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Colombia: “Cali, lucharemos por mejorar la educación, la cultura y el deporte”: Rafael Nieto

Colombia/ 14 de noviembre de 2017/Fuente: http://hsbnoticias.com

El precandidato presidencial del Centro Democrático, Rafael Nieto, en la maratón democrática que se cumplió en Cali, enfocó su discurso en la educación, el deporte y la cultura. “Necesitamos hacer una apuesta por el deporte, yo soy deportista, para mí no es una teoría, es mi vida”, destacó.

Rafael Nieto resaltó que la cobertura en el sistema educativo en Cali es solo del 67 por ciento y el reto es hacer que los estudiantes se mantengan en el sistema y salgan bachilleres. Además, destacó el candidato: “tenemos que aumentar la cobertura y cerrar la brecha educativa de 0 a 5 años porque toda la formación y las aptitudes de nuestros niños se forman en esa etapa”. En temas de educación el precandidato concluyó que la clave de la calidad de la educación es la calidad de los maestros.

Por último, el precandidato Rafael Nieto cerró su discurso diciéndole a los vallecaucanos que “Hay que bajar el IVA para devolverle capacidad de ahorro a la clase media y capacidad de consumo a la clase más desfavorecida. Sólo así podremos propulsar la economía”.

Fuente de la Noticia:

http://hsbnoticias.com/noticias/politica/cali-lucharemos-por-mejorar-la-educacion-la-cultura-y-el-dep-367919

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Libro: La lectura como plegaria: fragmentos filosófico

Reseña: Escuchar a Joan-Carles Mèlich es siempre una invitación a pensar, a reflexionar, a leer.  El filósofo Joan-Carles Mèlich reúne en este libro un total de 262 «fragmentos filosóficos» procedentes de sus cuadernos de notas. Se trata de una reflexión sobre la lectura, la escritura, la distinción entre moral y ética, el sentido, Dios, el infierno, la compasión, la intimidad, la finitud, el deseo, el perdón, las víctimas, la muerte…, en un género que rehúye las categorías y opta por las escenas, las imágenes, las metáforas. Mèlich nos ofrece, en definitiva, «un pensamiento fragmentario, abierto, no sistemático, contrario a la lógica metafísica».

Link de descarga:  http://nicklipscombe.info/93800-pdf-epub-libros-descargar-la-lectura-como-plegaria.php

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La militarización de la política en Estados Unidos

Por: James Petras

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Los militares juegan un papel cada vez mayor a la hora de definir la agenda de política exterior y, por extensión, de política interior en Estados Unidos. El ascenso de “los generales” a puestos estratégicos del régimen de Trump es evidente y ello refuerza la autonomía del ejército en la determinación de la agenda de política estratégica.

En este artículo analizaremos las ventajas que aportan los planes bélicos a la élite militar y las razones por las cuales “los generales” han conseguido imponer su punto de vista sobre la realidad internacional.

Examinaremos la influencia del estamento militar sobre el gabinete civil de Trump, consecuencia de la degradación implacable de la presidencia que lleva a cabo la oposición política.

El preludio a la militarización: la estrategia de múltiples guerras de Obama y sus consecuencias

El papel fundamental que desempeña el ejército en la elaboración de la política exterior de EE.UU. tiene su origen en las decisiones estratégicas tomadas durante la presidencia de Obama-Clinton. En ese periodo se implementaron una serie de políticas que influyeron enormemente en el advenimiento de un poder político-militar sin precedentes.

1- El enorme incremento de las tropas destinadas a Afganistán y sus subsecuentes fracasos y retirada debilitaron el régimen Obama-Clinton y aumentaron la animosidad entre los militares y la Administración Obama. A consecuencia de sus fracasos, Obama rebajo la reputación las fuerzas armadas y debilitó su autoridad como presidente.

2- Los bombardeos masivos y destrucción de Libia, el derrocamiento del régimen de Gadafi y la incapacidad de la administración Obama-Clinton para imponer un gobierno títere, pusieron de manifiesto las limitaciones del poder aéreo estadounidense y la ineficacia de su intervención político-militar. El presidente equivocó fatalmente su política exterior en el Norte de África y demostró su ineptitud militar.

3- La invasión de Siria por parte de mercenarios y terroristas financiados por Estados Unidos le vinculó a un aliado poco de fiar en una guerra en la que tenía todas las de perder. Ello provocó una reducción del presupuesto militar y persuadió a los generales de que el control de las guerras extranjeras y la política exterior era la única manera de salvaguardar sus posiciones.

4- La intervención militar de Estados Unidos en Irak tuvo una importancia secundaria en la derrota del Estado Islámico; los principales actores y beneficiarios fueron Irán y las milicias chiíes iraquíes aliadas.

5- La Administración Obama-Clinton organizó el golpe de Estado en Ucrania y facilitó la toma del poder a una junta militar corrupta e incompetente. Esto provocó la secesión de Crimea (que se unió a Rusia) y de Ucrania Oriental (aliada a Rusia). Los generales fueron marginados y descubrieron que se habían aliado con los cleptócratas ucranianos e incrementado peligrosamente la tensión política con Rusia. EE.UU. dictó sanciones económicas contra Moscú intentando desviar la atención de sus ignominiosos fracasos político-militares.

Trump se encontró con un legado de la administración Obama-Clinton levantado sobre tres patas: un orden internacional basado en las agresiones militares y la confrontación con Rusia; un “pivote hacia Asia” basado en el cerco militar y el aislamiento económico de China logrado mediante amenazas de guerra y sanciones económicas contra Corea del Norte; y el uso del ejército como guardia pretoriana de los tratados de libre comercio en Asia, que excluyen a China.

El legado de Obama consiste en un orden internacional de capital globalizado y múltiples guerras y su continuidad dependía inicialmente de la elección de Hillary Clinton como presidenta.

