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México: Aprende en casa, sin certeza de su alcance, seguimiento, ni costo

Por: Nayeli Roldán/Animal Político 

El Coneval advierte que entre los efectos colaterales de la pandemia está la “profundización de las brechas en el aprendizaje y aprovechamiento escolar».

Apenas había avanzado tres meses este ciclo escolar cuando los padres y madres de familia de la primaria Héroes de Río Blanco decidieron que sus hijos dejaran de tomar clases por televisión. “Ya no podían más. Era difícil que los niños pusieran atención y era fastidioso para los papás, si es que podían acompañar a sus hijos”, explica Manuel, uno de los profesores.

Por eso los maestros tuvieron que idear la forma de que la educación llegara a sus alumnos. Manuel comenzó a dar clases en línea por 2 horas y media todos los días, pero de sus 40 alumnos en el grupo, sólo 27 se conectaba; el resto no podía porque no tenían internet, por eso a ellos les enviaba actividades por whatsapp. Mientras que las lecciones las publicaba en la plataforma de Classroom, de Google.

Pero las estrategias las idearon los maestros solos, porque la autoridad educativa, la Secretaría de Educación Pública, implementó sólo una estrategia ante el cierre de escuelas: Aprende en Casa, que consistió en transmitir clases por televisión para alumnos de preescolar, primaria y secundaria.

Sin embargo, a 14 meses de su inicio, la SEP no implementó un mecanismo para saber si quiera a cuántos alumnos realmente estaba atendiendo, el seguimiento pedagógico de los programas ni tampoco cuánto costó, señala el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) en el estudio “De la emergencia a la recuperación de la pandemia por la COVID-19: la política social frente a desastres”.

Si bien el Consejo reconoce que Aprende en Casa fue una acción “oportuna” ante un contexto adverso, “aún hace falta analizar a profundidad los alcances de dicha estrategia”.

Manuel comenta que la SEP envió un cuestionario a principio del ciclo escolar para que respondieran sobre las estrategias que las escuelas seguían para impartir educación. Entre las opciones se encontraba Aprende en Casa, pero nunca les han preguntado sobre si es útil para la docencia o si sus alumnos han aprendido con esa mecánica.

Aunque la televisión es un medio de alcance para la mayoría de población en el país, no tampoco hay certeza sobre a quiénes benefició, pues la SEP no ha mostrado información “que permita identificar a cuánta de la población estudiantil se estaba atendiendo, ya que la emisión de contenidos educativos por diversos medios no supone que toda la población objetivo pueda acceder a ellos”.

En 2020 se encontró que a nivel nacional 92% contaba con televisión, 34% con una computadora, laptop o Tablet; 51% con internet en la vivienda y 90% de ellos tenían un celular en casa.

Y si bien la SEP participó activamente en la definición del contenido, “tampoco se identificaron mecanismos para dar seguimiento y revisión a la elaboración de estos programas por parte de la Secretaría”.

En cuanto a su presupuesto de Aprende en Casa, “se desconoce cuánto del gasto de la SEP fue destinado a dicha Estrategia, pues al ser una intervención emergente”, pues al no estar etiquetado en el Presupuesto de Egresos de la Federación, no se etiquetaron esas asignaciones.

Por lo tanto, el Coneval recomendó aplicar pruebas diagnósticas durante la educación a distancia y al regreso a las aulas, para poder establecer estrategias de atención educativa que permitan nivelar los aprendizajes y conocimientos de los estudiantes tras el confinamiento.

Los riesgos

Los efectos de la pandemia en materia educativa aún no han sido explicados por la SEP, pues no ha publicado la estadística de deserción desde el ciclo escolar 2019-2020, cuando inició el confinamiento. Sin embargo, el Inegi dio un primer acercamiento al detectar que 2.2% de la población de 3 a 29 años inscritos en dicho ciclo no concluyó y de ellos, 58.9% dijo que la razón de no hacerlo estuvo vinculada con el COVID-19.

Y peor aún, existe el riesgo de que los problemas sigan agudizando, mientras la SEP sólo ha implementado una sola estrategia en materia educativa. El Coneval advierte que entre los efectos colaterales de la pandemia está la “profundización de las brechas en el aprendizaje y aprovechamiento escolar; retraso de la trayectoria académica e incremento del porcentaje de población en situación de rezago educativo; incremento en la probabilidad de inasistencia, abandono escolar definitivo y desvinculamiento escolar”.

También “dificultad para desarrollar habilidades sociales y de comunicación; incremento de la probabilidad de los estudiantes de experimentar estrés y depresión; interrupción en la medición de metas y objetivos en términos de la garantía al derecho a la educación y disminución de la cantidad y variedad de alimentos consumidos (por los casos donde los estudiantes recibían alimentos en las escuelas).

Respecto al riesgo de incremento de la probabilidad de inasistencia y abandono escolar definitivo. Con respecto a este, el Coneval identificó tres programas cuyos apoyos pueden contribuir a disminuir el riesgo mencionado: el Programa de Becas de Educación Básica para el Bienestar Benito Juárez, Jóvenes Escribiendo el Futuro y Beca Universal para Estudiantes de Educación Media Superior Benito Juárez, todos de la SEP.

Sin embargo, todos los programas de becas ya funcionaban antes de la pandemia, por lo que no se tratan de programas de atención para los problemas agudizados tras la pandemia.

En tanto, no hay estrategia para evitar el embarazo adolescente entre las intervenciones de educación, aunque se trate de un factor que profundiza los riesgos de rezago o abandono escolar, y dificulta la accesibilidad al derecho a la educación.

https://www.animalpolitico.com/2021/07/aprende-en-casa-sin-seguimiento-costo-coneval/

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Preocupa en Brasil impacto y daños de Covid-19 en educación

Por: Prensa Latina
Senadores y especialistas trazaron hoy durante una sesión temática virtual en el Senado un cuadro preocupante del impacto y los daños que causa la pandemia de Covid-19 en la educación en Brasil.
La Agencia Senado informó que en el intercambio de opiniones se propusieron acciones para minimizar estas afectaciones y evitar que sean aún mayores en los próximos años.

Tal debate fue presidido por la senadora Leila Barros, quien elogió las aportaciones de los ponentes, pero manifestó su desasosiego por la situación educacional.

‘Sigue siendo una gran reflexión, en esta audiencia, de todos ustedes. En cierto modo, vuelvo al Senado preocupada, pero motivada por estar junto a ustedes para encontrar estas respuestas’, afirmó la parlamentaria.

