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¿Evaluación docente? Sí

Por: Otto Granados

Este proceso permite recompensar el mérito y tener buena información para apoyar la formación continua de los maestros

Una de las discusiones más actuales en la política educativa es la relativa a los verdaderos alcances de la evaluación de alto impacto, es decir, aquella cuyos resultados influyen de manera importante en el porvenir de alumnos, docentes y escuelas. La pregunta central es muy simple: ¿es el mantra de la calidad o básicamente un instrumento muy útil para tener mejores maestros y logros de aprendizaje? Y la evidencia sugiere que alcanzar una educación de calidad es un proceso multifactorial del que la evaluación es uno de sus principales componentes. Veamos.

Con mayores o menores resistencias, la evaluación docente para el ingreso, la promoción y la permanencia en la carrera, ha existido en varios países durante las últimas tres décadas y distintos estudios apuntan a la conveniencia de instrumentar mecanismos efectivos para que sea periódica, obligatoria, vinculante y recompensada. La experiencia internacional es ilustrativa y muestra que, como señaló la OCDE en 2015, lo principal de una buena enseñanza es asegurar la presencia de un buen maestro en el aula y para identificarlo, medirlo y mejorarlo, hay que evaluarlo, un factor elemental en toda profesión.

En Estados Unidos, por ejemplo, se aprobó en 2002 la reforma más amplia en 35 años en la educación básica mediante la cual se evaluaría a escuelas y maestros, y cuyos resultados, que son públicos, permitirían premiar salarialmente a los mejores y sancionar a los peores, incluso con el despido de docentes o el cierre de los centros con más alto y reiterado nivel de fracaso escolar. En Brasil, Lula Da Silva promovió una “revolución educativa” para profesionalizar (o reemplazar en su caso) a más del 20% de 1.882.000 docentes que tenía ese país y cuya preparación académica no alcanzaba los estándares mínimos y en muchas ocasiones su nivel escolar estaba por debajo del de los alumnos. Los profesores rinden ahora una prueba nacional para examinar su formación e introducir nuevos filtros que determinen su permanencia en el sistema educativo.

En Chile, la evaluación es también obligatoria para los 70.000 profesores en activo en municipalidades y la ley prevé los supuestos bajo los que aquellos con un reiterado “desempeño insatisfactorio” son separados del servicio, pero también sirve para determinar los salarios de los maestros, algunos de los cuales, los mejor evaluados, pueden recibir aumentos hasta de un 64%. Y en Singapur, desde 2005, es obligatoria la evaluación anual para todos los maestros.

En suma, como estableció la agenda de una comisión internacional liderada por el Inter American Dialogue, se necesita de evaluaciones docentes técnicamente sólidas, basadas en criterios objetivos y transparentes para mejorar las prácticas docentes así como “profesionalizar la carrera docente, estableciendo criterios claros de reconocimiento, promoción y progreso profesional basados en el mérito y no exclusivamente en la antigüedad”. Más aún: este proceso permite no solo recompensar el mérito, ofrecer reevaluaciones adicionales para elevar su desempeño o, en algunos casos, ser separados del servicio, sino también tener buena información para apoyar su formación continua. De todo ello, sin duda, los principales beneficiados son los propios maestros.

Desde luego que evaluar es condición necesaria y no suficiente para alcanzar una educación de calidad, pero hay que favorecer una visión positiva de su relevancia como un componente que, junto a otros, puede mejorar los aprendizajes de los niños, destinatarios finales de cualquier política educativa incluyente y eficaz.

Fuente: https://elpais.com/sociedad/2019/10/18/actualidad/1571417463_151502.html?prod=REGCRART&o=cerrado&event_log=oklogin

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México: Política educativa 2018-2024: ¿Qué esperar de nuevo para la capacitación docente?

Política educativa 2018-2024: ¿Qué esperar de nuevo para la capacitación docente?

Claudia Santizo,

Profesora-investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana 

Unidad Cuajimalpa

La capacitación y actualización de directivos y docentes es una situación, o asunto, que requiere atención permanente. La actualización tiene un doble efecto, por un lado, se modifican las condiciones laborales y, por otro, implica, o debería implicar, la actualización de las prácticas de enseñanza en el aula.

La solución implementada ante la necesidad de capacitación permanente nos dice mucho sobre la visión administrativa de las autoridades encargadas del sector educativoEn la puesta en práctica de esta visión, es notorio que los directores y docentes de las escuelas públicas no disponen de un canal de comunicación para expresar la utilidad que han tenido los programas y cursos de capacitación impartidos a lo largo de los años. También, destaca que las organizaciones sindicales no expresen una valoración de la pertinencia de esos cursos, o bien generen propuestas de actualización.

La visión de la actualización de los docentes durante los gobiernos de EPN y FCH se enfocó en evaluar y establecer programas para la mejora de las capacidades individuales de docentes y directivos. La hipótesis es que un mejor director y maestro se traduce en una mejor educación para los alumnos.

Con FCH, el Programa Sectorial 2006-2012 estableció la meta de capacitar a cerca de 1 millón de docentes en los cambios propuestos por la Reforma Integral de la Educación Básica, RIEBPara el 4º trimestre de 2011, 1.2 millones de docentes recibió dicha capacitación según el informe de rendición de cuentas 2006-2012. Para realizar esta actividad se utilizó un método de capacitación en cascada; es decir,algunos docentes reciben capacitación y la reproducen en sus centros de trabajo (véase Ruiz Cuéllar).

Con EPN, el Programa Sectorial 2013-2018 señaló que la formación y capacitación de docentes no había sido pertinente y, además, no había evidencia de que hubieran transformado las prácticas en el aula. En 2017, casi al final de este periodo de gobierno, se presentó el modelo educativo del sexenio e inició un proceso de capacitación. Para septiembre de 2018, el Libro Blanco de la Reforma Educativa reportó que un millón de docentes tomaron cursos de Aprendizajes Clave; cursos de 40 horas en línea.

Con el método de capacitación en cascada se pretendía actualizar a decenas de miles de docentes de educación básica con un enfoque de competencias. Este supone desarrollar conocimientos y habilidades, pero las habilidades no se aprenden en un curso. Es contradictorio que mientras un objetivo educativo es que los alumnos desarrollen capacidades para aprender a aprender y, para lograrlo, se apliquen métodos pedagógicos apropiados, en el caso de la capacitación para docentes se adopte cómo método la impartición de cursos con instructores, en salones de clase, donde los docentes son agentes pasivos y para extender el efecto de esos cursos se realice una capacitación en cascada.

Hay dos preguntas de la formación y actualización de docentes y directivos que se necesitan responder: ¿Cuál es el problema que se quiere atender?, y ¿cuál es el mejor método de capacitación? Parecen preguntas obvias, pero distan de serlo.

Las dos capacitaciones masivas reportadas, por un lado, para la RIEB  y, por otro, para el modelo educativo de 2017, en sentido estricto fueron cursos para la presentación de objetivos y alcances de las reformas curriculares. No fue una capacitación orientada por las necesidades detectadas en las prácticas de enseñanza en el aula.

De acuerdo con el objetivo de capacitación, en este caso presentar cambios curriculares, la capacitación en cascada o la capacitación en línea son formas de presentar esos cambios en un corto periodo de tiempo a un gran número de docentes y directivos. En ambos casos, son cursos o diplomados tradicionales en el sentido de que un instructor presencial o virtual transmite los conocimientos o contenidos que se pretende difundir con dicho cursos.

La siguiente pregunta es válida: ¿Cuál son los efectos que han tenido los cursos de capacitación de la mayor parte de la planta docente y directiva en las prácticas de enseñanza en las aulas?

La respuesta parece clara porque el propósito de ambas capacitaciones masivas no se originó en un diagnóstico de las prácticas de enseñanza en el aula.

Un segundo aspecto derivado de la pregunta planteada es si se tiene un diagnóstico de la enseñanza en el aula. Una pregunta adicional es si los métodos de capacitación, en cascada o en línea, son apropiados para mejorar la enseñanza en el aula.

Es indudable que el contacto educativo principal se realiza en el aula entre el docente y sus alumnos. Ante la pregunta de ¿cómo mejorar la educación?, en la política educativa la respuesta inmediata es que la solución se encuentra en mejorar las capacidades del docente, es decir, proporcionarle capacitación.

Cualquier solución está acompañada de un diagnóstico, no siempre explícito. Hay otros dos aspectos que considerar:Una solución adoptada se puede seleccionar entre opciones menos efectivas, pero también se descartan soluciones alternativas con diferentes diagnósticos.

Hay un problema logístico que no se puede obviar: ¿cuánto tiempo y recursos se requieren para capacitar a un millón de docentes para un objetivo educativo específico? Si se considera como problema capacitar docente por docente es evidente que crece el requerimiento de tiempo y recursos.

