Page 29 of 2492
1 27 28 29 30 31 2.492

Teuchitlán: narrativas en disputa. Desaparición forzada y necrocapitalismo (II)

¿Por qué pesa más la confrontación de narrativas que la búsqueda de los desaparecidos, la justicia y la atención a las víctimas? Con esta pregunta iniciamos nuestra búsqueda de respuestas desde la crítica al capitalismo. En la entrega pasada (https://goo.su/Rrpt9h) habíamos indicado que el proceso desaparecedor es una tecnología racional, aquí nos proponemos analizar este aspecto.

5. Al asignarle el estatus de racionalidad a la tecnología desaparecedora, en primer lugar, se rompe con el análisis lineal. Su intención, que implica e implicó el mejor cálculo de los responsables, acabó en el terror de la crisis humanitaria en que vivimos. Por más perversidad individual que se haya requerido para ejecutar la represión mediante la desaparición forzada durante el periodo de la guerra sucia, es ilógico concluir que los gobiernos hubieran querido una crisis fuera de control; de la misma manera, por más descomposición psicológica individual que se requiera para ser parte de los responsables del proceso actual de desaparición, es ilógico pensar que los grupos beneficiados económicamente con esta tecnología pretendan producir una crisis que a la larga les pueda afectar en sus negocios, ya sea por la presión de las colectividades de búsqueda y por las movilizaciones sociales que de ello puedan derivar, como ocurrió con el caso Ayotzinapa. El video que replicaron los grandes medios el 17 de marzo, atribuido al Cartel Jalisco Nueva Generación (https://lc.cx/zol0XR), jugó un triple papel: tuvo la clara intención de desprestigiar a las y los colectivos de búsqueda (https://goo.su/qixMnMS), frenar el descontento y de paso benefició la narrativa de los grupos de derecha.

6. Cabe hacer un paréntesis. Las críticas de los grupos de derecha al gobierno de MORENA, fomentan la interpretación lineal, como tenemos un mal resultado social eso deviene de un mal gobierno, el peor que hemos tenido —dicen—, se puede obtener la fórmula malo = malo + malo, hay que romper con esa lectura lineal; aquí estamos dando muestras de que racional + racional puede dar como resultado irracionalidad (enajenación), crisis y barbarie. Eso por supuesto no exculpa de responsabilidad al gobierno actual, ni lo descarta de no participar en la racionalidad desplegada en la desaparición forzada, lo que me interesa mostrar por ahora es que la interpretación lineal se fomenta con un objetivo electoral, al descalificar a MORENA estos grupos no proponen la alternativa revolucionaria de la clase trabajadora, sino recuperar el botín del aparato de Estado con una hipocresía sin límites, pues ellos y sus partidos son también responsables del proceso desaparecedor en el circuito burocrático-político: PRI, PAN, PRD, MC, Murillo Karam, Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón, Genaro García Luna, Enrique Alfaro, Ángel Aguirre Rivero, etc.

7. En segundo lugar, se puede subordinar el juicio moral (la dicotomía bueno/malo) que hacemos sobre los responsables al contexto económico-estructural de la sociedad mexicana. Siendo una tecnología racional, la desaparición forzada no se constituye sobre la maldad o la bondad de los responsables, sino sobre los intereses de los grupos económicos involucrados en la industrial ilegal y legal. Decía un gran crítico de la economía capitalista, “en asuntos de dinero la benevolencia está totalmente de más” y un gran filosofo concluyó que el mal es la consecuencia negativa de la libertad. Con estos señalamientos, vemos que la comprensión del problema rebasa a un solo gobierno y la moralización sobre él, nos remite al análisis de la forma económica y política de México.

8. Al enlazar la desaparición forzada actual con la industria ilegal, se vuelve ineludible hablar de la economía mexicana y —desde la perspectiva marxista— de su forma de capitalismo. El texto del profesor Roberto avanza por esa ruta, desarrollando la idea de necrocapitalismo que produce y reproduce una relación especifica entre capital y trabajo asalariado. Aquí me remito a hacer otros señalamientos de aquella búsqueda de la que es pionero.

9. El ascenso del narcotráfico en México ha llevado a diversos investigadores a rastrear su origen. Es ahí que podemos lanzar una conjetura provisional: el desarrollo del capitalismo en México, posterior a la Revolución mexicana, va a dar un nuevo impulso a la industria ilegal, no como una anomalía ajena, sino como una de sus ramas, vinculada por lo mismo a otras de la industria legal, rasgo que mantendrá hasta la fecha; coexistirán para mantener un régimen de sobreexplotación de los recursos naturales y superexplotación de la fuerza de trabajo —hay numerosos reportajes que dan cuenta de esta relación, grupos criminales sirven de operadores políticos a las grandes mineras, impiden las luchas ambientales y territoriales de las comunidades para quitarlas del camino, ellos se favorecen con la tala y sembradíos ilegales, los otros con el control minero legal (https://lc.cx/l05Kob)—. Ejemplo de ello es la elaboración de goma de opio que productores estadounidenses fomentaron en nuestro país durante la Segunda Guerra Mundial; o la producción de heroína y mariguana en la década de los setenta para la exportación a EEUU tras finalizar la invasión fallida a Vietnam (https://goo.su/IAbl). ¿En qué momento y qué sucedió para que esa rama emergiera como una potencia económica al grado de producir la crisis de desaparición forzada? Son preguntas que habrá que ir respondiendo posteriormente, porque no se puede resolver el problema con la aseveración “es el capitalismo”, no todo capitalismo ha derivado en crisis de desapariciones forzadas, puede ser que estemos hablando de un grave problema endémico. De esta industria —que opera en la ilegalidad— no se sabe a ciencia cierta los dividendos que genera, no obstante, también percibimos su impacto de otras maneras, una de ellas es la llamada narcocultura.

Fuente de la información:  https://insurgenciamagisterial.com

Fotografía: cortesía de Elizabeth Sauno

Comparte este contenido:

México: Desprivatizar las pensiones

Desprivatizar las pensiones

Miguel Ángel Ferrer

En el año 2007, el gobierno ultraderechista de Felipe Calderón privatizó el sistema de pensiones para el retiro de los trabajadores. De un plumazo, el Estado dejó de ser el rector, responsable y garante del sistema pensionario, el que pasó a ser manejado por varios grupos de capitalistas privados.

De este modo, las pensiones dejaron de ser un sistema de seguridad y protección de los trabajadores para convertirse en el millonario negocio de unos cuantos plutócratas.

Así, las pensiones siguieron la ruta de bancos, ferrocarriles, siderúrgicas, puertos, aeropuertos, carreteras, petroquímica, líneas aéreas y una muy larga lista de bienes nacionales que pasaron al dominio de capitalistas privados.

