángulos. Se trata de una narrativa de la fragilidad porque da cuenta de una paz endeble, quebradiza. Pablo Montoya (Tríptico de la infamia, Los derrotados), afirma que tras los acuerdos de paz abunda la narrativa testimonial y que se viene una avalancha de literatura sobre desaparecidos porque “necesitamos nombrarlos y rescatarlos desde la literatura misma”.

Para Montoya, quien lanza este año su novela sobre la escombrera, una gran fosa común en las laderas de Medellín, en un país con tantas víctimas -cerca de 83.000 desparecidos-, la literatura tiene el papel de darles voz a quienes han estado silenciados y de “aguar la fiesta” a aquellos que buscan pasar la página como si Colombia no estuviera fracturado. “Nuestra obligación es más recordar que olvidar, más remover los escombros del ayer que ocultarlos o ignorarlos”, dice el ganador del premio Rómulo Gallegos.

“La pregunta que, por lo tanto, me concierne como escritor es: ¿cómo la literatura podría participar en esta confluencia de múltiples inquietudes desprendidas por los acuerdos de paz firmados en La Habana? Debe sustentarse en un credo que ha movido la escritura literaria más arrojadiza: ha de hundirse en zonas turbias”, agrega en su ensayo Paz y literatura.

El relato oficial sobre lo que ha pasado en Colombia es un terreno en disputa. Y las grandes editoriales han apostado por novedades de no ficción, por el relato de algunos de sus participantes. La más conocida es La Batalla por la Paz (Planeta), escrita por el expresidente Juan Manuel Santos, que aborda la filosofía y detalles sobre cómo llegó al proceso de paz. El título del libro que alude, tal como el de los personajes de X: el francotirador rebelde, a la paz como una batalla por dar, a un combate.

En esa misma línea y desde adentro, también está Revelaciones al final de una guerra, el testimonio del negociador del gobierno, Humberto de la Calle. Y Disparos a la paz (Penguin Random House), de los exministros Juan Fernando Cristo y Guillermo Rivera. Ambos libros revelan episodios desconocidos sobre el proceso de paz, las dificultades durante el plebiscito y lo que viene para los actores del acuerdo.

Pero no son las únicas voces que se están levantando. Los excombatientes también quieren narrar cómo han vivido la guerra y ahora, la paz. Martín Cruz Vega, que estuvo en la guerrilla de las FARC durante 43 años, es un prolífico escritor y desde que se selló el acuerdo de paz ha publicado varios libros: Diario de la guerra y la pazEl último fusilDe las trochas a la pazCrónicas clandestinas y Orbitar en mis versos, este último por salir. “Publiqué el primer libro en 2017 cuando todavía estábamos con las armas en las manos. Pero el proceso de paz fue un estímulo. Mi vida en la selva fue muy larga y siempre escribí. Ese era mi bálsamo e iba recopilando todo esperando para publicar. Es importante la literatura sobre lo que pasó en la guerra para que no vuelva a pasar en ninguna parte del mundo”, dice. “La posibilidad para escribir es ahora en la paz”, concluye Cruz Vega.

Comparte este contenido:

Mujeres marchan para evitar otra guerra civil en El Líbano

Asia/Líbano/01-12-2019/Autor(a): Armando Reyes Calderín/Fuente: www.prensa-latina.cu

Por: Armando Reyes Calderín

Centenares de mujeres, sobre todo madres, marcharon en una zona de recientes enfrentamientos para evitar que surgiera otro conflicto armado interno en El Líbano.
La manifestación se concentró en un lugar que una vez dividió el este cristiano del oeste musulmán para rechazar los tambores de la guerra que se escucharon hace unas horas entre seguidores de una y otra confesión religiosa.

‘Sentimos que, como madres, teníamos que venir a decirles a nuestros hijos que vivimos una guerra y no queremos que se repita’, expresó Isabella, de 50 años de edad, en declaraciones citadas hoy por la versión digital del periódico The Daily Star.

Del mismo modo, Suzan Abdel-Ridah, profesora de la Universidad Libanesa, aseguró que salieron a la calle para que nadie los obligue a llevarlas al pasado.

‘Esta calle era toda una barricada’, recordó, mientras señalaba carriles que estuvieron obstruidos por los grupos que chocaron en días recientes.

La manifestación femenina portaba flores blancas en expresión de paz y tolerancia.

Una mujer musulmana con velo llevaba una cruz pintada en su frente, ‘mi apariencia de hoy habla por sí misma, no somos ni lo uno ni lo otro, somos libaneses’, dijo.

Las muestras de unidad contrastaban con episodios anteriores cuando desde ambas zonas se lanzaban piedras y otros objetos, lo cual pudo ir a más a no ser por la intervención del Ejército.

Se sabe que en la localidad de Chiyah predominan los musulmanes chiitas, mientras que en la aledaña de Ain al-Rummaneh hay mayoría del partido cristiano Fuerzas Libanesas.

Wissam, propietario de un supermercado de 34 años de edad, aseguró que la rivalidad de los dos bandos continúa presente desde la guerra civil de 1975-1990.