Frente a la escasez de recursos se adopta un criterio del menor gasto con las formas de capacitación en cascada o capacitación en línea. En el sector educativo, sin embargo,hay personal experto con capacidades para organizar otras formas de capacitación como el trabajo colaborativo discutida en ponencias, estudios e investigaciones educativas realizadas, incluso por docentes. Por eso, es incomprensible por qué en el problema de capacitación predomina una visión administrativa, vertical, de arriba hacia abajo, y se descartan enfoques alternativos. Además, en el diseño de la política no se conoce un diagnóstico en donde la autoridad educativa asuma, como su visión, cuál es el problema de la enseñanza en el aula.

El problema de la enseñanza en el aula no sólo depende de qué sabe el docente y cómo transmite ese conocimiento a los alumnos. En un grupo de alumnos las situaciones son diversas, mientras algunos pueden tener más rezago en lo aprendido que otros las condiciones de las familias son distintas, algunas familias pueden ayudar más que otras a los niños. También, son distintas las habilidades de los docentes para atender las diferentes situaciones de sus alumnos. Es difícil considerar que se puedan diseñar procesos de enseñanza homogéneos para todos los docentes así como tener procesos de aprendizaje únicos para todos los alumnos.

Los docentes y directores podrán estar en mayor o menor acuerdo con la consideración de que los métodos pedagógicos que se utilizan en el aula necesitan adecuarse a las condiciones de sus alumnos. Cada año los docentes cambian de alumnos, y al menos por la edad los alumnos son diferentes. Diariamente se acumulan fallas, rezagos, se presentan problemas diferentes. Un alumno con buen desempeño puede presentar problemas por circunstancias ajenas al aula. Un docente puede verse abrumado por la cantidad de circunstancias que se presentan en cada grupo escolar. Estos problemas diarios no se pueden considerar en ningún curso de capacitación.

Frente a los cursos de capacitación tradicionales, con instructores  presenciales o virtuales, se puede contar como alternativa el trabajo colaborativo, el trabajo en equipo  del colectivo docente. Es importante mencionar que ésta es una forma de aprendizaje de la organización; los grupos de trabajo aprenden cómo hacer las cosas, aprenden a identificar soluciones o caminos novedosos, que pueden llegar a ser innovaciones. Por ello, en las escuelas, discutir en equipo los problemas de enseñanza y aprendizaje que se presentan en las aulas y pensar en grupo como atenderlas es una forma de aprendizaje que no puede desarrollarse en cursos tradicionales impartidos por instructores. El trabajo colaborativo es una solución alternativa a los cursos de capacitación tradicionales.

Cabe reiterar, la docencia en el aula tiene un fuerte componente contextual; la enseñanza necesita considerar la situación específica de cada uno de los alumnos. Por ello, es que difícilmente una capacitación mediante cursos presenciales o virtuales, con sus respectivos instructores,puede considerar de manera satisfactoria la diversidad de situaciones de los alumnos en un aula.

El trabajo colaborativo demanda un mayor gasto público. En las escuelas se necesita contar con tiempo disponible para ese tipo de trabajo; es un actividad que debe realizar varias veces en una semana, tal vez diariamente. No son suficientes las actuales reuniones del Consejo Técnico Escolar. Si consideramos en promedio una hora de trabajo diario para el trabajo colaborativo, podemos calcular el monto de recursos adicionales que se requieren.

Por último cabe anotar otra faceta del problema. La política educativa adopta la retórica de inclusión. Esto implica considerar las diferencias entre los alumnos; diferencias en aprendizajes, en condiciones familiares, en condiciones personales de cada estudiante. La inclusión también implica considerar como ésta es afectada por las diferencias que existen entre docentes, en sus capacidades, habilidades, experiencia, motivación, entre otras cuestiones. El trabajo colaborativo es un método de trabajo que puede atender de manera directa, e inmediata, los problemas de inclusión educativa.

Por último, anoto un viejo sarcasmo político, cínico y trágico, que dice: “prometer no empobrece, cumplir es lo que aniquila”. Prometer la inclusión es un buen eslogan político, pero implementar programas con objetivos de inclusión, entre ellos los de capacitación de docentes, requiere una cantidad de recursos mayor al gasto actual en educación básica.

Autor: Claudia Santizo

 

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Escenarios para una nueva profesión

Urgía crear escuelas, pero urgía más crear maestros; urgía dotar a la Escuela de medios para que cumpliera la función social que le está encomendada; pero urgía más capacitar al Maestro para convertirlo en sacerdote de esta función; urgía elevar la jerarquía de la Escuela, pero urgía igualmente dar al Maestro de la nueva sociedad democrática la jerarquía que merece y merecerá haciéndole merecedor de ella.

Gaceta de Madrid. Nº273. 30 de septiembre de 1931

No nací marcado para ser un profesor así. Me fui haciendo de esta manera en el cuerpo de las tramas, en la reflexión sobre la acción, en la observación atenta de otras prácticas o de la práctica de otros sujetos, en la lectura persistente y crítica de textos teóricos, sin importar si estaba o no de acuerdo con ellos.

Paulo Freire, 1993 

Práctica reflexiva, profesionalización, trabajo en equipo y por proyectos, autonomía y responsabilidad ampliadas, tratamiento de la diversidad, énfasis en los dispositivos y las situaciones de aprendizaje, sensibilidad con el conocimiento y la ley, conforman un escenario para un nuevo oficio.

Philippe Perrenoud, 2008.

La enseñanza está lejos de ser una tarea sencilla. Enseñar hoy es un trabajo complejo que, para su buen desempeño, requiere de los más altos estándares en la práctica profesional, señalaban hace ya más de 20 años Hargreaves y Goodson (1996). No habrá sociedad del conocimiento, sin docentes de alta capacitación (Hargreaves, 2003). Afrontar los retos educativos actuales (en términos de equidad y diversidad) requiere un elevado grado de implicación y un alto compromiso por parte de los docentes que debe ir dirigido siempre, no olvidemos, a asegurar el derecho a aprender de todos los alumnos (Darling-Hammond, 2001).

Ramón cc by-nc-sa https://flic.kr/p/Cny5F

La enseñanza es una actividad incierta, contextualizada y construida en respuesta a las particularidades de la vida diaria en las escuelas (Marcelo, 2001) y los estudiantes.

Es más compleja que complicada y mucho más contingente que planificada.

Es una tarea laboriosa, paciente y difícil. Mucho más de lo que la gente cree y muchísimo más de lo que piensan los políticos,” dice Francisco Imbernón en Ser docente en una sociedad compleja (Imbernón, 2017, p. 21).

La docencia es también una profesión paradójica (Hargreaves y Lo, 2000). A pesar de que los docentes son imprescindibles, asistimos a un doble discurso sobre ellos (Montero y Gewerc, 2018). Parece que cuanto más necesarios e importantes son más les criticamos. Ha sido y sigue siendo habitual su demonización a través de la crítica constante del sistema educativo.

A día de hoy, sigue siendo válido, desgraciadamente, aquello que, a finales de los años 90, señalaba Fernández Enguita (1999, p. 19): “los profesionales de la enseñanza no pueden evitar la sensación de que la escuela se halla sometida a un fuego cruzado, degradado su prestigio y criticada por todos”. No les falta razón, continuaba, “pues parece que no existe nada más cómodo para una sociedad que culpar de sus males a la escuela -exculpando así, de paso, a otras instituciones como las empresas y el Estado- y tratar de encontrar soluciones mágicas a través de su permanente reforma” (Enguita, M. 1999, p. 19).

Charlie Sedanayasa cc by https://flic.kr/p/4GnGne

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A pesar de que los docentes son la pieza fundamental de los sistemas educativos y que ejercen la influencia más determinante en el aprendizaje de los alumnos (Montero, 2006), apenas contamos con ellos a la hora de definir temas centrales para la educación. Ni siquiera cuando los temas afectan directamente a su carrera profesional. Cuanto más importante es su papel y más se espera de ellos, menos apoyo, respeto y margen para la creatividad, la flexibilidad y la innovación parece que se les concede (Hargreaves y Lo, 2000).

Repasando las reformas educativas de los últimos decenios observamos, no sin cierta sorpresa, que no se ha planteado en ningún momento una revisión profunda de la profesión docente, a pesar del consenso que parece existir, en palabras de António Nóvoa, sobre las cosas que se deberían hacer: “la articulación entre la formación inicialla inducción y la formación en servicio con una perspectiva de aprendizaje a lo largo de toda la vida; una mayor atención a los primeros años de ejercicio profesional y a la inserción de profesores jóvenes en los centros educativos; la valoración del profesor reflexivo y de una formación de profesores basada en la investigación; la importancia de las culturas colaborativas, del trabajo en equipo, del acompañamiento, de la supervisión y de la evaluación de los profesores” (Nóvoa, 2009, p. 51).

Y, cuando se han hecho cambios como sucedió con la creación de las facultades de educación o la reconversión de la deficiente y escasa formación pedagógica del profesorado de educación secundaria, éstos se han hecho sin contar realmente con ellos y, en ningún caso, han producido los resultados esperados y necesarios. Parece que, a pesar de que existe un discurso coherente (y en gran parte compartido) sobre lo que hay que hacer, no somos capaces de hacer eso que decimos que hay que hacer (Nóvoa, 2009).

