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Leer en tiempos de pandemia

Por: Roger Chartier

Algunas de las transformaciones en las formas de leer, como la digitalización de los formatos, se originaron mucho antes de la pandemia de covid-19, pero ese «evento» agudizó la crisis de las librerías y contribuyó a la concentración del comercio de libros en los supermercados del mundo, como Amazon.

Quisiera empezar con dos observaciones preliminares: una sobre la lectura y la otra relativa a los discursos sobre el covid-19. En primer lugar, la lectura puede considerarse una noción, una categoría transhistórica: leer es siempre atribuir un sentido a un texto que se manifiesta en los caracteres de una escritura puestos sobre un soporte. En ese sentido, puede hablarse del leer tanto en Atenas o en el Renacimiento como hoy en día; hay una cierta universalidad en la lectura como categoría. Sin embargo, la lectura es también y fundamentalmente una práctica, y en este sentido lo relevante es reconocer que se la debe pensar en su pluralidad histórica y social. Las lecturas, en plural, son la apuesta de nuestra reflexión de hoy. Las lecturas están siempre inscritas en una diversidad de determinaciones que remiten a los códigos, convenciones, expectativas y competencias de los lectores, que varían según los lugares y los tiempos. Se trata también de una práctica cuyo ejercicio depende de sus condiciones de posibilidad, distribuidas de forma muy desigual en cada sociedad, lo que crea una dificultad a la hora de hacer diagnósticos sobre las lecturas en tiempos de pandemia, que son más diferentes, diversas, de lo que podemos imaginar. En el tiempo actual, esta pluralidad de las prácticas de lecturas nos deja con un objeto difícil de asir, lo que tal vez se vincule con la segunda observación preliminar: la dificultad para producir discursos lúcidos sobre el tiempo de la pandemia.

Reconozco que hacerlo es arriesgado, primero por la tendencia de cada uno a pensar este tiempo de la pandemia explícita o implícitamente a partir de las propias experiencias. Como sabemos, la pandemia ha hecho aún más fuertes las desigualdades entre los individuos. El confinamiento, que parece algo que todos tenemos en común, es de hecho una expresión cruel de las desigualdades sociales y de las maneras de afrontar esta situación, tan diferentes para los individuos según su condición económica. La diversidad de las lecturas se ubica dentro de estas diferencias. Debemos resistir la tentación de proyectar la experiencia personal como si fuese compartida y general. El corolario de esto es que a veces estos discursos proliferantes sobre el tiempo de la pandemia olvidan que para establecer diagnósticos es necesario apoyarse en estudios, investigaciones y encuestas. Cuando estos faltan, quedan solamente los deseos de futuro o los terrores del presente que atormentan a cada uno. Entonces, todo lo que voy a decir debe enmarcarse también dentro de estos límites, de estas tentaciones que invaden nuestros discursos. En última instancia, la proliferación de estos discursos tal como la podemos leer es tal vez la expresión más fuerte de la incertidumbre y, detrás de la incertidumbre, del miedo respecto del presente y de los sueños de un mejor porvenir.

Librerías y edición

Así, podemos empezar con los diagnósticos sobre lo que aconteció, y acontece todavía, en la pandemia, en relación con las lecturas. Un primer suceso fue el cierre de las librerías, que ha producido una fuerte caída en las ventas de libros, y esto ha generado grandes dificultades para las editoriales. En todas las encuestas que he leído –una del Sindicato Nacional de la Edición (sne) de Francia y otra del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc)–, los editores estiman la disminución de su facturación entre 40% y 50% en relación con 20191. La consecuencia inmediata es la disminución del número de títulos publicados y, en Europa, la publicación en el otoño de lo que normalmente se hubiera publicado en la primavera. Es decir, un verdadero ajuste a la situación. De esta manera, una primera realidad fue la dificultad para los lectores de encontrar nuevos libros, libros que no tenían en su biblioteca, si es que tenían una. Esta es una primera realidad, la realidad que en este momento atraviesan las librerías y la edición.

La segunda realidad que experimentamos hoy es la de una vida casi enteramente digital: se utiliza la comunicación digital en las relaciones entre individuos o instituciones, para hacer compras, en la enseñanza, y también las lecturas se hacen en digital, más allá de aquellos libros que los individuos ya poseen en papel. Este fue el gesto normal para leer, para pensar, para acceder a libros o revistas: trasladarse a su forma electrónica. Con todo, esta observación debe matizarse inmediatamente, porque si, por ejemplo, en Brasil hubo un aumento de las ventas de libros electrónicos (allí las ventas se triplicaron en el año 2020 en relación con 2019), más generalmente este crecimiento fue limitado. La encuesta del sne de Francia muestra que, por un lado, las editoriales que tienen un sector digital son minoritarias, y por otro, que estas no estiman un crecimiento fuerte de las ventas de libros electrónicos. Estos hechos pueden ubicarse dentro de la marginalidad de este sector del mercado del libro ya antes de la pandemia: en Francia, las ventas de libros electrónicos representan solamente 10% de la facturación total del mercado editorial. Hay una serie de observaciones interesantes que pueden hacerse tanto sobre este mundo digital transformado en realidad cotidiana, en la esfera de la existencia entera, como sobre la crisis de las librerías y de la edición que, evidentemente, tiene consecuencias importantes sobre las posibilidades de lectura. La pregunta fundamental es si esta situación inaugura un nuevo mundo de la cultura escrita, con el predominio de la forma digital, con un mundo sin librerías y sin libros impresos y, tal vez, con una profunda redefinición de la edición. O bien, por el contrario, si quizás debemos pensar lo que aconteció y acontece con la pandemia como una forma exacerbada de transformaciones que ya existían, de mutaciones que ya estaban presentes y que encontraron una suerte de paroxismo en el tiempo de la pandemia.

Entender el evento

Para acercarnos a esta cuestión fundamental, me parece que debemos pensar en las dos maneras de comprender un evento como la pandemia, si consideramos que la pandemia es un evento; un evento que dura, pero un evento. Una primera manera, inspirada en la definición del acontecimiento propuesta por Fernand Braudel, es considerarlo como el resultado de mutaciones, evoluciones y transformaciones previas que se cristalizan en el momento del evento; otra es pensarlo a la manera de Michel Foucault, lector de Nietzsche, como un surgimiento, una instauración, una inauguración, como –retomando una palabra que Foucault utilizó a menudo– un nacimiento. De la elección de una u otra perspectiva depende nuestra más o menos fuerte capacidad de domar el futuro. En la primera definición, cuando el evento es el resultado de evoluciones previas, puede entenderse que si se transforman las condiciones que lo hicieron posible ese evento podría desaparecer. En la segunda, más difícil de pensar, debemos afrontar un porvenir sin orígenes, una situación radicalmente nueva, que descubrimos al mismo tiempo que se establece. Podemos aplicar estas dos maneras de entender el evento a las dos realidades que he mencionado: la crisis de la actividad editorial y la digitalización de la sociedad.

La crisis de las librerías y de la edición se remite a una serie de transformaciones tanto estructurales como coyunturales que se dieron en el mundo del libro antes del covid-19. Estructuralmente, como sabemos, antes de este evento la fragilidad de las librerías resultaba de la competencia de la venta online, en particular por parte del gigante Amazon, y de los altos precios de los alquileres en las ciudades, una dificultad aumentada por la muy limitada rentabilidad del negocio de los libros. El covid-19 aconteció entonces en un mundo en el que en todas partes había disminuido el número de librerías. En París, 350 librerías cerraron desde 2000 hasta 20192Librerías, el libro de Jorge Carrión, es una suerte de antología de estas desapariciones3.

