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Pedagogía de la Democracia

Por: Héctor Rodríguez Cruz

Las libertades democráticas se degradan cuando no sirven para resolver problemas sociales agudos, permitiendo que muchos se queden atrás.

Tiene razón Norberto Bobbio cuando afirma que la democracia se ha convertido en estos años en el denominador común de todas las cuestiones políticamente relevantes, tanto teóricas como prácticas. También cuando plantea que “la democracia no puede prescindir de la virtud, entendida como amor a la cosa pública, pues al mismo tiempo debe promoverla, alimentarla y fortalecerla”.

Desde esta perspectiva, la democracia requiere de ciudadanos activos, no pasivos. En general los gobernantes prefieren a los segundos más que a los primeros porque es más fácil mantenerlos controlados como sujetos dóciles e indiferentes. Pero la democracia necesita de los primeros.

 Siendo que la democracia, como eje de la convivencia, precisa de personas capaces de participar activamente en la construcción y mejora de la vida colectiva se hace necesario acercar la democracia a los ciudadanos y los ciudadanos a la democracia.

En este sentido, muchos países de Latinoamérica y de Europa vienen desarrollando proyectos de educación para la democracia, mediante  una “pedagogía de la democracia” que empieza por aplicar el principio básico y rector de este sistema de convivencia, que es, la participación: el derecho de todo individuo a opinar, a proponer y a gozar en igualdad de condiciones de todos los bienes y servicios públicos.

¿Qué tanto requiere nuestro país incentivar la pedagogía de la democracia? Pareciera que mucho. Según el Informe Regional de Desarrollo Humano 2021 del Programa  de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, divulgado a finales del mes pasado, al 68% de los dominicanos le resulta indiferente tener o no un gobierno democrático y el 50% da por bueno y válido el que el Presidente de la república pueda manejar los medios.  ¿Realidad o percepción? ¡Las cifras alertan y provocan!

 El Informe deja una llamativa lección aprendida: la necesidad de promover el conocimiento de la democracia en la cotidianidad política y social para reconocerla, amarla, vivirla, practicarla, defenderla y exigirla. Los defectos de la democracia demandan más democracia, y en ningún caso menos.

Provoca también la necesidad de un amplio debate nacional sobre la situación presentada, incluyendo el impacto presente y futuro en la democracia dominicana vista desde la óptica del  presente gobierno democrático.

Pese a su importancia, muchas personas perciben a la democracia como algo lejano, abstracto, inalcanzable e, incluso, como algo difícil de comprender y de aplicar. Pocos saben definirla o describirla, aunque tengan una leve idea que es algo bueno,  importante, algo por lo que las personas están dispuestas a luchar. Se requiere “intencionar” deliberadamente el aprendizaje sobre la democracia.

La educación para la democracia debe ser asumida por las escuelas públicas, colegios, universidades y centros de capacitación para el trabajo, destacando los procesos de toma de decisión que realmente les permiten a los niños, jóvenes y adultos formarse integralmente para incorporarse a una sociedad democrática.

Para que las instituciones educativas puedan asumir el compromiso de educar para la democracia deben contar con profesores bien formados mediante una pedagogía de la democracia que los sensibilice, motive y capacite para fomentar espacio democráticos de aprendizaje, disciplina, discusión pública y convivencia.

Sin embargo,  la formación democrática  será responsabilidad principal de la familia, lugar donde se cultiva la formación en valores, requisito indispensable para el surgimiento de una convivencia democrática basada en el respeto a los derechos de los demás.

Pero la educación para la democracia debe ser también responsabilidad de todas las  instituciones y organizaciones públicas y privadas entre las se cuentan los medios de comunicación, las instituciones políticas y electorales, las instituciones religiosas,  militares,  policíacas y comunitarias, los gobiernos locales,  los gremios profesionales y otras instancias de la sociedad civil. De lo que se trata es de despertar en todos los dominicanos, gobernantes y gobernados, un compromiso activo con la democracia.

La promoción y compromiso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS, constituyen también un vigoroso referente democrático que no sólo expresa la urgencia de amplias necesidades y reivindicaciones colectivas, sino que también representa la expresión de las deudas incumplidas de las democracias. Siendo, además, que las libertades democráticas se degradan cuando no sirven para resolver problemas sociales agudos, permitiendo que muchos se queden atrás.