Al cabo de 20 años, las pensiones, como otros sectores privatizados de la economía, demostraron su incapacidad para cumplir sus ofertas de mejoría social y popular.

Ahora hay que desandar el camino privatizador y volver al sistema estatal. Así lo entienden y desean los millones de trabajadores defraudados por los engaños privatizadores. Al momento, la lucha por retornar al sistema pensionario estatal la encabeza la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE).

Y no cabe duda de que los tiempos son propicios. Para empezar, hay en Palacio Nacional un gobierno sensible a la justeza de esta demanda popular.

En segundo término, con la desprivatización de las pensiones aumentaría el respaldo popular y electoral a la Cuarta Transformación entre los jubilados de hoy y del futuro, lo que limitaría las posibilidades de la derecha de retornar al poder por la vía electoral.

Salvo los plutócratas y sus corifeos en los medios de información, ¿quién podría estar en contra de garantizar una pensión digna y suficiente para los trabajadores retirados?

Ahora es el momento de dar el paso desprivatizador. El gobierno de la Presidenta Sheinbaum cuenta con un inmenso respaldo popular y con la mayoría calificada en las dos cámaras del Congreso

Cuenta, asimismo, con la mayoría de los gobiernos estatales y municipales. Cuenta también con el apoyo de las fuerzas armadas. Pero, además, y lo más importante, cuenta con diversas, combativas y experimentadas organizaciones de masas, como la CNTE, dispuestas a dar la batalla por la renacionalización de las pensiones.

Nacionalizar es desarrollar, decían los cardenistas de los años treinta del siglo pasado. Y, como la historia lo demostró, tenían razón.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Fuente de la Información: https://rebelion.org/desprivatizar-las-pensiones/

Comparte este contenido:

Brasil: Calendario político

Calendario político

Frei Betto

Podemos no darnos cuenta, pero la política está presente en todo: en la calidad de nuestro desayuno y del transporte que usamos para ir a la escuela o al trabajo.

Cierto que no todo es político. Una pareja de luna de miel no es necesariamente una cuestión política. Pero el lugar al que viajó (o no) tiene que ver con la política, que influye en los ingresos familiares.

La política es una espada de dos filos. Sirve para oprimir o para liberar. Es como la religión, que también sirve para oprimir o para liberar.

Uno de los ejemplos más curiosos de que todo tiene que ver con la política es el siguiente: pregúntele a un grupo de personas cuál es el último mes del año. Todos responderán: “Diciembre”. Ahora, siga preguntando: “¿Con qué número se corresponde su nombre?”.

Sin duda, la mayoría dirá que con el 12. ¡Error! Diciembre se corresponde con el número 10. Antes de él vienen noviembre, con el nueve; octubre, con el ocho; septiembre, con el siete. ¿Y por qué el año tiene 12 meses?

Por la política: en la Roma antigua el año tenía 304 días y 10 meses (martius, aprilis, maius, junius, quintilis, sextilis, september, october, november y december). Más tarde, se añadieron los meses de janus y februarius.

El Senado romano cambió el nombre de quintilis por el de julius, en honor al emperador Julio César. El emperador Augusto, su sucesor, no quiso quedarse atrás y exigió también un mes en su homenaje. Sextilis se convirtió en agosto en honor a César Augusto.

Los astrónomos del reino, cohibidos, le recordaron al emperador la alternancia de meses con 30 y 31 días. Por tanto, el mes de Augusto tendría un día menos que el de Julio. El emperador seguro dijo: “¡Quiero isonomía! O mañana no tendrán la cabeza sobre los hombros”. ¿Qué hicieron? Le quitaron un día a febrero. Julio y agosto son los únicos meses consecutivos de 31 días.

Una pregunta que siempre me hacen es por qué la fecha del carnaval cambia todos los años y con qué criterio. Cambian también las fechas de la Semana Santa, el Corpus Christi y otras efemérides litúrgicas.

Nuestro calendario gregoriano es solar; o sea, se rige por la rotación de la Tierra alrededor de la estrella que nos alumbra. El calendario litúrgico es lunar, basado en las fases de la luna. Su festividad central es la Pascua, conmemorada por los judíos en la primera luna llena del mes de Nisan. Ese mes del calendario judaico corresponde al período entre el 22 de marzo y el 25 de abril.

Para los que vivimos en el hemisferio sur, el domingo de Pascua es siempre aquel al que sigue la primera luna llena de otoño. Este año será el 20 de abril. Para evitar confusiones con la festividad judaica, la Iglesia adoptó el domingo siguiente al de la Pascua judaica como el de la celebración de la resurrección de Jesús.

El domingo de carnaval es siempre el último antes de la Pascua cristiana. El jueves de Corpus Christi, el primero después del domingo de la Santísima Trinidad, que se conmemora 57 días después de la Pascua.

El domingo de Pascua es la fecha de referencia de las demás festividades litúrgicas llamadas móviles. Existen también las inmóviles, como la Navidad, que se celebra invariablemente el 25 de diciembre, sin importar el día de la semana en que cae.

Todos los pueblos que siguen un calendario anual celebran la llegada del Año Nuevo, que los brasileños llamamos réveillon, del verbo francés réveiller, que significa “despertar”. Fue el emperador Julio César quien decretó en el año 435 a. C. que el 1 de enero era el primer día del nuevo año. En esa fecha se celebraba la fiesta de Jano, el dios de las puertas, que tenía dos caras, una vuelta hacia el frente y otra hacia atrás. Janeiro se deriva de Jano

En portugués, fue Martinho de Dume, obispo de Braga, Portugal, quien dio nombre en el siglo VI a los días de la semana. Denominó en latín los días de la Semana Santa en los cuales no se debía trabajar: feria secunda (segundo día feriado), feria tertia, etc. Feria, por corrupción, derivó en feira.

El emperador Constantino (280-337), convertido al cristianismo, ya había denominado Dies Dominica, “día del Señor”, al domingo, el primer día de la semana. El nombre del séptimo día, el sábado, viene del hebreo shabat, que significa “descanso”.

Otros idiomas latinos como el francés, el italiano y el español conservan los nombres paganos de los días, inspirados en los de los planetas. En la lengua de Cervantes, la segunda feira es lunes, por la luna; la terça, martes, por Marte, etc.