Empero, apuntó, ‘no queremos permanecer atrapados en esa mentalidad de guerra, muerte y sangre, queremos vivir, y es nuestro derecho vivir’.

Musulmanes y cristianos estaremos juntos hasta la muerte, nadie puede interponerse entre nosotros, según Mohammad Ghaddar, de 22 años de edad, y residente en Chiyah.

Del otro lado, en Ain al-Rummaneh, Simon Jawwous, actor (24) refrendó lo dicho por Ghaddar, ‘nuestra generación está viviendo la convivencia? todavía hay sensibilidades heridas, pero tal vez con la marcha de madres de hoy comiencen a desaparecer’, subrayó.

Jawwous confesó que junto a otros centenares combatió con bastones y piedras en la anterior jornada, pero ahora con más calma analiza que el problema no era entre cristianos y chiitas, más bien entre partidos.

Un intento, afirmó, de descarrilar el levantamiento popular sin precedentes que cubrió y cubre al país desde el 17 de octubre último.

‘Somos una generación que repudia la guerra. No quiero ser como mi papá que, a los 16 años de edad, estaba luchando contra personas que no conocía’, acotó.

Rima Majed, profesora de sociología en la Universidad Americana de Beirut, denunció que los políticos acudieron a la retórica de la convivencia sectaria para eludir la profunda división de clases existente.

‘Es importante para nosotros que en esta coyuntura crítica de nuestra historia no caer en la trampa de la división sectaria’, apostilló.

Lo clave es seguir luchando contra la división de clase y luego será contra el sistema sectario, concluyó.
Fuente: https://www.prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=324241&SEO=mujeres-marchan-para-evitar-otra-guerra-civil-en-el-libano
Imagen: jorono en Pixabay
Comparte este contenido:

La educación en los campamentos de refugiados saharauis

África/25 Octubre 2019/ Ecsaharaui-Redacción Lehbib Abdelhay y Mariam Moulud/ ECS

Con la colonización española al Sáhara Occidental, la dinámica de la cultura saharaui cambió al mismo tiempo que cambiaron los roles tradicionales desempeñados por los hombres y mujeres saharauis. Después del descubrimiento de minerales en la tierra, muchos hombres trabajaban para el gobierno español en las minas de fosfato y otros entraban al servicio militar de la colonia. Aunque antes del colonialismo, la cultura literaria era más bien oral, sin embargo eran distinguidos en música y poesía. No obstante, después de un año de dominio español en el que tuvieron que adoptar nueva lengua y nuevas costumbres, los saharauis eran considerados de los más analfabetos de la región del Norte de África.

Siguiendo el ejemplo de sus países vecinos, quienes luchaban en contra del colonialismo, un grupo de jóvenes estudiantes formaron un movimiento de liberación que se ha conocido como el Frente Polisario, cuyo objetivo era conseguir la independencia del Sáhara Occidental y recuperar la cultura e identidad saharauis en los que la mujer era el centro de la sociedad. Y para ello, necesitaban la implicación directa de las mujeres. Entonces empezaron a combatir.

Por entonces, España había prometido al pueblo saharaui su independencia. Sin embargo, Marruecos y Mauritania reclamaban el territorio y tras el Acuerdo Tripartito de Madrid de aquel fatídico 14 de noviembre de 1975, firmado a espaldas del pueblo saharaui, el Sáhara Occidental fue invadida por Marruecos por el norte y Mauritania por el sur.

Ante la crueldad de la guerra, la mayoría de la población civil huyó a la parte suroccidental de Argelia donde se asentaron los campamentos de refugiados saharauis. La otra parte de la población quedó atrapada por la guerra. Mientras tanto, el recién formado Frente Polisario luchaba a doble bando contra Marruecos por un lado y Mauritania por otro. Entonces, las mujeres no dudaron en tomar las armas por primera vez en su historia y unirse a las filas del ejército del Polisario para luchar junto con sus compatriotas masculinos.

Las que se asentaron en los campamentos, tuvieron que construir con sus propias manos escuelas, centros de salud y demás administraciones públicas. A pesar de la poca base educativa, se convirtieron en médicas, enfermeras, estudiantes y profesoras. En fin, su participación fue clave en la construcción de la recién formada nación saharaui:

la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). Durante estos tiempos cruciales, las mujeres recuperaron el papel que poseían antes de la invasión española, volviendo a convertirse en el pilar de la sociedad saharaui.

El Frente Polisario ha logrado conseguir una de los tasas de analfabetismo más bajas en toda África y en poco tiempo. El prestigioso británico The Guardian abordó el asunto.

Con el paso del tiempo y el conflicto bélico entre el Frente Polisario y Marruecos, las mujeres saharauis siguieron construyendo los campamentos, dándole prioridad a la educación de las generaciones siguientes. Y hoy en día, gracias a su gran labor, el pueblo saharaui puede sentirse orgulloso de haberse convertido en unos de los pueblos más educados de la región del Norte de África, con prácticamente el 100% de los niños escolarizados.