También en el campo de la edición puede encontrarse una fragilidad anterior a la crisis paroxística, aquí con raíces más profundas en los procesos de concentración, cuyo resultado más fundamental fue la imposición de la lógica del marketing a expensas de la lógica editorial propiamente dicha. Podemos recordar la expresión de Jérôme Lindon, y después de André Schiffrin: la edición sin editores4. «Sin editores» porque las decisiones de las editoriales se vinculan con aquello que perciben quienes se ocupan del marketing de los libros y no con una política editorial basada en preferencias intelectuales, estéticas o ideológicas. A este tema de la publicación sin editores o sin edición podría vincularse la desaparición en muchas empresas de la figura del corrector de estilo. En este sentido, una dificultad estructural previa, que ya se venía viendo durante los 10 o 15 últimos años en muchos países del mundo, se tradujo en una disminución del mercado del libro. Una investigación del Cerlalc muestra una disminución de la facturación global de las editoriales de 36% en España y de 22% en Brasil entre 2007 y 20175.

La razón de estas transformaciones coyunturales y estructurales –que ya habían creado una situación de fragilidad en la edición y en las librerías antes del choque de la pandemia– debemos buscarla en las transformaciones de las prácticas de lectura y de los hábitos de los lectores. No tengo todos los datos necesarios a escala mundial, sino que me basaré solamente en un trabajo publicado hace poco en Francia, una investigación del Ministerio de Cultura6. Hay dos preguntas que llaman la atención en ese estudio. La primera busca saber si las personas entrevistadas habían leído por lo menos un libro durante el año previo, es decir, en 2018. En el grupo de individuos nacidos entre 1945 y 1974, más de 80% decía que sí, que habían leído por lo menos un libro en el año anterior. Pero en el grupo de los nacidos entre 1995 y 2004, el porcentaje es solamente de 58%. En esa franja hubo una disminución fuerte del porcentaje de lectores de libros entre 1988 y 2018. La segunda pregunta era si los lectores habían leído y, supuestamente, comprado 20 libros o más durante el año previo. En 2018, 15% decía que sí, cuando en 1973 el porcentaje era de 28% y en 1988, de 22%. Si seguimos estos datos, entonces, podemos ver una disminución de la lectura y la compra de libros, tanto en relación con la reducción del número de lo que en francés se llama forts lecteurs –quienes compran y leen mucho–, como, más globalmente, y para los más jóvenes, con el abandono de la lectura de libros. En estos diagnósticos se trata, por supuesto, de la lectura de libros, y de libros impresos. ¿Qué ocurre en el mundo digital con lo escrito? En este mundo la lectura es omnipresente, obsesiva, necesaria: lecturas de los intercambios electrónicos, lecturas de las redes sociales, lecturas frente a las pantallas del tiempo de la pandemia. ¿Cómo podemos ubicar esta situación en evoluciones anteriores? En la misma investigación ya citada sobre las prácticas culturales de los franceses hay otro dato muy interesante: uno de cada seis afirma que su vida cultural tiene lugar por completo en el mundo digital, particularmente a través de las redes sociales, los videos online o los juegos electrónicos. Leen o escriben solo en las pantallas. La mitad de estos individuos, que ya desde antes de la pandemia vivían en condiciones similares a las pandémicas, tienen menos de 25 años. La cuestión es, por un lado, saber si sus prácticas culturales van a mantenerse exclusivamente online o si en algún momento van a salir del mundo digital para encontrarse con otras prácticas, culturales o no. Por otro lado, podríamos preguntarnos también si esta minoría de hoy prefigura la sociedad entera de los lectores del futuro.

Este primer diagnóstico muestra que ya antes de la pandemia existía la posibilidad de vivir digitalmente como en la pandemia… Frente a esto, por supuesto, puede hacerse un segundo diagnóstico, que es la contracara del primero. En cierto sentido, a pesar del crecimiento del mercado de los libros electrónicos, parece darse una situación paradójica: las lecturas efectivamente son digitales, pero sin la compra de libros electrónicos, que se descargan o se comparten en redes sociales. También aquí hay un desafío para el porvenir: esto es, detectar si aquellos lectores que han leído en este periodo más textos electrónicos que antes –pero sin necesariamente comprarlos– volverán después de la pandemia a sus prácticas cotidianas o, más bien, si el nuevo hábito se mantendrá, estimulado por los esfuerzos de los editores y distribuidores de libros electrónicos, que buscan transformar la situación excepcional de leer frente a la pantalla en una práctica ordinaria y común. Una manera de pensar una respuesta es preguntarnos si los esfuerzos que se hacen en algunos países, por ejemplo en Brasil, para traer a los lectores al mundo digital, esfuerzos que se traducen en la distribución gratuita de e-books o descuentos importantes en su compra (sobre la base de que el libro electrónico es de más fácil acceso, precio más bajo y que resuelve los problemas, si no de la edición, por lo menos de la distribución de los libros), perfilan la situación del futuro. Y preguntarnos también si las personas después de la pandemia van a resistir la tentación del «clic» que permite comprar libros, sin hacer caso a las librerías abiertas nuevamente, si van a seguir prefiriendo la lectura de libros, revistas o diarios electrónicos antes que su forma impresa. Si, en suma, sobrevivirá esta tendencia a satisfacerse con la lectura de los textos disponibles en el universo digital, sin preocuparse por encontrar la versión impresa en las librerías o bibliotecas. Este es el desafío fundamental para el porvenir de las lecturas.

Consecuencias

Para proponer una conclusión, y para rechazar –o intentar que no se haga realidad– la idea de una lectura total y enteramente digital, quiero subrayar algunas consecuencias posibles de esta prometida, deseada o temida transformación. La primera consecuencia sería económica. En un artículo que se publicó en abril de 2020 en La Vanguardia, de Barcelona, Jorge Carrión subrayaba el hecho de que la pandemia hace más poderosos a los poderosos y más ricos a los ricos. Se trataba a todas luces de una referencia al enorme provecho que sacan de la crisis las grandes empresas como Amazon, Facebook o Google. Se produce así la aceleración de un proceso de concentración: Amazon, por ejemplo, se está transformando en el único supermercado del mundo, un supermercado digital sin competidores.

Otra consecuencia que encuentro muy relevante es de orden cultural. Vivir en el mundo digital posiblemente sea generalizar para la lectura, para todas las lecturas, cualquiera sea su objeto, las prácticas dominantes en el mundo digital: las de las redes sociales. La práctica de lectura propia de las redes sociales es una lectura acelerada, apresurada, impaciente, fragmentada (y que fragmenta), sin la necesidad de contrastar las informaciones y las afirmaciones leídas. De esta manera, la pregunta aquí es si este tipo de lectura, que se plasmó en el uso de las redes digitales, se transformará en un modelo, un patrón general que someterá a todas las otras lecturas, de cualquier orden y naturaleza.

Si este fuera el caso, estaríamos frente a inmensos riesgos. El primer riesgo sería para el conocimiento, desde el momento en que el criterio de autentificación de los enunciados se traslada a su presencia en una red a la cual se le da credibilidad o confianza, sin preocuparse por el examen crítico de la veracidad de lo que se enuncia, un examen que supone comparaciones entre fuentes de información y evaluaciones sobre su credibilidad. El segundo riesgo no es solamente para el conocimiento sino también para la democracia. Es evidente que este tipo de lectura acelerada y crédula se constituye en un poderoso instrumento de comunicación para todas las formas de manipulaciones, de falsificaciones y de reescrituras engañosas del pasado. Son amenazas temibles para el futuro.