Todas esas convenciones y denominaciones se ajustan a la danza mulata de la Tierra alrededor del maestre sala: el Sol. En ese baile transcurren cuatro estaciones: verano, otoño, invierno y primavera. Y no solo la escuela de samba Estación Primera de Mangueira…

Si la evolución del universo, surgido hace 13 800 millones de años, se compactara en uno del calendario gregoriano, el big bang, la explosión primordial, habría ocurrido el 1 de enero; nuestra galaxia, la Vía Láctea, se habría formado el 1 de mayo; nuestro sistema solar, el 9 de septiembre; la Tierra habría surgido el 14 de septiembre; las primeras manifestaciones de vida, el 25 de septiembre, y el ser humano, en los últimos segundos del 31 de diciembre.

Es muy bueno, de vez en cuando, darse un paseo por la ciencia, tan desprestigiada por esa gente que adora las fake news de Trump.

Fuente: Cubadebate

Fuente de la Información: https://redh-cuba.org/2025/03/calendario-politico-por-frei-betto/

 

 

Comparte este contenido:

UNICEF: Al comenzar un nuevo año escolar en Afganistán, casi 400.000 niñas más se ven privadas de su derecho a la educación, lo que eleva el total a 2,2 millones.

Al comenzar un nuevo año escolar en Afganistán, casi 400.000 niñas más se ven privadas de su derecho a la educación, lo que eleva el total a 2,2 millones.

NUEVA YORK, 22 de marzo de 2025 – El inicio del nuevo año escolar en Afganistán marca el tercer aniversario de la prohibición de la educación secundaria para niñas. Esta decisión continúa perjudicando el futuro de millones de niñas afganas. Si esta prohibición persiste hasta 2030, más de cuatro millones de niñas se verán privadas de su derecho a la educación más allá de la primaria.

“Las consecuencias para estas niñas –y para Afganistán– son catastróficas.

La prohibición impacta negativamente el sistema de salud, la economía y el futuro del país. Al reducirse el número de niñas que reciben educación, estas enfrentan un mayor riesgo de matrimonio infantil, con repercusiones negativas en su bienestar y salud.

Además, el país experimentará una escasez de personal sanitario femenino cualificado. Esto pondrá en peligro vidas.

Con menos médicas y parteras, las niñas y las mujeres no recibirán el tratamiento médico ni el apoyo que necesitan. Estimamos 1.600 muertes maternas adicionales y más de 3.500 muertes infantiles. Estas no son solo cifras, sino vidas perdidas y familias destrozadas.

Durante más de tres años, se han violado los derechos de las niñas en Afganistán. Todas las niñas deben poder regresar a la escuela ya. Si a estas jóvenes capaces e inteligentes se les sigue negando la educación, las repercusiones durarán generaciones. Afganistán no puede dejar atrás a la mitad de su población.

En UNICEF, mantenemos nuestro compromiso inquebrantable con la infancia afgana, tanto niñas como niños. A pesar de la prohibición, hemos brindado acceso a la educación a 445.000 niños mediante el aprendizaje comunitario, de los cuales el 64% son niñas. También estamos empoderando a las maestras para garantizar que las niñas tengan modelos positivos a seguir.

Seguiremos defendiendo el derecho de todas las niñas afganas a recibir educación e instamos a las autoridades de facto a que levanten esta prohibición de inmediato. La educación no es solo un derecho fundamental; es el camino hacia una sociedad más sana, estable y próspera.

#####

Fuente de la Información: https://www.unicef.org/press-releases/new-school-year-starts-afghanistan-almost-400000-more-girls-deprived-their-right

 

Comparte este contenido:

Una diatriba contra los trabajos absurdos

David Graber pronunció su versión particular de «el rey va desnudo» en su mítico artículo titulado «On the Phenomenon of Bullshit Jobs». Desveló lo que muchas personas sentían: que trabajo era absurdo, sin propósito.

David Graeber. Doctor en Antropología y profesor del Goldsmiths College de Londres. Con un largo historial de activismo y compromiso político, colaboró en medios como The Nation, The Guardian y Harper’s Magazine, entre otros. En 2006 la London School of Economics le reconoció como «un destacado antropólogo que transformó radicalmente el estudio de la cultura». Murió en 2020.

Avance

David Graeber: «Trabajos de mierda». Ariel, 2018

En el año 2013 el antropólogo David Graeber escribió un artículo titulado originalmente On the Phenomenon of Bullshit Jobs: A Work Rank (Sobre el fenómeno de los trabajos de mierda: una diatriba laboral), que sacaba del armario a esas profesiones de nombres largos y contenido incierto. Enseguida se convirtió en un fenómeno. Se compartió viralmente, se tradujo de forma masiva y la página web de la revista donde se había publicado, Strike, se colgaba repetidamente por exceso de tráfico. No se quedó en meras palabras. En 2015 aparecieron carteles en el metro de Londres donde se reproducían algunas de sus frases. La respuesta fue tal que Graeber se dedicó también a pensar sobre esta y publicó un libro donde exploraba el tema con mayor detenimiento. Reproducimos aquí el texto original con conocimiento y permiso de la web destinada a la difusión de su legado: www.davidgraeber.org 

ArtÍculo

En el año 1930, John Maynard Keynes predijo que, a finales de siglo, la tecnología habría avanzado lo suficiente como para que países como Gran Bretaña o Estados Unidos hubieran conseguido una semana laboral de quince horas. Hay muchas razones para creer que tenía razón. En términos tecnológicos, somos perfectamente capaces de ello. Y, sin embargo, no ha ocurrido. En su lugar, la tecnología se ha utilizado, si acaso, para encontrar formas de hacernos trabajar más. Para lograrlo, se han tenido que crear puestos de trabajo que, de hecho, no tienen sentido. Muchísimas personas, sobre todo en Europa y Norteamérica, pasan toda su vida laboral realizando tareas que, en el fondo, creen que no son necesarias. El daño moral y espiritual que se deriva de esta situación es profundo. Es una cicatriz en nuestra alma colectiva. Sin embargo, prácticamente nadie habla de ello.

¿Por qué la utopía prometida por Keynes —aún esperada con impaciencia en los años 60— nunca se materializó? Hoy se dice que no tuvo en cuenta el aumento masivo del consumismo. Ante la disyuntiva de elegir entre menos horas y más juguetes y placeres, hemos optado colectivamente por lo segundo. Se trata de una bonita moraleja, pero si reflexionamos un momento veremos que no puede ser cierta. Sí, hemos sido testigos de la creación de un sinfín de nuevos empleos e industrias desde los años 20, pero muy pocos tienen algo que ver con la producción y distribución de sushi, iPhones o zapatillas deportivas de lujo.