Por su parte, Donald Trump prometió en la campaña presidencial desmantelar o revisar drásticamente la Doctrina Obama que basaba el orden internacional en el mantenimiento de múltiples guerras, una visión “neocolonialista” de la nación y el libre comercio. El furioso presidente saliente comunicó al recién llegado que si procedía a cumplir sus promesas electorales de un nacionalismo económico se encontraría con la hostilidad conjunta de todo el aparato del Estado, Wall Street y los medios de comunicación de masas, con lo que socavaría el orden global centrado en torno a Estados Unidos.

La apuesta de Trump era cambiar las sanciones económicas y la confrontación militar de Obama por la reconciliación económica con Rusia, pero se encontró con el avispero de acusaciones sobre la supuesta conspiración electoral con Rusia, que insinuaban que había cometido traición, y con los juicios ejemplares a sus aliados más próximos y a miembros de su propia familia.

La fabricación mediática del complot Trump-Rusia fue solo el primer paso de una guerra total contra el nuevo presidente que consiguió debilitar su agenda económica nacionalista y su intención de cambiar el orden global de Obama.

Trump bajo el orden internacional de Obama

Tras solo ocho meses en el poder, el presidente Trump sucumbió impotente a los despidos, dimisiones y humillación de todos y cada uno de sus nombramientos civiles, especialmente aquellos empeñados en revertir el “orden internacional” de Obama.

Trump fue elegido para reemplazar las guerras, sanciones e intervenciones militares por acuerdos económicos que beneficiaran a las clases trabajadora y media de Estados Unidos. Eso implicaba acabar con los prolongados y dispendiosos compromisos de las fuerzas armadas en la “construcción de naciones” (ocupación), en Irak, Afganistán, Siria, Libia y otras zonas sin fin de guerra planeadas por Obama.

Se suponía que las prioridades militares de Trump eran el refuerzo de las fronteras nacionales y de los mercados extranjeros. Comenzó solicitando a sus socios de la OTAN que asumieran sus propias responsabilidades en defensa y pagaran por ellas. A los partidarios del orden global de Obama de ambos partidos les horrorizaba que Estados Unidos pudiera perder el control absoluto de la OTAN; inmediatamente se unieron y se movilizaron para despojar a Trump de sus aliados económicos nacionalistas y desmontar sus programas.

Trump se dio por vencido enseguida y se adaptó al orden internacional de Obama, con una única salvedad: él mismo seleccionaría el gabinete que pusiera en marcha el viejo/nuevo orden internacional.

Maniatado, Trump eligió una cohorte de generales encabezada por el general James Mattis (conocido como “Perro Loco”) como ministro de Defensa. Los generales se hicieron cargo de la presidencia. Trump abdicó de sus responsabilidades.

General Mattis: la militarización de Estados Unidos

El general Mattis asumió el legado de Obama y le añadió su propio matiz incluyendo la “guerra psicológica” incorporada a las declaraciones exaltadas de Trump en Twitter.

La “doctrina Mattis” combina amenazas graves con provocaciones agresivas, lo que sitúa a Estados Unidos (y al resto del mundo) al borde de una guerra nuclear. El general ha adoptado los objetivos y los campos de operaciones definidos por la anterior Administración dispuesto a reforzar el orden imperialista internacional existente.

Las políticas de la junta se han basado en las provocaciones y amenazas contra Rusia y el aumento de las sanciones económicas. Mattis echó más gasolina al fuego de la retórica antirusa, ya bastante candente, de los medios de comunicación de masas. El general fomentó una estrategia de “matonismo diplomático” de baja intensidad, incluyendo una invasión de las oficinas diplomáticas rusas que no tenía precedente y la expulsión inmediata de diplomáticos y personal consular.

Estas amenazas militares y estos actos de intimidación diplomática dan a entender que la Administración de los generales del títere Trump está dispuesta a destrozar las relaciones diplomáticas con una gran potencia nuclear mundial y, por ende, a llevar al mundo a una confrontación nuclear directa.

Lo que Mattis pretende con estas disparatadas agresiones es nada menos que obligar al gobierno ruso a capitular ante los antiguos objetivos militares de Estados Unidos: la partición de Siria (que se inició con Obama), la imposición de sanciones severas a Corea del Norte (que se inició con Clinton) y el desarme de Irán (principal objetivo de Tel Aviv) conducente a su desmembración.

La junta de Mattis que ocupa la Casa Blanca endureció las amenazas a una Corea del Norte, que, en palabras de Putin, “antes estaría dispuesta a alimentarse de hierba que al desarme”. Los megáfonos de los medios de comunicación y del ejército pintan a los norcoreanos, víctimas de las sanciones estadounidenses, como una amenaza “existencial” al continente norteamericano.

Las sanciones se han endurecido. Hay presiones para desplegar armamento nuclear en Corea del Sur. Se planean y se ejecutan maniobras militares masivas por tierra, mar y aire en torno a Corea del Norte. Mattis retorció el brazo a los chinos (principalmente a los burócratas empresarios relacionados con las compras) y se aseguró de que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara un aumento de las sanciones. Y Rusia se unió al coro anti Pyongyang ¡a pesar de que Putin advirtió de la ineficacia de las sanciones! (¡Como si el general Perro Loco fuera a tomar en serio el consejo de Putin, especialmente una vez que Rusia votó a su favor!).

Mattis también ha incrementado la militarización del Golfo Pérsico, continuando la política de sanciones parciales y provocaciones belicosas contra Irán.

Cuando trabajaba para Obama, Mattis aumentó los cargamentos de armas estadounidenses destinados a los terroristas sirios y los títeres ucranianos, para estar seguro de que Estados Unidos pudiera echar por tierra cualquier “acuerdo negociado”.