Afortunadamente, una suerte de compensación a este «crecimiento de lo peor» sería que, con la pandemia, se haya tomado una conciencia más aguda de estos riesgos, una conciencia que se manifiesta para algunos en las frustraciones que produce la existencia confiscada por las pantallas. Estas frustraciones permiten pensar más claramente la diferencia entre el mundo digital y el mundo impreso, en lo que refiere al libro, a la lectura, al conocimiento, al placer. Lo que se experimenta en la inmediatez de las relaciones se volvió imposible y, de cierta manera, las compensaciones produjeron una honda percepción de lo que falta. A mi juicio, la diferencia esencial, y que debe reconocerse en todos los casos, es la diferencia que existe entre las lógicas que gobiernan estas dos formas de relación con lo escrito. La lógica de la librería, de la biblioteca, de la página del diario, del libro impreso es una lógica del pasaje, del viaje entre estanterías, entre espacios, entre textos. El lector es un cazador furtivo, un peregrino, un viajero. La lógica de la producción textual y de la lectura en el entorno digital es, en cambio, una lógica temática, tópica y, finalmente, algorítmica. El lector es, aquí, previsible. Si la lógica del viaje trae sorpresas, descubrimiento de lo inesperado, de lo desconocido, la lógica del mundo digital transforma tanto los textos como a sus lectores en bancos de datos.

Una vez que se percibe esa diferencia, se vuelve posible establecer un uso menos peligroso del mundo digital y ubicarlo en el lugar que le corresponde, y ya no como un universo globalizante y globalizador, que se apodera de todas las prácticas, de todas las categorías, de todas las experiencias. La frustración nace de la imposibilidad de una experiencia compartida por individuos reunidos en el mismo tiempo y en el mismo lugar. En esta conversación no estamos en el mismo lugar, no estamos en el mismo continente, no estamos en el mismo huso horario. Frente a esto, la relación entre los cuerpos que experimentan un mismo evento, que participan en un mismo acontecimiento, es una realidad que podemos desear, para cuyo regreso podemos trabajar. Siempre me gusta señalar que esta frustración, que conduce a una percepción más aguda de la relación entre lo digital y lo impreso, tiene una referencia en el léxico del Siglo de Oro y la definición de la palabra «cuerpo». Los cuerpos no eran solamente los de los seres humanos, eran también los libros, los ejemplares de una misma edición. De esta manera, se ve también que la frustración frente al texto electrónico remite a la falta, a la pérdida de la relación con el cuerpo del libro, que es el cuerpo del texto. Esta frustración es compartida. La Feria Internacional del Libro de Guadalajara se anuncia, para un futuro próximo, como «presencial». No es posible saber si así sucederá, pero es una respuesta a esta falta de relación entre los cuerpos humanos y los cuerpos de los textos. La conclusión es que si queremos que el porvenir no se defina ya a la manera de nuestro presente dentro de la pandemia, eso dependerá, por supuesto, de las políticas públicas, pero también de cada uno de nosotros y, sobre todo, de nuestra resistencia a recurrir inmediatamente al «clic» de la computadora.

Nota: este artículo, con mínimos cambios, surgió de una exposición del autor titulada «Lectura y pandemia» y la posterior conversación con Alejandro Katz y Nicolás Kwiatkowski en septiembre de 2020, en el marco del proyecto «Léxico de la pandemia», organizado con el apoyo de la Fundación Medifé. La conversación completa, revisada por el autor, puede encontrarse en R. Chartier: Lectura y pandemia. Conversaciones, Katz, Buenos Aires, 2021.

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Fuente de la iformación e imagen:  https://nuso.org

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Soledad y pandemia: Un diálogo con Claudia Hilb

Por: Alejandro Katz y  Nicolás Kwiatkowski

La intelectual argentina Claudia Hilb se refirió en abril de 2020 a uno de los aspectos fundamentales de la pandemia, el confinamiento y la propia enfermedad, en el caso de quienes la cursaron: la soledad. Para ello, partió del propio concepto de «soledad» y se hizo preguntas como: ¿cuál es la relación entre la soledad y el mundo? Y a partir de eso, ¿cuál es el impacto que tiene la interrupción del mundo sobre nuestra experiencia de la soledad? En una reflexión que combina pensamiento filosófico con su propia experiencia en esos días, va construyendo una elaboración con diferentes pliegues y alimentando nuevas preguntas. Ahora que el mundo parece encaminarse a una «nueva normalidad», quedarán sin duda las marcas de esos días aciagos. Claudia Hilb es doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (uba), donde actualmente se desempeña como profesora titular. Asimismo, es investigadora del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de esa misma universidad e investigadora principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina. Dirige los proyectos «¿Reconciliación, pacificación y perdón? Respuestas a los legados de regímenes de violencia política. Argentina (2003-), Uruguay (2009-2013), Chile (1998-), Sudáfrica (1995-2002) y Colombia (2012-)» y «Acerca del comienzo en política: norma y excepción». Es autora de varios libros, entre ellos Leo Strauss: el arte de leer (fce, Buenos Aires, 2005) y Usos del pasado. ¿Qué hacemos hoy con los setenta? (Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2013).

ch: Me hicieron la propuesta de tomar un término para participar de la serie «Léxico de la pandemia», la cual me pareció una excelente iniciativa. Quise tratar de ver qué podía decir de la palabra «soledad». Esa palabra me evocó inmediatamente algunas experiencias y algunos pensamientos que ya me habían atravesado alguna vez, y que en estos días tan extraños volví a ver pasar por mi cabeza. Lo que siempre me atravesaba cuando pensaba en la palabra «soledad» es, en primer lugar, la relación entre «soledad» y «mundo común», o entre «soledad» y «mundanidad». Es en ese sentido que voy a tratar de dirigir mi exposición.

Hay algunas frases o algunas sentencias sobre la soledad que podrían hacer de punto de partida. Me pregunto, por ejemplo, si cuando oímos: «No es bueno que el hombre esté solo», del Génesis; o de Schopenhauer: «La soledad es el destino de todos los espíritus excelentes»; o una igualmente célebre frase de Catón: «Nunca estoy menos solo que cuando estoy solo», me pregunto si cuando oímos estas frases juntas asumimos que estamos en presencia de frases totalmente contradictorias. De alguna manera, me interesa entender estas sentencias en armonía entre ellas. Sin querer forzar la interpretación, tiendo a pensar que, si entendemos la soledad en relación con la mundanidad, entonces tal vez no tengamos necesariamente que entenderlas de manera contradictoria. O, en todo caso, si tratamos de interrogar la soledad en relación con la mundanidad, con nuestra inscripción en el mundo común, tal vez podamos distinguir modos de nombrar la experiencia de la soledad que nos pueden permitir que estas frases –que a primera vista suenan contradictorias– puedan tener sentido conjuntamente.

Si tratamos de pensar la soledad en relación con el mundo, podemos tratar también de ahondar un poco más en nuestra reflexión de aquello que puede suceder respecto de la soledad en un momento en el que el confinamiento nos está privando de nuestro modo habitual de estar en ese mundo común. A partir de este punto de partida, una primera observación podría ser que el confinamiento nos enfrentó a algo que tenemos en común quienes estamos aislados de los demás (salvo de aquellos con los que convivimos, si es que convivimos con alguien). Eso que tenemos en común es que hemos perdido nuestra forma de vida cotidiana, nuestra relación física con el afuera, nuestro tránsito por lugares públicos. En otras palabras, hemos perdido de manera brutal, prácticamente de la noche a la mañana, nuestro modo corriente de habitar el mundo. Tenemos en común la reclusión en lo privado, la reclusión de un modo radical en la que lo privado recobra este carácter de «privado de», despojado de lo público, de lo común. Es decir, privados del entramado que hace a la vida propiamente humana: nuestra relación habitual con el mundo ha sido cortada de raíz. Entonces, ¿de qué modo esta interrupción de nuestra mundanidad impacta sobre nuestra experiencia de la soledad? ¿Cuál es la relación entre la soledad y el mundo, y a partir de eso, cuál es el impacto que tiene la interrupción del mundo sobre nuestra experiencia de la soledad?