En torno a los docentes existe un doble discurso de revalorización y desvalorización (Montero y Gewerc, 2018) que se traduce, a su vez, en políticas y medidas contradictorias: conviven, “por un lado, una tendencia a la uniformización de la enseñanza y a cierta aversión por la profesionalización de los docentes; y por el otro, una tendencia hacia una mayor calidad y profesionalidad del ejercicio docente” (Hargreaves y Lo, 2000, p. 191). Sentimos “la necesidad de revalorizar una profesión que tiene en sus manos el futuro de las generaciones venideras” (Montero y Gewerc, 2018, p. 5), pero, en general y especialmente en las últimas décadas, hemos optado por políticas de control, enfrentamiento y desconfianza que provocan desprofesionalización, “reduciendo los márgenes de libertad en la toma de decisiones profesionales y regulando su quehacer cotidiano de forma exhaustiva.” (Montero y Gewerc, 2018, p. 5). Nos encontramos, de hecho, ante lo que Hoye denominó un dilema endémico entre una visión burocrática de la docencia y otra visión profesionalizante (Hoyle, 2008). Nos encontramos ante la vieja tensión identificada por el sociólogo Emile Durkheim a principios de siglo XX para las profesiones, entre autonomía y control estatal.

Dani Alvarez cc by-nc-sa https://flic.kr/p/eV4YGn

Son múltiples los datos que apuntan hacia la necesidad de un cambio educativo profundo que sea capaz de responder a los desafíos educativos actuales. Un cambio que, a diferencia de los propuestos en otros momentos, debe girar fundamentalmente entorno a la necesidad de una nueva cultura del aprendizaje y de la enseñanza en nuestras escuelas. Lo que, inevitablemente, coloca a los docentes en el primer plano del debate educativo (Nóvoa, 2009).

Hargreaves y Fullan (2014) hablan de cinco falacias del cambio educativo: velocidad excesiva; estandarización; sustitución de personas incompetentes por competentes; dependencia de unas medidas del rendimiento muy limitada; y competitividad escolar. Frente a estas medidas que se han demostrado inoperantes, proponen apostar por el desarrollo de la capacidad profesional; la responsabilidad colectiva, el trabajo en equipo y la colaboración; el compromiso moral y la inspiración; el criterio profesional; el apoyo entre escuelas; y las políticas sistémicas, coherentes y cohesivas.

Por su parte, en 2015, Javier Murillo y Gabriela Krichesky recogieron las principales lecciones aprendidas tras cinco décadas del movimiento de mejora escolar, identificando seis factores a tener en cuenta para la puesta en marcha de procesos de transformación escolar: “la colaboración docente y el trabajo en redes; la implicación de la comunidad; el liderazgo sistémico; la centralidad de los procesos de enseñanza y aprendizaje; el debate entre la responsabilidad y la rendición de cuentas; y las nuevas relaciones entre la administración pública y las escuelas” (Murillo y Krichesky, 2015, p. 69).

Parece que, por fin, tras varias décadas de reformas educativas sin efecto, hemos entendido que los procesos de cambio deben articularse desde una lógica compleja y participativaalejándose de los acercamientos tecnocráticos y burocráticos que han dominado estas reformas educativas (Monarca y Rappoport, 2013, p. 55). Parece que, por fin, hemos entendido que para cambiar la educación es necesario hacerlo con los docentes, no contra o a pesar de ellos y que, “por más que se actualicen las propuestas curriculares, por más que se implementen programas de mejora de equidad y de calidad y se descentralicen las modalidades de gestión, éste no tendrá lugar si no se reconoce en los docentes el factor central de cambio” (Vaillant, 2005, p. 45). Parece que, tras años de reformas, hemos asumido que el cambio y la mejora escolar están más asociados “a procesos de búsqueda, indagación, confianza, formación, asesoramiento, colaboración, que a procesos de vigilancia” (Monarca y Rappoport, 2013, p. 73). Parece que, por fin, somos conscientes de que es necesario reconocer y dar un mayor protagonismo a los docentes en la reivindicación de su futuro y en la redefinición de sus funciones.

Lorenzo Guadenzi cc by-nc-sa https://flic.kr/p/pBdsvD

Es bien conocida, por reiterada, la frase del informe elaborado por Michael Barber y Mona Mourshed para Mckinsey en 2007 (Barber y Mourshed, 2007) que afirma que la calidad de un sistema educativo tiene como techo la calidad de sus docentes. Afirmación que, teniendo una parte de verdad, es en sí misma errónea y perjudicial, tal y como ha indicado muy acertadamente Fernández Enguita (2017) calificandola como el error Mckinsey. Errónea porque, como bien sostiene el propio Fernández Enguita, una organización es siempre algo distinto de los elementos que la forman. El todo es distinto que la suma de las partes. Y perjudicial porque al centrar exclusivamente la atención en los profesores de manera individual ignora la enorme importancia que tienen las organizaciones, los recursos y las culturas escolares para la mejora escolar. Un techo, el de la calidad individual de los docentes, que es en todo caso frágil y fácilmente fracturable, y que está sujeto a una presión y a unas demandas que lejos de disminuir crecerán en los próximos años.

La primera consecuencia es que, aun asumiendo la importancia de los docentes en la mejora escolar, no basta con actuar sobre las personas a nivel individual, debemos también actuar sobre las escuelas y las culturas escolares. El nuevo profesionalismo docente debe estar marcado, sin duda, por el trabajo y el aprendizaje en equipo (Hargreaves y Shirley, 2012).

El equipo es la forma más efectiva de difundir las mejores prácticas y la innovación (Mariano Fernández Enguita, 2018).

Es también el entorno más adecuado en el que aprender, en el que recibir constantemente retroalimentación cualificada y en el que obtener reconocimiento, a la vez que un antídoto contra el aislamiento del aula tradicional.

Para que los cambios sean útiles han de afectar tanto a los procesos de enseñanza y aprendizaje como a la organización escolar. Lo que pasa por actuar sobre la cultura escolar y la cultura profesional. Entendiendo por cultura escolar el conjunto de “valores, normas, expectativas…; a esos elementos que hacen que una escuela sea innovadora, aprenda, trabaje en equipo” (Murillo y Krichesky, 2015, p. 79) y por cultura profesional los “conocimientos, creencias, valores, normas, rutinas y actitudes del profesorado sobre la enseñanza, sobre enseñanza y tecnologías, sobre el alumnado, las relaciones entre profesores, las visiones de su actividad profesional, sus percepciones sobre el cambio” (Montero y Genera, 2018, p. 15).

André Simms cc by-nc-sa https://flic.kr/p/9Mxydr

El cambio educativo sólo será significativo si activa los procesos de acción-reflexión-acción de los protagonistas de forma participativa, cooperativa, negociada y deliberativa (Miranda Martín, 2002). Tal y como sostenían Darling-Hammond y Mclaughlin (2004), los profesores aprenden haciendo, leyendo y reflexionando a través de la colaboración con otros, observando muy de cerca el trabajo de los estudiantes, y compartiendo lo que observan. Algo que, por cierto, ya habían señalado John Dewey al hablar de la reflective action y Donald Schön al proponer la necesidad del profesional reflexivo.

Uno de los aspectos más determinantes para la mejora de la práctica docente y que menos atención ha recibido en el contexto iberoamericano es el momento de incorporación de los nuevos docentes a la profesión.

Dado el carácter complejo y de alta dependencia del contexto de la enseñanza, hay cosas que solo se aprenden en la práctica.

En ese sentido, hace años que la investigación educativa insiste en la importancia y dificultad que suponen los primeros años de práctica docente (Avalos, 2016). No son pocos los autores que defienden de manera clara que el periodo inicial de inserción profesional es una etapa bien diferenciada, tanto de la formación inicial como de la formación continua, y que requiere una atención específica con programas y políticas adecuados. Programas que en la literatura educativa se denominan de inducción profesional. Y cuyo doble carácter de formación individual y colaborativa los convierte en buen ámbito para explorar políticas educativas que vayan más allá de una visión de la docencia y de la enseñanza como un problema de capacitación individual, para considerarlo como un problema de alta complejidad que requiere de actuaciones sistémicas, contextualizadas, situadas y contingentes.

Atender al periodo de inserción profesional es un excelente ejercicio para explorar la relación existente entre la mejora escolar, a través de la capacitación docente, y la mejora escolar a través de la atención a los contextos organizacionales y las culturas escolares donde se desarrolla la práctica docente.

El periodo de inserción profesional constituye un buen ámbito para mostrar que no es que no sea importante la capacitación individual de los docentes, sino que ésta no es suficiente. No es suficiente si todo ello no está orientado a desarrollar la capacidad de trabajar y aprender con otros. No es suficiente si lo individual no sirve para potenciar lo colectivo. No debemos olvidar que los docentes se vuelven competentes a través de una mezcla continua de procesos individuales y colectivos (Avalos, 2016).

