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Reseña: Entre la escuela y el surco. La experiencia de niñas y niños migrantes (PDF)

Por: Selene Kareli/CII-OVE

Entre la escuela y el surco. La experiencia de niñas y niños migrantes a partir de sus relatos de vida, es un texto que surge a partir del proyecto de investigación Equidad educativa en los campos agrícolas. Recuperando la voz de niñas, niños y jóvenes de familias de jornaleros migrantes, a partir de sus relatos de vida, mismo que fue coordinado por Carlos Rafael Rodriguez Solera desde el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Educación (INIDE) perteneciente a la Universidad Iberoamericana. Tiene número de ISBN: 978-607-417-951-4, consta de 238 páginas y fue publicado en 2022.

Este texto consta de seis capítulos; 1) Discusiones conceptuales y metodología; 2) No accedieron a la educación básica; 3) Abandonaron antes de concluir la educación básica; 4) Trayectorias regulares sin problemas de extraedad; 5) Concluyeron la educación básica; y, 6) Conclusiones y análisis de conjunto.

Entre la escuela y el surco recupera la voz de 100 niños, niñas y jóvenes migrantes que, en palabras de Carlos Rodriguez, accedieron a compartir sus vivencias, sus sueños y esperanzas: confiaron sus voces para trascender los campos agrícolas. De esta manera, las infancias a quienes se acercaron durante varios años de investigación (2016-2020) provienen de Baja California, Estado de México, Hidalgo, Morelos, Sinaloa y Sonora. Carlos Rodríguez expresa que, se enfocaron en los itinerarios migratorios, laborales y escolares, la forma en que se entrelazan y se afectan mutuamente y, en particular, trataron de identificar mecanismos sociales que explican por qué algunos niños y niñas siguen la trayectoria de abandono escolar, mientras que otros logran sortear ese destino y culminar con éxito sus estudios.

En este sentido, uno de los propósitos del texto que ahora se comparte, ha sido dar a conocer la voz de niñas, niños y jóvenes migrantes; un segundo objetivo es denunciar sobre las difíciles condiciones en que viven, trabajan y estudian estas infancias, mismas que ya se han documentado en gran cantidad de investigaciones pero se requiere seguir haciendo ruido y eco para voltear, mirar y hacer algo por transformar contextos; pues como enuncia Rodriguez Solar: “las condiciones de vida de los migrantes son terribles; es una de las poblaciones que sufre más problemas de exclusión educativa, y tanto niñas y niños como jóvenes y adultos viven las peores formas de explotación laboral”.

Así pues, este libro comparte relatos que muestran historias de personas que viven en condiciones de pobreza y con bajos niveles educativos que sacan adelante a sus hijas e hijos. Sin duda, sus voces tienen mucho que decir sobre su propia situación y sobre temas centrales de la sociología y de la educación.

Finalmente, Carlos Rodriguez señala que haber captado las voces en este libro, en el que niños, niñas y jóvenes migrantes ayudan a entender cómo operan algunos de los mecanismos por los cuales se producen y se transmiten las desigualdades en educación, y por qué, en determinados casos excepcionales, dicho proceso se puede interrumpir y algunas niñas y niños logran escapar de la trampa de la exclusión educativa.

Enlace de descarga: http://bit.ly/3VE90dR

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La travesía emocional de ser niña y migrante

Por: Cristina Bazán

Ser niña y tener que migrar a otro país sola o acompañada implica una serie de riesgos a la salud física, pero también a la salud mental de los que pocas veces se habla.

Las experiencias dependen mucho del tipo de migración, si se cruza una frontera a pie, en bus o vía aérea y si el ingreso ha sido de manera regular o irregular, pero Fiorela Alva, Nahiobe González y Gabriela Vega, tres migrantes sudamericanas que se mudaron a otros países cuando eran niñas o adolescentes, coinciden en que es importante tomar en cuenta el impacto que un cambio de vida de esa magnitud puede suponer para las niñas, y piden mayor implicación en la adaptación emocional de las menores.