Para tratar de avanzar en esa dirección, creo que una buena idea puede ser distinguir modos distintos de lo que podemos llamar «soledad» en la relación con el mundo, y a partir de eso ver qué podemos decir de esa relación entre soledad y mundo en la experiencia de confinamiento. Para ir hacia allá, podemos pensar que en los armónicos de la palabra «soledad» tal vez podamos reconocer, en primer lugar, la soledad como desolación o como ausencia radical de mundo; en segundo lugar, la soledad como alienación o distanciamiento del mundo; y, por fin, la soledad como vida solitaria. Pese a la tentación de ligar etimológicamente desolación con soledad, me temo que no existe una relación etimológica entre ambos términos. Habría sido lindísimo, pero me parece que no es el caso. Quienes conozcan la obra de Hannah Arendt seguramente ya perciban su presencia en las sombras cuando en Los orígenes del totalitarismo Arendt distingue «vida solitaria» de «soledad». Esa distinción es muy impactante e iluminadora, aunque no es una sorpresa en sí, porque en el inglés corriente existe, de hecho, la distinción: «solitude» y «loneliness» designan lo que nosotros podemos llamar «vida solitaria» y «soledad». Si bien Arendt me ayuda mucho a pensar siempre, y también lo hace en esta ocasión, en lo que voy a decir ahora no guardo fidelidad con el modo en que ella piensa estas distinciones. Además, ella escribe en un contexto bien distinto. Pese a las citas con las que empecé, tampoco voy a buscar ayuda en ninguna tradición filosófica que se haya interesado en el tema. Voy a partir de aquello que tenemos en común, esto es, la interrupción brutal de nuestra forma habitual de vivir en el mundo, para analizar de qué manera podríamos experimentar distintas formas de la soledad.

Diría que la forma más extrema y dramática de soledad es la del enfermo, la del desvalido. La de aquel que experimenta el abandono completo de las dimensiones comunicacional y relacional, de toda dimensión propiamente humana. Y que queda encerrado en el puro cuerpo físico, en la mera vida biológica. Me parece que la situación del enfermo es siempre una situación de soledad extrema y de pérdida radical de la mundanidad, pero tengo la impresión de que esa soledad extrema se ve impulsada aún más, si eso fuera posible, por la imposibilidad en tiempos de pandemia de contar con la proximidad de otras personas amadas que representan el mundo para el enfermo, es decir, que representan la vida más allá del cuerpo sufriente, del cuerpo muriente, y que lo volverían a inscribir en el mundo. Esa, la soledad como reclusión en el cuerpo como mero cuerpo sufriente, como desolación, es una forma extrema de la soledad como pérdida del mundo, e incluso como pérdida de privacidad. Me atrevería a decir que en la desolación el mundo está ausente de una manera radical.

Dejando de lado esta forma extrema de soledad como desolación, como puro cuerpo viviente y sufriente en la ausencia del otro que representa el mundo para mí, querría pensar otras experiencias menos radicales. En primer lugar, la experiencia de aquel que se encuentra aislado de su hogar (o donde se encuentre) sin la compañía de otros. Es decir, solo pero no desvalido. ¿Qué queda del mundo para aquel que se encuentra confinado sin la presencia de otros? El aislamiento puede ser vivido como pérdida del mundo, como alienación del mundo, como separación de un mundo que se ha (o me han) retirado. Puede ser esa alienación de un mundo que se convoca de manera angustiante cuando se consumen noticias, cuando se buscan encuentros virtuales. Es decir, que convoco un mundo que no llevo en mí, sino que solo puede venir de afuera. Lo convoco para paliar una soledad vivida únicamente como privación. La soledad podría pensarse que aparece, en este caso, como pérdida de la mundanidad del mundo que se intenta convocar como se puede, para mitigar la angustia que provoca el esfumarse de este mundo. Como pérdida de la mundanidad, que si la lleváramos a su expresión extrema me confinaría a una soledad que se aproximaría a la desolación de la que hablé en un primer momento.

Pero creo que también es posible pensar que para aquel que vive el aislamiento sin otras personas, el aislamiento puede darse en su relación con la soledad de otro modo. El aislamiento puede llevarme a convocar al mundo en mí, en el diálogo conmigo mismo o conmigo misma sobre el mundo. Ese es en buena medida el beneficio que tenemos en el encierro quienes nos dedicamos a oficios del pensamiento, que vivimos siempre convocando al mundo en el diálogo interno que establecemos con nosotros mismos. No es un beneficio que tenemos solo nosotros, pero diría que tenemos esa gimnasia bastante practicada para que en una situación de confinamiento podamos convocar al mundo en el diálogo con nosotros mismos. Entonces, la soledad de quien pone entre paréntesis el dato brutal del aislamiento para convocar al mundo en su pensamiento sobre el mundo, esa soledad creo que no puede privarse de manera definitiva de la relación real, física, pública con nosotros. El diálogo con uno mismo es un modo de continuar la relación con el mundo más allá de la relación originaria con el mundo. De algún modo, es necesario volver al mundo para pertenecer a él, pero, tal vez, quien puede en el aislamiento, en el diálogo consigo mismo, edificar un espacio de mundanidad por un tiempo, logra que la vida solitaria no amenace con volverse soledad en el sentido de alienación del mundo.

Y, por fin, quiero preguntarme por el estado de la soledad en quienes vivieron el confinamiento con otros. Creo que en ese caso también es posible imaginar distintas variaciones de la relación entre soledad y mundo. Una experiencia de esta relación entre soledad y mundo puede ser la experiencia de quienes, rodeados de los afectos más cercanos, aunque más no sea por un tiempo (no sabría decir exactamente cuánto), disfrutaron de la soledad en tanto difuminación del mundo. Esto es, puede ser que se encuentre placer en la reclusión en lo privado, en la abstracción de la presencia del mundo, en la separación brutal respecto del mundo. Es decir, que encontremos en el amor, en la seguridad de lo privado y de lo íntimo, una suerte de coraza que nos protege del mundo y de los cruces, de los intercambios, de las exigencias de la vida en comunidad. Nuevamente, por cuánto tiempo esto puede disfrutarse sin necesidad de recuperar el mundo, no puedo saberlo. Diría que cuando pensamos esa relación entre soledad y mundo, o entre confinamiento y mundo, creería que, en este caso, no hay una experiencia de la alienación del mundo como soledad, sino más bien una experiencia en la que la alienación del mundo se nos aparece como algo que nos protege, que nos cobija.

Pero claramente pienso también en la experiencia de confinamiento en la que la compañía permanente de otros en un espacio cerrado puede, por el contrario, volverse difícilmente soportable. En esos momentos, la compañía de los otros, lejos de representar estas bonitas bondades de los afectos privados, nos puede traer a primer plano la soledad como alienación del mundo, la soledad a la que nos destina la interrupción de nuestra vida mundana, la ausencia de cruces, de intercambios, de pluralidades y de diferencias. Esta soledad como alienación del mundo es probable que uno la viva como pérdida de uno mismo, de las diferencias que me constituyen a mí misma en tanto habitante del mundo que habita a la vez varios mundos en los que me muestro de diversa manera. En la privación de ese mundo, quedo reducida a un aspecto absolutamente pequeño y privado de ese uno mismo que soy. Creo que, en la vida con otros en confinamiento, en esta experiencia de vivir con otros en esta soledad como alienación del mundo, es posible recrear un espacio de soledad como esa vida solitaria a la que me referí en un segundo momento. Es decir, un espacio donde a partir de la soledad nos podemos encontrar con aquella que soy o con aquellas que soy fuera del confinamiento, es decir, cuando soy en la vida mundana. Es posible, tal vez, reencontrar el mundo del que hemos sido apartados brutalmente, en esta pluralidad del sí mismo, reencontrarse con quien soy cuando soy en el mundo.