Así pues, ¿cuáles son o en qué consisten exactamente estos nuevos empleos? Un informe reciente que compara el empleo en EE. UU. entre 1910 y 2000 ofrece ejemplos claros (y observo que muy similares a los del Reino Unido). A lo largo del último siglo, el número de trabajadores empleados en el servicio doméstico, en la industria y en el sector agrícola se ha reducido drásticamente. Al mismo tiempo, «los trabajadores profesionales, directivos, administrativos, comerciales y de servicios» se triplicaron, pasando «de una cuarta parte a tres cuartas partes del empleo total». En otras palabras, los empleos productivos, tal y como se predijo, se han automatizado en gran medida (incluso si se cuenta a los trabajadores industriales a nivel global, incluidas las masas trabajadoras de India y China, dichos trabajadores siguen sin ser un porcentaje tan grande de la población mundial como solían ser).

Pero, en lugar de permitir una reducción masiva de las horas de trabajo para liberar a la población mundial y que esta pueda dedicarse a sus propios proyectos, placeres, visiones e
ideas, hemos asistido a la expansión no tanto del sector «servicios» como del sector administrativo,
 hasta la creación de industrias completamente nuevas como los servicios financieros o el telemarketing, o la expansión sin precedentes de sectores como el derecho corporativo, la administración académica y sanitaria, los recursos humanos y las relaciones públicas. Y estas cifras ni siquiera reflejan a todas aquellas personas cuya labor consiste en proporcionar apoyo administrativo, técnico o de seguridad a estas industrias, ni tampoco a las que integran toda la serie de industrias auxiliares (bañar perros, repartir pizzas a domicilio toda la noche) que solo existen porque los demás trabajadores se dedican a trabajar en las otras. Esto es lo que propongo llamar «trabajos de mierda».

Es como si alguien se inventara trabajos sin sentido únicamente para mantenernos ocupados. Y aquí, precisamente, radica el misterio, ya que, en el capitalismo, esto es exactamente lo que se supone que no debe ocurrir. Claro, en los viejos estados socialistas ineficientes como la Unión Soviética, donde el empleo se consideraba tanto un derecho como un deber sagrado, el sistema se encargaba de crear tantos puestos de trabajo como fuera necesario (por eso en los grandes almacenes soviéticos hacían falta tres dependientes para vender un trozo de carne). Pero, por supuesto, este es el tipo de problema que se supone que soluciona la competencia del mercado. Según la teoría económica, al menos, lo último que va a hacer una empresa con ánimo de lucro es despilfarrar dinero en trabajadores que realmente no necesita. Pues esto es lo que, de algún modo, ocurre.

Aunque las empresas reduzcan sus plantillas de forma despiadada, los despidos y las reducciones de plantilla recaen invariablemente sobre esa clase de personas que realmente fabrican, mueven, arreglan y mantienen las cosas. A través de alguna extraña alquimia que nadie puede explicar, el número de asalariados que se dedican a llevar papeles de aquí para allá parece aumentar, y cada vez más empleados se encuentran —de manera no muy diferente a la de aquellos trabajadores soviéticos— trabajando 40 o incluso 50 horas semanales sobre el papel, pero en realidad trabajando quince, tal y como predijo Keynes, ya que el resto de su tiempo lo dedican a organizar seminarios de motivación, actualizar sus perfiles de Facebook o descargar series.

Está claro que la respuesta no es económica: es moral y política. La clase dominante se ha dado cuenta de que una población feliz y productiva con tiempo libre en sus manos es un peligro mortal
(pensemos en lo que empezó a ocurrir cuando esto empezó vislumbrarse en los años 60). Y, por otra parte, les resulta extraordinariamente conveniente la creencia de que el trabajo es un valor moral en sí mismo, y que cualquiera que no esté dispuesto a someterse a algún tipo de disciplina laboral intensa durante la mayor parte de sus horas de vigilia no merece nada.

Una vez, dándole vueltas al crecimiento aparentemente interminable de las tareas administrativas en los departamentos académicos británicos, se me ocurrió una posible imagen del infierno. El infierno es un conjunto de individuos que pasan la mayor parte de su tiempo trabajando en una tarea que no les gusta y en la que no son especialmente buenos. Digamos que se les contrató porque eran excelentes ebanistas y luego descubren que deben pasar gran parte de su tiempo friendo pescado. En verdad, no es una tarea realmente necesaria —al menos, solo hay un número muy limitado de pescados que haya que freír—, pero, de alguna manera, todos se obsesionan tanto con el resentimiento ante la idea de que algunos de sus compañeros de trabajo podrían estar pasando más tiempo haciendo armarios, y escaqueándose de sus responsabilidades asignadas de freír pescado, que en poco tiempo hay interminables pilas de pescado mal cocinado que no sirve para nada amontonándose por todo el taller y esto es lo único que realmente se hace. En mi opinión, esta es una descripción bastante exacta de la dinámica moral de nuestra propia economía.

Me doy cuenta, por supuesto, de que cualquier argumento de este tipo se va a topar con objeciones inmediatas: Y ¿quién eres tú para decir qué empleos son realmente «necesarios»? De hecho, ¿qué es necesario? Usted es profesor de antropología, es esto entonces lo «necesario?» (Y, de hecho, muchos lectores de tabloides considerarían la existencia de mi trabajo como la definición misma del despilfarro en gasto social). Por un lado, es evidente que es cierto. No puede haber una medida objetiva del valor social.

No me atrevería a decirle a alguien que está convencido de estar haciendo una contribución significativa al mundo que, en realidad, no lo está haciendo. Pero, ¿qué pasa con las personas que están convencidas de que su trabajo no tiene sentido? No hace mucho volví a ponerme en contacto con un amigo del colegio al que no veía desde que tenía doce años. Me sorprendió descubrir que, entretanto, se había convertido primero en poeta y luego en líder de un grupo de rock independiente. Había escuchado algunas de sus canciones en la radio sin saber que el cantante era alguien a quien conocía. Era brillante, innovador, y su trabajo había alegrado y mejorado sin duda la vida de personas de todo el mundo. Sin embargo, tras un par de álbumes fallidos, perdió su contrato y, acosado por las deudas y una hija recién nacida, acabó, como él mismo dijo, «eligiendo la opción por defecto de tanta gente sin rumbo: estudiar derecho». Ahora es abogado de empresa, trabaja en un importante bufete de Nueva York. Y es el primero en admitir que su trabajo carece de sentido, que no aporta nada al mundo y que, en su opinión, no debería existir.

Hay muchas preguntas que uno podría hacerse aquí, empezando por: ¿qué dice de nuestra sociedad el hecho de generar una demanda extremadamente limitada de poetas y músicos con talento, pero una demanda aparentemente infinita de especialistas en derecho corporativo?