«Creo que es importante hablar con la niña, independientemente de la edad que tenga, pero hablar de lo que va a pasar, hacerles sentir seguras, decirles: ‘Estemos donde estemos, vayamos donde vayamos, vas a estar segura porque estoy yo contigo y vamos a hacer juntas esta este viaje, vamos a estar juntos en esto hacia lo desconocido’», dice Vega, quien a los siete años tuvo que viajar desde su natal Bolivia a un pequeño pueblo de España para reencontrarse con su madre.

De hecho ella misma vivió por muchos años una especie de «duelo», pues no lograba comprender lo que estaba sucediendo en su vida y eso provocó que sintiera que no pertenecía al lugar en el que estaba viviendo.

Plan Internacional señala que un 13% de las niñas migrantes encuestadas para un reciente informe presenta cuadros de tristeza, generados principalmente por la fragmentación de su grupo familiar, las condiciones socioeconómicas que afrontan, la limitación al derecho a la educación en los países a los que llegan, y la condición de vulnerabilidad frente a diferentes formas de violencia.

Fiorela Alva, por su parte, cuenta que si bien ella no vivió ningún tipo de acoso, sí es importante que los padres den apoyo psicológico a los hijas o les hagan entender la situación que van a vivir, especialmente si llegan a un país en el que el idioma es diferente.

«Creo que el riesgo que también tienen las niñas es el impacto mental que tiene haber vivido toda su vida en un lugar diferente y de porrazo viven con otra persona en otro lugar. Tienes que ir a una escuela y en algunas lamentablemente hay bullying hacia los migrantes», precisa Alva, quien migró a los 14 a Italia desde Perú.

Las tres jóvenes han contado sus historias en el conversatorio virtual «¿Cómo viven las niñas latinas», organizado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en el marco del Día Internacional de la Niña.

El impacto emocional en la niña migrante

Nahiobe González cuenta que ella salió a los ocho años de su natal Venezuela junto con su madre y que aunque ingresaron por vía aérea vivieron muchos años de incertidumbre hasta obtener un estatus migratorio que les permitiera acceder a trabajos y estudios formales.

«Yo soy hija única y mi madre es soltera, entonces nos sentíamos muy solas. Tuvimos que crear una red de apoyo de otras migrantes latinas, gente que hoy en día son como tías mías, mujeres que vinieron de Colombia, de Cuba, de Venezuela y que uno va haciendo su propia familia en este nuevo país», recuerda. También dice que le ha tocado «esforzarse el doble» para sobrevivir como niña en un nuevo país.

Asegura, además, que utilizó el estudio como un refugio para enfrentar la incertidumbre que le generaban los problemas migratorios y económicos que tenían. Pero que adaptarse más rápido que su madre en la cultura y en el idioma hizo que ella pusiera un peso adicional sobre sus hombros. «Empecé a llamar a la compañía de teléfono, a traducirle documentos. Sé que ella lo hizo de manera inconsciente, pero creo que se debe proteger esa niñez».

González también es consciente de que, pese a todas las dificultades que ha vivido, su migración fue completamente distinta a la que ahora viven miles de niñas venezolanas. «Ahorita los venezolanos están pasando por el Darién (zona de selva compartida por Panamá y Colombia), están yendo a pie a Chile o Estados Unidos y obviamente esa es una forma de migrar increíblemente riesgosa y sobre todo para las mujeres y las niñas».

Según Unicef, las familias de migrantes con niños y niñas que cruzan la selva del Darién están particularmente expuestas a la violencia, incluido el abuso sexual, la trata y la extorsión por parte de bandas criminales. Mientras Plan Internacional asegura que venezolanas que han migrado por tierra a Perú, Colombia y Ecuador reportan una alta exposición a múltiples formas de violencia sexual, en particular la explotación sexual comercial infantil.