Querría terminar con dos aclaraciones. La primera, que nuestras experiencias de la soledad en el confinamiento pueden ser un entramado de todas estas distintas soledades que acabo de describir, o de buena parte de ellas. Pero me interesaba pensar de qué modo la soledad es respecto de nuestra mundanidad, y de qué modo lo que está en juego en la experiencia de soledad es la difuminación de la experiencia del mundo, o esa posibilidad de seguir siendo aquello sin lo cual dejamos de ser lo que somos (personas que somos porque somos en el mundo).

La segunda aclaración es que, cuando trato de pensar en estos armónicos de la soledad, por supuesto que no se me escapa que lo que llamo la «pérdida del mundo» no es solo la pérdida de una dimensión de la condición humana que hace a la pluralidad, aquello que nos hace propiamente humanos, porque la pérdida de mundo puede ser también la pérdida de acceso a una dimensión donde se da la mera supervivencia. Esto es, la angustia del confinamiento no es por cierto la misma para aquel que en esa pérdida del mundo ha perdido no solo la dimensión mundana de su vida sino también la posibilidad de acceder a un afuera en el mundo desde donde puede proveerse un sustento mínimo material a él o ella misma. Pero ahora intento poner en el centro la pérdida del mundo en tanto tal desde la soledad, y desde ahí tiendo a pensar que, si bien la relación con la angustia no puede sustraerse de ninguna manera del drama de la supervivencia material, cuando pensamos en la relación con la soledad ella no está en relación directa con la supervivencia material, sino con nuestra condición mundana en tanto hombres y mujeres que habitamos un mundo hecho de relaciones, de escenas, de entramados y de intercambios plurales.

En el Génesis, como no es bueno que el hombre esté solo, Dios le crea un mundo. Un mundo de animales, de plantas, de personas. Yo creo que podemos decir que en la frase de Schopenhauer encontramos el elogio de aquel que encuentra en la soledad la posibilidad de recrear el mundo en el pensamiento. Porque, me digo, si no es sobre el mundo, ¿sobre qué diablos podría estar pensando ese filósofo en la soledad? Por último, en la frase de Catón, resuena la pluralidad, que es, antes que una experiencia íntima, una relación con el mundo, y resuena la pluralidad del diálogo conmigo misma que trae el mundo a ese diálogo. Y es en ese estar sola conmigo misma donde, para seguir haciendo citas célebres, soy «dos-en-uno» (Sócrates), pero el dos solo lo conozco porque lo habito como pluralidad en el mundo común. Entonces, si para decirlo de un modo bien banal, la «mala» soledad es pérdida de mundo, la «buena» soledad es una experiencia que solo puedo tener porque habito el mundo plural y traigo el diálogo conmigo misma a esa pluralidad del mundo.

ak: No creo que haya mucho que agregar a esta reflexión y, sin embargo, quisiera hacer unas preguntas para ver algunos matices. Estamos hablando de la soledad del confinamiento, que no es la misma soledad que la del caminante en el bosque. El confinamiento como algo que nos obliga a esa soledad tiene alguna diferencia. La diferencia me parece que es la de lo que ocurre con el cuerpo. En este confinamiento, nuestros cuerpos se han convertido básicamente en funciones biológicas. No hacemos con ellos nada de lo que hacemos cuando darles vida biológica no es lo único que hacemos. Cuando caminamos, cuando vamos a tomar un café, cuando subimos a un colectivo para desplazarnos a algún sitio. Estamos en una situación en la que durante días y días y días las funciones son las de la reproducción de la vida en relación con el cuerpo, y todo lo demás tiene otra dimensión. Eso creo que introduce alguna particularidad en la experiencia de la soledad en el confinamiento.

ch: Trataría de pensar qué agrega a la soledad. Uno de los modos de vivir la soledad no como pérdida de mundo sino como capacidad de recrear el mundo en uno mismo es el de recrear esa experiencia del paseador del bosque, del paseante solitario de Rousseau. El paseante solitario va paseando, pensando, observando el mundo, pero no necesariamente está pensando u observando el mundo por el que pasea. Del mismo modo que yo cuando estoy en mi escritorio no estoy necesariamente pensando en aquello que me rodea, sino que estoy pensando en el mundo. Respecto del cuerpo o de las vidas biológicas, la soledad en relación con la vida biológica se me presenta a mí muy fuertemente como «nada más que vida biológica». Es decir, en el cuerpo sufriente, en el cuerpo del anciano desprotegido (y no de cualquier persona de más de 70 años). Se me presenta la soledad como nada más que vida biológica, en ese sentido. Pero si no, el confinamiento no se me presenta de ninguna manera en ese sentido.

ak: Sí, yo pensaba más bien en la pura vida biológica del cuerpo en esta soledad, no en la soledad como pura vida biológica.

ch: A mí tampoco se me presenta así. Porque en general la experiencia de quienes tenemos buenas condiciones para vivir el confinamiento es que hacemos gimnasia, comemos bien, hacemos un montón de cosas respecto de nuestros cuerpos que no es solo mantenerlos en vida, sino que es mantenerlos en buena vida. Ahí salimos de la mera reproducción de la vida biológica.

nk: Yo tengo dos comentarios. El primer comentario es una desviación profesional, un comentario petrarquiano. Petrarca escribe en algún momento, no se sabe bien cuándo, alrededor de 1346, un tratado que se llama De vita solitaria, donde proclama que la vida solitaria es la mejor vida, a la que él quiere dedicarse; una vida de contemplación que permite dedicarse a la contemplación no solo de las letras y de la filosofía sino también de la divinidad. No es solo una soledad inmanente y moderna como la que usted delineaba, sino también una soledad que tiende a la trascendencia, en el sentido que Petrarca podría darle, que es una trascendencia que se orienta a lo divino. Pero Petrarca también le escribe una carta a un amigo en la que dice que es un hombre que está partido al medio. Por un lado, quiere participar de la vida del mundo, de la vida de la sociedad, de la vida de la ciudad y, por otro lado, le preocupa la salvación de su alma. Entonces, es al mismo tiempo ese hombre que quiere la vida contemplativa y la vida solitaria, y ese hombre que quiere la vida de la sociedad, la vida del mundo, la vida de la humanidad, con la particularidad de que Petrarca podía vivir ambas vidas y decidir cuándo dedicarse a la vida contemplativa y cuándo dedicarse a la vida activa. Un componente de nuestra vida actual es que, por un lado, somos personas modernas y, por ende, nuestra vida en común y nuestra vida contemplativa tienden a ser vidas más inmanentes y trascendentes, y, por otro lado, en esta circunstancia en particular estamos, hasta cierto punto, obligados a esa vida solitaria y, en consecuencia, estamos obligados a repensar la manera en que relacionamos esa vida de contemplación y de soledad con esa vida de reflexión sobre el mundo. El análisis que usted hizo es un análisis moderno, una soledad de nosotros frente al mundo, y esa trascendencia no está. Quizás, si hubiera una pregunta, sería si tuvo esto en cuenta, en algún sentido.

ch: Probablemente la última razón sea por moderna, pero la razón que aparece más inmediata es por la tradición de pensamiento en la que yo me siento más cómoda. Que no es necesariamente la moderna, también tiene sus raíces clásicas, pero no se establece en relación con la divinidad. Se establece en una relación en la que lo primero es el mundo y yo en mi situación en ese mundo, pero no se establece con la divinidad. La referencia a Arendt es por eso bastante obvia, pero remite a una manera de leer esa tradición de la filosofía que no está en relación con la divinidad, pero sí en relación con la pluralidad y la alteridad. Entonces, creo que probablemente por moderna, por extremadamente laica, pero también por inscribirme en una tradición de pensamiento que deja eso afuera. Pero sí, perfectamente podría ser otro apéndice de la relación de la soledad con el mundo.