Una pedagogía de la democracia conducirá a una “democracia vigorosa”, que no surge espontáneamente, sino que es el resultado del esfuerzo consciente de ciudadanos que asumen y ponen en funcionamiento las capacidades de: reivindicación; deliberación; indignación y sentido de lo justo; agencia con sentido práctico; memoria y promesa.

Cada una de esas capacidades está ligada a uno de los atributos que se postulan como propios de una democracia vigorosa en el mundo actual, “entendida como un sistema de gobierno y un conjunto de prácticas que configuran un modo de vida deseable por resultar dignificante”.

Hagámoslo posible aquí. ¡Pongamos en práctica la pedagogía de la democracia!

Fuente: https://acento.com.do/opinion/pedagogia-de-la-democracia-8961689.html
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Educación y transformación

Por: Andrea Bárcena

Así como el lenguaje no es hereditario y un individuo al nacer puede aprender lo mismo alemán que ruso, chino o español, así también el pensamiento lógico y los valores morales tampoco se heredan. Se aprenden. Es decir, nacemos con la capacidad de hablar, pero sin idioma; con la facultad de pensar, pero sin conceptos, y con la posibilidad de amar y ser buenos, pero sin moral. El pueblo y sobre todo los hijos del pueblo tienen derecho a la educación, y además el derecho de anhelar ser doctores o bomberos, científicos o artistas, presidentes o trapecistas.

El derecho a la educación es el de toda persona a estar situada tempranamente y durante todo su crecimiento en un ambiente escolar y cultural que estimule sus capacidades, para que desarrolle lenguaje verbal, pensamiento lógico y madurez emocional, que le darán la posibilidad de aprender a pensar, a expresarse, a decidir y a actuar. Somos seres de aprendizaje: nacemos más incompletos y vulnerables que cualquier animal, pero también con una infinita capacidad de aprendizaje que, sin embargo, se pierde o se atrofia si no tienen oportunidades de desarrollo.

El cumplimiento del derecho a la educación por parte del Estado implica que haya escuelas y maestros en todo el territorio mexicano; supervisión amplia y rigurosa para que –como lo establece la Constitución– la asistencia a la escuela sea obligatoria y gratuita, y así evitar desperdiciar el tiempo de niñez y en cambio igualar las oportunidades desde las primeras edades. La educación es el arma más poderosa para transformar individuos y naciones. Pero, para que la educación cumpla su cometido en México, hay problemas sociales y éticos que deben ser atendidos con urgencia: a) Eliminar el hambre y la desnutrición infantiles; b) Abolir el trabajo infantil, y c) Asumir que nutrición y educación tempranas son las bases de igualdad, democracia y justicia sociales.

P.S. Más de mil días sin quimios para niños con cáncer recuerdan el Aktion T4, nombre de un programa secreto en Alemania fascista de exterminio de sus propios niños enfermos mentales y discapacitados, con los que se estrenaron los hornos del nazismo y que pretendía purificar la raza aria y evitar gastos para niños enfermos.

La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo: Nelson Mandela

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2021/07/03/opinion/031o1soc

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Vacaciones de verano, actividades para no dejar de aprender sin estudiar

Por: ABC

Empiezan dos meses que probablemente «muchas familias no sepan cómo afrontar», apunta Amanda Guillamón Saceda, Coordinadora de Early Years (Educación Infantil).

Quedan ya pocas semanas para que comiencen las vacaciones para los más pequeños de la casa. Dos meses que probablemente muchas familias no sepan cómo afrontar. ¿Qué podemos hacer con los niños en verano para que no se aburran?

La época estival es una oportunidad excepcional para realizar actividades con los niños que durante el año no se pueden hacer por falta de tiempo. Estas actividades harán que los niños se diviertan a la vez que mantienen el ritmo de aprendizaje también durante las vacaciones.

No obstante, no podemos olvidarnos de que esta época está pensada para que los niños descansen, disfruten y desconecten de la rutina escolar. Por tanto, las actividades deben respetar ese periodo de descanso y hacer que los niños se diviertan aprendiendo.

Amanda Guillamón Saceda, Coordinadora de Early Years (Educación Infantil), de British School of Valencia (BSV), propone las siguientes actividades para realizar este verano con niños de diferentes edades:

Escuelas de verano

Las escuelas de verano una opción que pocas veces falla. Además de aprender, los niños vivirán una experiencia inolvidable en la que podrán desarrollar sus habilidades sociales, conociendo a nuevos niños y ganar independencia.