(Respuesta: si el 1 por ciento de la población controla la mayor parte de la riqueza disponible, lo que llamamos «el mercado» refleja lo que ellos, y nadie más, consideran útil o importante). Pero aún más, demuestra que la mayoría de las personas que ocupan estos puestos son conscientes de ello en última instancia. De hecho, creo que no he conocido nunca a un abogado de empresa que no pensara que su trabajo era una mierda. Lo mismo ocurre con casi todas las nuevas industrias antes mencionadas. Hay toda una clase de profesionales asalariados que, si los conoces en una fiesta y admites que te dedicas a algo que podría considerarse interesante (la antropología, por ejemplo, podría servir), evitarán por todos los medios hablar de su trabajo. Pero, si les das unas copas, entonces empezarán a despotricar sobre lo inútil y estúpido que es su trabajo.

Hay una profunda violencia psicológica en esto. ¿Cómo se puede siquiera empezar a hablar de dignidad en el trabajo cuando uno siente en secreto que su trabajo no debería existir? ¿Cómo no va a
crear un sentimiento de profunda rabia y resentimiento? Sin embargo, la peculiar genialidad de nuestra sociedad es que sus gobernantes han encontrado la manera, como en el caso de los freidores de pescado, de asegurarse de que la rabia se dirige precisamente contra aquellos que realmente consiguen hacer un trabajo significativo. Por ejemplo: en nuestra sociedad, parece existir la regla general de que, cuanto más evidente es que el trabajo de uno beneficia a otras personas, menos probable es que le paguen bien por ello. De nuevo, es difícil encontrar una medida objetiva, pero una forma fácil de hacerse una idea es preguntarse: ¿qué pasaría si toda esta clase de personas simplemente desapareciera? Se diga lo que se diga de las personas profesionales de la enfermería, encargadas de la basura o los mecánicos, es obvio que si se esfumaran, los resultados serían inmediatos y catastróficos. Un mundo sin maestros ni estibadores no tardaría en tener problemas, e incluso uno sin escritores de ciencia ficción ni músicos de ska sería claramente un lugar peor. No está del todo claro cómo padecería la humanidad si desaparecieran todos los directores ejecutivos de empresas de capital riesgo, grupos de presión, investigadores de relaciones públicas, actuarios, teleoperadores, agentes judiciales o asesores jurídicos. (Muchos sospechan que podría mejorar notablemente.) Si descontamos un puñado de excepciones bien conocidas (los médicos, por ejemplo), la regla se cumple sorprendentemente bien.

Y lo que es aún más perverso, parece existir la sensación generalizada de que así es como deben ser las cosas. Este es uno de los puntos fuertes secretos del populismo de derechas. Se puede ver cuando los tabloides azuzan el resentimiento contra los trabajadores del metro por paralizar Londres durante los conflictos por sus condiciones contractuales: el mero hecho de que los trabajadores del metro puedan paralizar Londres demuestra que su trabajo es realmente necesario, pero esto parece ser precisamente lo que molesta a la gente. Es aún más claro en EE. UU., donde los republicanos han tenido un éxito notable movilizando el resentimiento contra el profesorado o los trabajadores del automóvil (y no, significativamente, contra los administradores de las escuelas o los directivos de la industria del automóvil que realmente causan los problemas) por sus salarios y beneficios supuestamente inflados. Es como si les dijeran: «¡Pero tú puedes enseñar a los niños! ¡O fabricar coches! ¡Tenéis trabajos de verdad! ¿Y encima tenéis el descaro de esperar pensiones y asistencia sanitaria de clase media?

Si alguien hubiera diseñado un régimen laboral perfectamente adaptado para mantener el poder del capital financiero, es difícil ver cómo podría haberlo hecho mejor. Los trabajadores reales y
productivos son exprimidos y explotados sin descanso. El resto se divide entre un estrato aterrorizado de desempleados, universalmente vilipendiados, y un estrato más amplio al que básicamente se paga por no hacer nada, en puestos diseñados para que se identifiquen con las perspectivas y sensibilidades de la clase dominante (gerentes, administradores, etc.) —y en particular con sus avatares financieros— pero que, al mismo tiempo, fomentan un resentimiento latente contra cualquiera cuyo trabajo tenga un valor social claro e innegable. Está claro que el sistema nunca se diseñó conscientemente. Surgió de casi un siglo de ensayo y error. Pero es la única explicación de por qué, a pesar de nuestras capacidades tecnológicas, no todos trabajamos tres o cuatro horas diarias.


La Imagen que ilustra este artículo ha sido creada con ayuda de la IA generativa de Adobe Firefly

autorDavid Graeber

Doctor en Antropología y profesor del Goldsmiths College de Londres. Con un largo historial de activismo y compromiso político, colaboró en medios como The Nation, The Guardian y Harper’s Magazine, entre otros. En 2006 la London School of Economics le reconoció como «un destacado antropólogo que transformó radicalmente el estudio de la cultura». Murió en 2020.

Fuente de la información:  https://www.nuevarevista.net

Comparte este contenido:

Educación y ética en un universo patriarcal obediente

Por:   Andrés García Barrios

 

La educación debe despojarse de los roles primitivos (es obvio que las mujeres y las nuevas generaciones ya lo están haciendo) y emprender un nuevo intento.

En materia de ética, soy muy radical. No es presunción. Pongo como ejemplo el pensar que los seres humanos debemos tratarnos a nosotros mismos y a los demás como un fin y nunca como un medio para llegar a algo. ¿Usted, querido lector, piensa lo mismo? ¡Excelente! ¡Bienvenido al grupo de los radicales!

¿Que por qué me digo radical si no es más que un principio básico de la ética, muy común y aceptado? Bueno, porque eso no le quita lo radical, lo absolutamente radical. Verán: admitir que somos fines y no medios, significa –según yo– aceptar que, al nacer, valemos ya enteramente por nosotros mismos; es decir que, en sentido ético, no tenemos que hacer nada para valer. Y algo mejor: ningún esfuerzo nos agrega valor, ni siquiera la educación está ahí para eso. Y es que ya no podemos valer más, somos todo lo que podemos llegar a ser. En otras palabras, si creyéramos que los seres humanos estamos aquí para cumplir una misión, sería misión cumplida.

María Montessori estaba de acuerdo con esto cuando decía que los seres humanos nacemos como un dechado de virtudes, y que es el medio creado por los adultos el que nos va distorsionando; pero ella iba aún más allá al pensar que esto no era así sólo en sentido ético sino en todos los sentidos: decía e incluso demostraba que, si los dejáramos libres, rodeados de las condiciones necesarias para su florecimiento, las infancias aprenderían por sí solas todo lo que necesitan: leer, escribir, matemáticas, historia, geografía, todo. Incluso se orientarían hacia el sentimiento moral y la razón ética, y los misterios de la espiritualidad.