Evaluación de la militarización

Se supone que al recurrir a “sus generales” Trump contrarresta cualquier ataque sobre política exterior que pueda recibir por parte de su propio partido o de congresistas demócratas. El nombramiento de Mattis “Perro Loco”, conocido rusófobo y belicista, ha servido para pacificar hasta cierto punto su oposición en el Congreso y debilitar cualquier “hallazgo” de conspiración electoral entre Trump y Moscú expuesto por el investigador especial Robert Mueller. Trump mantiene su papel como presidente nominal adaptándose a lo que Obama le advirtió que era el “orden internacional”, ahora dirigido por una junta militar no elegida ¡compuesta por remanentes del gobierno Obama!

Los generales proporcionan una apariencia de legitimidad al régimen de Trump (especialmente para los demócratas belicistas y los medios de comunicación). Sin embargo, el traspaso de los poderes presidenciales a Mattis “Perro Loco” y sus secuaces tendrá un alto precio.

Aunque la junta militar pueda proteger el flanco de política exterior de Trump, no sirve para reducir los ataques a sus proyectos internos. Por si fuera poco, el compromiso sobre presupuesto que Trump propuso a los demócratas ha enfurecido a los líderes de su propio partido.

En resumen, la militarización de la Casa Blanca producto del debilitamiento de la posición de Trump beneficia a la junta militar y aumenta el poder de esta. De momento, el programa de Mattis “Perro Loco” ha tenido resultados diversos: las amenazas de lanzar una guerra preventiva (posiblemente nuclear) contra Corea del Norte ha reforzado la determinación de Pyongyang de desarrollar y perfeccionar su capacidad de misiles balísticos de medio y largo alcance y sus armas nucleares. Las políticas suicidas no han conseguido intimidar a Corea del Norte. Mattis no ha podido imponer la doctrina Clinton-Bush-Obama dirigida a despojar a los países (como Libia e Irak) de sus armas defensivas avanzadas como preludio de una invasión estadounidense de “cambio de régimen”.

Cualquier ataque de EE.UU. a Corea del Norte provocaría represalias masivas que se cobrarían decenas de miles de vidas de militares estadounidenses y causarían la muerte y lesiones a millones de civiles en Corea del Sur y Japón.

Lo más que ha conseguido “Perro Loco” ha sido intimidar a las autoridades chinas y rusas (y a sus multimillonarios colegas de negocios de exportación) para que aumenten las sanciones económicas contra Corea del Norte. Mattis y sus aliados en la ONU y la Casa Blanca (la chiflada Nikki Haley [1] y el miniaturizado presidente Trump) pueden llamar a la guerra, pero no pueden aplicar la llamada “opción militar” sin amenazar a las fuerzas armadas estadounidenses desplegadas a lo largo de la región de Asia-Pacífico.

El asalto de Mattis “Perro Loco” a la embajada rusa no debilitó sustancialmente a Rusia, pero ha desvelado la inutilidad de la diplomacia conciliatoria de Moscú hacia sus supuestos “socios” del régimen de Trump.

El resultado final puede conducir a una ruptura formal de las relaciones diplomáticas, que incrementaría el riesgo de una confrontación militar y un holocausto nuclear global.

La junta militar está presionando a China para que actúe contra Corea del Norte con el objetivo de aislar el régimen de Pyongyang y reforzar el cerco militar estadounidense a Pekín. “Perro Loco” ha obtenido un éxito parcial al volver a China contra Corea del Norte al tiempo que garantizaba sus instalaciones avanzadas de misiles THADD en Corea del Sur, que apuntarán directamente a Pekín. Estos son los triunfos a corto plazo de Mattis frente a los excesivamente dóciles burócratas chinos. Pero si “Perro Loco” intensifica las amenazas militares directas contra China, Pekín puede tomar represalias deshaciéndose de miles de millones de bonos del Tesoro estadounidense, cortando relaciones diplomáticas, sembrando el caos en la economía de EE.UU. y enfrentando a Wall Street con el Pentágono

El aumento de tropas llevado a cabo por Mattis en Afganistán y en Oriente Próximo no servirá para intimidar a Irán ni conducirá a ningún triunfo militar. Por el contrario, implicas grandes gastos y pocas ganancias, tal y como descubrió Obama tras casi una década de derrotas, fiascos y pérdidas multimillonarias.

Conclusión

La militarización de la política exterior de Estados Unidos, el establecimiento de una junta militar en el seno de la Administración Trump y el recurso a la política arriesgada de la amenaza nuclear no ha cambiado el equilibrio de poder global.

En el ámbito interno, la presidencia nominal de Trump depende de militaristas como el general Mattis. Mattis ha intensificado el control sobre los aliados de la OTAN, atrayendo incluso a alguna oveja descarriada como Suecia, para que se unan a Estados Unidos en una cruzada militar contra Rusia. Ha aprovechado la pasión que sienten los medios de comunicación por los titulares belicosos y su adulación a los generales de cuatro estrellas.

Pero, a pesar de todo eso, Corea del Norte permanece impávida porque puede tomar represalias. Rusia posee miles de armas nucleares y sigue siendo el contrapoder en un planeta dominado por Estados Unidos.

China es dueña del Tesoro de Estados Unidos y no se deja impresionar, a pesar de la presencia de una armada estadounidense cada vez más dispuesta al choque a lo largo de todo el mar meridional de China.