Son lugares perfectos para mejorar su nivel de inglés, divertirse y fortalecer sus relaciones sociales, participando en todo tipo de actividades y talleres creativos, de magia, de cocina… además de disfrutar de distintas excursiones al aire libre.

Actividades para ganar independencia

En el caso de los niños más pequeños, el verano es una época idónea para aprender hábitos que marcarán su paso a una mayor independencia, por ejemplo, en el ámbito de la lectura y de la escritura, algo que siempre consigue despertar la curiosidad y las ganas de aprender de los más pequeños. Podemos leer con ellos cuentos cortos y sencillos para su edad, haciendo que participen con nosotros para que, poco a poco, vayan cogiendo soltura. De esta manera, cada día que pase, irán leyendo un poco más ellos solos sin necesidad de que les ayudemos.

También podemos inventar historias y que ellos sean los encargados de redactarlas. Es una forma divertida de practicar la escritura y de compartir tiempo con ellos.

Juegos para viajes en coche

Los largos viajes en coche pueden ser un verdadero reto para los niños. Pasar tanto tiempo en un mismo espacio, sin poder moverse, a veces puede hacer que el viaje se complique. Una manera de amenizar las horas en el coche es poner en práctica con ellos juegos educativos como las palabras encadenadas o concursos para ver quién suma antes las cifras de las matrículas o incluso proponerles cantar canciones que hayan aprendido en el colegio para amenizar el viaje. De este modo, practican conocimientos o habilidades que han aprendido durante el curso.

Escribir los recuerdos del verano

Es una opción muy interesante, no solo para que los niños practiquen la escritura, también para que aprendan a expresar sus emociones. También pueden enviar postales o cartas a familiares y amigos del colegio contándoles cómo van las vacaciones o las últimas actividades que han realizado. Seguro que les hará mucha ilusión saber que la carta escrita por ellos ha llegado a sus destinatarios.

Tiempo para jugar

Si el tiempo de juego debe ser respetado en el día a día de todos los niños, durante los meses de verano aún con más razón. Por tanto, es importante respetarlo y dejar un rato en el día para que los niños jueguen. Además, el juego tiene grandes beneficios en los más pequeños ya que fomenta el desarrollo de su creatividad, es un medio de sociabilización y les ayuda a controlar sus emociones.

Fuente e Imagen: https://www.abc.es/familia/educacion/abci-vacaciones-verano-actividades-para-no-dejar-aprender-sin-estudiar-202106290105_noticia.html

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CGT Valencia pone en marcha el Bus violeta al Sahara

Por: Tercera Información

  • La Confederación General del Trabajo (CGT) de València ha puesto en marcha, junto a Ananda Maitreya y Balloona Matata, el bus violeta al Sahara, un proyecto socio laboral dirigido a las mujeres saharauis de los campamentos de refugiados.

Desde CGT València se ha iniciado el proyecto de Bus violeta al Sahara destinado a las mujeres saharauis de los campamentos de refugiados. Un proyecto socio-laboral que consiste en la donación de un autobús que servirá para que las mujeres saharauis puedan llevar a las estudiantes de enfermería a sus centros de estudios “ya que la mayoría no terminan los estudios por no poder desplazarse”, indica Petra Rabadán, secretaria de la mujer de la federación local de València de CGT, principal impulsora del proyecto.

Además de la entrega del autobús, donado por la EMT València a petición de la secretaria de la mujer de la organización anarcosindicalista, el proyecto socio laboral que cuenta con la colaboración de las organizaciones Ananda Maitreya y Balloona Matata, también será entregado con los materiales que han solicitado desde los campamentos de refugiados como son 6 máquinas de coser y 6 ordenadores portátiles aportados desde Ballona Matata entre otros.

Petra Rabadán explica que se van a hacer cargo del mantenimiento del autobús durante un año “para que puedan arrancar y después funcionen por su cuenta”. Desde CGT se ha iniciado una recogida de fondos para “financiar el carnet de autobús a un par de mujeres” asegura la secretaria de la mujer de CGT València quien también explica que “se concederán microcréditos para que puedan empezar una actividad laboral y cuando una lo devuelva pueda aprovecharlo otra y así sucesivamente creando redes de apoyo mutuo”.