Después de 40 años en el exilio esperando una solución, las mujeres saharauis continúan siendo las protagonistas de la resistencia a la invasión marroquí en los territorios ocupados del Sáhara Occidental. Organizan manifestaciones, luchan por sus derechos como saharauis y se oponen diariamente a la opresión de las fuerzas de ocupación marroquí.

Mientras, en los campamentos saharauis, las mujeres ocupan cargos de liderazgo y tienen acceso a las mismas oportunidades educativas y profesionales que los hombres. Y la violencia machista es algo que no tiene cabida en la sociedad saharaui.

Las mujeres saharauis, tanto en los campamentos como en los territorios ocupados, luchan constantemente contra la ocupación y las duras condiciones de vida, sin embargo, siguen siendo una voz de esperanza y el símbolo de la liberación y la resistencia contra todo pronóstico.

Los campamentos de refugiados saharauis, albergan a más de 170,000 personas.

Aunque la vida en los campamentos de refugiados saharauis, uno de los más grandes del mundo con 170,000 habitantes, es dura, había una rica cultura de valoración a la educación que ha distinguido el Sáhara Occidental de todos los países de la región.

El Frente Polisario ha logrado conseguir una de los tasas de analfabetismo más bajas en toda África y en poco tiempo. «Estaba integrado en nuestra mente que la educación era la clave de todo», según resaltó la activista saharaui Tecber Ahmed Saleh en una entrevista con un diario australiano.

Durante cuatro décadas, la comunidad internacional no ha otorgado el derecho a la autodeterminación a la última colonia de África. Contra las armas de los militares marroquíes, la causa saharaui parece débil, contra el poder de las superpotencias parece pequeña, pero con su recurso natural más valioso, la educación y el intelecto, están construyendo las bases de un futuro Sáhara Occidental Libre. En el Sahara, añade la activista saharaui: “tratamos de hacer algo con esta vida para nosotros, pero la educación es la clave de nuestra lucha».

La tasa de analfabetismo en los campamentos saharauis baja a 0,9%

El Sáhara Occidental se convierte en el segundo país más alfabetizado del continente africano por detrás de Guinea Ecuatoria. Los expertos que trabajan sobre el terreno de las diferentes organizaciones internacionales admiran la labor de los líderes saharauis por fomentar e impulsar la educación en condiciones tan difíciles.

Los expertos de ACNUR señalan que al inicio de la invasión marroquí del Sáhara Occidental en el 1975, la tasa de alfabetización no superaba el 25% de la población. Por ello admiran la voluntad de los saharauis por aprender a pesar de las adversidades. Aunque reconocen que no es el primer caso de que un pueblo que fue expulsado de su tierra y en plena guerra, logre una proeza de este tamaño, la Autoridad Palestina ya lo logró en 2009.

La tasa de alfabetización del Sáhara Occidental es de un 96%, la cual se encuentra muy por encima de otros países como Marruecos, que cuenta con un 70,1 %, Egipto con un 66,4% o Túnez con un 77,7%.

Esto es en parte gracias a las medidas de educación impuestas por el gobierno del Sáhara Occidental, por sus acuerdos unilaterales con países como Cuba, Argelia, España entre otros (…) y sobre todo por las ayudas que proporciona a los estudiantes saharauis en las escuelas de los campamentos de refugiados (material escolar) y su deseo para seguir progresando y educando a los niños y jóvenes saharauis.

Se estima que en 2020, el analfabetismo será erradicado de la República Saharaui. Organizaciones sociales no gubernamentales elogian y admiran a los saharauis por tal logro, especialmente a los líderes que impulsaron la educación, una herramienta indispensable para crecer como persona. Además reconocen que no es muy usual en países en guerra encontrar altos índices de alfabetización.

El curso escolar comenzó la semana pasada, en concreto el día 15 de septiembre, en todos los campamentos de refugiados saharauis, un total de 40.000 alumnos iniciaron su rutina estudiantil, aquí lo detallamos: Inicia el curso escolar 2019 / 2020 en los campamentos de refugiados.

Fuente: https://www.ecsaharaui.com/2019/10/la-educacion-infantil-en-los.html

Imagen: https://scontent-mad1-1.xx.fbcdn.net/v/t1.0-9/72842469_3221198847906767_3616245013056323584_n.jpg?_nc_cat=111&_nc_oc=AQl-1BbcLvoNYotV

Comparte este contenido:

Niños soldados, triste realidad de cada día (+Video)

Por:  Zeus Naya*/Prensa Latina 

Historias como la de Matthew, Shaida, Wafa o Abdelkarim marcan cada día al mundo del siglo XXI, con diferentes pronunciamientos en función de protegerlos, liberarlos o reincorporarlos a una vida normal, pero sin la sombra de alguna fórmula precisa para detener a los señores de las guerras.

A mí no me mandan a las misiones, me ponen a lavar ropa, recoger cosas y a vigilar. Un día estaba de guardia y vi a un hombre. Le disparé y él levantó los brazos. Lo llevé ante el comandante y este dijo que era un ladrón, así que le cortó los dedos de una mano’, cuenta en Nigeria el primero, con su gorra camuflaje a través de la cual asoman sus ojos infantiles.