nk: Tengo una pregunta más, de la que realmente no tengo clara la respuesta. La experiencia del confinamiento y de la salida al mundo también tiene otra cara de la soledad y del aislamiento en el sentido de alienación, que es algo que usted abordó. Me refiero a las personas para las cuales la alienación en el mundo implica la posibilidad de refugiarse de los peligros del confinamiento en familia. Ahí no hay soledad en ninguno de los dos casos, hay soledad como alienación cuando se sale al mundo, hay comunidad como amenaza cuando se está confinado en casa, y la soledad no es contemplativa, sino que protege contra los peligros del lugar donde se debería estar protegido, que es el propio hogar. ¿Hay un aspecto positivo de la soledad como alienación en la calle, digamos?

ch: No estoy segura de haberla captado totalmente, porque en realidad creo que en lo que acaba de decir se solapan dos distinciones. Una, aquellos que viven la alienación del mundo como refugio en lo privado; otra, la de quienes viven la alienación del mundo como pérdida de un lugar que sienten que es ahí donde son lo que son. Su pregunta final, si yo la entiendo bien, es si hay algo en lo que nuestra existencia en el mundo nos proteja de lo privado. Yo diría que radicalmente sí, solo que no lo diría en ese sentido, porque para mí somos primero en el mundo. Entonces, la idea de «protegernos de» me parecería invertir la relación entre qué es lo que somos primero. Para decirlo por la negativa, la reclusión en lo privado, en aquello que nos separa de un mundo que nos protege, que nos alberga como seres múltiples, en el que no somos únicamente aquello que somos en el mundo privado, puede ser un peligro.

ak: Claudia, cuando usted hablaba de estar en el mundo decía «estamos en un sistema de relaciones, escenas y entramados». Por supuesto, son tres figuras sustitutivas una de las otras. Una escena es donde se operan las relaciones y los entramados. Pero en todo caso, se supone que hay alguna actividad que es distinta a la actividad del pensamiento. Quiero decir, relacionarse supone algo distinto a pensar en la relación con el otro. En cambio, en la soledad esas acciones que no sean el pensar desaparecen. ¿Cuál es la tensión entre la contemplación y la acción, y entre la soledad y la mundanidad?

ch: Yo lo diría de una manera diferente, de un modo en el que no se opondrían de forma tan radical acción y contemplación. Es decir, esta situación que estamos viviendo en este momento es una situación en la que estamos interactuando y pensando al mismo tiempo. Del mismo modo, creo que en la idea de Catón «nunca estoy menos solo que cuando estoy solo» significa que pensar no es pasividad. Es un tipo de actividad en el que el mundo aparece traído por mí a esa actividad. Si uno lo piensa de ese modo, creo que esas oposiciones se difuminan.

ak: No sé si resulto plenamente satisfecho con la respuesta, pero no puedo precisar dónde está la insatisfacción, que en todo caso es mía y no de la pregunta misma.

ch: Puedo agregar algo. Yo separo estas escenas, pero la separación es mucho más metodológica que fenoménica. Entonces, establezco las distinciones para pensar las diferencias, pero luego, de algún modo, creo que esas diferencias en la práctica del pensamiento o del estar en el mundo son menos netas que al pensarlas.

Nota: esta entrevista se realizó en el marco de «Léxico de la pandemia», un proyecto multiplataforma ideado y conducido por Alejandro Katz y Nicolás Kwiatkowski, con el objeto de intentar comprender mejor algunos de los conceptos fuertemente interpelados por la experiencia del covid-19. El «Léxico…», realizado con el apoyo de la Fundación Medifé, fue publicado en la página web del diario Perfil y se encuentra disponible aquí. Imagen: Lona Mody. Foto: Infobae.

Fuente de la información e imagen: https://nuso.org

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Según los últimos datos, el desempleo en Brasil alcanza a casi 13 millones de personas

El índice de desocupación del último trimestre cayó, pero el nivel de ingresos también sigue bajando.

La tasa de desocupación del trimestre agosto-octubre cayó 2,5 puntos porcentuales respecto del mismo período del año pasado, de acuerdo a datos difundidos por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). Según la última medición, el desempleo alcanzó 12,1%, en números absolutos 12,9 millones de personas.

Los datos oficiales, consignados por el portal Brasil de Fato, indican además que el trabajo informal representa 40,7% de la población ocupada. Esto significa que aproximadamente 38,2 millones de brasileños realizan sus tareas sin derechos laborales y sin ningún tipo de cobertura.

Además, el pequeño repunte en el índice de empleo no representó una mejora en los ingresos laborales. Según la Encuesta Nacional Continua de Hogares, los ingresos reales cayeron 4,6% en el semestre y 11,1% en lo que va del año. Entre los trabajadores con contrato laboral, la reducción de los ingresos mensuales fue 8% y entre los informales fue 11,9%. En todos los rubros de trabajo tenidos en cuenta por el IBGE también disminuyeron los ingresos: trabajador doméstico (-5,1%), trabajador del sector público (-10,6%), empleador (-15%) y autónomos (-4%).

En la comparación anual tampoco hubo crecimiento de ingresos en ningún grupo de actividad relevado por el IBGE. Por el contrario, en seis de ellos hubo reducciones: Industria (-16,1%), Construcción (-7,4%), Comercio, reparación de vehículos de motor y motocicletas (-10%), Información, comunicación y actividades financieras, inmobiliaria, profesionales y administrativos (-9,3%), Administración Pública, Defensa, Seguridad social, Educación, Salud humana y Servicios sociales (-11,6%) y Servicios domésticos (-5,1%).

Además, los datos muestran que los trabajos formales continúan creciendo mucho menos que los informales. En octubre, según el IBGE, mientras que el primer grupo creció 8,1% en un año, el segundo lo hizo en 19,8%.

Fuente: https://ladiaria.com.uy/mundo/articulo/2021/12/segun-los-ultimos-datos-el-desempleo-en-brasil-alcanza-a-casi-13-millones-de-personas/

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Kenia: se necesitan soluciones urgentes ante el inminente cierre de los campos de refugiados

La asistencia humanitaria en Dadaab es cada vez menor y los refugiados somalíes tienen muy pocas opciones para llevar una vida segura y digna

Ginebra/Nairobi, 14 de diciembre de 2021.- poco más de seis meses de la fecha límite anunciada para cerrar los campos de refugiados en Kenia, aumenta la urgencia para encontrar soluciones sostenibles para las personas refugiadas en los campos de Dadaab, que corren el riesgo de verse privadas de la poca asistencia que reciben actualmente.

Fotografías de Dadaab para medios

Videocomunicado con totales en inglés y somalí

“El cierre planificado de los campos en junio de 2022 debería ser una oportunidad para acelerar el proceso de encontrar soluciones duraderas para las personas refugiadas”, asevera Dana Krause, coordinadora general de MSF en Kenia. “En la actualidad, la mayoría de somalíes refugiados en Dadaab –muchos de los cuales han estado atrapados en los campos durante tres décadas– se enfrentan a una asistencia humanitaria cada vez menor y opciones limitadas de llevar una vida segura y digna”.

En un nuevo informe realizado por MSF, la organización apela a Kenia y a sus socios internacionales a cumplir los compromisos asumidos en el Pacto Mundial sobre Refugiados en 2018, permitiendo que las personas refugiadas somalíes se integren en la sociedad de Kenia o sean reasentadas en el extranjero.

Resumen ejecutivo: «En busca de dignidad. Los refugiados en Kenia enfrentan un difícil dilema». En inglésReport MSF. In search of dignity. Executive summary.pdf – 1 MBInforme completo: «En busca de dignidad. Los refugiados en Kenia enfrentan un difícil dilema». En inglésReport MSF. In search of dignity.pdf – 6 MB

El informe hace hincapié en que el número de personas refugiadas que regresan voluntariamente de Kenia a Somalia ha disminuido drásticamente en los últimos tres años –de más de 7.500 en 2018 a menos de 200 en 2020–, de acuerdo con el ACNUR, y coincidiendo con el aumento de la violencia, el desplazamiento y la sequía en Somalia. Mientras tanto, las ofertas de reasentamiento de los países desarrollados se han agotado en gran medida, dejando a los refugiados con pocas opciones más que quedarse en Kenia, donde tienen derechos limitados. En la actualidad, a las personas refugiadas en Dadaab se les prohíbe trabajar, viajar o estudiar fuera de los campos.