Fuente e Imagen: https://www.tercerainformacion.es/articulo/actualidad/03/07/2021/cgt-valencia-pone-en-marcha-el-bus-violeta-al-sahara/

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Edgar Morin 100

Por: León Bendesky 

 

Edgar Morin cumplirá 100 años el 8 de julio. En ese largo y fructífero tiempo ha podido, indudablemente, afianzar su siguiente meditación: “La certeza de la muerte y la incertidumbre de la hora de la muerte es una fuente de aflicción durante nuestra vida. La angustia de la muerte se cierne sobre el espíritu humano y lo guía a maravillarse de los misterios de la existencia, el destino del hombre, la vida, el mundo.” Sigue sorprendiéndose.

Con su prolífica obra, vasta cultura, fiel compromiso con el pensamiento, el saber y el conocer, ha sido muy influyente en muchas generaciones y su obra se extiende por muy diversos derroteros. Es un pensador de amplios horizontes, no está sujeto a moldes, es ajeno a los estereotipos y los clichés, a las exigencias académicas –rígidas muchas veces–, a las modas; no se le puede encasillar.

Su extenso trabajo exhibe a las claras la paradoja de que en la era global el conocimiento se ha hecho más especializado; mientras que el suyo es diverso y entrelazado. Su obra discurre, entre otros asuntos, y aquí señalo apenas una muestra, los que pasan por la reflexión acerca de la existencia ( El hombre y la muerte); las relaciones humanas ( Amor, poesía, sabiduría); el pensamiento ( La mente bien ordenada); la política y la sociología ( Pensar Europa o Una política de civilización –escrita con Sami Naïr–); la consideración intelectual a su propia vida ( Mis demonios) o la propuesta acerca de la complejidad del tejido que conforma el pensar y conocer ( Introducción al pensamiento complejo).

Existen unos pensadores “ancla” y otros “vela”; ambos son útiles y necesarios, pero cumplen una función distinta que y me parece que conviene tenerla clara. Los primeros sientan bases, fijan cimientos de muy distinto orden y naturaleza, por eso muchos de ellos son clásicos o una referencia imprescindible en muchos campos del saber. Morin es un pensador vela que impulsa, provoca, extiende los horizontes, abre paso a lo incierto y lo exhibe como lo que es: una condición crucial en la vida de los seres humanos, una fuente constante de la exigencia por inquirir, razonar y, también, actuar. Se asienta en Heráclito, quien propuso que: “Si no esperas lo inesperado, no lo encontrarás”.

Con respecto a la cultura (y la educación), hoy tan pospuesta, aminorada en los presupuestos públicos y denostada sotto voce, sostiene Morin que ésta: “No es acumulativa, sino autorganizadora, aprehende las informaciones principales, selecciona los problemas principales, dispone de principios de inteligibilidad capaces de aprehender los nudos estratégicos del saber”. Y advierte que: “La ceguera de los espíritus parcelarios y unidimensionales se debe a su falta de cultura”, y más: “Ciertamente la cultura sólo puede ser lagunar y agujereada, inconclusa y cambiante”. El hecho que esto haya sido señalado en 1994 y que hoy suene tan actual y claro es bastante significativo.

La relación entre esta concepción de la cultura y el pensamiento complejo es comprensible. Una noción actual de la complejidad la concibe no como una descripción de objetos con muchas partes interconectadas, sino como campo científico con muchas ramificaciones. Un ejemplo claro de un sistema complejo es, por ejemplo, el del bosque tropical, con la enorme variedad de especies que lo conforman. Pero esa noción no puede apropiarse por una determinada perspectiva científica. Morin, la concibió hace más de 30 años como un tejido de elementos constitutivos heterogéneos y relacionados que se expresa como una paradoja de lo uno y lo múltiple. Para él es la interrelación de eventos, acciones, interacciones, determinaciones, azares que conforman los fenómenos que nos confrontan. Consiste en aquellos rasgos que inquietan en lo enredado, inextricable, desordenado, ambiguo e incierto. Nos advierte y previene de que, usualmente, las pautas para acceder a lo inteligible tienden a eliminar los aspectos de lo complejo en detrimento del entendimiento.