La camerunesa Shaida, por su parte, con apenas 15 años califica de lo peor el amanecer en el que se vio desnuda junto a su pequeña hermana Shaida y, ante la insistencia de ellas, un jefe confesó la droga empleada para evitarles el agotamiento de ‘tanto uso’.

Actualmente un número considerable de menores son explotados como esclavos sexuales, domésticos, utilizados de mensajeros, guardaespaldas, detectores de minas, cargadores, cocineros e incluso fabricantes de bombas, forzados a casarse, robar en las entidades locales, plantar explosivos o efectuar ataques suicidas.

Muchos de estos menores fueron secuestrados; a otros, la pobreza, la inseguridad, la falta de educación, la injusticia personal o comunitaria, la presión de la sociedad o el deseo de vengarse les impulsan a unirse a grupos armados.

DIA MUNDIAL CONTRA LA UTILIZACIÃ’N DE NIÑOS SOLDADOS

Desde su sede en Londres, Reino Unido, Child Soldiers International reveló en un informe reciente que el reclutamiento de niños soldados en el mundo experimentó un aumento del 159 por ciento entre 2012 y 2017.

Según esta organización no gubernamental dedicada a prevenir el fenómeno, mientras en el primer año se contabilizaron tres mil 159 casos en 12 países, en el último se produjeron ocho mil 185 en 17. En el caso de las niñas, en 2017 se registraron 893, cuatro veces más que los 216 de 2012.

A consecuencia de su empleo en labores de apoyo, según Child Soldiers International, las pequeñas suelen quedar fuera de las estadísticas oficiales y pasan desapercibidas para las estructuras de protección, de ahí que se sospeche la cifra podría ser mayor.

Las luchas abiertas en Oriente Próximo, Somalia, Sudán del Sur, República Democrática del Congo, República Centroafricana y otros lugares ‘están dejando a los pequeños cada vez más expuestos al reclutamiento’, denunció la entidad.

Por iniciativa de la Organización de Naciones Unidas (ONU) desde 1998 se instauró el 12 de febrero como jornada internacional contra la utilización de niños soldados, también llamada a partir de 2002 Día de las Manos Rojas, en referencia al símbolo propuesto para denunciar esta práctica.

MÁS ALLÁ DE ESE DÍA

El afgano Abdelkarim, de 16 años, pasó un lustro en plena guerra y asegura vio cosas espantosas: ‘la explosión de un coche bomba frente a mi antigua escuela, allí varios familiares en el suelo y, tras esas muertes, busqué cada día la forma para escaparme, hasta que conseguí llegar al centro de tránsito’.

La representante especial de la ONU para la cuestión de los niños y los conflictos armados, Virginia Gamba, estima importante entender que la reintegración es un proceso y si no se hace debidamente puede convertirse en un círculo vicioso donde puede haber re-reclutamiento de menores de forma voluntaria.

Gamba advierte que ‘estos niños experimentan unos niveles de violencia tan horribles que probablemente tendrán consecuencias dramáticas, tanto físicas como psicológicas, en los adultos en los que se convertirán y es nuestra obligación mostrarles que hay esperanza (…), que pueden vivir en paz y vivir sus sueños’.

El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, en una de sus últimas exposiciones sobre el asunto aseguró estar ‘más convencido que nunca de que la organización y los Estados miembros deben seguir dando máxima prioridad a la protección de los pequeños afectados por conflictos armados’.

Su difícil situación debe ser la causa primordial para no empezar un conflicto y para acabarlo, remarcó en 2018; mientras, el pasado Día de las Manos Rojas desde el Vaticano el Papa Francisco llamó a detener esta plaga que, dijo, involucra a cerca de 240 millones de menores en zonas de conflicto.

De acuerdo con el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, unos 300 mil niños soldados participan en más de 30 guerras en todo el planeta, desde Iraq, Israel/Estado de Palestina, Siria, Chad, Uganda, Yemen, Benín, Níger hasta Myanmar.

Ante tales historias, números, reclamos, los magnates de la industria guerrista debieran detenerse; sin embargo, esta realidad les sobrepasa cuando saben bien que sus políticas solo agravan el problema, causan más desastre y víctimas.

Distintos expertos abogan por propuestas de paz, piden suspender la venta de armas, instan a los medios a una información responsable y exigen control en las redes sociales para que no inciten a la violencia.

La complejidad del fenómeno requiere una acción global coordinada, planes de desarrollo para las regiones afectadas, establecer corredores humanitarios como salida del teatro de operaciones, ayudar a crear entornos protectores para los infantes, entre otras.

A la altura del siglo XXI, los menores merecen una infancia digna y propia de su edad, que todos, cada día, sean niños, no soldados.

*Periodista de la Redacción Europa de Prensa Latina

*Fuente: https://www.prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=263376&SEO=ninos-soldados-triste-realidad-de-cada-dia-video

Comparte este contenido:

¿Pueden evitarse las guerras?