Fouquier cc by-nc-sa https://flic.kr/p/dR9Xhr

La transición desde la formación inicial a la carrera profesional puede ser en muchos casos traumática y provoca en la mayoría de los docentes lo que desde hace décadas se conoce como un shock de realidad (Veenman, 1984). Un shock que lleva a los docentes a recurrir a sus propios recursos, siguiendo aquello que Dan Lortie, en un libro ya clásico titulado Schoolteacher (1975), denominó el aprendizaje por observación, es decir, recurriendo a aquello que aprendieron, muchas veces de manera no intencionada, sobre la práctica docente tras miles de horas pasadas previamente ellos mismos como estudiantes observando a sus maestros. Una observación pasiva que llega a crear expectativas y creencias difíciles de remover posteriormente. Algo que fue brillantemente demostrado por Sandra Weber y Claudia Mitchell (1996) en una investigación sobre la imagen que tanto alumnos de primaria como profesores en formación tenían de lo que era un profesor.

Las investigadoras solicitaron a ambos grupos (alumnos y docentes en formación) que hicieran un dibujo representando su imagen de un profesor y luego lo explicaran. El hallazgo más sorprendente del análisis, señalaron, fue la presencia generalizada de imágenes de transmisión tradicionales de enseñanza, tanto entre los alumnos de primaria como incluso entre los profesores en formación. Lo que les llevó a concluir, al igual que a Lortie, que los estereotipos que prevalecen en la cultura y la experiencia desempeñan un papel determinante en la identidad de los docentes. De ahí la importancia de trabajar esas preconcepciones no solo durante la formación inicial, sino, sobre todo, en los primeros años de práctica docente, construyendo la identidad docente desde la observación de los otros en contextos reales.

Los primeros años de docencia constituyen un periodo fundamental en el desarrollo profesionalLos profesores nuevos tienen que enseñar y tienen que aprender a enseñar (Feiman-Nemser, 2001).

Veenman identificó los principales desafíos de los nuevos docentes en distintos países encontrando bastantes similitudes entre ellos: “motivar a los alumnos a aprender, gestionar la clase, lidiar con las diferencias individuales entre los estudiantes, evaluar el trabajo de estos y gestionar la comunicación con los padres de familia”. (OCDE, 2009, p. 131). Y, por si fuera poco, como señaló Carlos Marcelo (1999), los nuevos docentes deben hacer todo esto cargados con las mismas responsabilidades que los docentes con más experiencia.

Joan Abella cc by-nc-sa https://flic.kr/p/dtWDJD

Los primeros años son un periodo clave también porque es cuando los nuevos profesores aprenden e interiorizan las normas, los valores y las conductas que caracterizan a la cultura escolar (MECD, 2015). Es una etapa “determinante para conseguir un desarrollo profesional coherente y evolutivo” (Marcelo, 2007, p. 29), y son también años importantes para asegurar un profesorado motivado, implicado y comprometido con su profesión. Para Marcelo, “si queremos asegurar el derecho de nuestros alumnos a aprender y si queremos que nuestras escuelas sigan siendo espacios donde se construye el conocimiento de las nuevas generaciones, es preciso prestar mucha mayor atención a la forma como los nuevos profesores se insertan en la cultura escolar” (Marcelo, 2009, p. 20).

Aprender a enseñar es un proceso complejo que lleva años dominar.

Centrarse en estos primeros años nos permite además, como decíamos y han señalado Denise Mewborn y Andrew Tyminski (2006), entender la importancia que tienen sobre los profesores las imágenes y creencias previas sobre la enseñanza y el aprendizaje y, por tanto, nos da pistas sobre la necesidad de capacitar a los docentes durante su formación inicial y continua para analizar críticamente esas creencias, a menudo profundamente arraigadas, ayudándoles a desarrollar nuevas visiones de lo que es posible y deseable en la enseñanza que inspiren y guíen su práctica profesional. Como sostuvieron Johnston y Ryan, “los profesores en su primer año de docencia son extranjeros en un mundo extraño, un mundo que les es conocido y desconocido a la vez. Aunque hayan dedicado miles de horas en las escuelas viendo a profesores e implicados en los procesos escolares, los profesores principiantes no están familiarizados con la situación específica en la que empiezan a enseñar” (Johnston y Ryan, 1983, p. 2).

Karry K. Wong, en un artículo seminal sobre los programas de inducción profesional, los definió como “una formación integral y exhaustiva, más un proceso de asesoramiento y apoyo a nivel de todo el sistema que dura entre 2 o 3 años, para integrarse posteriormente y de manera natural en los programas de desarrollo profesional de los nuevos profesores” (Wong, 2004, p. 42 ).

No hay dos programas de inducción iguales. Hay, de hecho, una gran variedad en cuanto a sus características, contenidos y duración. Pero sí hay elementos comunes: en muchos comienzan con una iniciación de 4 o 5 días antes de que comience la escuela; se ofrece una capacitación sistemática durante un período que varía de 1 a 3 años; se facilitan la formación de comunidades de aprendizaje en las que los nuevos maestros puedan establecer contactos y encontrar apoyo; hay un apoyo administrativo fuerte; poseen un elemento fuerte de mentoría; y ofrecen oportunidades para que los participantes visiten las aulas de otros compañeros (Wong, 2004). Comparando programas de inducción en Suiza, Japón, Francia, Shanghai y Nueva Zelanda, Wong encontró varias coincidencias: eran programas muy estructurados, completos, rigurosos y monitoreados, donde los distintos roles estaban claramente definidos; en todos se entendía que la inducción era una primera fase en un proceso de aprendizaje profesional continuo y a lo largo de la vida; y, en todos, la colaboración era vista como una fortaleza y se trabajaba para fomentar el intercambio entre los docentes no solo de experiencias, prácticas concretas y herramientas, sino también un lenguaje común.

Un aspecto crítico es que el período de inserción no debe solo integrar al nuevo profesorado en la cultura escolar vigente, sino que también debe contribuir a desarrollar en los nuevos docentes una mirada crítica y reflexiva hacia la profesión.

De nada nos serviría poner en marcha programas de inducción profesional si éstos refuerzan modelos de enseñanza, prácticas docentes y culturas escolares poco adecuadas para los desafíos educativos actuales.  Y en eso, el lugar donde se desarrollen estos programas de inducción es determinante.

Jonathan Potts cc by-nc https://flic.kr/p/oGXupa

Una de las conclusiones de la investigación sobre inducción profesional es la importancia que tiene en el éxito de estos programas la cultura escolar (Gaikhorst et al., 2014) por lo que no se pueden diseñar de manera superficial, ni en cualquier lugar. Los programas de inducción deben ofrecer oportunidades de conexión entre docentes y estar estructurados dentro de comunidades de aprendizaje donde los docentes nuevos y los veteranos puedan interactuar (Wong, 2004). Los mejores programas de inducción, mantenía Wong, deben apoyar redes que creen comunidades de aprendizaje; tratar a todos los participantes como colaboradores valiosos; crear comunidades de aprendizaje donde tanto los nuevos maestros como los maestros veteranos adquieran conocimientos; y demostrar que la enseñanza de calidad no es solo una responsabilidad individual, sino también o, sobre todo, una responsabilidad colectiva.

Los cambios en los modelos de formación y desarrollo profesional docente deben ir acompañados de cambios organizacionales y cambios en las culturas escolares.

La colaboración y el apoyo mutuo, las redes profesionales, el aprendizaje permanente, el uso de evidencias, la implicación de las familias y la colaboración de las administraciones educativas son fundamentales frente al desafío de mejorar un sistema educativo en su conjunto (Hargreaves y Shirley, 2009). “La enseñanza se ha convertido en un trabajo imprescindiblemente colectivo” (Imbernón, F. 2001, p. 11). Los aprendizajes de los estudiantes son el resultado siempre de la intervención de un grupo de docentes (Ávalos, 2009). Sin embargo, señala Bolívar (2018, p.51), “para los profesores, es un trabajo aislado, en el espacio privativo del aula, con escasas posibilidades de aprender de sus pares”. Además, los docentes aprenden de sus prácticas pedagógicas: aprenden a aprender, a buscar, a seleccionar, a experimentar, a innovar, en fin, a enseñar (Calvo, 2014).

No hay duda, de que la mejora de la educación pasa por una profunda reforma de la profesión docente pero tampoco que, para cambiar la educación, no solo es necesario cambiar al profesorado, sino potenciar al mismo tiempo el cambio en los contextos donde el profesorado desarrolla su cometido y los procesos que condicionan sus prácticas: “las escuelas, la normativa, el apoyo comunitario, los procesos de decisión, la comunicación” (Imbernón, 2006, p. 42).

Si queremos nuevas prácticas docentes y nuevos patrones de relación entre los docentes, debemos actuar en los contextos organizativos en los que trabajan (Bolívar, Domingo, Escudero, Rodrigo, 2007).

Si queremos que los cambios tengan un impacto real en los resultados de los alumnos a través de una incidencia real en la vida de los centros y que estos cambios sean sostenibles deben generarse desde dentro para desarrollar su propia cultura innovadora, incidiendo en la estructura organizativa y profesional e implicando al profesorado en un análisis reflexivo de lo que hace.

La mejora de un centro educativo (y de los resultados de sus alumnos) depende, en gran medida, de su capacidad para desarrollar internamente el cambio.