Un aforismo planteado por Morin dice de manera lapidaria que: “Hay la inteligencia artificial, también hay la estupidez natural.” Es necesario percatarse de larga estela deja esta escueta meditación en la actualidad, fascinados como estamos con los ordenadores (me parece útil esta denominación de las computadoras), los procesadores de gran velocidad, las enormes bases de datos compiladas con todo lo que se pueda reunir y manipular, la sofisticación de los algoritmos cada vez más invasivos de la privacidad, las “apps” que nos incitan a comprar, comunicarnos, exhibirnos, ver las rutas a seguir, pedir alimentos o un transporte y mucho más y seguir a los “influencers”. El poder de la mercadotecnia. El individuo y la masa.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/notas/2021/07/05/economia/edgar-morin-100-20210705/

Imagen: https://es.unesco.org/

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Pensamiento crítico y ciudadanía integral

Por: Luis Armando González

Hay dos nociones que tienen una importancia en el debate educativo actual: “pensamiento crítico” y “ciudadanía integral”.

Se trata de nociones cargadas de significado y que, al no tener en cuenta algunas referencias teóricas, pueden dar lugar a un uso de ellas o bien intuitivo o bien a uso que se alimenta de ideas de distinta procedencia que circulan en el ambiente, pero que de cuya precisión casi nadie puede estar seguro. En estas reflexiones se plantea una argumentación básica sobre ellas, tal como se las puede entender a partir de algunos planteamientos provenientes de la filosofía y las ciencias sociales (sobre la tercera, queda pendiente, como tarea a realizar, una reflexión más detallada).

 

Pues bien, en el ejercicio docente, una de los principales desafíos para los educadores es tener la suficiente claridad (y dominio) sobre los conceptos fundamentales que tejen su labor de enseñanza. Así, por ejemplo, cualquiera puede decir, quizás con algo de razón, que no es tan relevante que los estudiantes dominen el concepto de ciudadanía, sino que el profesor o profesora les dé las orientaciones pertinentes para ser buenos ciudadanos; pero sí él o ella no dominan a cabalidad el concepto de ciudadanía (y de ciudadano) será imposible que puedan dar las orientaciones prácticas para que los estudiantes cultiven los hábitos y prácticas que caracterizan a un ciudadano.

 

Lo mismo cabe decir de los hábitos y prácticas democráticas, que el docente no podrá incentivar si no tiene una idea precisa de lo que es la democracia. Es oportuno señalar aquí que no se trata de tomar esos conceptos (o esas nociones) de documentos legales (como la Constitución u otros), pues las nociones o ideas que ahí se expresan –sobre ciudadanía, ciudadanos, democracia, sociedad civil, nación y otras— tienen una procedencia que se origina en elaboraciones filosóficas y teórico políticas de las que los documentos legales toman, no siempre con rigor, su inspiración.

 

De aquí que sea oportuno hacer un somero punteo conceptual acerca de las nociones apuntadas arriba, ejercicio que conviene extender a otras nociones que hacen parte del quehacer educativo no sólo en sus contenidos explicativos y metodológicos, sino también en los que se refiere a los hábitos, actitudes, valores y comportamientos que se busca cultivar en los estudiantes.

 

Pensamiento crítico. La expresión circula en distintos ambientes no sólo a académicos y educativos, sino también políticos e incluso mediáticos. Aunque pareciera una expresión reciente, no lo es en lo absoluto. De hecho, el ejercicio de pensar difícilmente puede no ser crítico; y tomando en cuenta el tiempo de presencia en la tierra de la especie Homo sapiens –unos 200 mil años— y la capacidad de pensar que es propia de los miembros de esta especie (la nuestra), es dable concluir que el pensamiento, en su dimensión crítica, no es de aparición reciente.

 

Lo reciente –en términos relativos— son las palabras y conceptos que permiten caracterizar y conocer esa capacidad humana. En la antigüedad griega, siglos V-IV a. de C., se dieron pasos importantes –que quedaron registrados en textos literarios y filosóficos que han llegado hasta nosotros— en esa caracterización. En cuanto al pensamiento, los filósofos presocráticos, Sócrates, Platón y Aristóteles lo entendieron como la actividad de aprehensión mental de acontecimientos y sucesos que se daban fuera de la mente, siendo el lenguaje (el logos) el medio de expresión/manifestación, desde el lado humano, de lo que se había aprendido mentalmente de la realidad. Esta aprensión mental, tejida mediante palabras y oraciones, era la “verdad” humana sobre una Realidad que en sí misma tenía su propia “Verdad”, sobre la cual los seres humanos sólo les queda elaborar conjeturas u opiniones.