“Perro Loco” se entusiasma con la atención mediática, encarnada en periodistas bien vestidos y con una escrupulosa manicura que no pierden detalle de todos y cada uno de sus discursos sanguinarios. Los contratistas de la guerra le rodean como un enjambre de moscas en torno a la carroña. Este general de cuatro estrellas ha alcanzado un estatus presidencial sin haber ganado ningunas elecciones (falsas o no). No hay duda de que cuando deje el cargo se convertirá en el más deseado miembro de consejo de administración o asesor especialista de los grandes contratistas militares estadounidenses de la historia de EE.UU. Recibirá lucrativos honorarios por charlas estimulantes de media hora y consolidará las sustanciosas prebendas del nepotismo para las tres siguientes generaciones de su familia. Podría incluso presentarse para senador o incluso presidente por cualquiera de los dos partidos.

La militarización de la política exterior de Estados Unidos nos ofrece importantes lecciones:

La primera de todas es que la escalada de las amenazas de guerra no triunfa si el objetivo es desarmar a adversarios que poseen capacidad para contraatacar. La intimidación mediante sanciones puede imponer penurias económicas importantes a los regímenes dependientes de la exportación de petróleo, pero no a las economías endurecidas, autosuficientes o muy diversificadas.

Las maniobras bélicas multilaterales de baja intensidad refuerzan las alianzas encabezadas por EE.UU., pero al mismo tiempo convencen a sus adversarios de que deben aumentar su preparación militar. Las guerras de intensidad media contra adversarios no nucleares pueden servir para tomar ciudades importantes, como en Irak, pero el ocupante se enfrenta a costosas y prolongadas guerras de erosión que pueden socavar la moral del ejército, provocar malestar en el ámbito nacional y elevar el déficit presupuestario. Y generan millones de refugiados.

Las políticas militares arriesgadas pueden traer cuantiosas pérdidas en vidas, aliados y territorio y montones de cenizas radioactivas… ¡una victoria pírrica!

En resumen:

Las amenazas y la intimidación solo funcionan contra adversarios conciliadores. La matonería verbal poco diplomática puede hacer que surjan el espíritu pendenciero y algunos aliados, pero tiene pocas posibilidades de convencer a los adversarios de que se rindan. La política estadounidense de militarización mundial excede a sus propias fuerzas armadas y no ha logrado ninguna victoria militar permanente.

¿Hay alguna voz dentro de los militares estadounidenses de ideas claras, esos que no se deslumbran por el brillo de sus estrellas o de sus estúpidos admiradores de los medios de comunicación, dispuesta a defender la reconciliación global y más respeto mutuo entre las naciones? El Congreso de Estados Unidos y los medios de comunicación corruptos han demostrado su incapacidad para evaluar los desastres del pasado, así que mucho menos podrán forjar una respuesta eficaz a las nuevas realidades globales.

FUENTE: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231860

 

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La extrema derecha militarista puede ser Gobierno en Brasil

La pregunta es por qué un político de extrema derecha que defiende posiciones fascistas tiene tamaña popularidad

Por: Raul Zibechi

El diputado y exmilitar Jair Bolsonaro dedicó su voto a favor de la destitución de la entonces presidenta Dilma Rousseff, al «coronel Ustra», uno de los más destacados torturadores durante la dictadura militar de Brasil (1964-1985), que había torturado también a Dilma.

Bolsonaro es uno de los políticos más populares de Brasil. Tiene el 20% de las intenciones de voto para las elecciones de 2018, detrás sólo de Lula, pero delante de los demás candidatos de todos los colores. No sólo defiende la dictadura militar, sino que considera la tortura como una práctica legítima, defiende la pena de muerte y rechaza las cuotas para afrobrasileños en las universidades, ataca a los homosexuales y es contrario al matrimonio igualitario.

Es diputado desde 1991 y en 2014 fue reelecto como el más votado de Río de Janeiro con casi medio millón de votos. Como militar participó en un grupo de artillería de campaña y, como paracaidista, defiende desde entonces aumentos de salarios para los militares y sostiene que la crisis brasileña sólo puede resolverse con mano dura.

Se presenta como el candidato ‘antiestablishment’, que recoge tanto los votos de quienes rechazan a la izquierda como los que desconfían de la derecha. No realiza alianzas con los políticos ‘tradicionales’, pero se presenta por el Partido Ecológico Nacional (una de las siglas más recientes del escenario electoral), luego de haber integrado seis formaciones políticas.

En su blog de campaña defiende un mayor rigor disciplinario en las escuelas, la reducción de la edad penal, el armamento de los ciudadanos para proteger sus propiedades, mayor seguridad jurídica a la actuación policial y los valores cristianos.

La pregunta es por qué un político de extrema derecha que defiende posiciones a contracorriente del sentido común y de la historia política reciente de Brasil tiene tamaña popularidad, al punto que sobrepasa a Lula en Rio Grande do Sul, uno de los estados más politizados del país y el primero en haber sido gobernado por el Partido de los Trabajadores.

Encuentro cinco razones de peso para explicar el crecimiento de Bolsonaro, aunque estimo que difícilmente consiga la Presidencia, ya que en una segunda vuelta es muy probable que más de la mitad de los votantes le de la espalda.

La primera es la herencia de la dictadura militar. En Brasil no existió una ruptura con el régimen como la hubo en Chile, Argentina y Uruguay con los ‘Nunca Más’, que mostraron ante la opinión pública las infamias cometidas por las Fuerzas Armadas contra la población. Precisamente el coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra fue el primer militar en haber sido condenado como torturador recién en 2008.

Para muchos brasileños la dictadura militar fue un periodo de auge de la economía y de importantes obras públicas, de modo que la imagen de esos regímenes no está asociada a la violación de los derechos humanos como en los demás países de la región.

La segunda cuestión es la herencia colonial y la presencia de un racismo asfixiante. Brasil fue uno de los últimos países en abolir la esclavitud, recién en 1885, pero la cultura esclavista perdura hasta el día en hoy, en particular entre los terratenientes que tienen guardias armadas para la defensa de sus propiedades. Aún existe trabajo forzado en las plantaciones de café y, «entre 1996 y 2014, unos 48.700 esclavos han sido liberados».

