Siria/02 febrero 2017/Fuente: Huffingtonpost
Hace cuatro años, cuando tenían 10, Jomaa y Hadya eran grandes amigos y disfrutaban de una infancia feliz. Solían jugar al fútbol después del colegio y hacían los deberes juntos.
Hoy, ninguno de ellos va a la escuela. A Jomaa se le ha olvidado cómo leer y escribir. Hadya ha sido obligada a casarse. Los dos tienen deberes y obligaciones de adultos.
Hadya nunca dejó Siria. Sus padres la casaron con el hermano mayor de Jomaa, de 20 años. En total son siete, el más pequeño un bebé. Jomaa se gana la vida trabajando en Líbano, donde su familia buscó refugio hace cuatro años, para garantizar que tengan un salario fijo. Gana 2 dólares por una jornada de 12 horas de trabajo, de 8 de la mañana a 8 de la tarde.
«Toda Siria fue devastada. Mi escuela fue bombardeada, pero mis antiguos compañeros siguen yendo. Hadya y yo íbamos a la misma clase. Luego estalló la guerra y se me olvidó todo. Leer, escribir», cuenta Jomaa.
Muchos refugiados sirios se enfrentan a una pobreza extrema que les obliga a tomar decisiones que ningún padre querría tomar nunca. Entre las consecuencias de la situación tan dura en la que se encuentran están el matrimonio y el trabajo infantil. La educación es clave para combatirlos.
«Estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para facilitar que los niños de Siria vayan a la escuela. Un primer paso es ayudar económicamente a las familias para que puedan invertir en el futuro de sus hijos, en vez de preocuparse por cómo alimentarlos», explica Tanya Chapuisat, representante de UNICEF en Líbano. «Otras medidas son pagar las cuotas escolares, dar dos turnos de clases cada día, proporcionar material escolar y ofrecer programas para quienes llevan años fuera de la escuela».
Crisis de Siria: medidas desesperadas
«Los padres sirios son perfectamente conscientes de la importancia de la educación para el futuro de sus hijos. La tasa de asistencia escolar previa a la guerra era superior al 90%. Pero su situación es tal que a menudo no tienen opción, y por eso mandan a sus hijos a la calle o al campo para que ganen un salario.
Esto explica por qué solo la mitad de niños de Siria refugiados en Líbano acuden a la escuela», explica Chapuisat.
Esta misma desesperación es la que lleva a la gente a casar a sus hijas.
Hanadi es una adolescente siria de 13 años que vive como refugiada en Líbano. Ha visto las consecuencias del matrimonio infantil y se preocupa por su propio futuro.
«Las niñas que se casan no viven ni reciben educación. No saben nada. Tengo dos hermanas, y las dos se casaron muy jóvenes. No quiero que eso me ocurra a mí, sigo siendo joven». Hanadi echa de menos a sus hermanas, que siguen en Siria, y tiene miedo de que les pase algo. También recuerda con nostalgia el colegio. «Me encantaba. Mi escuela era preciosa. La echo de menos, y también a mis compañeros: Riham, Roula y Mona. No sé dónde están ahora».
La razón principal que se encuentra detrás del matrimonio infantil en el contexto de los refugiados sirios es que los padres tendrán una boca menos que alimentar, a la vez que cuentan con que su hija esté segura y bien cuidada. Piensan que casar a su hija es también una medida de protección, teniendo en cuenta la vulnerabilidad y el riesgo de acoso que afrontan las niñas en los asentamientos informales.
Una manera de combatir el matrimonio infantil es informar a los padres y a sus hijas sobre los riesgos y consecuencias que implica. De hecho, el rechazo del matrimonio infantil por parte de las niñas es mayor entre las que van a la escuela que entre las que no. De nuevo, la educación y la concienciación son clave.
«Nada de esto es sencillo», concluye Tanya Chapuisat. «Pero puede hacerse».