 

Los pensadores griegos, además de forjar una explicación del pensamiento – y eso no quiere decir que el pensamiento y el ejercicio de pensar comenzaran a existir con ellos— crearon el concepto de krísis para describir o, más bien, referirse a una de las características más notables del pensamiento humano: la capacidad de juzgar, discriminar, analizar, que tiene su raíz en el verbo krinein, que significa separar, decidir, cortar. Pensar, para los griegos antiguos, quería decir aprehender mentalmente la realidad separando, cortando, discriminando sus partes, pero usando las herramientas del logos: palabras, argumentos, afirmaciones, negaciones y contraste de opiniones. La palabra krísis está en la raíz de la palabra “crítica” en el significado que se dio a la misma después del Renacimiento, es decir, en la modernidad, cuando Inmanuel Kant (1724-1804) la entiende y usa como un ejercicio de la razón para examinarse a sí misma (y discernir sobre sus propias limitaciones) y Karl Marx (1818-1883) la usa (y entiende) como un ejercicio de la razón para examinar/desentrañar la lógica interna del sistema económico capitalista y las interpretaciones ideológicas que se hacen de ella.

 

Dos obras extraordinarias plasman este ejercicio (y visión) de la crítica: La crítica de la razón pura (de Kant) y El Capital. Crítica de la economía política (de Marx). El afianzamiento de la crítica, entendida como se acaba de anotar, llevó a decir al en ensayista y poeta mexicano Octavio Paz que lo propio de la modernidad es la crítica: “lo que distingue a nuestra modernidad de las otras épocas –dice Paz— no es la celebración de lo nuevo y sorprendente, aunque también eso cuente, sino ser una ruptura: crítica del pasado inmediato, interrup­ción de la continuidad”. Entre Kant y Marx, la Ilustración (escocesa, alemana y francesa), hizo de la crítica un ejercicio de amplio alcance: crítica al poder monárquico, crítica de las tradiciones y de las costumbres, crítica de la religión y crítica de la filosofía.

 

Después de Kant, la Ilustración –cuya caracterización precisa la ofreció Kant en su texto ¿Qué es la Ilustración?— y Marx, la palabra “crítica” llegó para quedarse en la cultura intelectual de occidente y del mundo. Sin perder su significado inicial –ejercicio de la propia razón para examinar, analizar, descomponer e identificar fallas no sólo de lo existente fuera de la subjetividad humana, sino para que la propia razón se examine a sí misma para establecer sus alcances, límites y posibilidades.

 

Ejercer el uso de la razón de esa manera es lo propio del conocimiento humano; en los inicios del siglo XX se acuñó la expresión “razón crítica” para enfatizar el carácter de una razón usada para examinar y revelar las debilidades no sólo económicas, sino culturales y morales del capitalismo: fue el proyecto de la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt que tuvo una influencia decisiva en la manera de concebir las ciencias sociales a lo largo del siglo XX, y sus resonancias llegan hasta ahora. Kant y Marx son, precisamente, dos de los referentes esenciales de la Escuela de Frankfurt, entre cuyas figuras más notables destacan Theodor Adorno, Walter Benjamin, Jürgen Habermas, Herbert Marcuse y Erich Fromm.

 

Entonces, la noción de “pensamiento crítico” es heredera de una tradición reflexiva y epistemológica –que se remonta a la antigüedad griega—en la que se ha abordado el pensamiento, el pensar, la razón humana y su uso en el examen/análisis/valoración/rechazo no sólo de la realidad social, política, cultural y económica, sino también en su capacidad para juzgarse a sí misma, en una auto-reflexión que ayude al sujeto a caer en la cuenta tanto de sus capacidades cognoscitivas como de los límites de ellas. Pensamiento crítico, significa pensamiento en crisis, a la manera de Sócrates; significa también –aunque este autor no usó la palabra crítica— someterlo todo a la duda, a la manera de Descartes y de Michel de Montaigne. Significa negar lo existente por injusto e inhumano, a la manera de Adorno. Y, en lo más básico, significa discernir, analizar, comparar, juzgar y valorar/condenar/rechazar las estructuras y prácticas económicas, políticas, sociales y culturales que se revelen opresivas, excluyentes y deshumanizadoras.