Más de la mitad de los brasileños se definen como afrodescendientes, pero una parte considerable (alrededor del 25%) vive en favelas y el resto es pobre, accediendo sólo a trabajos precarios y mal pagados. En la cultura de las clases medias, la mujer negra está destinada a ser empleada doméstica y al varón se lo suele considerar como delincuente.

Por eso el rechazo de Bolsonaro al ingreso de negros a las universidades recibe tanto apoyo. El sector blanco y de clases medias de la población siente profundo rechazo a la presencia de negros ligares tanto en los centros universitarios como en las salas de espera de los aeropuertos, ya que el ascenso económico que experimentaron bajo los Gobiernos del PT les permitió acceder al consumo.

La tercera razón se relaciona con la crisis del sistema político. Los dos últimos Gobiernos, el de Rousseff y el actual de Michel Temer, alcanzaron una aprobación muy baja, menor al 10% del electorado. De alguna manera se trata de un profundo rechazo a los políticos que fue aprovechado primero por la derecha para destituir a Rousseff y ahora por la extrema derecha.

El no haber realizado una reforma política de fondo (el Parlamento tiene casi 30 partidos) que incluya la financiación estatal de las campañas, es uno de los mayores problemas del sistema político. La dependencia de los partidos de las donaciones de empresas privadas y estatales está en la base de la corrupción que investiga la operación Lava Jato.

La cuarta razón que explica la derechización del electorado es la crisis económica. Durante tres años consecutivos, la economía de Brasil retrocede, configurando la mayor crisis en la historia del país. Luego de una década en la que el país fue la cuarta economía del mundo (cayó hasta el 10º puesto), el Gobierno de Temer está dispuesto a privatizar buena parte de las empresas estatales para resolver el mayor déficit fiscal en su historia.

Esto se traduce en desempleo y endeudamiento de las familias, que ya no pueden pagar sus cuentas. Hay claros síntomas de exasperación, en particular entre las clases medias urbanas que estaban acostumbradas a estándares de consumo que mejoraban de año en año.

Por último, el fracaso de la izquierda es utilizado como elemento de legitimación por la candidatura de Bolsonaro. El principal pecado de los Gobiernos encabezados por Lula y Dilma es la corrupción. Para muchos analistas y para buena parte de sus votantes, un Gobierno de izquierda podía cometer errores, pero nunca pensaron que llegarían a ver a sus dirigentes históricos entre rejas por haber robado o tolerado la corrupción.

Aunque es muy difícil que Bolsonaro se haga con la Presidencia, las ideas de extrema derecha han conseguido instalarse en Brasil y es muy difícil que retrocedan si no se transforman las realidades estructurales que están en la base del racismo, la militarización y la violencia en la vida cotidiana.

https://mundo.sputniknews.com

Fuente: https://www.lahaine.org/la-extrema-derecha-militarista-puede

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Entrevista as David Rieff: ¿Qué precio pagarías por la memoria?

David Rieff presenta su polémico ensayo “Elogio del olvido”, en el que argumenta contra el culto al pasado colectivo.

Todo será olvidado, tarde o temprano”, afirma David Rieff en un bar de Las Cañitas. Esa convicción suena cuanto menos paradójica en alguien que se licenció en Historia. Pero el ensayista estadounidense (intelectual heterodoxo y hombre de usar sombrero y corbata, incluso los fines de semana) presenta por estos días un libro titulado Elogio del olvido, así que la definición viene a cuento. “Quizá no sea sólo pesimista sino ‘mórbidamente radical’, como señaló una de las reseñas”, continúa, “pero creo que en 100 años, cuando los testigos y sus vivencias ya no estén, nadie se acordará del 11-S, para hablar de algo cuyas consecuencias aún sacuden el mundo”, sostiene Rieff, mientras detrás de los cristales persiste una garúa metálica.

El libro, escrito en 2015, analiza tragedias colectivas del siglo XX y es un alegato contra el culto a la memoria histórica como “imperativo moral”. Consciente de lo polémico de su postura (“voy a Chile luego; van a ser días difíciles”), Rieff aboga por el “olvido activo” de Nietzsche como una opción posible en sitios donde recordar conduce “a la guerra más que a la paz, al rencor y al resentimiento”. “Si nuestras sociedades dedicaran al olvido una parte mínima de la energía que aplican a recordar, la paz en algunos de los peores lugares del mundo podría estar más cerca”, argumenta. Y, sin embargo, quizá para probar que toda hipótesis debe ser metódicamente refutada, en un español que alterna entre el tú y el vos, recuerda: “Cada vez que vengo a Buenos Aires pienso que podría haber tenido otro destino. La familia de mi padre tomó un barco a vapor que la llevó a Nueva York. Pero al día siguiente, salía uno hacia aquí. A ellos les daba lo mismo; eran judíos y sólo querían salir de Rusia. Pero mi vida habría sido totalmente distinta”.

Rieff es hijo de Susan Sontag (1933-2004), una de las pensadoras más brillantes de su tiempo. A la enfermedad y agonía de esa mujer flamígera le dedicó su único libro de memorias (“muy limitado porque había muchas cosas sobre las que yo no estaba listo para decir la verdad”). Aún hoy, hablar de esa experiencia eclipsa el buen humor cosmopolita que lo acompaña esta mañana.

–Ha escrito sobre crímenes de guerra, la crisis del humanitarismo y el hambre global. Ahora, sobre la memoria histórica que caracteriza como “memoria de las heridas”. ¿Por qué le interesa el sufrimiento humano como tema?