Para el legislador Wellington Fagundes, ‘el gran reto de esta educación híbrida es capacitar a toda la comunidad, profesores, directivos, alumnos y a las familias’.

Apuntó que ‘el desafío está lanzado para todos nosotros, gobiernos federales, estaduales y municipales. Quiero insistir en que sin la unión de todos nunca repararemos el enorme daño resultante de casi dos años de escuelas cerradas’.

La senadora Zenaide Maia defendió la escuela completa como una posible solución, al señalar, sin embargo, ‘la limitación impuesta por el techo de gasto, que ha llevado a la contingencia de los recursos para la educación’.

‘No invertir en la educación pública en este país fue una decisión política. Pero sin recursos, ¿cómo vamos a aliviar lo que ha ocurrido con los más pobres que no tienen acceso a ninguna tecnología?’, cuestionó.

En la sesión, se presentaron cifras que demuestran la gravedad del escenario bajo la Covid-19 que cobró 534 mil 233 vidas perdidas y 19 millones 106 mil 971 infectados.

Marta Volpi, asesora de promoción y políticas públicas de la Fundación Abrinq para los Derechos de la Infancia y la Adolescencia, citó una encuesta, según la cual a principios de este año 1,6 millones de niños declararon no estudiar y 4,6 millones confesaron no haber recibido actividades para hacer en casa.

La directora de operaciones del Instituto Sonho Grande, Ludmila Serpa, señaló que un 33 por ciento de los alumnos no participa en las clases de video y otro 23 solo asiste una hora.

El exministro de Educación Renato Janine Ribeiro, presidente electo de la Sociedad Brasileña para el Progreso de la Ciencia, lamentó lo que considera errores cometidos por el Gobierno de Jair Bolsonaro, como la falta de formación de los profesores y la falta de distribución de teléfonos móviles y tabletas a los alumnos.

Pero, subrayó, que ‘aún hay tiempo’ para corregir parcialmente estos errores. También sugirió que los centros educativos debatan sobre el estrés emocional que sufren los alumnos, los profesores y los trabajadores de la educación.

msm/ocs

https://www.prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=461774&SEO=preocupa-en-brasil-impacto-y-danos-de-covid-19-en-educacion
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Sindicato Venezolano de Maestros: El 80% de los estudiantes «no está preparado para un nivel superior»

El presidente del Sindicato Venezolano de Maestros, región Caracas, Edgar Machado, señaló que «el 80% de nuestros estudiantes no está preparado para un nivel superior».

Asimismo, indicó en una entrevista a Radio Fe y Alegría que de cada 10 estudiantes, 8 no habrían podido aprobar todos los contenidos enseñados bajo la modalidad de educación a distancia, implementada en Venezuela por la pandemia.

Sostuvo que en «años anteriores, nosotros veníamos haciendo críticas sobre los muchachos que no tenían el nivel para haber pasado al grado superior».

«Esto trae como consecuencia que tengamos una educación mediocre, los docentes no estamos preparados para esas clases a distancia y el Ministerio de Educación hace algunos años eliminó el Departamento de Tecnología Educativa que tenía especialistas que pudieron haber orientado a los docentes», acotó.

Fuente: https://www.finanzasdigital.com/2021/07/sindicato-venezolano-de-maestros-el-80-de-los-estudiantes-no-esta-preparado-para-un-nivel-superior/

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La educación pública en la pandemia o el valor de lo esencial

«Yo no he visto institución tan funcional en la vida como la de la escuela. En antropología se define «Función» como la contribución que hace una institución para el mantenimiento de toda la estructura social. La escuela, esa contribución la hace a la perfección.» (Juan Izuzquiza: Borregos que ladran)

Llega a su fin un extraordinario curso académico, es decir, un curso ajeno a lo ordinario o fuera de lo normal. Sin duda esa fue una de las primeras señales en marzo del año pasado de que algo verdaderamente grave estaba pasando. Cuando por aquel entonces se hizo incontestable que nos estábamos enfrentando a una pandemia ante la evidencia de la incontrolada propagación del SARS-CoV-2, uno de los acontecimientos de entre los muchos que se fueron precipitando y que nos hicieron afrontar ineludiblemente la cruda realidad fue el cierre de los centros educativos. Su funcionamiento es uno de esos elementos de nuestra cotidianeidad que son esenciales para otorgarnos esa sensación de normalidad que se nos olvida de tan naturalmente instalados que nos encontramos en ella, pero que es imprescindible para poder disfrutar de una existencia civilizada, es decir, una existencia en la que se dan las condiciones necesarias para que cada cual pueda plantearse la realización de un proyecto de vida propio con cierto nivel mínimo de confianza o, lo que es lo mismo, conviviendo con un grado de incertidumbre psíquicamente tolerable (no ansiogénico).

Un detalle que sintetiza lo dicho es que a la vuelta de las vacaciones de verano cada año, cuando en los medios de comunicación se habla de «la vuelta al cole» se la presenta como el reinicio irreversible de «la normalidad», o sea, del fin de esa etapa veraniega en la que parece que tácitamente hemos consensuado darnos una tregua, suspender –al menos aparentemente– el frenético flujo de actividades con las que tenemos ocupado nuestro tiempo diario según dicta esta omnímoda cultura del rendimiento.

Ciertamente era importante volver a la escuela en este curso que apura sus últimos días en el momento que escribo estas líneas. Se dijo el año pasado antes de su inicio que era fundamental, porque no era lo mismo la enseñanza telemática que la presencial. Que impedía que la institución cumpliera con una de sus funciones esenciales en nuestro Estado, el cual no sólo se define constitucionalmente como democrático y de derecho, sino también como social, lo que quiere decir que ha de procurar el cuidado de las condiciones mínimas que permitan el bienestar de sus ciudadanos. Entre esos mínimos se encuentra sin discusión la procura de una educación para todos ellos sin excepción.

No hay derechos sin obligaciones. Si se reconoce el derecho a la educación se está asumiendo una obligación por parte del Gobierno de garantizarla. Como se había constatado que la enseñanza por medios digitales y a distancia durante el confinamiento no cumplía satisfactoriamente con dicha obligación (la así llamada brecha digital acentuaba las injustas desigualdades sociales) era imperativo que los alumnos volvieran a los centros educativos. Lo que –no lo olvidemos– en plena pandemia suponía asumir un importante riesgo.