Había en la Montessori resabios de antiguas filosofías y religiones según las cuales los seres humanos estaríamos en este mundo tras haber renunciado a esa inherente perfección. En realidad, ésta permanecería en nosotros como tesoro oculto u olvidado, cubierto por todo tipo de distracciones y falsedades que le impiden lucir. Lo conveniente sería hacer a un lado todo eso y hallar nuestra total plenitud. Descubrirnos. La educación, y en general la comunicación humana, servirían para ayudarnos unos a otros a liberarnos, como fines en si mismos que somos: seres terminados, personas cuyo sentido se cumple no afuera sino dentro.

La educación sería, repito, quitarnos eso que nos sobra, deseducarnos, desaprender; convivir sin que medie entre nosotros ninguna promesa de ser mejores, sin pretender que nadie se comporte de una forma determinada. Desde este punto de vista, solo podría ser docente quién dominara el difícil camino de no querer que los demás cambien.

En un sentido, María Montessori veía en las y los docentes ese espíritu universal (que solemos asociar con la madre) para quien sus hijos son perfectos y nada les falta. Esta visión coincidiría con la del mito bíblico en el que el Dios creador reconoce la bondad de los humanos y los fija en un estado de completud paradisiaco. En ese mito, el espíritu protector se desdobla en la figura del Dios restrictor (asociado con el padre) que pone leyes y castigos a fin de separar a sus criaturas del entorno materno y arrojarlos a un mundo exterior (también creado por él, por cierto). Los humanos, que aún no están listos para vivir ahí, se ven obligados –ahora sí– a cambiar y mejorar.

Es así como empiezan a aprender que no son suficiente; que tienen que perseguir algunos fines e, inevitablemente, colocarse a sí mismos como medios para alcanzarlos. Dios siempre dice que el único fin es cumplir su ley. Y castiga a quienes no lo hacen. Unos saben la ley porque Dios se las dicta. Otros la decumbren con sus razonamientos. Unos más advierten que la creación tiene un orden cíclico y que la ley se revela en sus repeticiones y cambios. Ciertamente, entre ellos prevalecen quienes creen que detrás de los ciclos está Dios, que los gobierna, pero no faltan los desencantados que, dejando de creer en fantasmas, afirman que todo es materia.

Para estas personas, esta materia –que no tiene causa externa sino que es eterna o procede de la nada– posee una ley intrínseca que la rige. Ella misma (la materia) revela esa ley de forma matemática y estadística. Los seres humanos podemos conocerla pero no podemos modificarla. Es decir, estamos condicionados por el flujo de la naturaleza y no podemos influir sobre él de ninguna forma. Sin embargo, ese flujo es tan complejo, tan lleno de “infinitas” variables, que nos crea una sensación de libertad: gracias a esto nos sentimos en él como pez en el agua, aunque estemos sometidos a todas las condiciones del entorno. Así pues, nuestra conciencia no es más que una especie de efecto fantasma de la materia y no tiene ninguna relevancia salvo la de gozar o padecer el entorno, y permitirnos testificar nuestra supervivencia o nuestro derrumbe. Ser medios o fines no depende en realidad de nosotros sino de esa determinación natural.

Otra postura científica (porque, como ya se dio cuenta, lector-lectora, es de ciencia que estamos hablando) sugiere que la materia –en su ductilidad– puede producir seres humanos conscientes capaces de voltear a su vez hacia la materia y modificarla, no al grado de cambiar sus leyes pero sí de aprovecharlas para su beneficio; reunidos en sociedades conscientes, los humanos se van dando cuenta de lo que es mejor para ellos, y van trazándose una y otra vez nuevos fines, y ensayando –dentro de los límites de la ley material– nuevas formas de organización para alcanzarlos. Este diálogo perpetuo y tormentoso entre la conciencia creciente y la dura materia, crea la historia humana. El pez se ha construido un barco y viaja sobre él conduciendo el timón y las velas para ir más rápido y más lejos y con más seguridad de lo que le permiten sus propias aletas y sus propios recursos.

Suena bien. Aunque no deja de resultar curioso esto de ser materia que adquiere conciencia y que tiene la capacidad de crearse su propio fin y sus propios medios de alcanzarlo. No sé a ustedes, pero a mí, el que la materia se sostenga a sí misma me parece una especie de levitación, tan milagrosa como aquello otro de haber surgido de la nada. Mística de la materia, podría llamarle. Pero me pregunto: creer en ello ¿no requerirá mucha fe?

Fe. ¿De qué se nutre?, ¿de nosotros mismos? Mmm… Siento que algo falta. Vuelve en mi auxilio la idea de una ética radical: ¿será que ésta también, como toda raíz (radical significa eso, de raíz), tiene que recibir su alimento del exterior? Si me veo a mí y a mis semejantes como seres que valen por sí mismos, ¿en qué fundamento ese valor? Las raíces de una ética radical ¿se abastecen de sí mismas o tienen que ir mas allá, hacia una fuente? Ludwig Wittgenstein, el gran filósofo alemán, se negaba a disertar sobre ética diciendo que el origen de ésta tendría que estar más allá de lo abarcable por el lenguaje y que por lo tanto, simplemente era mejor no hablar de  ella. A partir de entonces, quienes quieren hablar de ética y entender de medios y fines, se arriesgan a caer en el ridículo de apelar a la existencia de un ser inefable (del que no se puede hablar) que le dé sostén y sentido, y justifique el hecho de valorarnos por nosotros mismos. Así que surge de nuevo el Dios indemostrable. En beneficio de esta valiente y ridícula postura se puede decir que, si bien es tan absurda como todas las otras que hemos visto, a ella los calificativos de absurda e indemostrable no le caen tan mal: la fe que la sostiene y el Ser mismo que la justifica pueden reconocer, sin tanto pudor, su falta de evidencia y de toda lógica.

Consciente de esto, un gran filósofo del siglo XVII, místico y científico –Blas Pascal (ese del que nos hablaban los libros de física)– retaba al mundo entero a decidir, no sobre la existencia o no existencia de Dios (tan indemostrables una como la otra), sino sobre algo más sencillo (y a la vez más piadoso y tremendo): el beneficio de creer. Si ambas opciones eran igual de probables, ¿por qué elegir la que implicaba mayor pérdida? Después de todo, creer en Dios y ganar, era ganarlo todo; no creer y perder, era perderlo.