–No sé. Tal vez haya cierto pesimismo en mi ADN. Cuando escribí mis primeros libros pensé: “Soy un outsider profesional. Eso es lo que traigo al juego”. Pero un outsider obsesionado por comunidades de memoria, más o menos coherentes y trágicas: los exiliados, los refugiados… Tengo una relación muy curiosa con ellos, porque me siento un extranjero en todas partes. Para un escritor tiene sus ventajas, eres un observador que no trae consigo ideas sobre cómo vivir. El tema del desgarro ya estaba en El exilio: Cuba en el corazón de Miami, una meditación de 1993 sobre la relación entre la fantasía y la memoria de esa generación. En cuanto a este libro, mi experiencia como reportero de guerra fue decisiva. Me llevó a pensar que en determinadas circunstancias políticas elegir olvidar podía ser deseable.

–¿Lo ha vuelto más escéptico? ¿De allí estos versos de Yeats como epígrafe: “Un sacrificio demasiado largo/ puede tornar en piedra el corazón”?

–Después de 35 años de trabajo es normal pasar de tragedia en tragedia. Puedo incluso decir algo más crítico de mí mismo: hay algo de voyeurismo. Pero cada periodista es un voyeur. En Sarajevo llamaban a los fotógrafos “ángeles de la muerte”, porque permanecían en la mira de francotiradores para tomar imágenes del terror. Los escritores también lo somos. Seguramente Goytisolo, con quien estuve allí en 1992, no hubiera estado de acuerdo, pero habría sido una buena discusión.

–Elogio del olvido cuestiona la idea de Santayana de que los pueblos que no recuerdan su pasado lo repiten. ¿Se siente más cerca de quienes postulan ante la experiencia sudafricana, por ejemplo, que conocido el pasado “hay que seguir viviendo”?

–Depende de la situación, de cuándo y en qué contexto. Yo siento que si el imperativo moral de recordar causa demasiado sufrimiento como para que valga la pena cumplirlo, hasta se podría pensar en un “imperativo ético del olvido”. Pero no quise escribir un libro contra Santayana. El título es una provocación que invita a la reflexión. Es un error decir que el recuerdo es natural y el olvido no. Porque el recuerdo colectivo se construye y es cambiante. Con todo, no digo que los que recuerdan el pasado están condenados.

–Pero es difícil establecer gradaciones de dolor. ¿Qué distinciones haría?

–Mi experiencia en Bosnia me mostró que el precio de recordar en ocasiones es altísimo; la gente se mataba por cosas ocurridas cuatro o cinco siglos antes. En Irlanda del Norte, mucho después de que la disputa dejó de tener sentido, el rencor subsistía. Allí y en Israel-Palestina, como dicen los cigarrillos, un exceso de memoria “es perjudicial para la salud”. Si hablamos de consecuencias, en el libro digo que desde 1945 la Shoá se ha puesto al servicio de la política y justifica casi cualquier decisión del Estado de Israel en relación con sus vecinos o su minoría árabe.

–¿No tiene derecho una sociedad a definir lo que considera valioso recordar?

–Memoria no es igual a historia. Hay que distinguir entre el recuerdo personal, el trabajo de investigación histórico-jurídica y las opiniones que acepta una sociedad. Hablamos siempre –en el caso del recuerdo o del olvido– de una decisión. Paso bastante tiempo en Africa del Sur y allí los que han simpatizado con la dictadura entienden que el olvido es la mejor solución. Y las víctimas, es lógico, están a favor de la memoria. Una de las preguntas principales del libro es cuánto queremos pagar por el recuerdo. Hay contextos en los cuales yo creo que debemos pagar, pero en otros el precio es demasiado alto. Tengo más simpatía hacia el recuerdo en Chile, por ejemplo, que en Colombia: yo apoyaba la propuesta amplia de Santos en los acuerdos de paz con las FARC.

–¿Pagaría el precio de la memoria en el caso argentino?

–Con la Argentina tengo una relación muy ambivalente. Entiendo los peligros de olvidar. Pero cuando hace cuatro o cinco años pasé un día en la ex Esma y en el Parque de la Memoria pensé: “Es una presentación montonera”. Disentí con Todorov sobre otros temas, pero coincido con su crítica de 2010: falta parte de la historia. Para mí es propaganda pura, un mito absoluto. Y dar a los fallecidos de la guerrilla antes del golpe del 76 estatus de mártires me parece un error moral. Confirma que la memoria histórica es un campo de batalla política.

–Con todo, muchas de esas muertes anteriores al 76, aunque en democracia, las ejecutaron aparatos paramilitares amparados por el Estado.

–Por cierto, y además, aún hay cuestiones abiertas: la responsabilidad de los civiles, hechos desconocidos, niños apropiados buscados aún por sus familias… Es muy importante que los fiscales sigan con su trabajo y, obviamente, no tengo ninguna simpatía para con los represores.

–¿Ve un equilibrio posible entre la condena de los crímenes salvajes de la dictadura y una convivencia en la que no deba fijarse por ley, como lo hizo la Provincia de Buenos Aires en mayo, que los desaparecidos argentinos son 30 mil? ¿Llegará ese momento?

–El debate reciente sobre el número de víctimas de la dictadura es un ejemplo muy interesante de la problemática del recuerdo. Fue un error político del gobierno de Macri negar la cifra, pero conozco a muchos argentinos que no simpatizan con él y que dicen: “No, no hubo 30.000 muertos”. Soy muy escéptico hacia leyes como las que impuso Francia contra el negacionismo del genocidio armenio; la que menciona es similar. Para mí son decisiones políticas. Y en política, la mentira es moneda corriente. En ese marco soy pesimista en relación con la idea de que la memoria histórica pueda instaurar reconciliación. Pero si sostienes la posibilidad del olvido, estás vinculándote con personas horribles. Siempre hay alguien que me dice: “¿Por qué haces esto? Ayudas al enemigo”. Ahora, ¿hay que autocensurarse? No es para mí; aunque entiendo perfectamente el dilema.

