Cuba/28 de Abril de 2018/Rebelión/Reseña de Investigación-
La experiencia internacional muestra que la desigualdad acentuada se convierte en un obstáculo para el crecimiento y para abatir la pobreza
La presentación que haré a continuación, la había titulado originalmente: «En busca de la igualdad perdida» a manera de homenaje a Marcel Proust. Sin embargo, decidí que probablemente la igualdad no la perdimos como tal y que tal vez, en nuestra conciencia como especie humana, nunca la hemos tenido. Por ello decidí invocar la aspiración y denominar este modesto ensayo: «En busca de la igualdad nunca alcanzada».
La desigualdad suele entenderse en sus términos más simples, como disparidad o diferencia negativa. Con frecuencia se refiere a los niveles de ingreso o de riqueza, pero eso es solo parte de ella, ya que pueden registrarse muchas otras dimensiones de la desigualdad social.
Entre ellas están las de orden cultural o político; las que tienen que ver con el género o el grupo étnico; las que derivan de la pertenencia a un grupo de edad, las condiciones de salud o los niveles de educación; e incluso aquellas determinadas por la organización de la sociedad. Cuando hay pobreza, la desigualdad suele agravarse y juntas generan un circuito que tiende a reproducirse.
La experiencia internacional muestra que la desigualdad acentuada se convierte en un obstáculo para el crecimiento y para abatir la pobreza, además de que debilita la vida democrática, de que genera irritación colectiva y de que amenaza la cohesión social. Es por ello que en la actualidad, todavía más allá de los imperativos éticos esenciales que plantea el combate a la desigualdad, se hace indispensable impulsar acciones que aseguren un crecimiento más incluyente.
Los problemas que plantean la desigualdad social y la económica en nuestras sociedades, han adquirido una dimensión vista pocas veces en la historia de la humanidad. En este sentido, el debate de las últimas décadas en materia de crecimiento económico y desarrollo humano ha girado en torno a los papeles e importancia que se conceden al Estado o al mercado, en los procesos de la economía y la puesta en práctica de las políticas públicas.
Si algo ha quedado en claro para algunos, entre los que me incluyo después de la discusión, es que el mercado por sí solo no es capaz de solucionar los problemas de la sociedad y que incluso puede agudizarlos cuando los más desprotegidos quedan a merced de las poco sensibles, pero muy poderosas fuerzas del mercado. Al mismo tiempo, nos resulta evidente que la intervención del Estado llevada al extremo puede provocar verdaderas catástrofes humanas, derivadas principalmente de la quiebra de las finanzas públicas, de la anulación de las iniciativas de la propia sociedad y en especial, de un autoritarismo que necesariamente queda interconstruido en un modelo de esa naturaleza.
Hoy debiera ser ampliamente aceptado que, como han argumentado muchos, no es verdad que exista una mano invisible que generosa e imparcialmente regula los mercados y que, en cambio, resulta indispensable que funcione la decisión regulada y contundente del Estado, para ayudar a quienes menos tienen y que, por diversas razones, se encuentran en desventaja social. El secreto radica en encontrar el equilibrio entre los dos elementos y tal vez la virtud sería tener más y mejor Estado y más y mejor mercado. Un Estado con clara vocación social, pero igualmente eficiente. Un mercado de igual forma competente, pero también comprometido con las causas centrales de la colectividad.
La desigualdad social no se resolverá sin políticas públicas integrales en favor de los más desprotegidos y tampoco sin crecimiento económico sostenido. El bienestar y el progreso de un país no se dan en la pobreza, pero la riqueza por sí sola no garantiza niveles pertinentes de vida o bienestar y tampoco niveles convenientes de justicia social.
En el proceso de combate a la desigualdad se requiere de la puesta en práctica de acciones de educación y de salud, dos de los igualadores sociales por excelencia; pero también de políticas de impulso al empleo, la ciencia y la innovación; de cambios en la conducta de la población: mayor tolerancia y comportamiento cívico, respeto a las diferencias, uso apropiado de las libertades, al igual que del cumplimiento de los deberes ciudadanos y del fortalecimiento de los valores laicos ampliamente aceptados.
La prioridad de cualquier sistema político y social debe radicar en la búsqueda del bienestar colectivo y de la propia estabilidad social, de la generación de los mayores espacios de libertad y democracia y de la construcción de un entramado que promueva el desarrollo armónico de las potencialidades individuales y colectivas, y de asegurar que en todas las situaciones se respetan los derechos y se favorece la dignidad del ser humano.
Por lo anterior, el objetivo no debe radicar solo en el mantenimiento de los equilibrios macroeconómicos y por el contrario, los esfuerzos deben dirigirse a encontrar la combinación virtuosa de tres elementos esenciales: la libertad individual, la justicia social y la eficiencia económica. Todos ellos armonizados por un entorno democrático. Ese parece ser uno de los grandes retos para nuestras generaciones.
A continuación me planteo la posibilidad de construir frente a ustedes cuatro aforismos respecto del tema que nos ocupa. El primero señala que, y digo: «La desigualdad es un mal de ayer y hoy, pero no debe ser para siempre». Existe consenso entre académicos, expertos, jefes de Estado y de Gobierno, al igual que entre directivos de organismos multinacionales, respecto a que el problema de la desigualdad social y económica tiende a crecer y que puede tener consecuencias que socaven las bases de la paz social y del desarrollo.