 

Una última idea que se anota aquí, sobre el tema del pensamiento crítico, es que en la Edad Media la palabra “crisis” adquirió un sentido distinto al original en griego. En la acepción latina, “crisis” se usó para referirse a una condición y no a una acción o conjunto de acciones. Esta acepción de crisis como condición (estado, situación) de algo (por ejemplo, cuando se dice una crisis política o una crisis en la salud) llegó para quedarse, y de ahí el uso en la modernidad de la palabra “crítica” que, a través de autores renacentistas, Kant, Marx y otros, enlaza con la palabra griega “krísis” .
Ciudadanía integral. Es otra noción de uso actual. La palabra “integral” no es difícil de entender: viene de partes, o compontes, que son parte o conforman (“integran”) un todo mayor. Se dice de ese todo que es integral cuando contiene todas las partes, piezas, componentes que le corresponden para estar completo. Así, el concepto fuerte es el de “ciudadanía”, de la cual, al añadirle el adjetivo “integral”, se asume que es algo (un todo) que requiere, para su completitud, de unas piezas, componentes o elementos que, en su ensamblaje, la hacen plena. ¿Es así? ¿Hay factores o elementos, identificables, que integran la ciudadanía? ¿Cuáles son esos elementos o factores? Y una pregunta previa, sin cuya respuesta no tiene mucho sentido hablar de lo que integra (o hace íntegra) la ciudadanía, es la siguiente: ¿qué es (o que se entiende por) ciudadanía?

 

Dar una respuesta razonable a la última interrogante es básico para responder a las preguntas previas. Y para hacerse una idea razonable de lo que significa “ciudadanía” es de rigor atender a la noción de ciudadano, específicamente a la fragua histórica no sólo del concepto, sino de la realidad a la que el mismo hizo referencia cuando surgió. Y aquí es oportuno decir que la realidad que está en la base de la palabra ciudadano es triple:

 

(a) El deslinde de unos espacios urbanos, distintos en su arquitectura y en sus estilos de vida de los espacios agrícolas, que recibieron en la Edad Media el nombre de “ciudades”, bajo la inspiración de la expresión “civitas” usada sistemáticamente por San Agustín (354-430 d. C.). La palabra “ciudad” se hermanó con la palabra “burgo” de menor alcance en su significado, pues se refería –en la Edad Media— a enclaves o reductos, dentro de los feudos, en los que habitaban artesanos, comerciantes, libreros, entre otros, que fueron llamados “burgueses”.

 

(b) La existencia (real) de habitantes en unas ciudades que, por su parte, a partir del Renacimiento comienzan no sólo a ampliarse físicamente, sino a convertirse en foco de actividades, prácticas y estilo de vida con características sumamente distintas de las efectuadas en medios rurales. No sólo se trata de actividades económicas –las que son propias de un capitalismo comercial en auge—, sino de una intensa vida cultural, artística, filosófica y científica que requiere de espacios propios, como por ejemplo de universidades –creadas en la Edad Media—, librerías, editoriales, publicaciones, museos, salas de reunión y laboratorios de investigación que se concentran las ciudades y les van dando un carácter propio.

 

(c) Los intelectuales (pensadores, artistas y filósofos) que se mueven en esos ambientes comienzan a forjar una idea, debatiendo entre ellos, escribiendo sus meditaciones, de su condición como habitantes de las ciudades: esa condición comenzó a entenderse y a verse como un estatus específico: el estatus de ciudadano. Esta meditación, esta reflexión, dio lugar, poco a poco, una visión del ser ciudadano que iba más allá del mero “habitar en una ciudad” y que transitó hacia una concepción de ciudadano como alguien –un individuo, concretamente— que posee una serie de atributos inalienables, comenzando con el de la dignidad— que son fuente de derechos que deben asegurarse y protegerse en la ciudad: libertad de movimiento, de pensamiento, de asociación, de inviolabilidad del propio cuerpo por terceros y de inviolabilidad de la vida privada.

 

A partir de 1700, la “invención” del ciudadano cobró fuerza, y la mayor conquista de ese siglo fue la “Declaración de los derechos del Hombre y el Ciudadano” de la Revolución Francesa (1789), en la cual el ciudadano es definido por los derechos y deberes que le son propios como ser humano (dotado de derechos humanos). Y su preámbulo lo dice así:

 

“Los representantes del pueblo francés, que han formado una Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, la negligencia o el desprecio de los derechos humanos son las únicas causas de calamidades públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una declaración solemne estos derechos naturales, imprescriptibles e inalienables; para que, estando esta declaración continuamente presente en la mente de los miembros de la corporación social, puedan mostrarse siempre atentos a sus derechos y a sus deberes; para que los actos de los poderes legislativo y ejecutivo del gobierno, pudiendo ser confrontados en todo momento para los fines de las instituciones políticas, puedan ser más respetados, y también para que las aspiraciones futuras de los ciudadanos, al ser dirigidas por principios sencillos e incontestables, puedan tender siempre a mantener la Constitución y la felicidad general”.

