Por Eduardo Levy Yeyati
Cuando hace dos años mi hija me dijo que pensaba cursar las materias didácticas de la carrera de Letras como alternativa laboral, pensé (y le dije) cuánto mejor era apurar el título universitario para usarlo como trampolín a una especialización con futuro, en vez de resignarse a la salida convencional de las carreras sin demanda específica, la modesta docencia, la trinchera del pasado. Consultando con amigos, no fui el único en reaccionar de este modo. Y no podía estar más equivocado.
En relación con el tema del impacto de las tecnologías sobre el empleo, hay esencialmente dos campos: los que dicen que se destruirán unos y se creerán otros, y los que dicen que se destruirán muchos y se crearán pocos. En todo caso, como decía Heráclito, nadie se baña en el mismo río dos veces. La historia no se repite a sí misma. Y ya sea que salgamos empatados o que, más probablemente, haya una pérdida neta de trabajo, la cómoda parcelización educativa en niveles y carreras ya se volvió obsoleta.
En un ya célebre trabajo, dos economistas de Oxford, Frey y Osbourne, estimaron que el 47% de las ocupaciones en EE.UU. eran vulnerables al reemplazo por robots o programas digitales. Replicando el método (un tanto arbitrario y probablemente desactualizado, pero útil como guía cualitativa), un informe del Banco Mundial mostró que el porcentaje es aún mayor en países en desarrollo. En la Argentina, por ejemplo, el número supera el 60%, algo esperable si pensamos que los trabajos más robotizables son aquellos de calificación media y baja y formación rígida y tradicional, precisamente donde se concentra nuestra oferta educativa y laboral. Así, todo indica que por este camino nos espera un lento pero inexorable derrumbe del empleo.
Las nuevas tecnologías jaquean nuestra zona de confort laboral de dos modos: nos obligan a actualizarnos continuamente, y nos obligan a entrenarnos para ser capaces de actualizarnos. Si algo aprendimos de la apertura liberal de los 90 es que es difícil reconvertirse para saltar de un trabajo en un sector en retroceso a otro en un sector en alza. Hoy estamos frente a una situación parecida, por causas distintas. Si nos abrimos a la tecnología, la rotación de empleo no obligará a ser flexibles y abiertos a nuevos entrenamientos. Para esto necesitamos repensar la educación para el trabajo (menos en términos de carreras, más en términos de habilidades) y reeducarnos.
La educación no es solo central a la carrera entre la tecnología y el empleo, sino que es en sí misma una ocupación menos proclive a la digitalización de lo que se esperaba. Estudios recientes muestran que el boom de la educación online, que muchos vieron como el fin del trabajo docente, está lejos de reemplazar al maestro o al profesor: la tasa de abandono es alta y los rendimientos modestos, lo que sugiere que la presencia del docente tiene algo de irreemplazable; mucho más, pensaría, en el primario y secundario o para estudiantes de bajos recursos, donde la enseñanza sale del manual y se vuelve humanidad y arte. Y, con los recursos necesarios, una experiencia extraordinaria.
El tsunami tecnológico no sólo hace más urgente la jerarquización de la educación mediante la jerarquización del docente, también la hace más posible. Después de todo, la combinación de mayor demanda, naturaleza artesanal e inmunidad tecnológica debería asegurarle al docente un mejor salario, y a la docencia una oferta de calidad a medida que los mejores estudiantes se refugien en ella. Que un hijo nos diga que quiere dedicarse a enseñar debería ser motivo de festejo.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1901558-la-docencia-es-la-ocupacion-que-se-viene
Imagen tomada de: http://www.metro.pr/_internal/gxml!0/r0dc21o2f3vste5s7ezej9x3a10rp3w$3yvsylhlliysy1lwytmn68azscoabw4/179026806.jpeg