Como es obvio, no muchos colegas de Pascal se dejaron convencer por los místicos beneficios de la apuesta, y la controversia entre la ley de la materia y la ley de Dios (es decir, entre una ética autosustentable, por decirlo así, y una trascendente) fue en aumento. Llegado el siglo XX, la tensión entre ciencia/lenguaje y ética/espiritualidad era insostenible. Para los millones de incautos que no podían decidirse, la opción de Pascal casi se traducía en echar volados para elegir a cara o cruz en qué creer. Según yo, no puede haber nada más triste. En efecto, Karl Jaspers, otro sabio alemán, advirtió que el ser humano, antes agobiado de preguntas, ahora se estaba ahogando en respuestas: leyes, razones, dogmas, una especie de totalitarismo del juicio que hacía imposible decidir cualquier cosa con un poco de libertad, tomar aire. Entonces, contra todo ese maremágnum de ideas, Jaspers encontró a Dios. Lo hizo de la forma más sencilla que podía haber, casi sin pensarlo: diciendo sólo “Dios existe”. Con esa sola frase, sin pretender añadirle nada (enunciada no como dogma religioso sino como expresión existencial), Jaspers se abrió a un más allá no restrictivo, sin ley. Era un Dios sin determinaciones; es decir, no era determinado Dios, no era cierto tipo de Dios, era ese Dios del cual sólo se puede decir que existe. Sí, sólo eso. Ese Dios que existe (y del que no se podía ni debía decir otra cosa) era un Dios que nos evitaba la angustia de definirlo y de esa manera nos liberaba de nuestro discurso disertativo (omnipotente, omnisciente, omnipresente) que quiere conocer la realidad, la eternidad, la vida “como si nosotros las hubiéramos creado” (en palabras de la gran filósofa española María Zambrano). Esa sola frase “Dios existe”, sin más, nos eximía de todo esto (y de paso, le respondía a Wittgenstein y a su famosa idea de que “de lo que no se puede decir nada, es mejor no hablar”).

Para Jaspers, los seres humanos que deciden liberarse de sus condicionamientos opresores, son seres humanos capaces de amarse unos a otros, y de comunicarse y resolver sus problemas desde un nivel existencial profundo, sin juicios de ningún tipo (ni siquiera juicios éticos de valor) que los sigan determinando (por fin, nada de medios, fines y esas cosas). Es tal la confianza de Jaspers en ese tipo de comunicación que su amiga Hannah Arendt, otra gran filósofa, exclama: “En la vida de usted y en su filosofía se refleja cómo los seres humanos pueden hablar unos con otros incluso en las condiciones del diluvio”.

En fin, tal era el pensamiento de Jaspers. Seguramente, algunos lectores se sentirán motivados por él (a éstos les recomiendo su breve libro La filosofía desde el punto de vista de la existencia, publicado por el Fondo de Cultura Económica de México). Sin embargo, la verdad es que la gran mayoría de sus contemporáneos no creyeron que aquellas dos palabras fueran algo más que el mismo dogma de siempre, que pudieran ser la liberación de toda una época abrumada por la conciencia y la razón, o anestesiada por el cinismo y la violencia.

En un mundo así, sólo había un posible respiro; una postura que opinara que cada quien debía pensar lo que le diera la gana, que todo era verdad, que somos solo medios, solo fines, solo materia, solo espíritu o lo que queramos. Es la filosofía posmoderna, todavía vigente, que tanta gente critica pero que es la única que, advirtiendo la imposibilidad humana de coger al toro por los cuernos, se decidió a coger a los cuernos por el toro para mostrarnos lo ridículo de nuestro atrevimiento.

Respaldado en lo anterior, quiero terminar este artículo dando mi muy personal y posmoderno punto de vista. Pienso, para empezar, que toda la confusión y el sofoco de ideas que hicieron crisis a lo largo del siglo XX, son consecuencia de los hechos que narra aquel viejo mito patriarcal: una humanidad que atribuye a la madre la inevitable pulsión de sobreproteger a su progenie, asfixiándola al darle un valor de fin en sí misma por el que no tiene que hacer nada para ser perfecta; ello obliga al padre a ejercer la astucia y la ciencia para arrancar a los infantes de sus brazos, y a establecer leyes que les arrojen al mundo de los propósitos siempre incumplidos y que, manteniéndoles todo el tiempo ocupados, les impidan volver.

En realidad, los  humanos somos –como hemos demostrado– seres sin mucha capacidad de consideración, todavía poco razonables, frágiles e indefensos, maleducados y desarropados, y obligados de forma prematura a ganarnos el pan: verdaderos «niños de la calle» arrojados a las garras de un mundo para el que no estamos listos.

Animales inmaduros, merecemos darnos la oportunidad de recapitular, sin que deba antes mediar la destrucción del mundo, un nuevo diluvio. Para ello, hay que despojarnos de nuestros roles primitivos (es obvio que las mujeres y las nuevas generaciones ya lo están haciendo) y emprender un nuevo intento. Esta vez nuestra inspiración sería un Génesis protagonizado, ya no por el mismo Dios patriarcal sino por un Dios Materno (le llamo Dios materno –y no Diosa o Creadora– con intencional androginia). En esa nueva versión, el inicio sería igual, con la creación de una naturaleza desbordante y el resguardo de sus más jóvenes y frágiles criaturas –eternamente amados sólo por ser sí mismos– en un Edén. Ahí, un árbol del conocimiento iría creciendo a la par que los infantes. Mamá Dios (otro de sus nombres) pasaría los primeros años de su vida cuidándoles, educándoles (normas sociales, colaboración, inteligencia emocional, escucha activa y todo eso), enseñándoles a cultivar el árbol, platicando cuanto fuera posible de cómo es el mundo (mostrándoles fotos, por supuesto) y luego, con la edad, permitiéndoles breves incursiones en éste. Finalmente, cuando les sintiera preparados, les llevaría a comer el fruto del árbol del conocimiento y, dándoles su bendición, les vería partir, no sin recordarles “Ésta es su casa, vuelvan cuando quieran”, y un último y sollozante “No se pierdan”.

Ah, y una última cosa: la serpiente estaría presente, por supuesto, sólo que ahora se dedicaría a hacer campaña por el derecho animal.

Fuente de la información e imagen:  https://observatorio.tec.mx

Comparte este contenido:

La cultura superior: ¿La del líder o la del matón?

Por: Jorge Majfud *

El 4 de marzo de 2025, en un discurso en la University of Austin, el multimillonario CEO de Palantir, Alex Karp, se despachó con un clásico del siglo XIX: “No creo que todas las culturas sean iguales… Esta nación [Estados Unidos] es increíblemente especial y no deberíamos verla como igual, sino como superior”. Como detallamos en el libro Plutocracia: Tiranosaurios del Antropoceno (2024) y en varios programas de televisión, Karp es miembro de la secta de Silicon Valley que, con el apoyo de la CIA y la corpoligarquía de Wall Street promueve el reemplazo de la ineficiente democracia liberal por una monarquía empresarial.