El verano pasado fue de mucha preocupación para el colectivo de los docentes. Los trabajadores de la sanidad eran los que entonces ya llevaban un largo tiempo en primera línea en la lucha contra la propagación de la COVID-19. Y estaban pagando un alto precio por ello. Todos lo reconocíamos, aunque sin duda no suficientemente. A partir del inicio del curso, tras ese verano, éramos los maestros y profesores los que con un riesgo significativo nos incorporábamos al colectivo de «los esenciales». La vuelta de los jóvenes a las aulas suponía la convivencia durante jornadas de unas seis horas al día de grupos de personas de número considerable en espacios cerrados. Con niños y adolescentes, por muy enmascarados que acudiesen al aula, no cabía seguridad de que su comportamiento se fuese a ajustar responsablemente a las exigencias de prevención que imponía la situación de pandemia.

Mientras que los funcionarios de casi todas las administraciones teletrabajaban y/o se bunkerizaban  en sus despachos y oficinas con el fin de protegerse de los posibles contagios, incluso colocando a la puerta de los distintos edificios administrativos guardias jurado que impedían la entrada a todo usuario que no hubiese logrado con mucho trabajo una cita, nosotros, los integrantes del personal docente, teníamos que hacer lo de siempre: encerrarnos en nuestras aulas hora tras hora con clases, en muchos casos, de en torno a treinta alumnos.

Es verdad que se nos dieron unas instrucciones; aquí, en Andalucía, muy poco tiempo antes del comienzo de la actividad lectiva. De los equipos directivos que se encontraban al frente de los centros tuvieron que salir improvisados técnicos de prevención de riesgos para implementar las medidas que debían servir para disminuir la aparición de brotes de contagio. Eso supuso un trabajo monumental con el que se dejó totalmente solo al personal docente a cargo. De él saldría un responsable coordinador Covid, que ha sobrellevado una responsabilidad abrumadora pues ha estado al frente de la supervisión del dispositivo de prevención y control de contagios. Se nos endosó a los claustros de profesores la difícil decisión de cómo organizar la enseñanza para lograr que, sin renunciar a la presencia mayoritaria de los alumnos, no se pusiera en riesgo su salud y la de sus familiares. Nosotros, los docentes, teníamos que afrontar a diario una situación objetivamente de peligro, y solo iba a depender de nosotros, de nuestra precaución y suerte que no nos contagiásemos.

El curso dio comienzo –como es bien sabido– en septiembre: con mascarillas, con ventanas abiertas de par en par, con más limpieza. Dar una clase con mascarilla no es fácil cuando tratas de explicar contenidos académicos a nutridos grupos de chavales cuya atención has de captar, sobre todo cuando hace calor y notas que el sudor resbala por tu boca tras la dichosa tela. Entrar en un aula gélida las mañanas de invierno porque no se pueden cerrar puertas y ventanas para así evitar el efecto mórbido de los aerosoles exige mucho sentido del deber. Llevar adelante la enseñanza presencial cuando tienes que mantener la virtual duplica el trabajo, amén de convertirse en una tarea plagada de obstáculos cuando cuentas con una infraestructura informática obsoleta que no para de dar problemas y que requiere de un mantenimiento del que se encarga un profesor o profesora que, además, tiene que dedicarse a sus clases. Al mismo tiempo hemos sido vigilantes sanitarios de vanguardia tratando de detectar síntomas de contagio, en perpetuo contacto con los enlaces del servicio de salud, corrigiendo continuamente a los jóvenes que podían incurrir en un comportamiento que facilitara la transmisión del virus. En fin, ha sido duro, pero lo hemos hecho funcionar.

Hemos hecho funcionar la escuela, y al hacerla funcionar volvió la normalidad, esa normalidad tan necesaria para que esa esfera de nuestra existencia que parece haberse convertido en la dominante sobre todas la demás, a saber, la economía, echara a andar camino a la senda de recuperación que demanda el actual modelo capitalista en vigencia, y que exige el continuo crecimiento, porque la alternativa implica la ruina para muchos.

Creo que pocas inversiones tienen un efecto multiplicador tan alto en beneficios sociales como la educación. La inversión en educación –que no gasto– es el mejor factor favorecedor de la paz social. En las sociedades multiculturales como la nuestra es más preciso que nunca un espacio en el que se encuentren los integrantes de las nuevas generaciones donde se practique la convivencia de las diferencias culturales y de identidad procurando la corrección de las actitudes que puedan dar lugar a conflicto. La escuela es ese espacio, el único diría yo, en el que los jóvenes aprendices de ciudadanos no tienen más remedio que compartir su tiempo cada día con otros con los que sería difícil que pudiesen coincidir en otros lugares. Este ha sido un cambio notable del que yo he sido testigo en las últimas décadas: el paso de una sociedad como la española, relativamente homogénea desde el punto de vista de la identidad cultural, a una sociedad multicultural (la población extranjera pasó del 2% en 1990, por ejemplo, a casi un 13% en 2019) que puede correr el peligro en la actualidad de acabar fragmentándose y polarizándose más y más por el efecto de la tecnología digital que potencia las burbujas de filtro y las cámaras de eco, lo que facilita al mismo tiempo que prospere la ideología del rechazo al distinto.

Las aulas son hoy por hoy un lugar fundamental en el que aprender la práctica de la convivencia democrática. Todos los centros educativos de la red pública conforman una república del acogimiento cívico, formalmente exenta de factores que incidan en el agravamiento de las diferencias sociales, económicas, étnicas, culturales (la religión incluida), y de los que no hay garantías que estén libres los colegios propiedad de instituciones privadas como la Iglesia Católica o empresas que hacen de un derecho constitucional básico su negocio.

La escuela pública es el albergue social que a todos acoge dedicado a dar forma al complejo proceso de humanización, porque no hay humanidad en el individuo sin su integración social. A nuestros hijos les da la oportunidad de vivir la experiencia social extramuros de sus familias, porque cada particular familia no es la sociedad. Los expone en una primera ágora, imprescindible sobre todo en comunidades multiculturales como las nuestras. En sus aulas tienen que relacionarse con sus pares diversos con los que tendrán la oportunidad de comunicarse, intercambiarse ideas y creencias, contrastarlas y discutirlas. En este sentido nunca se subrayará suficientemente la importancia del componente laicista en una escuela pública verdaderamente democrática, que garantice el efectivo cumplimiento del derecho de libertad de conciencia.