La violencia a la que están expuestas las niñas

Cada vez más niñas y niños de Latinoamérica viajan solas para reencontrarse con sus familiares en países como Estados Unidos.

De acuerdo al Boletín de Estadísticas Migratorias del Instituto Nacional de Migración de México, entre enero y septiembre de 2021, el flujo de niñas, niños y adolescentes extranjeros que viajaban solos fue de 9.585, provenientes especialmente de Guatemala (4.815), Honduras (3.480), El Salvador (1.033) y, en una proporción más reducida, de naciones como Haití, Perú, y Ecuador (257).

«En este tránsito muchas niñas y adolescentes no acompañadas están particularmente expuestas a muchos peligros, así como son sometidas a violencia sicológica y tratos deshumanizados», asegura Plan Internacional.

Para intentar generar recursos económicos mientras continúan el camino a Estados Unidos, les ofrecen contratación irregular en el servicio doméstico. Por esos oficios les pagan alrededor de 20 dólares mensuales cuando en muchas ocasiones trabajan más de 12 horas. «Otras no reciben pago con el pretexto que tienen un techo donde permanecer, y en múltiples ocasiones viven bajo las amenazas de ser acusadas en Migración, si no cumplen con las exigencias», explica el organismo.

En uno de sus últimos reportes, Save the Children relata la historia de una menor que huyó de la violencia de San Pedro Sula, Honduras, uno de los lugares más violentos del mundo. Su sueño era reencontrase con su hermana, también menor, que había migrado a México.

«Migró sola, pasó a México desde Guatemala. Al llegar allí se encontró con su hermana en Tapachula. Feliz por empezar una nueva vida, comenzó a buscar una habitación para instalarse. Concertó una visita para alquilar una. Cuando llegó la rodearon varios hombres y la violaron. Se entregó a la policía y acabó en el centro de menores», cuenta la organización.

Si logran cruzar las fronteras y llegar a su destino, las niñas enfrentan diversos temores que provocan que identifiquen a las calles como lugares inseguros. Las organizaciones de Derechos Humanos que trabajan a favor de los derechos de las niñas piden mayores esfuerzos a los gobiernos del mundo para garantizar su seguridad física y emocional.

Fuente de la información e imagen:  https://efeminista.com

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#FOTOS ¡Migración venezolana al límite! Vea las impactantes fotos captadas en la selva del Darién #8Oct

Recientemente, The New York Times realizó un reportaje sobre los miles de venezolanos que están emprendiendo un viaje repleto de dificultad y riesgos a través del Tapón del Darién, con el objetivo de llegar a Estados Unidos; una meta que no todos pueden conquistar, tomando en consideración el peligro que se evidencia durante el transcurso de esta selva.

Según información de las autoridades de Estados Unidos, más de 150.000 venezolanos han llegado a la frontera a través de este paso. Asimismo, se conoció que cientos de oriundos de Venezuela han tenido un desenlace mortal debido a accidentes y hechos irregulares en el Darién.

Desde 2015, más de 6,8 millones de venezolanos han abandonado el país, según las Naciones Unidas, con destino sobre todo a otros países suramericanos. Pero ahora, uno de los principales rumbos que han tomado los venezolanos es hacia Estados Unidos, pese a que esto significa iniciar un viaje osado y al límite.

En las fotografías y reportaje reseñado por The New York Times, se observó y conoció historias desgarradoras de venezolanos, como el hecho de que existen cientos de niños recorriendo esta selva, repletos de lodo y en constante pánico por lo que experimentan. Asimismo, muchas personas con discapacidades han tomado la decisión de atravesar El Darién, para intentar cumplir «el sueño americano», y a su vez, conquistar una mejor calidad de vida.

Reunidos, cansados, con lágrimas en los ojos, esforzándose y con mucha entereza, así se pueden ver a estos venezolanos mediante las fotografías publicadas por el medio de comunicación estadounidense.