Por: Marcelo Colussi

¿Existe algún medio que permita al ser humano librarse de la amenaza de la guerra?preguntaba angustiado Albert Einstein a Sigmund Freud en una famosa carta de 1932: ¿Por qué la guerra?, cuando arreciaba el nazismo y el odio contra los judíos en Alemania y la posibilidad de un gran conflicto internacional ya se veía en el horizonte. Pocos años más tarde estallaría la Segunda Guerra Mundial, con un saldo de 60 millones de personas muertas, y el uso (innecesario en términos bélicos) de armas atómicas por parte de Estados Unidos para dar fin al enfrentamiento (en realidad: bravuconada para mostrar quién detentaba el mayor poderío). “Todo lo que trabaja en favor del desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra”, respondía el fundador del Psicoanálisis en otra misiva igualmente famosa: ¿Por qué la guerra?

 

Sin dudas la preocupación en torno a la guerra, a su origen y a su posible evitación, acompaña al ser humano desde tiempos inmemoriales (de ahí la diplomacia, como forma civilizada de arreglar diferendos). «Si quieres la paz prepárate para la guerra», decían los romanos del Imperium. No se equivocaron. El fenómeno de la guerra es tan viejo como la humanidad, y según van las cosas nada indica que esté por terminarse en lo inmediato. La paz, parece, es aún una buena aspiración,…..pero debe seguir esperando.

 

Más allá de pacifismos varios que hacen llamamientos a la evitación de la guerra, la misma es una constante en toda la historia. Sus móviles desencadenantes pueden ser variados (elementos económicos, guerras religiosas, problemas limítrofes, diferencias ideológicas), pero siempre, en definitiva, se trata de choques en torno al ejercicio de poderes. En otros términos, aunque la cultura (o civilización) se ha desarrollado y, eventualmente, puede ser un freno a la guerra, la dinámica humana se sigue desplegando en torno al ejercicio de la violencia. ¿Quién pone las condiciones? o, si se prefiere, ¿quién manda?, es el que detenta el mayor poderío (el garrote más grande ayer, las mejores armas estratégicas hoy). La apelación a la fuerza bruta sigue siendo una constante. Nos civilizamos… solo un poco. La fuerza bruta sigue mandando.

 

La posibilidad de un órgano global que vele por la paz de todos los habitantes del planeta, más allá de una buena intención, no ha dado resultados. Dejar librada la paz a la “buena voluntad” no funciona. El mundo, ayer como hoy (la comunidad primitiva o nuestra actual aldea global) se sigue manejando en función de quién detenta la mayor cuota de poder (el garrote más grande). La Organización de Naciones Unidas, que nació para asegurar la paz mundial luego del holocausto de la Segunda Guerra Mundial, ha fracasado rotundamente, porque no dispone de la fuerza necesaria para hacer cumplir su mandato. El ejército de paz de la ONU (los Cascos Azules)… dan risa, porque no constituyen un ejército. De hecho, quienes toman las decisiones finales allí son los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad: Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia, las cinco principales potencias atómicas y, casualmente, los cinco mayores productores y vendedores de armas del mundo (¿“Astucias de la razón”? diría Hegel. ¿O patetismo descarnado?) Las declaraciones pomposas sobre la paz son pisoteadas inmisericordes una y otra vez.

 

Tomamos las armas para abrir paso a un mundo en el que ya no sean necesarios los ejércitos«, dijo el líder del movimiento zapatista en Chiapas, México, el Subcomandante Marcos, en un intento de sentar bases para un futuro distinto al actual, donde la violencia define todo finalmente (y la guerra es su expresión suprema). Pero, más allá de lo hermoso de tal formulación, un mundo sin guerras, por tanto, sin armas, sin tecnología de la muerte, un mundo que hace pensar en el ideal comunista de una comunidad planetaria de “productores libres asociados”, como dijera Marx, donde ya no fuera necesaria la fuerza coercitiva de un Estado, hoy por hoy eso no pasa de bella aspiración. O de quimera utópica.

 

II

 

En la actualidad, si bien ha terminado la Guerra Fría –escenario monstruoso que sentó las bases para una posible y real eliminación de la especie humana en su conjunto en cuestión de pocas horas– continúan en curso cantidad de procesos bélicos, suficientes para producir muerte, destrucción y dolor en millones de personas en todo el mundo. Al menos son 25 las guerras en curso: Sudán del Sur, Siria, Afganistán, Birmania, Turquía, Yemen, Somalia, República Centroafricana, República Democrática del Congo, el conflicto israelí-palestino, Nigeria, Myanmar, la guerra contra el narcotráfico en todo México, Irak, por nombrar algunas, más la posibilidad siempre latente de nuevas guerras (Irán, Norcorea, Venezuela). La lista pareciera no tener fin. ¿Brasil y Colombia declararán la guerra a Venezuela? Parecía impensable unos años atrás; hoy día, no.