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La buena noticia es que “todas las escuelas tienen la capacidad interna de mejora” (Harris, 2002, p. 11).

La transformación, la innovación y el cambio dependen menos de leyes y reformas que de proyectos de institución y de prácticas profesionales. La innovación y el cambio exigen hacer esfuerzos explícitos para fomentar y desarrollar en las escuelas entornos de confianza. Cada actor implicado debe tener confianza en su propia capacidad, en la de sus colegas y en la de la escuela globalmente para promover la innovación y el cambio (Harris, 2002). El trabajo colectivo en entornos de confianza facilita la reflexión en las propias prácticas, lo que permite a los docentes tomar riesgos, resolver problemas y atender los dilemas en su práctica (Darling-Hammond, Hyler y Gardner, 2017).

Necesitamos trabajar por una cultura de la colaboración, la cooperación, la confianza, la complicidad, el apoyo mutuo y la tolerancia profesional.

Sin embargo, tanto las actuales estructuras escolares (los tiempos y la organización curricular) como la cultura escolar predominante y la identidad docente dificultan que los profesores piensen en términos de problemas compartidos o de objetivos organizativos más amplios. “En el interior de las escuelas, los profesores tienden a pensar en términos de mi aula, mi materia o mis alumnos” (Darling-Hammond y Mclaughlin, 2004, p. 10).

Cambiar esta situación exige actuar con políticas diversas, capaces de actuar sobre todas las dimensiones implicadas en la mejora escolar, y exige especialmente trabajar a favor de un profesionalismo ampliado, construido en la interacción y colaboración con otros colegas.

Necesitamos transformar la tradicional cultura escolar individualista por una cultura de la colaboración y la responsabilidad compartida. La reclusión en el aula individual no lleva muy lejos la innovación si, al tiempo, no se incrementan los modos de trabajar y aprender juntos. Debemos tener presente, como estamos diciendo, que las creencias de los docentes suelen estar determinadas por las estructuras en las que trabajan. En términos de Hargreaves y Goodson debemos trabajar a favor de un compromiso “de trabajo con los colegas; a favor de culturas colaborativas de apoyo y ayuda mutua, utilizando la experiencia compartida para resolver los problemas de la práctica profesional; a favor de un compromiso con una cultura del cuidado hacia los estudiantes y no solo por una cultura del servicio. Lo que, a su vez, nos debe llevar a reconocer e incorporar las dimensiones emocionales y cognitivas de la enseñanza; un compromiso personal con el aprendizaje continuo desde la propia experiencia y los estándares de práctica propios.” (Hargreaves y Goodson, 1996, p. vii)

Hoy la complejidad de la enseñanza exige una cultura profesional que, desde la autonomía y el juicio crítico, adopte una disposición colaborativa en el pensamiento y la práctica (Revenga en Imbernón, 2017, p. 94). No se trata, como advierten Bolívar, Escudero, Teresa y Rodrigo (2007, p. 27), de que todos piensen y sientan del mismo modo, “ni de que lo colectivo diluya a lo individual y más personal”.

Eliminar el individualismo no es lo mismo que eliminar la individualidad. La individualidad genera desacuerdo creativo y riesgo que son recursos fundamentales para el aprendizaje grupal dinámico y de progreso (Hargreaves y Fullan, 2014).

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Abordar los retos actuales de la educación escolar pasa por hacer una apuesta decidida por mejorar la colaboración entre docentes. Es cierto, como sostienen desde el Foro de Sevilla, que “es necesario volver a poner de relieve el modelo de profesional docente ligado a un trabajo autónomo, reflexivo y comprometido, lejos de la figura de un aplicador de estándares y normas, sujeto a perfiles profesionales que no corresponden con el trabajo educativo” (Imbernón, Gimeno Sacristán, Rodríguez Martínez y Sured, 2017), pero sobre todo debemos trabajar por transformar la tradicional cultura individualista que aún impera en la mayoría de nuestros centros educativos por una cultura de la colegialidad y el apoyo mutuo. La colegialidad que necesitamos no es lo opuesto a la individualidad.

Necesitamos una colegialidad construida desde lo mejor de nuestras individuales.

Ante los retos educativos de nuestro tiempo, es cada vez más importante romper el tradicional aislamiento del profesor en su aula, así como la separación entre la escuela y su entorno. Es necesario trabajar desde la formación inicial, los periodos de inducción profesional y el desarrollo profesional continuo por una cultura de la colaboración docente, el liderazgo distribuido, el trabajo en redes y la implicación de toda la comunidad.

Todo lo anterior nos lleva a la necesidad de repensar la profesión docente. Nos lleva, en cierta manera a reprofesionalizar la docencia. Reprofesionalizar la docencia es, en primer lugar, oponerse a aquellos que pretenden simplificar la complejidad de la enseñanza. Pero también a todos los que consideran que ser docente es sobre todo una cuestión técnica, basada esencialmente en las capacidades individuales y que aceptan sin crítica la afirmación del informe Mckinsey, insisten en individualizar los retos (buscar los mejores expedientes, priorizando la formación de las capacidades individuales…) e ignoran la importancia de los contextos de trabajo y las culturas escolares.

Reprofesionalizar la docencia es aumentar el capital profesional de los docentes y de las escuelas, entendido éste como la combinación de capital humano, social y decisorio (Hargreaves y Fullan, 2014). El capital humano hace referencia al talento individual. Hace referencia directa a la afirmación del informe Mckinsey y, en general, a todas las políticas educativas y posturas que sostienen que la mejora de la educación pasa por seleccionar a los mejores, a los más dotados, a los más formados para ejercer. Como sostienen Hargreaves y Fullan (2014) la variable clave que determina el éxito no es el capital humano sino el grado de capital social, es decir, la cantidad y calidad de las interacciones y relaciones sociales entre las personas.

Bruno Bollaert cc by-nc-sa https://flic.kr/p/avd2wM

Reprofesionalizar la docencia pasa por reconstruir las escuelas como comunidades profesionales de aprendizaje (Bolívar y Bolívar-Ruano, 2016), por romper la cultura individualista y por promover la colegialidad y el trabajo en colaboración como requisitos básicos para la mejora y el cambio educativo. Pasa por ser conscientes de que los grupos, los equipos y las comunidades son muchos más poderosos que los individuos cuando se trata de desarrollar capital humano. Pasa por crear una comunidad de docentes que discuta y desarrolle sus intenciones en conjunto, con tiempo, para desarrollar una misión común en sus escuelas (Fullan y Hargreaves, 1996). Pasa por hacer de las escuelas no sólo un lugar de aprendizaje para los alumnos, sino también un lugar de aprendizaje y desarrollo profesional para quienes en ella trabajan (Bolívar, Domingo, Escudero, Rodrigo, 2007). Pasa por pensar “el centro como tarea colectiva, convirtiéndolo en el lugar donde se analiza, discute y decide, conjuntamente, sobre lo que pasa y lo que se quiere lograr” (Bolívar, 2000).

La única manera de atender al reto de la diversidad es con diversidad.

Una educación de calidad y adaptativa, no puede surgir de la simple suma de las decisiones de los docentes y otros profesionales, sino que requiere un proyecto educativo compartido, lo que nos lleva al nivel y el ámbito del centro y a su proyecto. (Fernández Enguita, 2018). Tradicionalmente la escuela ha dado respuestas colectivas (iguales para todos) basadas en el trabajo individual de los docentes. Ahora debe dar respuestas individualizadas desde el trabajo colectivo de equipos docentes. Si aprender juntos es aprender más, podríamos decir que enseñar con otros es enseñar mejor.

Parafraseando el Decreto de 29 de septiembre de 1931 por el que el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes planteó el Plan Profesional de formación del profesorado, podemos decir que tan urgente es hoy formar a los maestros que hagan crecer y sostengan esta nueva cultura profesional basada en la práctica reflexiva, la colaboración, la cooperación, el trabajo en equipo, la tolerancia profesional, la autonomía y la responsabilidad, como lo es crear las escuelas que impulsen la cultura escolar necesaria para que ese “nuevo profesional” pueda trabajar y desarrollarse profesionalmente.

Urge, como decía el decreto, trabajar por convertir los centros educativos en espacios de aprendizaje docente, transformándolos en lugares que ofrezcan oportunidades “al profesorado para ejercer de otro modo la profesión, reflexionando críticamente sobre su práctica e intercambiando experiencias para hacer un mejor trabajo con el alumnado, asumiendo la responsabilidad colectiva para el aprendizaje de los estudiantes; en fin, aprender continuamente unos de otros a mejorar sus prácticas docentes y crecer profesionalmente.” (Bolívar, 2018, p. 46). Urge trabajar por generar nuevos escenarios de profesionalidad. Urge, finalmente, reprofesionalizar la docencia desde una asunción sincera de las nuevas responsabilidades derivadas de los cambios en los fines de la educación y desde un compromiso sincero con los estudiantes.

La enseñanza no es un asunto técnico. Todo lo contrario. Es algo profundamente ligado a la acción y a la práctica. Es una práctica racional, reflexiva e intencional pero también subjetiva y altamente incierta. Requiere improvisación, conjetura, experimentación y valoración (Marcelo, 2001), cualidades muy alejadas de una concepción puramente técnica de la misma.