En el muro exterior de un instituto en el que di clase durante bastantes años se podía leer una pintada que perduró curso tras curso. Rezaba así: «sistema de enseñanza, enseñanza del sistema». Es la condición paradójica de la educación institucionalizada de las sociedades democráticas. Por un lado es una pieza primordial sin la cual sería imposible el mantenimiento del sistema, pues transmite valores y conocimientos asentados como válidos de una generación a la siguiente; por otro lado, se supone que tiene que dotar a las ciudadanas y ciudadanos en formación de ese componente imprescindible para mantener la salud de tales sociedades y que no es otro que el libre pensamiento, la capacidad de contemplar con ojos críticos lo dado, lo recibido en herencia de las sucesivas generaciones a través de la tradición cultural; y aprender a procesar de manera razonable el conflicto, ineludible en  sociedades como la nuestra donde se asume la diversidad y la discrepancia ideológica como hechos naturales.

¿Sería practicable nuestro estilo de vida sin los colegios e institutos? En una sociedad del rendimiento que sacraliza el trabajo, para el que parece que es éticamente justificable que no se conciba límite en cuanto al tiempo que se le dedica, la institución educativa contribuye a eso que se llama la conciliación entre la vida familiar y la laboral, que a mi modo de ver, en un modelo de sociedad como el nuestro actual, tiene más de disputa que de conciliación. Podría decirse que criar hijos en estos tiempos tiene mucho de heroicidad. No es de extrañar, pues, que los índices de natalidad en nuestro país, y en Europa en general, estén por los suelos.

No es capítulo menor en el asunto del modelo educativo la cuestión sobre el grado de autoridad y confianza que le otorgamos al maestro. Creo que pocos servidores públicos están tan sujetos a una continua inspección como lo está el docente. Sospechoso de adoctrinar para unos, de indolencia profesional para otros, obligado a dar cuenta permanentemente de las decisiones que toma ante sus alumnos, los padres de estos y la propia administración educativa, el salario emocional que se recibe en el desempeño de este oficio (del económico, mejor no hablar) es ciertamente escaso. No es de extrañar, pues, que entre los trabajos con mayores niveles del síndrome llamado burn out (o desgaste emocional por el desempeño de la profesión) se encuentre el docente.

Con el paso del tiempo y la evolución de la sociedad –sobre todo en lo referente a la situación de la mujer y la complejidad de los modelos de familia– el papel del maestro de educación primaria y del profesor de secundaria se ha ido cargando de responsabilidades que van más allá de su tarea de enseñanza de unos determinados conocimientos académicos. A menudo conducen a que el docente se vea implicado en aspectos emocionales y familiares muy delicados que afectan al alumnado. Es indiscutible que lo puramente académico ha ido perdiendo peso comparado con todo lo que tiene que ver con el bienestar físico y afectivo de los jóvenes. Ahora bien –quede esto claro–, no puede la institución educativa pública asumir como misión la corrección del creciente repertorio de taras sociales de origen extraescolar, máxime cuando colegios e institutos son territorios asediados por las presiones ideológicas de toda laya. Tanto poder no tienen. Lo tienen mucho más el inabarcable universo de las pantallas.

Es verdad que el sistema educativo es demasiado rígido y está sujeto a servidumbres políticas y sociales que le impiden desarrollar todo el potencial que podría si se confiase más en el trabajo docente. Tendría que aligerarse de burocracia y admitir un mayor margen de creatividad, al menos durante las etapas educativas en las que no entra en juego el factor de la competitividad, el cual exige el sometimiento a la evaluación de estándares cuantificables mediante los cuales clasificar a los jóvenes según las carreras académicas y profesionales que podrían cursar. Seguramente este aspecto escapa a las posibilidades de decisión de lo que quiere ser la escuela, pues tiene que ver más con lo que quiere ser la sociedad en la que la institución educativa se halla inserta. Es en ésta donde cabe detectar los talentos de los jóvenes, por lo que debe contar con las condiciones necesarias para que los profesores puedan hacerlo, que estos sepan reconocerlos y que tengan a su disposición los medios necesarios para cultivarlos y sacarles partido. Es esencial para un país que quiera estar vivo y con posibilidades de prosperar.

Fuente: https://rebelion.org/la-educacion-publica-en-la-pandemia-o-el-valor-de-lo-esencial-2/
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Opinión | El Ritual Escolar: Utopía, verdad y espiritualidad frente a la pandemia

Por: Andrés García Barrios

2020 y 2021 no son años perdidos, son años salvados. Salvados por y para las escuelas. Más que nunca somos una comunidad en busca de un equilibrio entre lo que deseamos y lo que en realidad podemos y debemos.

¿Bomberazo mundial?

En México llamamos “bomberazo” a las tareas que nos caen de forma inesperada y que hay que atender de manera urgente. Para todo equipo de trabajo, los primeros bomberazos suelen responder a reales imprevistos. Sin embargo, esta forma de resolver problemas tiende a instalarse como modus operandi entre nosotros: fácilmente nos acostumbramos a posponer las cosas importantes hasta que se vuelven urgentes; quizás es porque, dado que los bienes no abundan, preferimos esperar a que la tarea en cuestión demuestre que de verdad es necesaria. Sí, tal vez todo se reduce a una economía de recursos.

El mundo en general ha vivido la pandemia como si de la noche a la mañana nos hubiera caído encima un virus de alto contagio y alta letalidad, al cual la humanidad hubiera tenido que apresurarse a hacer frente. Manguera en mano, sin previo aviso aprendimos a estar en casa las 24 horas, a lavarnos las manos con inusual frecuencia, a usar cubrebocas, a mantenernos alejados de los demás y a realizar nuestras actividades de forma remota (por desgracia muchos tuvieron que aprender también a perder a sus seres queridos, su empleo, su modo de vida).

Sin embargo, la llegada de la pandemia en realidad no era una novedad; se oía hablar de ella desde hacía muchos años, por todo el mundo. Para referirme sólo a la evidencia que he encontrado en mi biblioteca personal, en 2009 el Dr. Octavio Gómez Dantés advertía sobre el tema en un artículo publicado en una revista de gran circulación y prestigio; ese mismo año otra revista universitaria de ciencia titulaba una de sus portadas “La epidemia anunciada”.  Asimismo, el título de un libro de 2015 prácticamente demuestra lo que estoy diciendo: La influenza mexicana y la pandemia que nos viene. En él, seis autores anuncian que se avecina una catástrofe sanitaria mundial como la que estamos viviendo.

Entonces, ¿por qué no se hizo nada para prevenirnos? En ensoñaciones podemos remontarnos unos cuantos años atrás e imaginar reuniones mundiales de líderes para resolver sobre futuras pandemias: congresos tipo la ONU donde se dictarían medidas para reducir el impacto esperado; acuerdos económicos, disposiciones legales, campañas de información, de prevención hospitalaria, de desarrollo de tecnología virtual.