 

¿Por qué la guerra? ¿Es posible evitarla? Esta pregunta viene acompañando al ser humano desde sus orígenes, con lo que se ve que el problema es particularmente arduo y no existe una solución definitiva. “Usted se asombra de que sea tan fácil incitar a los hombres a la guerra y supone que existe en los seres humanos un principio activo, un instinto de odio y de destrucción dispuesto a acoger ese tipo de estímulo. Creemos en la existencia de esa predisposición [pulsión de muerte] en el ser humano y durante estos últimos años nos hemos dedicado a estudiar sus manifestaciones”, respondía Freud en su carta a EinsteinLa historia de la humanidad, o la simple observación de nuestra realidad global actual, muestra fehacientemente que la guerra acompaña siempre al fenómeno humano. Entre Honduras y El Salvador, hasta una guerra ¡por un partido de fútbol! pudo declararse.

 

Alguien dijo mordazmente que nuestro destino como especie está marcado por la violencia, pues lo primero que hizo el primer humano al bajar de los árboles fue, nada más y nada menos, que producir una piedra afilada: ¡un arma! De ahí a los misiles intercontinentales con ojiva nuclear múltiple con capacidad de barrer una ciudad completa pareciera seguirse siempre el mismo hilo conductor. ¿Será realmente nuestro destino?

 

Se podría pensar, quizá amparándose en un pretendido darwinismo social, que esta recurrencia casi perpetua es connatural a nuestra especie, genética quizá. De hecho, el ser humano es el único espécimen animal que hace la guerra; ningún animal, por sanguinario que sea, tiene un comportamiento similar. Los grandes depredadores matan para comer, continua y vorazmente…, pero no declaran guerras. Y las peleas entre machos por territorio y por las hembras, no terminan con la muerte del rival y su sometimiento. Como toda conducta humana, también la violencia –y la guerra en tanto su expresión más descarnada– pasan por el tamiz de lo social, del proceso simbólico. La guerra no llena ninguna necesidad fisiológica: no se ataca a un enemigo para comérselo. En su dinámica hay otras causas, otras búsquedas en juego. Se vincula con el poder, que es siempre una construcción social; quizá la más humana de todas las construcciones. Ningún animal hace la guerra a partir del poder; nosotros sí.

 

A partir de esto, se ha dicho entonces que si la guerra es una «creación» humana, si su génesis anida en las «mentes», perfectamente se podría evitar. En esta línea, para pensar en la posible evitabilidad de la guerra y de la violencia cruel y gratuita, puede partirse de las conclusiones a que llegaron varios científicos sociales y Premios Nobel de la Paz congregados en Sevilla (España) en 1989 para analizar con todo el rigor del caso qué había de verdad y de mentira en relación a la violencia. El Manifiesto de Sevilla que redactaron afirma que la paz es posible, dado que la guerra no es una fatalidad biológica. La guerra es una invención social«Se puede inventar la paz, porque si nuestros antepasados inventaron la guerra, nosotros podemos inventar la paz», expresaron en el documento.

 

No puede dejar de situarse el momento en que tuvo lugar tal acontecimiento: fue contemporáneo de la desintegración del campo socialista soviético y de la caída del Muro de Berlín, cuando el mundo quedó unipolarmente establecido, con Estados Unidos a la cabeza, y la Guerra Fría llegaba a su fin. Pudo pensarse en ese momento que el conflicto (¿conflicto de clases?) terminaba. De ahí la elucubración (quizá ingenua) respecto a que se podían sentar bases para terminar con las guerras (sin la molestia de un campo socialista. Pero ¿acaso desaparecían las contradicciones sociales, más allá de la pomposa declaración de Fukuyama de haber alcanzado el “fin de la historia y de las ideologías”?)

 

Si hubiese sido cierto que con la extinción del socialismo europeo (y la conversión de China a un “socialismo de mercado”, un socialismo light para la visión occidental) terminaban las tensiones, ¿por qué el fenómeno de la guerra no decae, sino que, por el contrario, aumenta? ¿Por qué sigue en ascenso la inversión en armamentos a nivel global? (más de un billón de dólares anuales), –armas que, indefectiblemente, son usadas en contra de otros humanos, y por tanto continuamente renovadas, mejoradas, ampliadas–. ¿Por qué, pese a que en muchísimos países en estas últimas décadas han aumentado la información, la participación ciudadana en la toma de decisiones, la cultura democrática, se decide con valentía intelectual acerca de temas candentes como la eutanasia, el aborto o los matrimonios homosexuales, por qué pese a todo ese avance civilizatorio las posibilidades reales de desaparición de las guerras se ven como algo tan quimérico? Hay en todo esto una relación paradójica: de liberarse toda la energía de las armas atómicas acumuladas hoy día sobre la faz del planeta, se generaría una explosión tan monumental que su onda expansiva llegaría a la órbita de Plutón. ¡Proeza técnica!, sin dudas. Pero ello no impide que el hambre siga siendo la primera causa de muerte de la humanidad. Pareciera más importante hacer la guerra que la paz. Se invierte más en armas que en procedimientos para terminar con el hambre. ¿Nuestro ineluctable destino: la destrucción de la especie?