Ahora, nuestra nación, nuestra cultura ¿es superior en qué? ¿En eficiencia para invadir, esclavizar, oprimir otros pueblos? ¿Superior en fanatismo y arrogancia? ¿Superior en la histórica psicopatología de las tribus que se creen elegidas por sus propios dioses (vaya casualidad) y, lejos de ser eso una responsabilidad solidaria con “los pueblos inferiores” se convierte automáticamente en licencia para matar, robar y exterminar al resto? ¿No es la historia de la colonización anglosajona de Asia, África y América la historia del despojo de tierras, bienes y la obsesiva explotación de seres humanos (indios, africanos, mestizos, blancos pobres) que fueron vistos como instrumentos de capitalización en lugar de seres humanos? ¿De qué estamos hablando cuando hablamos de “cultura superior” así, con esas afirmaciones indiscriminadas y con un oculto pero fuerte contenido místico religioso, como lo fue el Destino Manifiesto?

No sólo hemos respondido a esto en los diarios hace un cuarto de siglo, sino que por entonces advertimos del fascismo que iba a suicidar a ese occidente orgulloso que ahora se queja de que lo están suicidando sus enemigos, como lo dijo Elon Musk días antes. Uno de aquellos extensos ensayos, escrito en 2002 y publicado por el diario La República de Uruguay en enero de 2003 y por Monthly Review de Nueva York en 2006, llevaba por título “El lento suicidio de Occidente”.

Esta la ideología del egoísmo y del individuo alienado como ideales superiores, promovida desde Adam Smith en el siglo XVIII y radicalizada por escritores como Ayn Rand y presidentes, desde potencias mundiales como Donald Trump y marionetas neocoloniales como Javier Milei, se ha revelado como lo que es: puro y duro supremacismo, pura y dura patología caníbal. Tanto el racismo como el patriotismo imperialista son expresiones de egolatría tribal, disimulados en sus opuestos: el amor y la necesidad de sobrevivencia de la especie.

Para darle un barniz de justificación intelectual, los ideólogos de la derecha fascista del siglo XXI recurren a metáforas zoológicas como la del macho alfa. Esta imagen está basada en la manada de lobos esteparios donde un pequeño grupo de lobos sigue a un macho que los salvará del frío y del hambre. Una imagen épica que seduce a millonarios que nunca sufrieron ni el hambre ni el frío. Para el resto que no son millonarios pero que se representan como amenazados por los de abajo (ver “La paradoja de las clases sociales”), el macho alfa es la traducción ideológica de una catarsis del privilegiado histórico que ve que sus derechos especiales pierden el adjetivo especial y pasan a ser sólo derechos, sustantivo desnudo. Es decir, reaccionan furiosos ante la posible pérdida de derechos especiales de género, de clase, de raza, de ciudadanía, de cultura, de hegemonía.

Todos derechos especiales justificados como en el siglo XIX: tenemos derecho a esclavizar a los negros y expoliar a nuestras colonias porque somos una raza superior, una cultura superior y, por ello mismo, Dios nos ama a nosotros y odia a nuestros enemigos, a quienes debemos exterminar antes de que a ellos se le ocurra la misma idea, pero sin nuestros buenos argumentos.

Irónicamente, la idea de ser “elegidos de Dios” o de la naturaleza no impulsa a los fanáticos a cuidar de los “humanos inferiores”, como cuidan de sus mascotas, sino todo lo contrario: el destino de los inferiores y de los débiles debe ser la esclavitud, la obediencia o el exterminio. Si se defienden, son terroristas.

La última versión de estos supremacismos que tanto cometen un genocidio en Palestina o en el Congo con fanático orgullo y convicción como demonizan a las mujeres que en Estados Unidos reclaman derechos iguales, más recientemente encontró su metáfora explicalotodo en la imagen del macho alfa del lobo estepario. Sin embargo, si prestamos atención a la conducta de estos animales y de otras especies, veremos una realidad mucho más compleja y contradictoria.

El profesor de Emory Universiy, Frans de Waal, por décadas uno de los expertos más reconocidos en el estudio de chimpancés, se encargó de demoler esta fantasía. La idea de macho alfa procede de los estudios de lobos en los años 40, pero, no sin ironía, el mismo de Waal se lamentó de que un político estadounidense (el ultraconservador y presidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich) popularizó su libro Chimpanzee Politics (1982) y el concepto de macho alfa, por las razones equivocadas.

Según de Waal, los macho alfa no son los bullies, sino los líderes conciliadores. “Los machos alfa entre los chimpancés son populares si mantienen la paz y aportan armonía al grupo”. Cuando un verdadero líder enferma (caso mencionado del chimpancé Amos), no es sacrificado, sino que el grupo se hace cargo de su cuidado.

Según de Wall, “debemos distinguir entre dominio y liderazgo. Hay machos que pueden ser la fuerza dominante, pero esos machos terminan mal en el sentido de que los expulsan o los matan… Luego están los machos que tienen cualidades de liderazgo, que disuelven peleas, defienden al desvalido, consuelan al que sufre. Si tiene ese tipo de macho alfa, entonces el grupo se une a él y le permiten permanecer en el poder durante mucho tiempo”. Tiempo que suele ser de cuatro años, aunque hay registros de machos alfa que fueron líderes por 12 años, los cuales solían distribuir la comida y mantener una alianza política con otros líderes más jóvenes, según de Waal. Según de Waal, el macho alfa líder será juzgado según su habilidad de resolver conflictos y de establecer un orden pacífico para su sociedad.

En un conflicto, los líderes alfa “no toman partido por su mejor amigo; evitan o resuelven peleas y, en general, defienden a los más desvalidos. Esto los hace extremadamente populares en el grupo porque brindan seguridad a los miembros de menor rango”.

El macho alfa es el líder por tener el apoyo de la mayoría, pero otros machos jóvenes usarán siempre la misma estrategia para destronarlo e imponerse como dominantes: primero comenzarán con provocaciones indirectas y a distancia para testear la reacción del líder. Si no hay reacción, el joven más fuerte tratará de conquistar a otros machos jóvenes para incrementar sus provocaciones que irán ganando terreno y se volverán más violentas. Luego conquistará aliados con algunos favores. Aunque al candidato alfa bully no les importan los bebés sino el poder, intentará mostrarse cariñoso con las crías de diferentes hembras, exactamente como hacen los políticos en campaña electoral.

*Novelista, ensayista y profesor universitario uruguayo. Actualmente es profesor en Jacksonville University

Rebelión

Comparte este contenido:
Page 29 of 2492
1 27 28 29 30 31 2.492