La complejidad de la enseñanza requiere, por parte de los profesionales, de una continua reflexión sobre, desde y en la práctica (Schön, 1983).

No hay manuales, ni cursillos para ser un buen docente. Llegar a serlo es un proceso largo, altamente contextual, lleno de incertidumbre y conocimientos tácitos. Los cambios deben estar guiados por visiones morales y sociopolíticas sobre los propósitos a los que debe servir el profesionalismo docente en el contexto de comunidades construidas sobre el cuidado mutuo y de democracias socialmente vigorosas. El tema es todo menos sencillo.

Andrea La Rosa cc by-nc-sa https://flic.kr/p/rnwXii

Este texto se publicó como artículo en el Monográfico Profesión y profesionalidad docente (2019), coordinado por Jesús Manso y José Moya, impulsado por la Red por el Diálogo Educativo (REDE) y publicado por Anele.

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Fuente: https://carlosmagro.wordpress.com/2019/05/18/escenarios-para-una-nueva-profesion/

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Entrevista a Andrea Alliaud

Por: Andrea Alliaud.

Antes del lanzamiento del la 4ª edición de DECEDUCANDO, tuvimos las posibilidad de conversar con Andrea Alliaud acerca de las transformaciones en el oficio y la formación docente. 

Javier Lamónica: Tal vez uno de los conceptos pedagógicos más importantes en la obra de Kant, sea aquel que propone que el hombre es el único ser susceptible de educación, y que esa educación no puede ser recibida si no es a través de otros hombres. En este sentido, ¿cuál cree usted que es actualmente el sentido de educar?

Andrea Alliaud: Yo creo que tiene que ver fundamentalmente con una responsabilidad adulta que consiste en inscribir a las nuevas generaciones en una herencia y en un corpus cultural. Esta fue y es la tarea de educar y la de los educadores. Por otro lado, es una oportunidad que tenemos quienes educamos, y fundamentalmente quienes enseñamos, es decir, quienes lo hacemos de manera sistemática, de asegurar la formación de las nuevas generaciones. Esto quiere decir, abrir las múltiples e infinitas posibilidades para que los niños, los jóvenes y aún los adultos, se formen en un sentido trascendente respecto de sus orígenes, tanto familiares, como sociales y culturales. Esta tarea de trascendencia guarda para mí una importancia fundamental porque tiene una función emancipadora y liberadora. Así entendida, la tarea de educar tiene una doble responsabilidad, la de legar lo heredado para inscribir a los nuevos en la cultura y, a la vez, abrir la posibilidad para que las nuevas generaciones atraviesen este proceso formativo que implica, cuando acontece, una emancipación y liberación que permita hacer con lo heredado lo que uno decida.

J.L: ¿Y cuál cree que es la tarea de la escuela en estos dos procesos que describe?

A.A: En el caso de las escuelas estos procesos se dan de manera normada, sistemática y masiva. Si tomamos la primera de las dimensiones de las que hablamos antes, las escuela,  y los sistemas educativos en términos más amplios, decide qué porciones de la cultura transmitir de acuerdo a ciertas edades y ciclos de vida. No es lo que cada uno hace particularmente sino que la escuela tiene la pretensión de llegar a todos y todas a través de un legado “común”. En cuanto al carácter emancipador de la educación, creo que la escuela tiene mucho para aportar, porque si bien la formación y el aprendizaje dependen, en parte, de una decisión individual, no podemos dejar a los niños y a los jóvenes solos, sino que como adultos tenemos la responsabilidad de guiarlos e interesarlos, no sólo para que estén ahí, sino para que deseen tomar aquello que tenemos para ofrecerles. Creo que la enseñanza (nuestras enseñanzas) tendría que poder convocarlos, seducirlos y acompañarlos en este proceso de acceder a lo nuevo, que nunca es un recorrido fácil. Me parece que este es el desafío fundamental que tenemos como adultos.

J.L: En su investigación sobre las biografías escolares en el desempeño profesional de los docentes noveles (2004) plantea, entre otras cuestiones, que la tarea docente es percibida como una actividad que requiere grandeza y para la cual no se sienten suficientemente preparados. A pesar de ello, los docentes novatos parecen asumir individualmente la responsabilidad por la educación de los alumnos. Son ellos, desamparados por el Estado, quienes se harían cargo de este gran proyecto educativo, asumiendo como propios los éxitos y los fracasos. Oponiéndose al desinterés que atribuyen a los docentes más experimentados, los noveles docentes parecen dispuestos a aceptar el gran desafío. Trece años después de aquel estudio, ¿cree que los jóvenes docentes siguen aceptando este desafío?

A.A: Yo creo que en los noveles, esto que llamamos grandeza, se da de manera desproporcionada. La tarea de educar se asume como algo muy importante, aunque confían bastante poco en sí mismos y en las herramientas con las cuentan para hacerse cargo de ese mandato. Sobra responsabilidad a la vez que falta confianza, todo lo cual va en desmedro del sentido educador de su tarea. Intuyo que esto es algo que sigue ocurriendo. La tarea de educar, más allá del nivel y el sector sociodemográfico en donde uno se desempeñe, se presenta como una actividad compleja. Hoy tenemos que ver cómo hacemos para que los niños/as y jóvenes entren en un vínculo pedagógico mediado por los conocimientos y el saber. Cómo hago con todo ese saber disciplinar disponible para afrontar una situación de enseñanza. El desafío es pensar y desarrollar la educación teniendo como referencia es saber, pero ya no como se concebía antes, es decir, que yo voy a aplicar ese conocimiento que aprendí en mi formación dentro de la clase. A partir de eses saber, yo tengo que poder crear, experimentar, probar y volver a empezar. Hay todo un proceso de producción, que si bien siempre estuvo presente, hoy aparece como condición. Esta es la idea fundamental que trabajo en “Los artesanos de la enseñanza”. Ya no basta con formar al docente como aplicador de un método y de un conocimiento. Si yo quiero enseñar un contenido como me enseñaron que se enseñaba, es muy probable que en esa clase y con ese grupo no me pueda encontrar con esos otros. Ahí es en donde, por ejemplo, podemos tomar experiencias como las que se narran en la serie “Merlí”; porque este profesor vuelve a su saber filosófico con las preguntas que en ese momento están circulando entre ese grupo de adolescentes. Él hace una lectura del contenido disciplinar, va a la clase y lo desarrolla en función de los interrogantes de ese colectivo de estudiantes. En este sentido, la enseñanza se convierte en un acto creativo. El saber cobra protagonismo, no porque lo diga un plan de enseñanza, sino porque permite interpelar la realidad de esos sujetos que están aprendiendo. No es que ahora hay que hacer o dejar de hacer siguiendo a Merlí. El valor de ciertas figuras o representaciones está en que, a partir de ellas, podamos interpelar nuestra propia experiencia. Me parece que inspirarse y practicar formas alternativas que permitan enriquecer nuestra práctica es necesario, no solo para los docentes que recién se inician la docencia sino también para los más experimentados.

J.L: En el momento en que escribió su tesis de doctorado los docentes con más experiencia todavía podían dar cuenta de una escuela en la que Estado, y por tanto los docentes, cumplía un rol diferente. En este sentido, el relato sobre la escuela de antes, como un tiempo añorado y sin retorno, aparecía con fuerza en el encuentro con los docentes noveles, que debían enfrentarse a una nueva realidad. Hoy en día, “aquellos tiempos felices”, si es que en algún momento lo fueron, parecen haber quedado muy atrás, y tanto los docentes experimentados como los que recién comienzan su trayectoria profesional tuvieron y tiene que enfrentarse a problemas similares. Siguiendo este análisis, ¿cómo le parece que se da hoy ese encuentro?

A.A: Es interesante pensar esta relación porque durante mucho tiempo se mantuvo un discurso nostálgico e idealizado sobre la escuela de antes que, como dice Dubet (2006), no es que fuera tan buena, sino que contaba con marcos institucionales sólidos que, de algún modo, respaldaban y legitimaban el quehacer de los docentes. Hoy por hoy, en marcos mucho menos regulados, la enseñanza y la acción pedagógica requiere de nuevas estrategias y capacidades. Esto significa que el hecho de ser docente ya no alcanza para desempeñar y legitimar la tarea. No hay algo prescripto que uno desarrolla, sino que hay una posición que uno va habitando y construyendo. En este recorrido, un elemento fundamental para mejorar lo que hacemos es la dimensión colectiva de nuestro oficio. En estos marcos debilitados, el docente individualmente posicionado ya no puede con la situación. El trabajo con otros aparece entonces como una respuesta posible para manejarnos en este terreno incierto y complejo en el que se desarrolla la enseñanza de hoy. Si pensamos que lo de antes era mejor que lo de ahora se obtura cualquier posibilidad de apertura. Sería interesante rastrear cómo conviven experiencias menos reguladas, que sabemos existen en muchas escuelas, con otras que tiene más que ver con la prevalencia y el predominio de lo que algunos autores llaman “la forma escolar”. Si yo pienso en una escuela en la que predominan este tipo de experiencias, pienso en un formato dividido en aulas, en donde se divide el saber y en donde cada docente está solo. Lo que necesitamos es pensar, reflexionar y experimentar no desde la individualidad sino desde el colectivo que se comparte con otros. Ahí es donde ocupa un lugar importantísimo y fundamental la dirección escolar.