 

Dígase, por otro lado, que esa quimera ilusoria de un mundo “pacífico” con Washington a la cabeza en forma unipolar, duró muy poco. Con el retorno de Rusia y China al primer plano de la política internacional, quedó más que demostrado que las guerras siguen. Siria marcó el retorno de Rusia como superpotencia militar, disputándole la supremacía global a Estados Unidos de igual a igual (derrotándolo en el país medioriental). Y Venezuela, con la posibilidad de una conflagración de características impredecibles dado el total compromiso en este pretendido “patio trasero” estadounidense de las dos potencias euroasiáticas ahora intocables, Rusia y China, el espectro de una guerra total (con armamento nuclear) está más cerca que cuando la crisis de los misiles en Cuba en 1962.

 

Aunque vivimos el fin de un período especialmente bélico como fue la llamada «Guerra Fría» (una virtual Tercera Guerra Mundial), la virulencia del actual marco guerrerista es infinitamente mayor a aquél. Con el actual tablero político internacional puede decirse sin temor a equivocarse que hoy se viven días de tanta tensión como en los peores momentos de aquel enfrentamiento Este-Oeste. Quizá la marca de dicho conflicto no está dado, básicamente, por una pugna ideológica (como lo fue la Guerra Fría: pugna capitalismo-socialismo) sino por enormes intereses económicos de las actuales superpotencias, disputa por supremacías geoestratégicas. Pero, independientemente de los motivos finales, la tensión sigue estando. Y también las armas más letales, cada vez más mortíferas y eficaces. ¿Qué garantía real existe de que no se usarán? Incluso, puede haber errores fatales.

 

Si bien es cierto que, aparentemente, la humanidad ha pasado el peor momento respecto al holocausto termonuclear a cuyo borde vivió por varias décadas, la paz hoy está muy lejos de avizorarse. Nuevas y más maquiavélicas formas de violencia se van imponiendo. La guerra, la muerte, la tortura pasaron a ser «juego de niños», literalmente. Cualquier menor de edad, en cualquier parte del mundo, se ve sometido a un bombardeo mediático tan fenomenal que lo prepara para aceptar con la mayor naturalidad la cultura de la guerra y de la muerte. Sus juegos, cada vez más, se basan en esos pilares. Los íconos de la post modernidad chorrean sangre, y pasó a ser un juego en cualquier «inocente» pantalla la decapitación de alguien, su desmembramiento, el bombardeo de ciudades completas, el triunfador «bueno» que aniquila «malos» de cualquier calaña. La cultura de la militarización lo invade todo. Parece que la máxima latina sigue más que vigente: la paz se consigue con preparativos bélicos. Dicho sea de paso, la industria armamentista es el renglón más redituable a escala planetaria: unos 35.000 dólares por segundo, más que el petróleo, las comunicaciones o las drogas ilícitas. Y la mayor inteligencia creativa, paradójicamente, está puesta en este sector, el sector de la destrucción.

 

Si es cierto que las guerras se mantienen porque, en definitiva, son un buen negocio para algunos, esto debería llevarnos a preguntar: ¿es entonces esa la esencia de lo humano? ¿La primera piedra afilada del Homo habilis de dos millones y medio de años atrás, un arma, es nuestro ineluctable destino? La pulsión de autodestrucción que invocaba Freud en su «mitología» conceptual para entender la dinámica humana, la pulsión de muerte (Todestrieb), no parece nada descabellada.

 

III

 

Retomando entonces el esperanzado y optimista Manifiesto de Sevilla formulado por la UNESCO: ¿es cierto que la guerra puede desaparecer? Si no es un destino ineluctable de nuestra especie, si la clave es preparar y educar a la gente para la paz, ¿por qué cada vez hay más guerras pese a los supuestos esfuerzos por construir un mundo libre de este cáncer?

 

Es curioso: nunca antes en la historia se habían destinado tantos esfuerzos a educar para la paz, para la no-violencia; nunca antes se había legislado tan profusamente acerca de todos los aspectos vinculados a la muerte y la agresividad. Nunca antes se había intentado poner fin a los tormentos de la guerra, la violación sexual, la tortura como lo que vemos actualmente, con tratados y convenciones por doquier, con combates frontales al machismo, al racismo, a la homofobia. Pero las guerras se mantienen inalterables, violentas, crueles y brutales. La actual tecnología militar nos hace ver las hachas, las flechas o las bombardas como inocentes juegos de niños, no sólo por el poder letal de las actuales armas de destrucción masiva, sino por la criminalidad de la doctrina bélica en juego: golpear poblaciones civiles, desaparición forzada de personas, concepto de guerra sucia, grupos élites preparados como «máquinas de matar», y como un ingrediente descomunalmente importante: guerra psicológica. Es decir: como parte de la guerra, mantener embobada a las poblaciones, desinformada, anestesiada. Hay una larga lista de operaciones de psicología militar que, cada vez más, se afinan y perfeccionan, teniendo efectos más devastadores que las bombas.

 

Crecen los esfuerzos por la paz, pero también crecen las guerras. Lo cual lleva a pensar si crecen realmente esos esfuerzos preventivos, si están bien direccionados, o si quizá hay que plantear la cuestión en otros términos. Las guerras, en definitiva, se hacen a partir del ejercicio de poderes, y la defensa a muerte de la propiedad es el eje común que los aglutina. Todo indica que vale más la defensa de la propiedad privada que la de una vida humana (si mato al ladrón que me robó el teléfono celular, no soy un asesino. ¿Interesa más la propiedad privada que la vida?) La esperanza que nos queda es que si se cambian las relaciones en torno a la propiedad, podría cambiar también la civilización basada en la guerra. La cita anterior del Subcomandante Marcos va en esa línea. Por lo pronto, dato importantísimo soslayado por la academia y los medios de comunicación capitalistas: jamás un país socialista inició una guerra.