Por ello conviene tener presente que el ingreso nacional bruto per cápita de los países desarrollados es cercano a los 40 mil dólares, en tanto que el de los países pobres no llega a los tres mil dólares. Esto implica que hay un ingreso catorce veces inferior. De igual manera, es oportuno recordar que solo veintitrés países concentran el 80 por ciento de la producción mundial de bienes y servicios y que 170 producen el 20 por ciento restante.
Un segundo aforismo nos podría recordar que: «La economía y la política deben servir para cerrar las brechas entre poseedores y desposeídos». La construcción de sociedades más equitativas, donde se cierren las diferencias que existen entre quienes disponen de todo y los que carecen de lo fundamental, constituye el objetivo último de las acciones de gobierno. Todo modelo económico, sistema político o estructura jurídica, deben aspirar a promover el cumplimiento de los derechos humanos, la igualdad de oportunidades y el progreso de individuos y colectividades.
De acuerdo con el Informe sobre el Desarrollo Humano más reciente, de 193 países considerados, casi la mitad tiene un desarrollo humano medio o bajo, en tanto que el 23 por ciento del valor del índice del mundo, se pierde a causa de la desigualdad. Es por ello que el tercero de los señalamientos que se propone reza así: «El modelo de desarrollo que se ha seguido debe reformarse, los aportes que podía hacer se han agotado».
Por último, propongo un cuarto aforismo en el sentido de que «La democracia verdadera sólo prospera entre sociedades sanas y preparadas». La democracia es un sistema de vida que procura que todos vivamos mejor, en armonía, con los mejores medios para alcanzar el progreso material y espiritual que se desea, sin exclusiones ni discriminaciones. No puede haber un sistema democrático donde prevalecen la ignorancia, el fanatismo, el atraso, la desigualdad, la pobreza, o la marginación.
La salud es una de las condiciones indispensables del progreso y el desarrollo de una persona, pero también de una colectividad. Se trata de un requisito imprescindible para conseguir la expresión completa de las capacidades y potencialidades de individuos y de grupos. Su fomento, cuidado y recuperación conforman ahora uno de los derechos fundamentales del ser humano. La salud actúa como elemento de inclusión, de productividad y de desarrollo humano. Con frecuencia sostengo en mi país, y ahora lo reitero, que si bien es cierto que la salud no es todo, sin salud no hay nada. Además tiene que ver con prácticamente todos los campos de la existencia.
Por ello preocupa que desde muy diversos ámbitos de los sectores público, privado y social, la salud no reciba el apoyo que requiere. Por ello llama la atención que no se valoren a cabalidad la importancia y los logros de países como Cuba en la materia. En la actualidad hay en el mundo decenas de millones de personas que sufren y mueren en razón de la precariedad de los servicios y programas de salud, de la debilidad de las políticas públicas puestas en práctica, de los recursos financieros limitados que se destinan a su cuidado, de la falta de recursos humanos debidamente preparados. Mucha gente muere en el mundo a causa de padecimientos de los que sabemos casi todo y para los que contamos con medidas preventivas, diagnósticas y terapéuticas probadas y efectivas.
En el mundo, uno de cada cuatro niños nace sin atención profesional y más de 90 millones de menores de cinco años crecen con deficiencias de peso y nutrición insuficiente, en tanto que más del seis por ciento está en el otro extremo y vive con sobrepeso u obesidad. El de la nutrición es uno de los temas que genera vergüenza en la sociedad. Cerca de 795 millones de seres humanos no tienen cubiertos los mínimos de nutrición y la inmensa mayoría, más del 97 por ciento, vive en los países pobres.
Es increíble que mientras el ser humano organiza brigadas de muerte con guerras absurdas; que edifica torres y construcciones impresionantes; que lleva sus actividades al límite e incluso afecta cotidianamente la cadena de la vida; que derrocha recursos a diestra y siniestra; que impulsa el sorprendente y maravilloso mundo de la ciencia y la tecnología; que es capaz de escudriñar el espacio exterior, el centro de la Tierra y el propio cuerpo humano; es inverosímil que ese ser humano no haya resuelto los graves problemas de la subsistencia de cientos de millones de personas. Hago la paráfrasis de un argumento de Shakespeare y digo que «Algo debe estar podrido en nuestro mundo».
El tamaño de la desigualdad en salud es tal, que hace apenas tres años la razón de muerte materna en los países desarrollados era de doce por cien mil, en tanto que en los no desarrollados era veinte veces más alta. Lo mismo pasa con la mortalidad infantil, la neonatal o la de menores de cinco años, por no recordar la cobertura de servicios y el acceso real a los mismos o la propia forma de enfermar y morir de las personas que muestra un cuadro lleno de contrastes.
Contar con niveles adecuados de salud es uno de los requisitos indispensables para mejorar en materia de igualdad. Sin salud, esta última es solo una ilusión o en el mejor de los casos una esperanza. Desde nuestro sector, es mucho lo que las generaciones previas aportaron a la sociedad. Ahora toca a las nuestras avanzar y profundizar en la tarea. A los trabajadores de la salud pública nos mueven las causas. Tenemos una por la que vale la pena comprometerse.
Gracias a Cuba, a sus autoridades y a su gente, por darnos el foro y el ánimo para pronunciarnos al respecto.
Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=240890