J.L: Cree que la formación docente ha acompañado estos cambios que ha sufrido el oficio en las últimas décadas?

A.A: Creo que la formación docente se enriqueció con nuevos marcos conceptuales, no sólo en cuanto a los contenidos sino también en cuanto a la incorporación de nuevos abordajes vinculados a los cambios culturales y a la concepción de los sujetos, entre otros. Un segundo aspecto sobre el que se ha avanzado mucho es en la incorporación de las prácticas profesionales desde el comienzo de la formación, pero aún cuesta romper con la idea de que hay un lugar en donde se piensa y un lugar en donde se acciona. Para mí el oficio de enseñar tendría que estar atravesando la totalidad del proceso formativo, y todos los formadores, más allá del lugar que estén ocupando, tendrían que estar atravesados por los temas, interrogantes y situaciones propias del oficio de enseñar hoy. En una clase de filosofía o sociología de la educación, por ejemplo, es importante que un estudiante pueda pensar cómo las decisiones pedagógicas tienen que ver con temas como la igualdad y la justicia social, por señalar algunos. La formación tendría que permitirnos pensar la realidad del aula a partir esos marcos conceptuales aparentemente teóricos y abstractos. Si la formación no liga los distintos campos del saber con la práctica, se dificulta enormemente formar docentes que sepan y puedan enseñar hoy.

J.L: Retomando una pregunta que se hacen con Antelo en los gajes del oficio (2011), ¿qué podemos entender hoy por educación de calidad?

A.A: Desde la concepción de oficio defiendo y hasta propongo, cosa que en general no ocurre, que el trabajo docente contemple la práctica de la evaluación. El docente es el que tendría que poder dar cuenta de ese proceso de “constatación”. Hoy la fragilidad institucional hace que nosotros tengamos que mostrar y comunicar lo que hacemos como un medio de legitimar nuestro trabajo. Por eso me parece importante que la escuela, y de manera particular los docentes, puedan apropiarse de ese acto de “poner fuera” lo que hicieron como producto de su propio trabajo. Hay algo de esto que hoy requiere de cierta comunicación y publicidad como medio de legitimación, que si no se hace, se produce en otro lugar y termina deslegitimando lo que sucede dentro de las escuelas. Me parece que una vez más hay que posicionarse desde ese colectivo profesional. Si uno se asume como productor de la totalidad del proceso, también tiene que decidir lo que muestra y cómo lo muestra. Creo que es sumamente importante poder hacer visible cada uno de los pequeños logros y manifestaciones que ocurren en las escuelas, que son los verdaderos resultados del aprendizaje. Hay que estar alertas y atentos, primero para producir, y luego para captar esos productos y dar cuenta de lo que los docentes y la escuela son capaces de hacer, que en muchos casos queda invisibilizado detrás de resultados numéricos duros, impesonales, que suelen apuntar hacia el fracaso.

Bibliografía

Alliaud, A. (2004); La biografía escolar en el desempeño profesional de docentes noveles; Buenos Aires: Mimeo (Tesis de Doctorado en Educación. Facultad de Filosofía y Letras, UBA).

Alliaud, A. (2017); Los artesanos de la enseñanza. Acerca de la formación de maestros con oficio; Buenos Aires: Paidós.

Alliaud, A. y Antelo, E. (2011); Los gajes del oficio. Enseñanza, pedagogía y formación; Buenos Aires: Aique.

Dubet, F. (2006); El declive de la institución. Profesiones, sujetos e individuos en la modernidad; Barcelona: Gedisa.


(1) Andrea Alliaud es Doctora en Educación (UBA). Docente investigadora del Departamento de Ciencias de la Educación en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Autora de «Los artesanos de la enseñanza», editado por Paidós en 2017, entre otras publicaciones.

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España: 15 imprescindibles propuestas educativas para la XIV legislatura

Redacción: Mundiario

La educación es el pilar fundamental de cualquier sociedad. En España es necesaria una verdadera y consensuada reforma al respecto. Sin embargo, este tema apenas aparece en la agenda política.

El domingo 10 de noviembre se celebrarán nuevas elecciones al Congreso de los Diputados. El epicentro de la precampaña y campaña ha sido y seguramente será el conflicto político catalán. Pero apenas se mencionan otros temas tan importantes para el desarrollo de España como la educación. Como profesor de enseñanza media por la especialidad de Geografía e Historia me gustaría realizar algunas propuestas para mejorar la calidad de nuestra educación:

Para la enseñanza preuniversitaria

1) Considerar la posibilidad de una segunda repetición en la educación primaria. Actualmente la administración solamente puede hacerlo una vez, y ello implica un importante desfase curricular una vez que llegan a la ESO.

2) Bajar, tanto para Primaria como para Secundaria, la ratio de alumnado por aula a la cifra de, al menos, 15 estudiantes por docente. Actualmente (OCDE, 2017) esta se sitúa en 22/1 en el primer caso y en 25/1 en el segundo.

3) Reducir igualmente el número de docentes por cada profesional de apoyo pedagógico por debajo de la cifra de 10/1. Actualmente (OCDE, 2018) hay 11 profesores titulares por cada uno de refuerzo. El apoyo pedagógico resulta indispensable en grupos con dificultades de aprendizaje.

4) Que dicha ratio -para ambos casos- sea más baja en centros de compensatoria o de difícil desempeño. E igualmente, que el personal de Orientación y del equipo directivo sea más numeroso en este tipo de colegios e institutos.

5) Que todo el alumnado no universitario tenga la posibilidad de acudir a pasantías, bien por la propia capacidad económica de las familias o, en caso contrario, mediante la dación de cheques públicos.

6) Imponer en la enseñanza secundaria, mediante previa medificación normativa, los suspensos por mal comportamiento en cada materia, en caso de que el desempeño académico en las mismas sea de aprobado. Ello mejoraría los niveles de convivencia en las aulas.

7) Establecer la FP Básica (antigua FP I de la Ley General de Educación) a partir de los 14 años para aquellos alumnos que tengan clara la decisión de un abandono escolar temprano. Hacer esta medida efectiva, pues actualmente el número de plazas asociadas a esta formación es insuficiente.

8) Aumentar el número de integradores/trabajadores/educadores sociales que desempeñan su labor en los colegios e institutos, y permitir legalmente que estos profesionales puedan impartir actividades lúdico-formativas y psicopedagógicas a estudiantes que sean expulsados por conductas disruptivas.

9) Establecer el concurso-oposición como forma de reclutamiento del profesorado de colegios concertados: por una cuestión de justicia (son centros que, al fin y al cabo, reciben dinero de todos) y de meritocracia (son procesos más transparentes que la mera contratación por los empleadores privados).

10) Establecer sistemas de incentivos al profesorado consistentes en pequeñas oscilaciones negativas o positivas del sueldo, a partir de informes trimestrales de evaluación por parte de los equipos directivos y, en el caso de la enseñanza media, considerando las notas de Selectividad y de las pruebas de acceso a FP y Bachillerato (esta última aún no existe).

11) Hacer más útil el máster en formación del profesorado, a través de la conversión en prácticos del 90% de los créditos. El alumnado de posgrado acudiría como profesor auxiliar de refuerzo a distintos IES que se repartirían ordenadamente desde el punto de vista geográfico.

12) Hacer lo mismo con los estudiantes de Magisterio.

Para la enseñanza universitaria

13) Reducir al mínimo posible el número de titulaciones ofertadas en España cuyos niveles de salida laboral sea ínfimo e invertir ese dinero en otras titulaciones universitarias y de FP más eficientes laboralmente.

14)  Seleccionar, mediante procesos selectivos públicos, a coordinadores académico-laborales entre las universidades y empresas, con el fin de adaptar el currículo de FP y universidades a las necesidades del mercado de trabajo. Si nos fijamos, por ejemplo, en la historia económica de Alemania, observamos que su desarrollo durante la Segunda Revolución Industrial se logró en buena medida a la colaboración mutua entre esos dos tipos de organizaciones.

15) Situar la inversión en I+D, al menos, en la media de la UE. Actualmente, es del 1,2%; mientras que en la UE es de un 2,07%, según Eurostat. Ello favorecería la economía sostenible y la transición ecológica. Las universidades (mediante la formación e investigación), junto a otras organizaciones, serían las protagonistas de este cambio.

La implementación de todas estas medidas requeriría un aumento de al menos nueve puntos porcentuales sobre el PIB (ocho, relacionados con la educación; y uno, con el capítulo de I+D). En este sentido, si tomamos los datos del Comisión Europea, en España el porcentaje de gasto sobre el PIB en 2016 fue de un 4,25%. En Finlandia (el tercer país con mejor sistema educativo, según el Informe PISA de 2012) el gasto en 2018 fue, según Expansión, de un 12,46%.