 

Para conseguir la paz (lo cual suena bastante grande por cierto, ampuloso incluso): ¿alcanza «educar para la paz«? ¿Se pueden cambiar las crudamente reales relaciones de poder apelando a una transformación moral? ¿Cómo conseguir efectivamente reducir la violencia, reinventar la solidaridad y liberar la generosidad, tal como piden las declaraciones de Naciones Unidas? Obviamente están planteados ahí enormes desafíos: está demostrado que no hay un destino genético en juego que nos lleva a la guerra como nuestro sino inexorable. Hay grupos humanos actuales, en pleno siglo XXI, aún en la fase neolítica de desarrollo, pueblos nómades sin agricultura ni ganadería, recolectores y cazadores primarios, sin concepto de propiedad privada, que no hacen la guerra. ¿Podremos llegar a imitarlos pese a toda la parafernalia técnica que desarrollamos? El comunismo, como fase superior del socialismo, sería esa comunidad. En principio, nada justificaría ahí las guerras, porque el grado civilizatorio alcanzado sería maravilloso. Pero sin pensar en utopías, la realidad actual nos muestra 25 guerras simultáneas, con desplazados, muertos, desmembrados, odio y mucho miedo.

 

La educación no termina de transformar la ética; por tanto, no es el mejor camino para transformar la realidad socioeconómica. Un persona con mucha educación formal –con todos los post grados universitarios que se quiera, maestrías y doctorados– no es necesariamente un agente de cambio; por el contrario, puede ser de lo más conservador, y por tanto defender a muerte el actual orden de cosas justificando la guerra («A veces la guerra está justificada para conseguir la paz», dijo el educado afrodescendiente Barack Obama, cuando era presidente de la principal potencia bélica del mundo al recibir el Nobel de la Paz). Las guerras, por cierto, no las deciden las poblaciones, el ciudadano común de a pie, sino unos pocos encumbrados en algún lobby de hotel lujoso, plagados de títulos universitarios.

 

Una transformación social implica básicamente cambios en las relaciones de poder. Y esto último nos lleva –círculo vicioso– a un cambio que se resiste a ser operado si no es desde una acción violenta, como han sido hasta ahora todos los cambios en las relaciones de poder habidos en la historia. «La violencia es la partera de la historia», dedujo Marx, analizando con otros términos la máxima latina. Si hay cambios posibles entonces, ¿más guerra todavía? La Revolución Francesa, paradigma primero de nuestra actual sociedad planetaria democrática y ¿civilizada?, triunfó cortando la cabeza de los monarcas. Es radicalmente cierto lo dicho por los zapatistas entonces: hoy por hoy, para conseguir un mundo futuro sin ejércitos, es necesario triunfar, imponerse sobre el mundo actual, defendido a capa y espada por las armas de la clase dominante. Y ese triunfo tendrá que apelar a la violencia revolucionaria. ¿Quién cede el poder alegremente, sin resistencia? Absolutamente nadie.

 

Hoy, desde las ciencias sociales de los poderes que marcan el ritmo global (la historia la escriben los que ganan, no olvidar), se habla insistentemente de resolución pacífica de conflictos. Acción violenta y lucha armada quieren hacerse pasar como rémoras que quedaron en la historia, como un pecado del que no hay que hablar, que cayeron junto con el muro de Berlín, y la línea en juego actualmente nos lleva a desarrollar una educación para la convivencia armónica. Lo curioso, lo fatal y tristemente curioso es que pese al Decenio para la Paz que fija la Organización de Naciones Unidas (que pasó sin pena ni gloria, y del que nadie se enteró prácticamente), estamos cada vez más inundados de guerras. Y todavía no empezaron todas las que están en lista de espera de la actual administración de Washington. Claro que… quien juega con fuego se puede terminar quemando. ¿Empezará la guerra de invasión en Venezuela? Allí hay estacionado armamento nuclear para uso del gobierno venezolano, con más potencia que los misiles de Cuba en 1962. ¿Se juega con fuego?

 

Con el «pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad» que la situación requiere, como reclamaba Gramsci, creamos firmemente y hagamos lo imposible para que ese supuesto destino ineluctable de la violencia y las guerras no se termine concretando. Hoy, con los armamentos atómicos de que se dispone (17,000 misiles nucleares), el fin de la especie humana está garantizado si se desata una gran guerra total. Venezuela, no lo dudemos, puede ser el disparador. Nadie, absolutamente nadie es una “santa paloma” (¡los humanos no somos eso!, ni la Madre Teresa lo es); pero, una vez más: nunca un país socialista inició una guerra.

Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/199410

Comparte este contenido:
Page 10 of 18
1 8 9 10 11 12 18