 

Esta formulación sobre lo que significa ser ciudadano se irradió por el mundo, una vez que intelectuales y líderes políticos se inspiraban en el ideario de la Revolución Francesa (y también, de la Revolución Norteamericana); fue el caso de los gestores de los procesos de independencia latinoamericanos de las primeras décadas del siglo XIX. Al día de ahora, con la ampliación de los entramados de derechos (económicos, sociales, civiles, políticos y derechos humanos) la noción de “ciudadano” se ha enriquecido en cuanto a los derechos y deberes que se le adscriben y que van más allá de lo que las legislaciones y normativas nacionales prescriben o aseguran.

 

Asimismo, lo importante aquí es tener claro que una persona (un individuo) adquiere la condición de ciudadano cuando se convierte en un agente/actor de los derechos y los deberes que le corresponden como miembro de una ciudad, que no se reduce a un espacio geográfico concreto, sino que se refiere –en palabras de los revolucionarios franceses— a un “cuerpo social” (es decir, a una polis, a una sociedad) estructurado políticamente de una manera republicana (Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial) y regido por las leyes y una Constitución. Se puede ser, en ese sentido, “ciudadano del mundo”, es decir, como lo vio Kant, un ciudadano cosmopolita protegido por un derecho cosmopolita, es decir, un derecho que asegure la “paz perpetua” entre las naciones y Estados del mundo entero.

 

¿Y la ciudadanía? Es una conquista, el resultado no definitivo, sino el mejor, que un individuo puede alcanzar en su condición de ciudadano. El ser ciudadano no se reduce a poseer determinados documentos legales –que es la forma cómo el asunto es tratado en los ámbitos estatales administrativos de muchas naciones—; tampoco la ciudadanía se reduce a la posesión de unos documentos en los que, por ejemplo, se avala que un Estado ha otorgado la ciudadanía a una persona. Los documentos y reconocimientos estatales tanto del ser ciudadano como de la ciudadanía son la parte más superficial de ambas dimensiones de la vida civil y política de las personas. La ciudadanía, en su mejor sentido, puede ser vista como la mejor condición lograda por las personas en su ser ciudadano. Por tanto, que esa mejor condición alcance se requiere que el ser ciudadano (las capacidades, prácticas y actitudes ciudadanas) se cultiven y afiancen en las personas. Esa condición de ciudadanía fue entendida por Hannah Arendt como algo que enriquece la condición humana; y es algo que sólo se conquista en el espacio público, que es el terreno en el que las personas luchan y aseguran sus derechos, en especial –como dice ella—el derecho a tener derechos.

 

Una ciudadanía integral, por lo dicho, sólo puede dar con ciudadanos integrales, es decir, con personas que vayan integrando en su vida (conducta, hábitos, relaciones con otros y consigo mismos) factores, componentes o ejes que son propias de un ciudadano. ¿Qué es un ciudadano? Es un tipo ideal, un modelo que cada sociedad debe construir no arbitrariamente, sino a partir de las elaboraciones teórico-políticas que se vienen desarrollando desde los debates ilustrados y la revolución francesa. Para construir ese modelo no es recomendable limitarse a las formulaciones legales vigentes en una sociedad concreta –por ejemplo, las constituciones—, pues éstas pueden ser restrictivas en su concepción de ciudadano. Al elaborar un tipo ideal de ciudadano se pueden determinar los componentes o factores que deben estar presentes (y que deben intervenir) en la educación, formación, hábitos y comportamientos de las personas reales (en las diferentes etapas de su vida) para que adquieran el estatus de ciudadanos y, al final, esos factores o componentes, bien ensamblados, los lleven a una condición de ciudadanía plena o integral. Es integral porque integra, de la mejor manera posible, los requisitos, elementos o componentes, que son propios de un tipo ideal de ciudadano.

Fuente de la información  e imagen: https://www.alainet.org
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