A partir de ese imaginario congreso, las organizaciones internacionales en materia de educación, como la UNESCO, convocarían a los sistemas escolares de todo el mundo a desarrollar contenidos y prácticas de prevención, y a aprovechar el imparable influjo de los medios electrónicos para organizar de forma preventiva, tanto logística como tecnológicamente, el despliegue de la educación remota de emergencia (así nos ha enseñado a llamarle Fernanda Ibáñez en un artículo publicado en este mismo espacio). Entonces se habrían tenido años para ejecutar simulacros de entrenamiento con los estudiantes y docentes, y desarrollar estrategias de enseñanza, prevención de la salud, uso de cubrebocas, sana distancia, etcétera.

Naufragio

¿Por qué entonces no se hizo nada?

Víctor Briones, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, nos lo explica en dos palabras: toda esa preparación “es cara”. Con sólo escuchar esto, se apodera de nosotros una profunda indignación: ¿qué tan cara podía ser para que resultara mejor sacrificar a la población mundial y para ―hablando ya de nuestro campo― obligar a toda la comunidad educativa a volverse experta en enseñanza remota de un momento a otro? La maestra Maya Niro atina al llamar a todo esto un naufragio: “… a partir de ese momento me subí a un barco en medio de una tempestad, donde me dieron un timón diferente al que yo sabía maniobrar”.

Con rabia e impotencia imagina uno a los gobiernos de todo el mundo pasando en silencio la estafeta a sus sucesores… o más que la estafeta, la pistola de una ruleta rusa que llevaba dentro un virus que pondría a toda la humanidad contra las cuerdas.

*

Sin embargo, la rabia merma cuando la respuesta de Briones empieza a dejar ver su realismo. Vuelve la calma. Comprendemos entonces que al decir “cara” el analista está hablando de un “caro” impensable, no sólo en dinero, tiempo y esfuerzo, sino también en riesgo: riesgo para los más grandes intereses económicos y políticos, sí, pero también riesgo emocional y mental para la población mundial ante la noticia. El anuncio de que, quién sabe cuándo, va a ocurrir una catástrofe, puede generar inmensa angustia, para algunos más que el evento mismo. En esas circunstancias, prevenirnos y prepararnos podría ser un desastre: ya se ve venir una ola de grandes desacuerdos, enfrentamientos, conflictos: un posible caos social, a final de cuentas.

Tal vez, a pesar de la supuesta racionalidad humana,  coordinarnos para un evento así sería tan difícil como lograr que las abejas del mundo se organizaran ante la amenaza del cambio climático.

*

Nuevo golpe de timón. ¿Y si los líderes mundiales decidieron entonces dejar que llegara la pandemia y que funcionara un poco como “simulacro” para otras crisis sanitarias que se espera que vengan pronto?

Con sólo pensarlo, vuelven la rabia y el espanto: mil teorías conspiratorias vienen a la mente, crece la desconfianza hacia las autoridades (incluyendo las científicas), y por todas partes bullen propuestas pseudocientíficas, rechazo al sistema médico/hospitalario, a las vacunas… Se habla con gran esperanza de tratamientos alternativos.

Finalmente, sobre este fondo de indignación, resignación y dolorosas dudas, queda la imagen de un grupo de líderes esperando año tras año la aparición del paciente cero para dar la alarma mundial y convocarnos a todos (¡ahora sí!) a apagar el incendio.

¿Somos víctimas?

Si en estas dos décadas se hubiera actuado, si los líderes mundiales hubieran decidido prevenir y preparar a la población frente a una posible pandemia, si hubieran organizado reuniones internacionales y simulacros de educación remota de emergencia, todos en el mundo habríamos acabado haciéndonos la crucial pregunta: ¿por qué es inevitable una pandemia? Entonces habríamos volteado con alarma angustiante hacia rincones del planeta que por el momento prefieren mantenerse ocultos, ahí se concentran millares de industrias que literalmente desgarran los ecosistemas planetarios, pervirtiendo entre otras cosas la convivencia animal e impulsando la proliferación y diversificación de virus.

El Dr. Julio Frenk, exsecretario de salud de México y actual rector de la Universidad de Miami, no se ha cansado de repetir que la pandemia de COVID-19 es un fenómeno que tiene su origen en la actividad humana. En una entrevista con la revista CONECTA del Tec de Monterrey, resume enérgicamente: “Las pandemias no son eventos naturales, son antropogénicas, reflejo de prácticas inhumanas”.

Peter Daszak, presidente de EcoHealth Alliance, confirma: “No hay un gran misterio sobre la causa de la pandemia de COVID-19 —o de cualquier pandemia moderna—. Las actividades humanas que impulsan el cambio climático y la pérdida de biodiversidad también generan riesgos de pandemia a través de sus impactos en nuestro medio ambiente”.

El problema es más o menos así: mientras más animales con enfermedades contagiosas hay y más se reproducen y conviven, más variantes de virus surgen y más probable es que uno de éstos resulte altamente contagioso y letal para los humanos. Lo mismo pasa cuando se destruye un ecosistema y los animales migran y se concentran en hábitats donde la sana distancia es imposible y el contagio viral aumenta. Históricamente, el asunto se reduce a que mientras la cría de animales se mantenía en pequeños jacales atendidos por unas cuantas personas, las probabilidades de que surgiera una enfermedad mortal eran pocas. Pero cuando hablamos de virus mutando y esparciéndose entre una inmensa piara de cerdos en una granja industrial de “producción” de carne atendida por cientos de personas (como hoy ocurre en tantas partes del mundo), o cuando se trata de miles de murciélagos en una cueva en China, arrinconados ahí por haber perdido sus bosques, entonces es más probable que surja una mutación viral homicida.

*

A lo anterior añadamos una población humana que vive en espacios estrechos dentro de una localidad superpoblada, a la que acuden todo tipo de roedores, aves y primates buscando mejores condiciones de vida; digamos que además esas personas acostumbran comer carne, muchas veces de animales silvestres, y asisten a corridas de toros o peleas de gallos; que frecuentan mercados con animales vivos, cazan o trafican fauna, fabrican abrigos de piel y realizan rituales o practican medicina tradicional con animales; algunas tienen sistemas inmunes débiles por mala nutrición, viven en condiciones de poca higiene, trabajan en labores de limpieza y saneamiento, y no tienen acceso a servicios de salud adecuados; además, para colmo, muchos de ellos (ricos y pobres) viajan por su país o atraviesan fronteras en redes de transporte terrestre  y aéreo supercongestionadas… Cuando estas cosas ocurren, mayor es la creación de virus letales y menor el tiempo en que se expanden por el mundo entero.