Obviamente, para ello el nuevo ejecutivo necesitaría obtener nuevos ingresos o recortar gastos de otras partidas. En mi opinión, la primera idea sería más justa y eficiente. La lucha efectiva contra el la economía sumergida (por ejemplo, eliminando prácticamente el dinero en efectivo), la cual supone un 23% del PIB (Funcas, 2018), podría ser una idea positiva, puesto que dicha recaudación supondría un importante beneficio para nuestro sistema educativo -al permitirnos mayores niveles de gasto-, así como para otras áreas institucionales de nuestro país.

Fuente: https://www.mundiario.com/articulo/politica/quince-necesarias-propuestas-educativas/20191031141043168135.html

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Gobierno de Guatemala amplía cobertura de programa para fortalecer formación académica docente

America Central /Guatemala/

El Gobierno de Guatemala estableció la ampliación de cobertura de un programa para fortalecer la formación académica del magisterio nacional mediante el Acuerdo 2712-2019 del Ministerio de Educación publicado hoy en el Diario de Centro América (oficial).

Se trata del Programa Académico de Desarrollo Profesional (Padep), dirigido a los encargados de la enseñanza pública en el país centroamericano. El Acuerdo entra en vigencia mañana.

En su artículo primero la normativa establece que el “Padep es el programa de profesionalización dirigido al recurso humano educativo en servicio del sector oficial del Ministerio de Educación” y su objetivo es “elevar el nivel académico”.

Este instrumento jurídico deroga, a su vez, el Acuerdo Ministerial 1176-2010 por medio del cual se creó el Padep pero con cobertura para los maestros de nivel preprimario y primario. Con esta actualización del Padep se podrá profesionalizar al sector académico público a nivel básico y diversificado.

Otros objetivos del Padep son: «Mejorar el desempeño laboral del recurso educativo» y «especializar al recurso humano en el nivel, modalidad educativa, en el marco del multilingüsmo, multuculturalidad e interculturalidad», dice el Acuerdo.

El programa está dirigido a docentes, directores, supervisores, asesores pedagógicos de los niveles de educación preprimaria, primaria, media (ciclo de educación básica y diversificada) y personal técnico pedagógico, consigna el Acuerdo.

El Programa está dirigido a personal con reglón 011 y ofrece formación a nivel universitario, con la acreditación correspondiente según sea el caso. Otra de sus características es que «valora y toma en cuenta la experiencia del recurso humano educativo» y se desarrolla en forma semi presencial fuera de la jornada laboral.

Para optar al Padep se debe de ser voluntario, cumplir con el proceso de admisión, además firmar carta de compromiso de participación con el Ministerio de Educación. AGN mv/ac

Fuente: https://www.agn.com.gt/gobierno-de-guatemala-amplia-cobertura-de-programa-para-fortalecer-formacion-academica-docente/

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Argentina: La formación de los docentes, bajo la lupa En el país se crean más de 25 profesorados por año y muy pocos son de ciencias duras o idiomas

Pese a que el Gobierno se había planteado reducir y ordenar esa oferta educativa, los institutos siguieron creciendo.

América del Sur/Chile/clarin.com/

Mil quinientos veintiocho. Esa es la cantidad de institutos en los que se forman hoy los docentes en la Argentina. Lejos de reducirse este número, como había planteado el actual gobierno cuando asumió en 2016 -como una forma de reordenar esta oferta para que esté menos fragmentada y más concentrada en las instituciones con mejores resultados-, los profesorados siguieron creciendo.

Y lo hacen a un ritmo de poco más de 25 nuevos institutos de formación cada 365 días. Hoy la Argentina tiene muchos más profesorados por habitantes que otros países de la región. Y no es sólo cuestión de cantidad: son muy pocos los que se especializan en áreas prioritarias como ciencias duras o idiomas.

CANTIDAD DE TÍTULOS DE FORMACIÓN DOCENTE


NÚMERO DE PROFESORADOS CADA MILLÓN DE HABITANTES.


Fuente: OBSERVATORIO ARGENTINO POR LA EDUCACIÓN Infografía: Clarín

Los números indican que la cantidad de institutos de formación docente aumentó 17,7% entre 2009 y 2018: pasó de 1.298 a los actuales 1.528. En el país hay 34 profesorados por cada millón de habitantes: un promedio muy superior al de Chile (4), México (4), Colombia (2,3) y Francia (0,5). La mayor parte de la oferta (62,4%) es estatal. Los datos surgen de un nuevo estudio del Observatorio Argentinos por la Educación.

Maestros preparados y motivados, la clave para mejorar los resultados en el aula

La funcionaria explicó que la ley de Educación establece que la formación docente tiene que garantizar cuatro funciones: formación inicial (futuros docentes), formación continua (en ejercicio), dar apoyo a las escuelas e investigación. “La mayoría de los institutos se dedican a lo primero y sin planificación, cuando todo es importante para la calidad de la educación”, dice Veleda.

Mariano Palamidessi, doctor en Educación y profesor en las universidades Di Tella y San Andrés, explicó a esta diario que el principal inconveniente que tiene el sistema a nivel nacional es que los institutos están bajo control provincial. Son los distritos quienes tienen la capacidad de financiar o no a los profesorados, y los que pagan los costos políticos cada vez que toma una decisión.

“El sistema se expande, pero no por una planificación sino por otra lógica, como la necesidad de algunos legisladores o intendentes de crear carreras para los jóvenes de esas localidades”, dijo. Así, el sistema de formación docente responde a una demanda social y no de planeamiento educativo.

“Además, sigue la lógica de llegar a todos lados como la educación obligatoria y esto atenta contra la calidad. En muchos lugares del interior no hay formadores de formadores para las carreras que más se necesitan y se produce sobreoferta de las carreras de inicial y primaria”, agrega Veleda.

Como consecuencia, muchos jóvenes recién recibidos de docentes terminan emigrando a otras jurisdicciones. Las provincias con más excedentes de maestros y profesores son precisamente aquellas que tienen menos dinamismo económico. Esto se ve en el informe del Observatorio que muestra la proporción de docentes por habitantes en cada distrito.

Hay que sumar incentivos para atraer a los jóvenes a la profesión docente

Chaco, La Rioja y Catamarca son los distritos con mayor cantidad de institutos por cada millón de habitantes (81,3; 74,7 y 65,6, respectivamente). En el otro extremo están San Luis, Río Negro y Santa Cruz (19,9; 19,0 y 14,0 por cada millón de habitantes, respectivamente).

Los profesorados también tienen un problema de eficiencia. Hoy el 70% de los estudiantes que entran abandona en los primeros dos años. Y entre los factores de esta deserción, están desde los déficits con los que llegan de la secundaria (para lo cual pusieron cursos introductorios de un mes centrados en la comprensión lectora), hasta la realidad de los estudiantes (muchos tienen cargas laborales o familiares), o la misma organización poco flexible de los profesorados.

Todo esto hace que, si bien el sistema es muy grande, más de la mitad de los institutos de formación docente tiene menos de 250 estudiantes entre los cuatro años, y un 25% tiene menos de 100 estudiantes. Esto hace a una fuerte ineficiencia en la inversión en esta área.

«Es una realidad que impide lograr ciertas condiciones de calidad para la formación docente. La mayoría de los institutos no tiene edificio propio, funcionan en el turno noche de escuelas primarias y secundarias (muchas veces con banquitos de la primaria), no tienen el equipamiento ni el espacio necesario», dice Veleda.

¿Por qué el gobierno no pudo con este tema?

“Propusimos a las provincias una planificación que pasara por discontinuar la inscripción en carreras saturadas, abrir carreras prioritarias, hacer análisis de la oferta para relocalizar carreras, fusionar comisiones pequeñas, revisar los aportes al sector privado con esta misma lógica, reaprovechar a los formadores que se queden sin estudiantes en la formación continua y tender progresivamente a concentrar la formación inicial en menos institutos distribuidos estratégicamente. No era cierre ni despidos. Y se garantizaba la estabilidad laboral. Sólo Mendoza y Jujuy avanzaron en esta dirección. Y Capital con su propio modelo”, afirma Veleda.

La UniCABA quedó para el primer semestre de 2022

La Ciudad fue el distrito donde se debatió con más fuerza la formación docente. Fue a partir del proyecto de creación de una universidad específica por parte del Gobierno porteños. Tras idas y vueltas, el proyecto salió por ley a fines de 2018. Se dijo entonces que los primeros alumnos empezarían a cursar en 2020, pero la implementación viene demorada.

Consultado por Clarín, Mariano Palamidessi -coordinador del área- dijo que la universidad tendrá tres áreas: educación y desarrollo, industrias del conocimiento y gestión de ciudades. La formación docente estará en la primera.

El funcionario agregó que todavía falta que la universidad sea aprobada por las autoridades nacionales y que el objetivo será complementar a los profesorados. «Trabajará en acuerdo y no competencia con los profesorados», dijo.

Fuente: https://www.clarin.com/sociedad/pais-crean-25-profesorados-ano-pocos-ciencias-duras-idiomas_0_vIQ2slZb.html

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