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Los grandes azadones

Por: Ilka Oliva-Corado

Sabina envió durante veintisiete años cajas de encomiendas llenas de ropa y regalos para sus cuatro hijos en Guatemala. Migrante indocumentada se le astillaron las vértebras de tanto limpiar bañeras e inodoros. Se le agrietaron las manos de tanto cloro y químicos. Compartiendo apartamento con siete personas más Sabina tuvo tres trabajos al día. Limpiando baños en restaurantes, edificios de oficinas, centros comerciales y casas particulares. Si sabrá de lo sucia que es la gente dentro y fuera de su casa.

Viuda con cuatro niños, decidió emigrar para poder darles un futuro mejor al de ella que no llegó ni a segundo de primaria. Los dejó a cargo de sus padres y se fue de mojada al país del norte. Logró darles universidad a todos, también enviarles remesas para que cada uno tuviera una cuenta de banco, mientras ella en Estados Unidos no pasaba de cuatro mudas de ropa y dos pares de zapatos, de dormir tres horas al día.

La ropa y los zapatos que le regalaban sus empleadoras que era de sus hijos, Sabina los recibía emocionada y los empacaba para las cajas de encomiendas, también les compraba ropa usada en las tiendas de segunda mano, que era para lo único que le alcanzaba.

Un día intentaron sacar visa para viajar a Estados Unidos a visitar a su mamá y a todos se las dieron porque sirvió de mucho el dinero de las remesas que tenían ahorrado en el banco. Cuando Sabina lo supo brincó de felicidad y los recibió en el apartamento que compartía con las siete personas, también indocumentadas de países de Centroamérica. Cuando los hijos vieron el lugar en donde vivía, un maletín con su ropa y su colchón tirado sobre el piso en una esquina de la sala, se sintieron decepcionados, ellos esperaban que los recibiera en una casa como las de los migrantes triunfadores que salen en la televisión.

Sabina los recibió con varias mudas de ropa usada que les fue comprando desde que supo que viajarían, también les pagó los boletos de avión. Se le rompió el corazón cuando vio que sus hijos licenciados no quisieron recibirle la ropa y le pidieron que les fuera a comprar ropa nueva a los centros comerciales. Cosa que ella viviendo veintisiete años en el país jamás hizo por su economía tan precaria. Con desencanto comían la comida que ella les cocinaba, ninguno quiso acompañarla al trabajo para ayudarla ni para conocer de dónde había salido el dinero de las remesas que les enviaba. Esperaban que su mamá los recibiera en un carro del año y que los llevara a los mejores restaurantes.

El viaje que era de un mes sus hijos lo acortaron a diez días porque no esperaban ese recibimiento ni las condiciones en las que vivía su mamá.  Regresaron los licenciados a Guatemala y Sabina lloró día y noche durante meses, hasta que un día decidió cambiar su número de teléfono y rentar en otro lugar, para perderse de los que llamó: “los grandes azadones.” Sigue limpiando baños en los tres trabajos que tiene al día, comenzó a ahorrar para ella por primera vez a sus cincuenta y dos años y también por primera vez   a pensando en no retornar jamás a su país de origen.

Fuente de la información: https://cronicasdeunainquilina.com

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Las nuevas formas de desaparición de personas: un mapa escalofriante

Por: PABLO FRANCESCUTTI 

Publicado en Tercera Información

El término ‘desaparecido’ fue aplicado por las Madres de Plaza de Mayo a los secuestrados por la dictadura argentina. En su nuevo libro, el sociólogo Gabriel Gatti explora su utilidad para dar cuenta del anormal estatuto de los descendientes de haitianos privados de nacionalidad en la República Dominicana, los emigrantes sin nombre ahogados con sus pateras o las mujeres ‘esfumadas’ en Tijuana, entre otros muchos expulsados de los mapas por un sistema que los considera desechables.