La reciente promulgación de la ley de refugiados en Kenia podría brindar la oportunidad de una mayor integración a las personas refugiadas dentro de Kenia, pero esto depende de que se implemente de manera amplia para incluir a todos los refugiados, incluyendo a los somalíes.

Lo que más tememos es que cerrar los campos sin ofrecer una solución a las personas refugiadas podría resultar en un desastre humanitario
Joroen Matthys, coordinador de proyecto de MSF en Dagahaley

Kenia tiene ahora una elección simple: dejar que los refugiados caigan aún más en la precariedad o defender sus derechos ofreciéndoles la oportunidad de estudiar, trabajar y moverse libremente,” dice Krause. “Los países donantes deben compartir esta responsabilidad aumentando la asistencia para el desarrollo a Kenia, garantizando que las personas refugiadas tengan acceso a los servicios públicos”.

El plan de cierre de los campos ya ha hecho que la asistencia humanitaria se desplome, y el Programa Mundial de Alimentos advirtió el pasado septiembre que podría verse obligado a dejar de distribuir raciones de alimentos por completo a finales de este año si no llega más financiación.

Lo que más tememos es que cerrar los campos sin ofrecer una solución a las personas refugiadas podría resultar en un desastre humanitario”, afirma Joroen Matthys, coordinador de proyecto de MSF en Dagahaley, uno de los tres campos que componen Dadaab. “Es vital que las personas refugiadas tengan acceso interrumpido a la asistencia humanitaria durante todo el proceso de cierre del campo y hasta que tengan la certeza sobre su futuro y puedan volverse autosuficientes”.

“Incluso cuando los países ricos han incumplido los derechos de los refugiados, Kenia ha mostrado su generosidad al acoger a cientos de miles de personas refugiadas durante años,” dice Krause. “Este año se conmemora el 70 aniversario de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados. Kenia debería aprovechar esta oportunidad para cambiar de rumbo y encontrar soluciones duraderas que pongan en el centro los intereses de las personas refugiadas”.

Silvia Fernández. Press Officer, MSF España

Fuente: https://rebelion.org/kenia-se-necesitan-soluciones-urgentes-ante-el-inminente-cierre-de-los-campos-de-refugiados/

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El año se cierra con un número de contagios similar al del inicio de 2021, tras las últimas navidades

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  • Pocos días después del comienzo de la vacunación de la población de entre 5 y 11 años, los brotes y contagios asociados, en ascenso continuo desde el mes de septiembre y en cifras muy superiores al pico del mes de febrero, parecen estar disminuyendo.

Hace un año exacto la situación relativa de la pandemia en los centros educativos era muy diferente a la que está ocurriendo estos días. Con un total de 135 brotes el pasado 18 de diciembre de 2020, se sumaban 803 contagios asociados. Las cosas, 12 meses después, han cambiado mucho. El último dato oficial, del 17 de diciembre era que había 334 brotes, el triple, a los que se asociaban 1.979 casos de contagios. Las cifras más altas que se vieron por aquel entonces aparecieron después de las fiestas de navidad pasadas y de la tormenta Filomena, cuando el pico alcanzó los 413 brotes y 2.570 casos.

Desde que comenzara el curso, brotes y casos de contagios no han parado de aumentar a saltos, según pasaban las semanas. La primera en la que se comenzaron a contar casos, la del 17 de septiembre, hubo siete brotes y 27 contagios asociados. Una semana después, 36 brotes con 239 casos y siete días más tarde, 94 brotes con 537 casos. A mediados de octubre las cifras descendieron para volver a subir antes de terminar el mes. Y no han parado hastas el tope alcanzado hace algo más de una semana, el 10 de diciembre, con 463 brotes y 2.968 casos asociados. Entre la última medición de noviembre y la primera de diciembre, los brotes casi se triplicaron y los casos asociados más que se multiplicaron por dos. La medición del 17 de diciembre, al menos, señala un descenso de brotes y casos.

Detrás de estas cifras en crecimiento, dos causas más o menos claras. Por una parte, la nueva variante ómicron, mucho más contagiosa que las anteriores, aunque menos peligrosa en la gravedad de su impacto. Y, la otra, la relajación en las restricciones en los centros educativos desde el pasado mes de septiembre. Como comentaba Vicent Manyes, presidente de la Federación de directoras y directores de colegios de infantil y primaria, el haber equiparado los grupos burbuja a las ratios previas a la pandemia ha hecho que hayan aumentado los casos, así como el número de chavales puestos en cuarentena cuando aparecen casos en los centros educativos.

Desde que comenzara el curso, los informes del Ministerio de Sanidad aseguran que la mayor parte de los brotes y contagios se han producido en centros de educación infantil y primaria. Era de esperar después de la vacunación masiva de las y los jóvenes de entre 12 y 19 años en los meses previos a las vacaciones de verano. Por el contrario, los brotes y contagios desde el mes de enero y hasta final de curso, en junio, se sucedieron, mayoritariamente, en secundaria.

Es de suponer que el periodo de vacunación haga mejorar todos los indicadores de contagios en centros educativos, máxime cuando comienzan ahora las vacaciones de Navidad. Y esas mismas vacunaciones deberían ser capaces de frenar, en alguna medida, los posibles contagios que se produzcan durante las reuniones familiares de las próximas tres semanas.

Desde sindicatos como CCOO enviaban ayer un comunicado en el que exigía al Gobierno y a las comunidades autónomas que impusieran medidas como las que se tomaron el curso pasado: reducción de grupos burbuja o aumentos de las distancias interpersonales, «para garantizar la seguridad y la salud en todos los centros educativos».

Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/2021/12/21/el-ano-se-cierra-con-un-numero-de-contagios-similar-al-del-inicio-de-2021-tras-las-ultimas-navidades/

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Giorgio Agamben contra la «bioseguridad»: «La epidemia como política»

Cuando Giorgio Agamben escribe «la así llamada pandemia» la reacción inicial de una buena parte de los lectores es asociar al filósofo italiano con el negacionismo puro y duro. Sin embargo, una lectura atenta de La epidemia como política, el libro que publicó Adriana Hidalgo (en su tercera edición, ampliada) y que recopila 18 textos y entrevistas que Agamben fue dando a conocer desde el comienzo de la pandemia de coronavirus, permite abstraerse de ese reduccionismo y analizar otros temas.

Para el autor de Homo Sacer, es fundamental el concepto de «bioseguridad», una actualización de la «biopolítica» planteada en su momento por Michel Foucault. «El dispositivo de gobierno que resulta de la conjunción entre la nueva religión de la salud y el poder estatal con su estado de excepción», escribe Agamben, para quien «tanto se han acostumbrado las personas a vivir en condiciones de crisis y emergencias perpetuas que no parecen darse cuenta de que su vida se ha reducido a una condición puramente biológica y ha perdido no solo toda dimensión social y política, sino hasta humana y afectiva».

El filósofo italiano invita a pensar una nueva política, «que no tendrá la forma obsoleta de las democracias burguesas ni la del despotismo tecnológico sanitario que las está sustituyendo». Una exposición claramente eurocéntrica que admite aquí, en América Latina, otras lecturas, y que merece un contrapunto intelectual con quienes viven y perciben una realidad diferente.