Todos estos factores son lo que los epidemiólogos se han dedicado a estudiar desde el siglo pasado, y han llegado a realizar pronósticos bastante confiables.

Y es en todo lo anterior en lo que se basa el Dr. Julio Frenk para asegurar que la pandemia de COVID-19 es de origen humano. En efecto, no somos víctimas. Cuando se alude a la posibilidad de que el virus SARS-CoV-2 haya sido creado en un laboratorio, no podemos sino pensar que es cierto, que los seres humanos hemos convertido a la naturaleza en un inmenso laboratorio donde la creación de virus letales es ya una probabilidad inmensa.

¿Comunidad desecha?

Y a todo esto, ¿qué puede hacer la escuela con tanta y tan cruda información? Cierto que lo primero que dan ganas es dejar hecha la pregunta y salir corriendo. ¿No basta con lo que hemos vivido? Porque en la desafiante y terrible actualidad, la escuela parece estar desbaratada, deshecha. Nos hemos tenido que adaptar a un modelo sin convivencia física, a un encuentro con caras sin cuerpo en aulas virtuales sin aire común; a escuchar voces sin aliento y a verter nuestra presencia en cables electrónicos, resintiendo por todas partes la falta de recursos. Las tres dimensiones del espacio has sido remplazadas por dos, por una, por cero (muchos estudiantes no han podido recibir ningún tipo de clase y sólo esperan a que llegue el día de volver al colegio).

La tensión que generan las clases por Zoom crea un tipo de socialización al cual no estamos acostumbrados; maestras y maestros lamentan tener que comunicarse con sus alumnos a través de una pantalla; niñas y niños han dejado de tocarse y correr juntos, y esa ausencia de tacto, esa falta de simultaneidad física, parece haber restado tridimensionalidad al mundo y provocado una especie de desecación del entorno y hasta una dolorosa costumbre al aislamiento.

En el monitor, lo que conocemos como “grupo” se vuelve un mosaico, un muro. Es casi imposible establecer complicidades y el manejo por parte del maestro se entorpece. “Ahora los docentes ―nos recuerda Paulette Delgado― están lejos de sus estudiantes, lo que puede desatar ansiedad al no saber cómo están e impotencia al no poder ayudarlos”. Las tecnologías aún no están suficientemente avanzadas como para permitir ese caos de voces que da vida al aula presencial cuando todos hablan al mismo tiempo. No hay percepción sensorial completa, y todo se limita a lo visual y auditivo. Solo tenemos una apreciación bidimensional de los otros. En resumen, impera la pérdida de los espacios colectivos y privados que son parte de la socialización escolar.

Utopía

Sin embargo, a pesar de todo esto, somos valientes y nos detenemos a pensar un poco. ¿De verdad la socialización presencial es la única posible? ¿No hay otra que de alguna forma habíamos descuidado? Entonces, una primera respuesta llega a la mente. Tiene que ver con el ritual escolar.

Recordemos, para empezar, la idea del filósofo Emil Wittgenstein de que toda una mitología está contenida en nuestro lenguaje. A mi parecer, eso significa, por ejemplo, que ya el hecho de saber “soy parte de una escuela” (aunque sea en línea o a distancia) me enrola en una comunidad de aprendizaje donde se juegan múltiples papeles sociales y en la que se compromete y ejercita la personalidad entera. En esa comunidad mitológica todos somos a veces héroes, a veces sabios, a veces villanos, y bullimos del orden al desorden atraídos por un objetivo común que da sentido a nuestro encuentro.

Hoy, cuando es difícil ver de frente la realidad y comprender qué podemos hacer con ella, la escuela aún palpita en ese juego de roles, quizás más movilizada que nunca para dar su muy particular respuesta. Ahí, el lenguaje y su mitología se encuentran en un estado de libertad y frescura que permite tramitar la cruda realidad con espontaneidad incomparable.

Cuando al inicio de la pandemia se vio la posibilidad de no volver a la escuela ni siquiera de forma virtual y de abandonar todo hasta nuevo aviso, todos los miembros de esta comunidad clamaron con valor de héroes que querían continuar e hicieron lo necesario para conseguirlo. Descubrieron entonces una nueva y poderosa forma de socialización: confirmaron como nunca que pertenecen a ese mundo convulsionado, no como víctimas sino como seres de los que el planeta necesita y espera algo. Están activos, participan, resisten, reaccionan indignados y conmovidos como héroes de una mitología compartida que avanzan hacia un diálogo conjunto y profundo.

Un diálogo no sólo entre ellos y con el resto de la humanidad, sino con la naturaleza, a la cual creíamos haber impuesto nuestro discurso y que ha reaccionado. La naturaleza, que nos hizo inteligentes y ante la cual nos hemos pasado de listos. Hoy los chavos se debaten interiormente contra la perdurable creencia de que somos dueños de todo entorno y empiezan a asumirse como seres biológicos sensibles e inmersos en una existencialidad dolorosa pero empática y en busca de sentido. Están juntos; aprendiendo y temblando juntos. Y evitando el triunfalismo, mantienen la utopía, cumpliendo aquello que enseña el escritor Eduardo Galeano de que ésta no es algo que se alcanza sino algo que está ahí para orientarnos en el avance.

Hoy los jóvenes se ven, se tocan al menos imaginariamente, sintiendo que existe algo común. Sueñan con hazañas en las que se arriesgan, peligran e incluso mueren y resucitan varias veces. Toda su mitología interior bulle. De muchas maneras intuyen que eso que está pasando afuera también ocurre dentro de ellos, y finalmente toman la verdad de su tiempo en las manos, porque por triste que resulte, sigue siendo su verdad.

Verdad

En la escuela, el llamado a la verdad pone a conversar todas nuestras ideas, supersticiones y creencias en una sola dirección, atrayéndolas hacia un sitio en el que caben todas, incluyendo las conspiratorias y las pseudocientíficas. Ya en ese sitio, al que llamamos “diálogo”, los docentes pueden conducirlas poco a poco hasta empezar a entrever una verdad común.