Tener un nombre y un apellido inscritos en un registro civil, un volante de empadronamiento, un documento de identidad, una partida de nacimiento y, finalmente, un certificado de defunción, se nos antoja lo más normal del mundo: el ejercicio de nuestro derecho inalienable a probar que existimos o hemos existido en un espacio y tiempo dado.

Eso sí, para una fracción nada desdeñable de la población de unos cuantos países demostrar su existencia resulta inalcanzable. Son los “nuevos desaparecidos”: el objeto de estudio de Gabriel Gatti, sociólogo de la Universidad del País Vasco.

El investigador se internó en el tema movido por una circunstancia personal: su condición de hijo de un político uruguayo ‘desaparecido’ en el Buenos Aires de la dictadura de Videla. De ahí su interés inicial por víctimas similares de la represión política, como los fusilados en las cunetas durante la Guerra Civil.

Pero a medida que ahondaba en el asunto, se topaba con casos de personas cuyo paradero desconocido no era achacable al terrorismo de Estado, y, más impresionante todavía, con individuos vivos cuya existencia no constaba en ninguna parte ni parecían importarle a nadie.

Desaparecidos. Cartografías del abandono resume y relata la historia de este descubrimiento, una indagación intensamente personal y rigurosamente científica. Con un estilo a caballo de la crónica periodística y de la pesquisa sociológica que fue elogiado por el escritor Juan Villoro en su acto de presentación en Madrid, Gatti refiere los recorridos que lo llevaron de su seguro y “archimapeado” entorno profesoral a Melilla, Estados Unidos, México, República Dominicana, Colombia, Uruguay, Brasil y Suiza, el centro de la institucionalización jurídica de la figura del ‘desaparecido’ .

Lo que revelan los mapas

Observación etnográfica, estadísticas y entrevistas en profundidad trufadas con reflexiones teóricas, referencias a novelas y películas alusivas y conversaciones sobre sus hallazgos con su hija pequeña son algunos de los recursos desplegados para desvelar realidades inesperadas y, con harta frecuencia, espeluznantes.

portada libroPortada de ‘Desaparecidos. Cartografías del abandono’. / Ed. Turner

En los mapas concienzudamente trazados por Gatti y otros preocupados por las nuevas formas de la desaparición se sitúan los bebés robados durante el franquismo; los descendientes de haitianos forzados en República Dominicana a un estatuto apátrida; los indigentes sin nombre arrojados a las fosas comunes de Brasil; los cuerpos que un siniestro personaje, el Pozolero, recibía en Tijuana para disolverlos en sosa cáustica; los que saltaron la valla en Melilla y aguardan recibir visibilidad y nombre; los niños indígenas enterrados en los internados canadienses….

Un lúgubre atlas que, admiten los “cartógrafos del abandono”, no recoge todos los espacios vacíos que representan a los “inexistentes en los mapas existentes”, según apunta Médicos Sin Fronteras. Lo más chocante para el autor —y también para el lector— es que esos ‘agujeros negros’ abiertos en el tejido social no se esconden por lo general en lugares recónditos.

Los nuevos desaparecidos pasan por delante de autoridades y vecinos antes de desvanecerse como por arte de magia sin que casi nadie haga preguntas; o bien son ciudadanos de apariencia normal que carecen de los papeles que prueben no digamos ya su ciudadanía, sino simplemente su existir; o bien bebés que lloran y patalean en un paritorio antes de ser declarados muertos, sustraídos y entregados a otras familias.

“Junto a espectáculos deslumbrantes de cultura y de civismo, de derecho y de progreso crítico, de movilización reflexiva y de creatividad social, estallan muestras de violencia desbocada que se hacen tierra, olor, paisaje, que lo penetra todo a un punto tal (…) que la desaparición parece ser la regla”. México, subraya Gatti, ofrece el ejemplo paradigmático de estas realidades contrapuestas.