–¿No cree que la justicia pueda ser una vía de pacificación?

–La definición de la tragedia en Hegel es el posible conflicto entre dos cosas buenas. Me identifico con intelectuales como Bernard Williams o Isaiah Berlin que desarrollaron esta idea y estoy en desacuerdo con los movimientos de derechos humanos que dicen: “No es posible tener paz sin justicia, la paz sin justicia no es paz”. Hay situaciones en las cuales tienes que elegir. En otras, tal vez podemos conservar las dos, paz y justicia. Pero me parece que en Colombia o en el País Vasco, por dar dos ejemplos iberoamericanos, es o paz o justicia. En Chile y aquí, ganó la democracia. Pero no es el caso en Colombia. El movimiento pro derechos humanos tiene la fantasía de que las sociedades van hacia la verdad y la justicia naturalmente. Yo no lo creo. Tengo una visión más griega, de ciclos de historia. Si miras a Trump, a Putin, a Maduro, más allá de si son de izquierda o de derecha, el ciclo va en la dirección menos democrática.

–¿Cómo han recibido sus argumentos en los EE.UU. donde la memoria del 11-S opera como para que Guantánamo siga abierto? No veo a Trump muy proclive al “olvido activo”; tampoco lo está el yihadismo.

–Sí y no. Porque EE.UU. es en un sentido el país del olvido. Los jóvenes dicen: “That’s History” para hablar de algo que ya no significa nada. La guerra entre el islam radical y los EE.UU. lleva 16 años y no va a terminar con una victoria absoluta para ninguno de los bandos. Comparo la memoria de Pearl Harbor y nuestra relación con Japón con la memoria del 11-S. Hay ceremonias conmemorando Pearl Harbor, pero la emoción ya no está y los japoneses son nuestros mejores amigos. No sé si en cien años alguien va a pensar en el 11 de septiembre de 2001. Creo que todo será olvidado. Entretanto, el libro es un éxito; ha recibido buenas reseñas, también ataques. Están muy enojados conmigo en España y sobre todo en el País Vasco, donde creo que las víctimas no deben tener un derecho de veto sobre un acuerdo de paz con ETA. ¿Cuánto tiempo marcarán la agenda? ¿Años, décadas, para siempre? No es posible que sea para siempre.

–¿El outsider provoca?

–No acepto que mi trabajo sea sólo una provocación. Quiero y trato de hacer preguntas horribles. El escritor francés La Rochefoucauld decía: “Nadie puede mirar durante mucho tiempo a la muerte o al sol”. Yo tampoco, pero tal vez puedo mirar un poco más que otros. Tengo la fantasía de que los temas me eligieron. Es una fantasía total, pero yo también tengo mis mitos (ríe).

–La memoria histórica facilita la construcción de un “nosotros”. ¿Cómo lo lograrán sociedades cada vez más multiétnicas sin hacer pie en ella?

–Sin duda, es más fácil en América. Comunidades de inmigrantes como Canadá o Australia tienen un contexto para integrar. No digo que lo hagamos fácilmente; de hecho creo que parte del triunfo de Trump se explica porque muchos blancos no quieren reescribir la historia estadounidense para incluir a los nuevos inmigrantes. Pero es más sencillo. En Europa las grandes tradiciones culturales no serán ya un factor de unidad. Es una crisis existencial. Van a tener un gran problema para hablar del pasado. Tendrán que reconstruir sus mitos hablando del presente y del futuro. No veo otra solución. De todas maneras, soy mucho mejor como analista que como “solucionista”.

–En su libro cita a Philip Roth, que recomienda: “Recuerda olvidar”. ¿En qué cuestiones no le ha hecho caso?

–No sé, no puedo contestar. Digamos que es un trabajo en curso. Pero dos días a la semana estoy en desacuerdo total conmigo mismo. Mi ADN debe estar formado únicamente de ambivalencia. Tengo 64 años y hablo con amigos que me dicen que están escribiendo sus memorias y me preguntan por qué no lo hago yo.

–¿Tiene hijos?

–Una hija de doce años que vive en Inglaterra con su madre.

–¿Cuándo piensa en escribir sobre el pasado piensa en ella? ¿Lo hace con cierta idea de legado?

–No, me da dolor de estómago de sólo pensarlo. Escribí un solo libro de memorias sobre la muerte de mi madre. Y es un libro limitado, muy autocensurado, porque había muchas cosas sobre mi relación con ella acerca de las que yo no quería decir la verdad públicamente. Facebook no es para mí.

Fotografía: Tony Valdez

Fuente de la Entrevista:

¿Qué precio pagarías por la memoria?

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En Pro-ceso

09 de agosto de 2017 / Fuente: https://compartirpalabramaestra.org

Por: Diana Carolina Vera Ardila

El arte es el resultado del espíritu del hombre; el arte se transforma no desde la materia sino de la ausencia de la misma, como el espíritu del hombre. 

Cuando pensamos en arte pensamos en estética, belleza, contemplación, en  museo, artistas, objeto artístico, exposición, en obra. La mayoría de las veces nos enfocamos en la obra de arte como objeto, deleitando nuestros ojos con la obra e intentando descifrar el pensamiento del artista, interpretando la misma contenida en el _objeto[2]. Suponemos con ello, la intención del artista y nos acomodamos como espectadores distantes y críticos olvidando en cierta medida que el ser humano transforma y reinterpreta la materia, lo ha hecho a lo largo de su vida y ha dejado en ella parte de su historia.

Es el arte nuestra muestra social y cultural al mundo, nuestro reflejo estático pasado y nuestro espejo dinámico ahora del estar del ser. Lleva a cuestas todas las transformaciones sociales, y cargamos en él todos los aspectos objetuales, procesuales y conceptuales que las palabras no alcanzan a decir desde l apercepción o interpretación.