Así es como los estudiantes han ido tomando conciencia de que es prácticamente seguro que vuelva a ocurrir algo como lo que estamos viviendo (el magnate Bill Gates, con toda la información a la que tiene acceso, ha declarado que una nueva pandemia puede tardar entre 3 y 20 años). Hoy, apurados por impulsar cambios que reduzcan entre otras cosas el riesgo de pandemias, los estudiantes se informan y dialogan sobre cómo convencer a los gobiernos a invertir recursos en prevención de enfermedades, aunque no se sepa si éstas van a llegar ni cuándo (finalmente, dejarlas venir puede resultar muchísimo más caro que prevenirlas); indagan y discuten sobre cómo fortalecer el sistema global de salud y nuestra higiene básica; sobre cómo crear e impulsar formas de producción que no impliquen sobrepoblación de espacios ni acaparamiento de recursos en manos de unos cuantos; cómo evitar que el aumento de bienestar familiar siga siendo sinónimo de sobre-consumo de carne (tal como ocurre en todo el mundo), y cómo disminuir paralelamente la ganadería industrial, que además de cruel exige grandes deforestaciones (como las recientes del Amazonas) y provoca una emisión catastrófica de gases de efecto invernadero.

2020 y 2021 no son años perdidos, son años salvados; salvados por y para las escuelas. Más que nunca somos una comunidad (mundial, por si fuera poco) en busca de un equilibrio entre lo que deseamos y lo que en realidad podemos y debemos, comprendiendo ―como nos explica el filósofo español Fernando Savater― que el destino de los demás es el nuestro propio.

Razón y espiritualidad

En la escuela, la Verdad más que una conclusión es un llamado; a ella nos convoca el timbre escolar.

Pero ¿cómo será esa verdad? Sólo por curiosidad nos hacemos esta pregunta, pues sabemos lo difícil que será responder. Pero queremos al menos imaginar un poco, juntos, el tipo de verdad que podemos concebir desde esta actualidad amenazada pero esperanzada que hemos descrito.

El primer indicio de respuesta lo encontramos en la presencia cada vez más visible de las llamadas “ciencias falsas” o pseudociencias. Es un hecho que, con la pandemia, esa presencia evidenció sus dimensiones globales, explotando en una especie de boom que muchos científicos empiezan a temer seriamente. Todos hemos visto brotar teorías astrológicas o conspiratorias sobre el origen del SARS-CoV-2 y tratamientos al COVID-19 que según la ciencia no han sido estudiados con suficiente rigor o son de plano supercherías.

Mi opinión que es que, por descabelladas que resulten, estas posturas llegan para ocupar un espacio que la razón, y sobre todo el pensamiento científico, tienden a abandonar: me refiero a ese delicado terreno en que la objetividad y algo que podemos llamar “espiritualidad”, se dan la mano.

Mucha gente de ciencia afirma que sus certezas son la única forma de conocimiento confiable. Argumentan que, al haber sido comprobadas, sólo en ellas debemos basarnos si queremos tomar buenas decisiones (esto incluye las ciencias no exactas, como la psicología y la pedagogía).  ¿Cómo no escucharlos si, con metódico idealismo, aseguran que existe una verdad última no sólo asequible sino comprobable? El prestigioso divulgador Brian Greene, por ejemplo, afirma que es posible que la llamada Teoría de Cuerdas pronto resuelva el principal enigma del universo. Cierto que afirmar que se es capaz de alcanzar la Verdad parece una postura engreída, de sabelotodos, pero hay que reconocer que en un mundo donde la mayoría nos sentimos portadores de la verdad, parecen humildes quienes se limitan a lo que pueden comprobar.

Claro que tampoco deja de ser cierto que ―como dice con fina ironía el escritor G. K. Chesterton― algunos de esos científicos se muestran “muy orgullosos de su humildad”. Muchos de ellos, y sus partidarios, en ocasiones se extralimitan y afirman que, aparte del suyo, no existe ningún otro conocimiento verdadero. Daniel C. Dennet, famoso filósofo racionalista, afirma que “nada que queramos abordar puede situarse más allá de los límites de la ciencia”. Dios, la espiritualidad y esas cosas, deben ser abordados como fenómenos culturales que pueden explicarse con estudios científicos sobre la evolución y el cerebro (Dennet es conocido mundialmente como uno de los Cuatro Jinetes del Nuevo Ateísmo).

Es el antiguo problema filosófico ―uno de los primeros― entre dos tendencias: la de “obligar a la vida, a la vida toda, (a seguir) el destino del conocimiento”, como señala la filósofa María Zambrano, y la de aceptar que existe algo más allá de la razón a lo que tenemos acceso por otros medios: a la razón, a lo razonable ―nos explica Erich Fromm―, le compete admitir sus limitaciones y saber que “nunca captaremos el secreto del hombre y del universo, pero que podemos conocerlos, sin embargo”, de otras formas.

Sorprende saber que algunas de las más importantes teorías que niegan que se pueda alcanzar una total certidumbre vienen de la ciencia misma. Sin necesidad de creer en “un más allá”, expertos como Niels Bohr (ese cuyo modelo atómico estudiábamos en la secundaria) han demostrado que el más acá tampoco es tan “cierto” como se creía. Eugene Wigner, Premio Nobel de Física, de plano afirma que no es posible explicarnos la realidad sin referirnos a una conciencia cósmica infinita.

Lo anterior nos pone de frente a la pregunta sobre la manera en que el ámbito educativo debe abordar el asunto de la verdad científica y de su no siempre humilde oposición a lo llamado “espiritual”. Para resumir, opino que la verdad escolar, conservando su inclinación científica, debe volver a formas de conocimiento como las que Fromm describe (en uno de sus libros más famosos se refiere específicamente al conocimiento a través del Amor). Y es que si los partidarios de la ciencia no abordamos con actitud razonable ―para empezar en la escuela misma― el ámbito donde se enlazan lo explicable y lo inexplicable, estaremos dando cabida a que todo tipo de ideas inconsistentes se apoderen de ese territorio. Sí, mientras el conocimiento racional siga pretendiendo que tiene la última palabra sin admitir sus límites ni honrar con verdadera humildad el sitio que le corresponde a lo espiritual; si la razón se niega a tender la mano “más allá” de sí misma, vislumbrando una especie de continuidad entre razón y misterio, estará dejando ese rincón vacante y prácticamente alentando a que lo ocupen posturas oportunistas, algunas de ellas quizás sólo ingenuas al querer resguardar con supersticiones el delicado vínculo.

En la discusión entre ciencia y creencia (mejor deberíamos decir “pleito abierto”), la escuela se ha mantenido al margen, respetando sin duda el criterio científico, pero presentándose al mismo tiempo como neutral en lo que compete al otro frente. Sin embargo, confiemos en que sus aulas se conviertan cada vez más en el sitio de la reconciliación, elevando su búsqueda de la verdad a otras realidades en las que, estando bien plantados en la tierra, podamos florecer.