Un tejido social creador de gente invisible

El hilo conductor de los ‘dispositivos’ que provocan estas desapariciones, se nos explica, no pasa tanto por las políticas criminales de los estados, como por las configuraciones sociales que propician que determinados sujetos o instituciones —narcos, proxenetas, mafias policiales, traficantes de inmigrantes, sacerdotes, leyes excluyentes…— decidan quién merece existir en términos legales o en la práctica.

En vez de acciones gubernamentales represivas, se observa una retirada del Estado de amplias esferas de la sociedad, una dejación de funciones resultado del achicamiento de la Administración y de su infrafinanciación promovida por el neoliberalismo. Su ausencia permite que ciertos individuos —incluidos funcionarios prevaricadores— se arroguen decisiones sobre la vida o muerte de los ‘nadies’, como denominaba Eduardo Galeano a los “que no son, aunque sean”.

Gatti ha aquilatado un estilo que, sin renunciar al rigor de la más exigente investigación social, se aleja de la gélida asepsia de la escritura académica. Y lo ha plasmado en este ensayo, una suerte de retrospectivo making of de sus textos anteriores sobre los mismos asuntos que elaboró conforme a los estrictos formatos universitarios.

Aquí ha expuesto lo que ocurre entre los bastidores del quehacer sociológico (las dudas, temores y esperanzas del investigador y sus tácticas para obtener información y colaboración, sus afectos y resquemores con sus fuentes…) y también, entre tanto tétrico testimonio, las redes de ayuda entre tejidas por trabajadores sociales, religiosos de a pie, líderes vecinales, voluntarios y funcionarios que por su cuenta procuran impedir que desaparezcan más personas o conseguir que otras “vuelvan a los mapas”.

Sin olvidar a los antropólogos y sociólogos urgidos por disponer de las categorías adecuadas para visibilizar y encarar situaciones que se hallan fuera del radar de las disciplinas empeñadas en mitigar el sufrimiento humano.

Fuente: SINC
Fuente e Imagen: https://www.tercerainformacion.es/articulo/cultura/08/08/2022/las-nuevas-formas-de-desaparicion-de-personas-un-mapa-escalofriante/
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“Hay que escuchar a los niños”: sobre morir en Nicaragua, huir de Siria o volver a Haití

El periodista español Javier Sancho Mas publica Tres niños sin fronteras que vencieron al miedo (Alfaguara), un libro infantil que transmite solidaridad y empatía, pero que en el fondo muestra cómo la belleza sirve para sobrellevar los traumas de la soledad.

Mireya, una niña del pueblo nicaragüense de San Juan del Sur, voló de su habitación del hospital La Mascota, en Managua, para no volver. Ahmed, un niño que huyó de Alepo en la guerra civil siria, recuperó la voz después de haber perdido a su hermano, siempre acompañado de un elefante.

Y Jean François, un niño haitiano que disfrutaba los helados de su madre Madame Sara, la encontró después del terremoto que destruyó el país en 2010, en la imagen de un pájaro típico.

Son «Tres niños sin fronteras que vencieron el miedo» (Alfaguara). Sus historias, entre la realidad y la ficción, componen el primer libro infantil del periodista español Javier Sancho Mas (Huelva, 1973), que lo escribió a partir de su trabajo en Médicos sin Fronteras, junto a la ilustradora Blanca Millán, también española.

El autor, que viajó por medio mundo trabajando en la organización de 2003 a 2012, no revela que Mireya murió de un cáncer mientras alzaba los brazos para librarse del dolor, como le había sugerido su madre para consolarla. Tampoco que el hermano y el padre de Ahmed habían sido degollados, o que el barrio en el que vivían Jean François y Madame Sara es uno de los más pobres de Puerto Príncipe.

El libro mezcla periodismo, ficción y docencia, a los que se ha dedicado Sancho Mas. Vivió en los años 1990 en Nicaragua, donde les contaba historias a los niños del colegio en el que daba clase. Mantiene vínculos que no estrecha desde su última visita al país, en diciembre de 2018. No conoció a Mireya, la “niña cometa”, pero sí a la médica Araica Pérez, que la había atendido a principios de siglo, hasta que murió jugando “aliada de la imaginación”.