Fuente de la información e imagen:  https://www.pagina12.com.ar

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Universidades en EEUU se preparan para nuevas restricciones

Enfrentando un aumento de las infecciones y una nueva variante del coronavirus, universidades en todo Estados Unidos se han visto frustradas de nuevo en sus esfuerzos para regresar a una normalidad y están comenzando a requerir dosis de refuerzo, extender mandatos de mascarillas, limitar reuniones sociales y, en algunos casos, revirtiendo a clases por internet

Enfrentando un aumento de las infecciones y una nueva variante del coronavirus, universidades en todo Estados Unidos se han visto frustradas de nuevo en sus esfuerzos para regresar a una normalidad y están comenzando a requerir dosis de refuerzo, extender mandatos de mascarillas, limitar reuniones sociales y, en algunos casos, revirtiendo a clases por internet.

La amenaza de la variante ómicron llega como un puñetazo a escuelas que tenían esperanzas de relajar las restricciones esta primavera. Ahora, muchas les están diciendo a los estudiantes que se preparen para otro término con máscaras, pruebas y, si empeoran los casos, límites a la vida social.

Lugo de un otoño con pocos casos nuevos del virus, los funcionarios en la Universidad de Syracuse se sentían optimistas sobre el semestre de primavera, declaró Kent Syverud, rector de la escuela en el norte del estado de Nueva York

“Pero la ómicron ha cambiado eso”, dijo Syverud. “Nos ha hecho reexaminar y decir ’hasta que sepamos más de esta variante con certeza, vamos a tener que reimplementar precauciones”.

La semana pasada, Syracuse anunció que todos los estudiantes y empleados elegibles deben recibir el refuerzo contra el COVID-19 antes del próximo semestre. Los estudiantes además enfrentan una serie de pruebas del virus cuando regresen y las autoridades podrán extender el mandato de uso de mascarillas.

Aún queda mucho por entender de la variante ómicron y la amenaza que representa. En Estados Unidos y muchas otras naciones, la variante delta es actualmente la causa de la mayoría de los casos.

Pero en momentos en que las universidades se preparan para lo peor, muchos consideran las dosis de refuerzo su mejor esperanza. Más de 20 universidades han emitido requerimientos del refuerzo en semanas recientes y otras dicen que lo están considerando. Los Centros para el Control y la Prevención de las enfermedades (CDC) están alentando los refuerzos para las personas de 17 años y mayores y Pfizer dijo la semana pasada que una dosis de refuerzo de su vacuna para el COVID-19 pudiera ofrecer una protección considerable contra ómicron, pese a que las dos dosis iniciales parecen menos efectivas.

Centenares de universidades requieren ya las vacunas y algunas dicen que los refuerzos son el obvio paso siguiente.

La mayoría de los mandatos de refuerzos hasta ahora han sido emitidos por universidades pequeñas en el noreste del país, pero la lista incluye algunas grandes, como la Universidad de Boston, Notredame, en Indiana; y la Universidad de Nuevo México.

La Universidad de Massachusetts en Amherst estuvo entre las primeras en requerir una dosis de refuerzo a los estudiantes, a menos que tengan exenciones médicas o religiosas.

“Los refuerzos son nuestra mejor protección”, afirmó Jeffrey Hescock, codirector del Centro de Promoción de Salud Pública de la universidad.

Una petición reciente en la internet contra el mandato de refuerzos — que argumentó que 97% de los estudiantes estaban vacunados y había pocos casos en los campus — ha atraído unas pocas decenas de firmas. Pero Emily O’Brien, estudiante en la Universidad de Massachusetts, indicó que el refuerzo es una demanda razonable. Ella ya estaba planeando recibir el refuerzo, pero dijo que el mandato probablemente aumentará su adopción por los estudiantes y prevendrá futuros encierros.

«Si los últimos seis meses han mostrado algo, es que mucha gente no se vacuna – especialmente jóvenes saludables — si no se les requiere”, expresó O´Brien, de 18 años.

UMass requerirá además mascarilla al inicio del semestre y enviará a los estudiantes a casa para la pausa invernal con una prueba rápida.

Muchas universidades que se preparan para una potencial interrupción en el semestre próximo lidian ya con brotes en los campus, que han aumentado en las semanas tras el feriado de Acción de Gracias.

La Universidad Cornell suspendió todas las actividades en campus el martes y trasladó los exámenes finales a la internet luego que más de 400 estudiantes dieron positivo en dos días. En un mensaje, la presidenta Martha Pollack dijo que había evidencia de la variante ómicron en un número “significativo” de las muestras.

“Obviamente es muy desalentador tener que dar estos pasos”, escribió Pollack. “Sin embargo, desde el comienzo de la pandemia, hemos estado comprometidos con prestar atención a lo que dice la ciencia y hacer todo lo posible para proteger la salud de nuestra facultad, nuestro personal y los estudiantes”.

Horas después del anuncio de Cornell, la Universidad de Princeton pasó sus exámenes a la internet y llamó a los estudiantes a dejar el campus “en cuanto sea conveniente”, en medio de un aumento de los casos. La escuela anunció además que requerirá dosis de refuerzo para estudiantes, profesores y empleados.

Middlebury College en Vermont cambió a clases en la internet la semana pasada tras un aumento de las infecciones y llamó a los estudiantes a dejar el campus adelantadamente para la pausa invernal. El incremento de casos en La Universidad de Pensilvania llevó la semana pasada a prohibir las reuniones sociales en interiores.

El viernes, la Universidad Tulane en Nueva Orleáns advirtió que un aumento de casos en el campus incluye casos “probables” de la variante ómicron, confirmada en al menos un estudiante la semana pasada. En repuesta, las autoridades universitarias reinstauraron el mandato de mascarillas y expandieron las pruebas del virus.

Otras universidades que ya han extendido los requerimientos de máscaras al año próximo son Wake Forest University, West Virginia University y Penn State.

Algunas ya han aplazado el regreso a los campus el próximo mes para evitar brotes. Southern New Hampshire University y DePaul University en Chicago advirtieron recientemente que los estudiantes recibirán clases en la internet por dos semanas tras los feriados.

En una carta a los estudiantes, el presidente de DePaul, A. Gabriel Esteban, dijo que la escuela “comenzará cautelosamente el trimestre invernal para poder sostener una experiencia universitaria robusta por el resto del año académico”.

Cuando los estudiantes en Stanford University regresen al campus en enero, tendrán prohibido realizar fiestas y otras reuniones numerosas por dos semanas. Además, se someterán a pruebas una vez a la semana y continuarán usando mascarillas en interiores como requerimiento para asistir a clases. Las medidas buscan limitar la transmisión del virus, sin limitar demasiado la experiencia universitaria, expresó Russell Furr, vicedecano para salud y seguridad.

“Es algo que hemos debatido durante toda la pandemia: ¿Cómo logramos un enfoque equilibrado?”, dijo. El objetivo es evitar los encierros estrictos de inicios de la pandemia, cuando la salud mental de los estudiantes “realmente sufrió”, añadió.

En algunas escuelas, aún existe una esperanza cautelosa de lograr un semestre normal. Las autoridades de la Universidad de Florida Central les dijeron a los profesores que pueden requerir asistencia en persona en la primavera, algo que fue desalentado en el otoño en medio del alza de casos de la variante delta.

En un mensaje en campus, el rector interino Michael D. Johnson advirtió que si la variante ómicron se disemina, “tendremos que cambiar de nuevo de dirección”.

Otro temor es el momento en que llega ómicron — incluso sin una variante nueva, había preocupaciones de más brotes a medida en que el frío hiciese a las personas permanecer más en espacios cerrados, expresó Anita Barkin, codirectora de un departamento especial para el COVID-19 en la American College Health Association.

La asociación recomendó recientemente que las universidades se centren en aumentar las tasas de vacunación para evitar una nueva ola de casos.

“El mensaje es que tenemos que permanecer en alerta”, declaró Barkin. “Ciertamente hay un hastío de pandemia y la gente está cansada — pero parece que la pandemia no está cansada de nosotros”.

Fuente: https://www.independentespanol.com/ap/universidades-en-eeuu-se-preparan-para-nuevas-restricciones-b1976785.html

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