Fuente e imagen: https://observatorio.tec.mx/

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Argentina: Con frío no hay educación: caravana y frazadazo al Ministerio de Educación

Izquierda Diario

La movilización está pautada para las 10 hs de este miércoles y fue convocada por algunas seccionales de Suteba y Ademys. Se concentran en Congreso, para luego dirigirse a la casa de la provincia de Buenos Aires y el Palacio Pizzurno.

A partir de las 10 hs de este miércoles trabajadoras y trabajadores de la educación realizan un frazadazo nacional al Ministerio de Educación en reclamo de: un plan de obras y construcción de aulas y escuelas, revisión y reparación de los sistemas de calefacción, creación de nuevos cargos docentes, aumento de emergencia y reapertura de paritarias.

La concentración comienza en el Congreso nacional, para luego dirigirse a la casa de la provincia de Buenos Aires y al Palacio Pizzurno. La medida fue convocada por distintas seccionales de Suteba (La Matanza, Ensenada, Marcos Paz, Tigre, Escobar, Bahía Blanca y la minoria de La Plata) y Ademys.

*https://www.laizquierdadiario.com/Con-frio-no-hay-educacion-caravana-y-frazadazo-al-Ministerio-de-Educacion

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La inviabilidad del neoliberalismo en América Latina

Por: Hedelberto López Blanch

La enorme y hasta ahora incontrolable pandemia de Covid-19 ha puesto de manifiesto la inviabilidad del sistema neoliberal implantado en varios países de América Latina a principios de la década de 1980.

Con servicios de salud públicos precarios muchas naciones de la región se han visto imposibilitadas de atender a la mayoría de sus pobladores que no pueden pagar una adecuada atención médica lo cual ha provocado la muerte de más de un millón de personas en el área y que además, no han podido vacunarse porque los gobiernos no tienen capacidad monetaria para comprar las vacunas anticovid.

Como consecuencia directa se han perdido millones de empleos por el cierre de comercio, servicios, empresas e industrias con el consecuente incremento de la ya enorme pobreza en que vivía la región antes de comenzar la pandemia.

El sistema neoliberal que impulsó las privatizaciones de fábricas, edificaciones, tenencia de tierras, servicios esenciales como agua, salud, electricidad, educación, enriqueció a unos cuantos mientras no ha sido capaz de dar la mínima respuesta alentadora a los habitantes afectados por la epidemia.

Bajo estas condiciones, el director de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Guy Ryder informó que el impacto de la pandemia sobre el mercado laboral fue cuatro veces superior al de la crisis económica de 2008, y la comparó con un cataclismo.

Dijo que para muchos la situación laboral durante la covid-19 ha sido de molestia, tedio, frustración y para otros, miedo, pobreza, supervivencia.

El mundo laboral, enfatizó, esta mal preparado contra la pandemia al igual que los sistemas de salud y remarcó que la recuperación sería desigual si la tendencia actual continúa.

En 2020 y principio de 2021, los cuentos de hadas sobre las bondades del neoliberalismo tuvieron un fuerte revés al producirse dramáticos escenarios populares en países como Colombia, Chile, Perú, Brasil, Honduras, Haití, Ecuador, Paraguay, Guatemala.

En numerosas calles y ciudades de América Latina, multitudes de hombres, mujeres y jóvenes, han salido a exigir sus derechos ciudadanos; a clamar por un mayor control del Estado y de los gobiernos sobre los servicios y entidades públicas; pedir la repartición equitativa de las riquezas del país para poder alcanzar verdaderos derechos humanos.

Esta realidad se corrobora con una reciente encuesta realizada por el Centro Latinoamericano de Geopolítica (Celag) donde se enfatiza que “el 90 % de los argentinos están a favor de un Estado mucho más presente y activo; en Bolivia este valor se ubica en 75 %; Ecuador y Perú 73 %; Chile 70 % y México 60 %”.

Índices parecidos se manifiestan entre los ciudadanos latinoamericanos con respecto a la proposición de subir impuestos a las grandes fortunas; garantizar el derecho a la salud y la educación; frenar las privatizaciones; suspender y renegociar el pago de la deuda pública.

Como la crisis esta lejos de finalizar, varios organismos internacionales no esperan que la situación regrese a los niveles anteriores a la pandemia, hasta el año 2023.

El análisis de la OIT asegura que los trabajadores jóvenes son los que más han sufrido la pérdida de empleo, la salida del sector activo o la incorporación tardía al mismo. La tasa de ocupación de los jóvenes de 16 a 24 años disminuyó un 8, 7 % frente al 3,7 % de los adultos y los sectores con mayor afectación son la hotelería y la restauración.

A esto se une que ellos son los primeros en sufrir los recortes de horas laborales y poseen menos experiencia de empleo, además de que 3 de 4 jóvenes trabajan en la economía informal, en especial la agricultura, pequeñas cafeterías o restaurantes, y sus ahorros son sumamente escasos los que prácticamente no alcanzan para cubrir sus necesidades básicas.

Son precisamente estos sectores juveniles, golpeados con fuerza por las pocas posibilidades que le ofrecen los regímenes neoliberales entronizados en Latinoamérica, los que salen a las calles para exigir mejoras económicas, sociales, laborales y financieras que les permitan disminuir las pésimas condiciones en que subsisten junto a sus familiares.

El panorama resulta más alarmante al conocerse recientes informes de organismos especializados los cuales indican que la pandemia ha dejado a 28 millones de latinoamericanos y caribeños en situación de pobreza laboral con una tasa de desocupación del 11,1 % este año.

En la región, explica la OIT, laboran en la informalidad 140 millones de personas que representa el 50 % de los trabajadores, o sea, cinco de cada diez se hallan en ese sector, sobre todo en las actividades de comercio al por menor, conocido como venta callejera.

En Perú se estima que alcanza al 68,4 %; Argentina 49,4 %; Chile y Uruguay, 25,4 % y 25,1 %, respectivamente.

Como consecuencia de la pandemia se han exacerbado la informalidad, el empleo precario, la desigualdad y la ausencia de programas de protección para la mayoría de los trabajadores.

América Latina, aseguran la OIT y el Banco Mundial, sigue siendo la región más afectada en el mundo y sugieren que el empleo debe estar en el centro de la recuperación económica. Pero la conclusión real es que el sistema neoliberal ha fracasado al ampliar las desigualdades entre ricos y pobres así como llevar hambre, miseria, desatención médica y educacional a millones de personas.

La inviabilidad del neoliberalismo en América Latina

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