Esa muerte, lamenta el autor, fue la que se escucha en El Niágara en bicicleta, la canción de Juan Luis Guerra sobre la precariedad en muchos hospitales dominicanos, o latinoamericanos. La morfina que apaciguaba a Mireya se había terminado en las venas del familiar de un político, mientras su madre solo podía encomendarla a “Papachú”, el Jesús del Rescate para los católicos nicaragüenses.

Las culturas en Siria y Haití son distintas, pero también las une la realidad y la ficción. Sancho Mas conoció a Jean François, quien había estudiado Medicina en Costa Rica gracias a uno de los muchos forasteros que su madre acogía de buena fe. Ya como doctor Saint-Sauveur en Médicos sin Fronteras, volvió a Haití tras el terremoto. Bajo los escombros habían quedado muchas “Madan Sara”, nombre común de las vendedoras informales, y niños como el que le dio la foto del pájaro del mismo nombre, que se volvería la única imagen que conservaría de su madre.

El “elefante errante” de Ahmed, una figura pequeña pero también un amigo imaginario que le había regalado su hermano Ibrahim, sí fue un recurso literario. El autor lo recuerda de las historias que su madre le contaba, y la plasmó en las que el niño escuchaba de la suya sobre cómo una manada de elefantes ayudaba a unos pescadores a desencallar su barco. Ahmed trazó el contorno del elefante junto con su casa y una serie de “lágrimas negras que salían del cielo”, como llama Sancho Mas a las bombas que vio en dibujos de niños sobre la guerra en Siria o Colombia.

Para él fue un reto exponer “sin ser explícito, pero sin ocultar”, situaciones donde la condición humana llega a su máxima fragilidad o tensión. No busca transmitir valores, pero compara ese cruce inevitable con el del pésame: acompañar a otra persona en su momento más duro.

“Todos vamos sumando huequitos de soledad que las palabras no llenan, pero en los niños he visto una fortaleza que nace de la imaginación”, como comentó con la enfermera Miriam Alía, que atendió a Ahmed.

La soledad, el otro gran tema del libro junto a la belleza y el miedo, es “difícil de entender”.

“No sabemos lidiarla ni sabemos enseñar a lidiarla”, insiste Sancho Mas. Por su trabajo en Médicos sin Fronteras, que le dio acceso a personas y lugares al alcance de pocos ajenos a ellos, y el posterior como periodista independiente, ha visto cómo “los flujos migratorios están cada vez más llenos de niños”.

Sus historias y maneras de afrontarlas “son distintas”. “La resiliencia, que decimos hoy”, por la que después de tanto escribir para adultos dice que “hay que escuchar a los niños”.

Fuente: https://www.vozdeamerica.com/a/hay-que-escuchar-a-los-menors-sobre-morir-en-nicaragua-huir-de-siria-o-volver-a-haiti/6634521.html

 

 

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Save The Children: Niños centroamericanos prefieren no migrar

La mayoría de los niños del Triángulo Norte Centroamericano, integrado por Guatemala, Honduras y El Salvador, prefieren quedarse en sus países a migrar, pese al entorno de violencia o falta de oportunidades, reveló un estudio presentado este miércoles por la ONG internacional Save The Children.

 

El estudio denominado “Debería quedarme o debería irme”, analizó la complejidad de las decisiones migratorias, las necesidades y riesgos que enfrenta la niñez en estos tres países, con base en las respuestas de 122 niños, niñas y adolescentes de entre 7 y 19 años.

El 43 % de los niños y adolescentes expresaron su preferencia de quedarse en su país o aún no tiene intenciones de migrar en búsqueda de mejores condiciones de vida.

El 24 % de los entrevistados manifestaron su intención de migrar en un futuro próximo, el 17 % no sabía con seguridad si se iría, aunque no lo descartaron si se planteaba alguna alternativa como una beca, trabajo o si sus padres decidían marcharse, mientras que un 16 % no respondió.