Los cambios sociales y de épocas han sumado para la evolución y nueva visión del arte ahora; este nuevo arte conceptual donde el contexto, la forma y el contenido se transforma en lo llamado por Mateu Cabot “Proceso de estetización”, donde el proceso de la obra cobra vida y tiene mayor relevancia que el objeto, donde la experiencia vivida por el otro  es la obra y se valora al mismo tiempo su experiencia creadora.

Hoy el arte Conceptual, no se presenta sólo por su belleza por la calidad de su técnica o por el espacio que ocupa en un museo; el arte se mide hoy por su impacto, por lo que contiene, ya sea por su crudeza o por ser experiencia detonante en el otro pero lo que el arte contemporáneo rescata  es visibilizar el proceso como también por confrontarnos abierta y directamente con la realidad del mundo, no sólo contenido en un objeto sino en la acción, en el hacer contado por el artista.

La categoría de “Obra abierta” difundida por Umberto Eco, como las diversas posibilidades de significantes y lecturas de la obra de arte por parte del otro, haciendo que el espectador sea protagonista, participe y elemento fundamental de la  misma dando valor a su contenido. Es aquí donde se convierte en un proceso abierto y en continuo cambio.

Con el arte conceptual no hay límites, ni reglas, ni estructuras, pero “su existencia es posible, sólo en el discurrir procesual”[3] es ahí donde existe sentido; siendo pensada y presentada de manera que el espectador se incluya de cualquier forma al proceso de manera libre, al acto creador.

Aparecen entonces referentes como el arte efímero en el Land Art, o el arte basura presentado por Vic Muniz, límite de la materia y la nada, también acciones con el cuerpo como las de Francis Allys o Marcel BoodthaersGabriel Orozco o los hombres de barro Miquel Barcelo y Josef Nadj a la mente se asoma la obra pero sobre todo el proceso de Bill Viola contenido en el tiempo.

Obra de arte en un tiempo, un espacio físico[4] que puede ser desmaterializada, perdida en el mismo tiempo y espacio, no como un producto, sino como un proceso donde la creatividad se potencia porque las posibilidades y alternativas son infinitas, donde la idea no materializada es la obra misma. ¿Cómo pensar entonces el arte sin transformación, sin cambio, sin movimiento sin tiempo, ni espacio?  Aquí el proceso creador en sí mismo cobra sentido y es el proceso el producto en sí, vivo y vivido pues desde este parten las reflexiones, la experiencia contenida que llevaran a la culminación de la obra en la que seguirá guardándose, para luego avanzar intentando culminar o no; sólo en movimiento constante.

Bibliografía

  • Padilla Córdova, Arturo Entretextos 6 – “La Desmaterialización en el Arte, como reacción a los procesos de consumo”Neida Urbina (2002). El Arte conceptual: Punto culminante de la estética procesual o el arte como proceso. Revista estética Nº6.
  • Theodor W. Adorno. Teoría estética.
  • www.marxists.org/espanol/adorno/1970/0001.htm
  • Imagen de portada Tomás Saraceno, Galaxy Forming along Filaments, like Droplets along the Strands of a Spider’s Web, at the Venice Biennial, 2009


[2] Objeto. (Del Lat. Obiectus).

  • M. Todo lo que puede ser materia de conocimiento o sensibilidad de parte del sujeto, incluso este mismo.
  • M. Aquello que sirve de materia o asunto al ejercicio de las facultades mentales.
  • M. Término o fin de los actos de las potencias.
  • M. Fin o intento a que se dirige o encamina una acción u operación.
  • M. Materia o asunto de que se ocupa una ciencia o estudio.
  • M. Cosa.
  • M. Ant. Objeción, tacha o reparo.


[3] Neida Urbina (2002). El arte conceptual: punto culminante de la estética procesual o el arte como proceso. Revista Estética Nº6.


[4] Theodor w. Adorno. Teoría estética. www.marxists.org/espanol/adorno

Fuente artículo: https://compartirpalabramaestra.org/columnas/en-pro-ceso

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Reseña de Libro: Mujeres intelectuales, Feminismos y liberación en América Latina y el Caribe

Alejandra de Santiago Guzmán. Edith Caballero Borja. Gabriela González Ortuño. [Editoras]

Mirna Paiz Cárcamo. Madres de Plaza de Mayo. Violet Eudine Barriteau. Betty Ruth Lozano Lerma. Julieta Paredes. Moira Millán. Ochy Curiel. Martha Teresita de Barbieri. Natalia Quiroga Díaz. Ivone Gebara. Marcella Althaus-Reid. Norma Mogrovejo. Yuderkys Espinosa Miñoso. Gloria Anzaldúa. Karina Andrea Bidaseca. Rita Laura Segato. Pilar Calveiro. Érika Lindig Cisneros. Marcela Lagarde y de los Ríos. Sayak Valencia Triana. [Autoras de Capítulo]
Colección Antologías del Pensamiento Social Latinoamericano y Caribeño.
ISBN 978-987-722-247-0
CLACSO.
Buenos Aires.
Julio de 2017

«La labor intelectual y política de las mujeres que integran este libro abarca temas tan diversos, como diverso es el territorio latinoamericano. Sin embargo, esta antología tiene una postura primordialmente feminista, porque consideramos que es la posición desde la cual las intelectuales latinoamericanas han encontrado el marco adecuado para mostrar cuáles son sus condiciones específicas en el orden moderno patriarcal neoliberal»

Fuente:  http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20170728011718/Antologia_Mujeres_Intelectuales.pdf
Imagen: http://www.clacso.org.ar/clacso/novedades_editoriales/img_tapas/1260_Tapa.gif
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