La decisión de quedarse fue más alta en Guatemala, pues el 44 % lo haría frente al 39 % que se iría, seguido de Honduras, con 43 % y 20 %, y El Salvador con el 41 % y 11 %, respectivamente.

En El Salvador, el menos vulnerable de los tres países según la definición del Índice de Fragilidad de los Estados, aproximadamente uno de cada diez niños y niñas tenía intención de migrar, señaló el informe.

www.facebook.com/watch/?v=55326837637300

¿Por qué se quedan?

Los resultados del estudio demuestran que en la mayoría de los casos son los propios niños, niñas y adolescentes quienes deciden migrar o no. Y la familia es un factor clave en la toma de decisión.

En concreto, el vínculo familiar impulsa a la población infantil a quedarse, pues desean permanecer cerca y recibir atención y apoyo.

A su vez, la migración exitosa de un familiar ayuda a reducir las posibilidades de migrar de los jóvenes al recibir remesas del extranjero.

Muchos de ellos consideran que las zonas donde habitan son seguras, donde mantienen los lazos familiares y comunitarios, y también creen que pueden alcanzar sus metas de estudio y empleo en sus países de origen, según el estudio.

Las pandillas

Las pandillas, que tienen una fuerte presencia en el Triángulo Norte, empujan y a la vez frenan la migración de los menores. La violencia de las también llamadas “maras” es un gran aliciente para irse de una comunidad, pero al mismo tiempo un obstáculo.

“Todas las rutas de autobús pasan por barrios opuestos, es decir, controlados por pandillas rivales, por lo que las personas jóvenes tienen miedo de subirse al autobús. Para una persona joven es difícil salir de este barrio”, señala el estudio.

“muchas veces los jóvenes ven que están bloqueados por las maras para estudiar o buscar otras oportunidades económicas”, lo que constituyen razones para migrar, afirmó la directora regional de Save the Children para América Latina y el Caribe, Victoria Ward.

¿Por qué se van? La caída del “sueño americano”

“La razón principal (para migrar) es buscar oportunidades económicas en el país destino, y una buena proporción salen para buscar oportunidades educativas que tampoco puede encontrar en su país”, explicó Ward.

El documento resume que los jóvenes migran por mejores oportunidades laborales y educativas, por la violencia de género y las obligaciones familiares que les impiden estudiar en sus comunidades de origen.

A pesar de ello, el estudio señaló que el “sueño americano” no es siempre la “aspiración”, pues huyen de la violencia, la pobreza o la desigualdad que sufren en su lugar de origen.

“En todos los casos, la situación de violencia intrafamiliar o en la comunidad es un factor que impulsa a los jóvenes a migrar”, añadió la directora regional.

Las niñas, “atrapadas” por las familias y las maras

“También hemos encontrado en este estudio que muchas veces las niñas sienten que no pueden salir de su casa por temor a las maras” y que las capten, detalló Ward.

Aunque no hay una “gran diferencia”, los varones “tienden a migrar más que las mujeres”, aclaró Ward.

Las jóvenes suelen estar presionadas por las obligaciones familiares, tienen menos acceso a la educación superior y son más propensas a sufrir violencia basada en género, correr mayor riesgo de sufrir violaciones, sobre todo en las áreas controladas por las pandillas, según el estudio.

Algunas soluciones

“Nosotros tenemos un plan para llegar a cinco millones de menores en la región, trabajando con ellos y su familia para tratar de mejorar las situaciones locales y crear más oportunidades económicas, más arraigos con la familia y con el sistema escolar”, explicó Ward.

“Y, a su vez, para ayudar en México, en la frontera sur de Estados Unidos, para los que ya están en camino o los que están establecidos”, añadió.

Fuente: https://crnnoticias.com/save-the-children-ninos-centroamericanos-prefieren-no-migrar/

 

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